Resumen:
Ricardo Rojas, en su Historia de la Literatura Argentina, denominó "prosistas fragmentarios" a un grupo de escritores del ochenta a quienes faltó, dice, "el espíritu de continuidad que en el pensamiento y en la obra crea la unidad orgánica del verdadero libro". Coincidentes con esta apreciación, otros críticos han deplorado también la dispersión de la obra de Mansilla, de Eduardo Wilde, de Santiago Estrada, y de otros autores igualmente "fragmentarios" aunque no incluidos específicamente por Rojas en aquel rubro. Se les ha regateado el reconocimiento de una total y definitiva validez en la creación literaria, se ha hablado de la dilapidación de sus talentos en la página suelta, en la charla de salón, en la ocurrencia ingeniosa, y se ha lamentado reiteradamente que no produjeran una obra "de aliento". En suma se les ha juzgado más en base a la hipótesis de lo que pudieron escribir que enfrentando directa y estimativamente la labor realizada a la luz su propia intencionalidad. Nos hemos preguntado: ¿Es válido iuzgar a la obra literaria de acuerdo a cánones ajenos al propósito del autor?