Resumen:
No es la figura de Edgar Allan Poe una de aquéllas rodeadas de aureola indiscutida. No ha sucedido con él lo que ocurriera con Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe y Hugo, que desde sus propios días entraron en el templo de la inmortalidad. Poe fue partidario del arte por el arte, en una sociedad que sólo lo admitía supeditado a los cánones morales, al extremo que la poesía de Longfellow llega a asemejarse en más de una ocasión al sermón religioso. Por esto, y porque como crítico fue sincero y atacó sin contemplaciones a las mediocridades del período, se le combatió implacablemente, como había ocurrido años atrás en Inglaterra con Shelley, y como habría de ocurrir luego en Francia con Baudelaire. Como ha de ocurrir siempre con los poetas que los críticos han denominado malditos.