Resumen:
El profano no está obligado a abrir juicio sobre las obras de arte, a detallar sus características y sus módulos, o calcular su trascendencia histórica. Pueden conmoverlo o dejarlo indiferente. Pero el profesional, en cambio, no goza de esa libertad, de ese sin compromiso; tampoco el mecenas o el aficionado que desea descubrir las normas que rigen o no al creador plástico, basándose en su propia experiencia como contemplador. Asumir una actitud responsable frente a la obra de arte, no es más que una razón de causalidad, que una respuesta obligada y consecuencia de la formulación estética. El juicio que emanará de toda contemplación serena y desapasionada, llevará a la conciencia los supremos intereses de la creación.