Resumen:
Leónidas Gambartes ha sido, precisamente, un gran pintor testimonial. Y como las formas de su fe en los poderes del pasado, en las secuencias arqueológicas, en los terrores y las fantasías de la tierra fueron penetrantes, sumadas con raro equilibrio de imaginero y de visionario, la perdurabilidad de su obra se da, en él, más como una dócil impetración que como una consecuencia. Gambartes ha sido el pintor por excelencia de una tradición telúrica que nos toca tan de cerca, hasta metérsenos en la piel misma como una forma de nuestro ser. Es decir que, sin proponérselo —tal como él mismo lo confesó alguna vez— ha llegado a hacer suyo el latido de un pedazo de mundo; se ha hecho cargo de las experiencias de los pueblos que fueron, del arcano que da forma a ciertas masas minerales y vegetales y alimenta las esencias de los ídolos paganos, para plasmarlas en su febril aventura.