La infertilidad constituye un problema que puede afectar a ambos miembros de la pareja. Sin dudas es un problema de repercusión social, que llega a afectar no solo el rendimiento laboral e intelectual del ser humano sino también la integridad de la familia y las relaciones interpersonales de la pareja y, consecuentemente su salud mental y física, si tenemos en cuenta la definición de salud de la OMS “… un estado de perfecto bienestar físico, metal y social, y no solo ausencia de enfermedad”. La búsqueda de métodos para el tratamiento de la infertilidad se remonta a los tiempos bíblicos pero no es hasta el siglo actual, con el desarrollo de las nuevas técnicas de reproducción asistida, que este tema ha llamado la atención de los juristas. El impacto está dado no tanto por la tecnología en sí, sino por el reto que su aplicación plantea a los juristas en lo referente a determinar el alcance de los derechos y libertades previstos por las leyes. El papel creciente de los gobiernos nacionales en las instituciones de salud y en la selección de los participantes se ha extendido además al control de la donación y disposición de los gametos y embriones humanos. De esta forma la tecnología reproductiva se convierte en una excusa para fomentar dos tendencias: la ya presente medicalización de la reproducción y la judicialización del embarazo. Cabe entonces preguntarse hasta qué punto es posible controlar (sin afectar), el desarrollo de la tecnología reproductiva y al mismo tiempo respetar los derechos legítimos de las personas.
Infertility is a problem that can affect both members of the couple, it is undoubtedly a problem of social repercussion, which affects not only the work and intellectual performance of the human being but also the integrity of the family and the interpersonal relationships of the couple and, consequently, their mental and physical health, if we take into account the WHO definition of health “… a state of perfect physical, metal and social well-being, and not just the absence of disease”. The search for methods for the treatment of infertility dates back to biblical times but it is not until the current century, with the development of new assisted reproduction techniques, that this issue has attracted the attention of jurists. The impact is given, not so much by the technology itself, as by the challenge that its application poses to jurists in relation to determining the scope of the rights and freedoms provided by law. The growing role of national governments in health institutions and in the selection of participants has also extended to control the donation and disposition of human gametes and embryos. In this way, reproductive technology becomes an excuse to promote two trends: the already present medicalization of reproduction and the judicialization of pregnancy. The question, then, is to what extent it is possible to control (without affecting) the development of reproductive technology and at the same time respect the legitimate rights of people.