Reseñas

Reseña de Andújar, Andrea y Bohoslavsky, Ernesto (ed.). Todos estos años de gente. Historia social, protesta y política en América Latina

Luciano Alonso *
Universidad Nacional del Litoral, Argentina

Contenciosa

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN-e: 2347-0011

Periodicidad: Anual

núm. 11, e0010, 2021

revistacontenciosa@fhuc.unl.edu.ar

Andújar Andrea, Bohoslavsky Ernesto. Todos estos años de gente. Historia social, protesta y política en América Latina. 2020. Los Polvorines. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento. 152 pp.. 978-987-630-473-3

Recepción: 25 Octubre 2021

Aprobación: 05 Noviembre 2021



DOI: https://doi.org/10.14409/rc.2021.11.e0010

Resumen: El presente texto reseña el libro colectivo Todos estos años de gente. Historia social, protesta y política en América Latina editado por Andrea Andújar y Ernesto Bohoslavsky. En él se reúnen trabajos sobre América Latina, cuyxs autorxs realizan el esfuerzo de enlazar pasado y presente, y buscar las articulaciones entre la conflictividad social y el trabajo historiográfico.

Hace ya casi veinte años Fernando Devoto y Nora Pagano se preguntaban por los contactos entre la “historiografía académica” y la “historiografía militante”. En una famosa compilación a su cargo[1], reunían trabajos que se preocupaban por mostrar los cruces, contactos y deslindes entre esas dos categorías que se entendían en tensión, en un primer período que iba de mediados del siglo XX a comienzos de los años ’70 y en una segunda etapa signada por las últimas dictaduras argentina y uruguaya. Aunque el libro no tenía verdaderamente un eje articulador y era muy variado en los aportes que reunía, su concepción recogía las preocupaciones propias de un momento de profesionalización de la disciplina historiográfica y de expurgación de las lecturas del pasado en clave de militancias orientadas a la transformación del presente.

Podría pensarse que Andrea Andújar y Ernesto Bohoslavsky construyen una compilación que funciona como alternativa y contrapunto a aquel otro texto (adecuadamente) no citado por ellos. En Todos estos años de gente… la distinción entre lo académico y lo militante se difumina en la búsqueda de las articulaciones entre el campo intelectual y los espacios del conflicto político y social. Lo que importa en este libro es mostrar de diferentes maneras el modo en el cual los conflictos empujaron las agendas de investigación, las formas en las que la articulación entre la academia y el mundo de las luchas sociales devino en motor del conocimiento histórico, y las posibles reapropiaciones de la producción académica por agentes colectivos. Y esos rastreos se distinguen de aquellas miradas precedentes respecto de dos cuestiones de importancia. Primero, la idea de la historia social como una tradición intelectual que atraviesa los diversos períodos históricos y que se opaca, resurge y muta al calor de influjos particulares. Segundo la vocación latinoamericanista, latente no solo en la recopilación de aportes sino fundamentalmente en la postulación de un espacio de inteligibilidad de los problemas planteados. De hecho, la idea de la publicación y sus primeros textos provienen de una mesa redonda sobre “La historia y la protesta en América Latina”, desarrollada en el marco del Segundo Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social (ALIHS), realizado en Buenos Aires en marzo de 2017. La mesa original había reunido a Paulo Drinot, Carlos Illades, Silvia Hunold Lara y Mirta Lobato, a quienes se presentaron dos preguntas: una sobre los posibles aportes de la historia social respecto de los procesos de conflictividad social, para una comprensión más profunda de la historia presente latinoamericana, y la otra sobre los posibles vínculos entre el ejercicio profesional de la historia y los movimientos u organizaciones sociales y políticas que dinamizan las acciones de protesta.

En la introducción de un libro que reúne la mayor parte de aquellas intervenciones y le agrega otras, Andújar y Bohoslavsky se abocan no solo a presentar los distintos capítulos, sino principalmente a fundamentar la idea de “madejas e hilos sociales en el tiempo” que anudarían los espacios de la acción y la conflictividad social con los de los estudios académicos. A veces se decantan por aludir a los “hilos rojos” que enlazarían a historiadores e historiadoras de diversos momentos históricos –quizás al estilo de una “necroacademia” como la que postula Silvia Rivera Cusicanqui[2] y que merece el recuerdo y el homenaje–, y a veces refieren a las relaciones entabladas entre esos agentes y otros vinculados al mundo de la movilización social.

Sin pretensión de exhaustividad, ofrecen una mirada globalizante acerca de las variaciones que la historia social experimentó en América Latina. Partiendo de la situación de la segunda posguerra mundial, cuando cobraron forma las preocupaciones sobre el mundo del trabajo y el potencial revolucionario de distintas fracciones de la clase obrera propuestas por investigadores como Reyna Pastor, Pablo González Casanova, registran luego las modificaciones en las agendas de investigación producidas luego de la derrota de los proyectos socialistas. La etapa de las reformas neoliberales en los últimos años del siglo pasado es abordada como momento de búsqueda de nuevos problemas, asociados a los campos de la participación ciudadana, la construcción democrática y el abordaje de las representaciones más que de las estructuras económicas. A partir de las reacciones frente a aquellas políticas, Andújar y Bohoslavsky destacan las estrategias de historiadores e historiadoras que buscaron destacar nuevas dimensiones de las resistencias populares. Se abriría entonces una nueva etapa de conjunción entre esos investigadores preocupados por agentes que iban más allá de las clases sociales y que se definían por género, etnia o identidades culturales, con variados movimientos sociales y con activistas de partidos políticos o incluso gobiernos. La noción de “madeja” da cuenta entonces del enmarañamiento de los vínculos, la multiplicidad de cruces y cortes, las relaciones confusas o difíciles de definir, pero también de un conjunto al cual cabe la posibilidad de darle un cierto orden de inteligibilidad, aunque más no sea a través de la exposición de casos particulares que actúan como las puntas de los hilos.

El primer capítulo, “Tarea y promesa de la imaginación histórica” por José Antonio Piqueras, sirve como marco para definir qué se puede entender a inicios del siglo XXI por “historia social”. Allí su autor inicia con una mirada analítica sobre los modos en los cuales se fue construyendo la historia social en países como Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña, y concluye retomando la apuesta por una disciplina entendida como ciencia social e historia de la sociedad, que atienda tanto a la temporalidad de las estructuras como al hecho de que las categorías sociales representan a actores concretos. Podríamos preguntarnos por qué una compilación centrada en América Latina se inicia con un repaso historiográfico relativo a los países centrales y con un abordaje de los usos de la imaginación histórica y su vinculación con la sociología en formulaciones ya canónicas. El capítulo de Piqueras nos recuerda una realidad incómoda pero consistente: el hecho de que las posiciones contrarias al eurocentrismo, la traslación de una historia desde abajo a los sujetos subalternos en términos etno-nacionales desplazando el privilegio sobre la situación de clase –a similitud de la dedicación a la historia de las mujeres–, o incluso el pensamiento poscolonial en su conjunto, son fenómenos socio-intelectuales que no solo abrevan en la resistencia de los pueblos tercermundistas a la opresión, sino muy especialmente en las derivas de corrientes disidentes del pensamiento europeo-occidental como la historia social clásica o la teoría crítica.

Carlos Illades y Mirta Zaida Lobato basan sus desarrollos en las preguntas que les fueron presentadas como disparadores para el encuentro original. El primero organiza su texto en función de aquellos dos interrogantes y destaca el tipo de enfoque proporcionado por la historia del tiempo presente, que pone en perspectiva procesual los casos de protesta social. Luego de caracterizar las formas de la protesta pública desde las teorías de la movilización social y de momentos históricos anteriores, se centra en los conflictos docentes, campesinos y estudiantiles de México para señalar cómo no cuajaron en un movimiento político y fueron capitalizados electoralmente por el Movimiento de Regeneración Nacional de Andrés López Obrador. El desarrollo de la segunda parte de su escrito se dedica a desbrozar las prácticas de la historia social y sus vínculos con la protesta, reconociendo la incidencia de las ideologías en el trabajo científico e instando a poner en cuestión la “Babel académica” y la despolitización de los objetos de investigación. Por su parte Lobato –que hace casi veinte años escribió junto con el recordado Juan Suriano un texto breve pero al mismo tiempo basal respecto de los episodios de protesta que del siglo XX[3]– se aboca a destacar la simbiosis entre la historia social y la historia cultural como un espacio donde la historia de las mujeres, los feminismos y los estudios de género vinieron a trastocar los enfoques tradicionales. A partir de un recuento de las formas de movilización de mujeres, llega a la postulación de una agenda de investigación que rompa con el “espíritu absoluto” y se interrogue sobre el pasado en función de dislocamientos, desplazamientos y descentramientos.

En el capítulo “Al final del arcoíris”, Rodrigo Laguarda reconstruye el modo en el cual él mismo fue decantándose por el estudio de las homosexualidades masculinas. El relato personal le permite mostrar cómo fue desarrollándose un campo de estudios, con una fuerte referencialidad –no carente de tensiones– con los ámbitos académicos estadounidenses. Detalla sus intentos de articulación de una mirada antropológica con la historia del tiempo presente y con los aportes de la filosofía y los estudios del lenguaje, y sostiene la idea de una lucha por una sociedad más justa “en la academia y más allá de ella”. Tal vez su texto no describe mucho de cómo se constituyeron los homosexuales como sujetos de interés para la academia mexicana, tal cual prometía el subtítulo, pero es altamente demostrativo de esa noción de una pluralidad de relaciones que late en la idea de madeja que inspira a la publicación.

Por su parte Silvia Hunold Lara repasa las derivas historiográficas que tuvo el estudio de la esclavitud en Brasil, poniéndolas constantemente en contacto con la movilización social –en especial con el movimiento negro– y con las políticas estatales contra el racismo. Su detallado recuento de cómo fueron variando los enfoques sobre el esclavismo, en diálogos directos y en el contexto de luchas sociales por la igualdad, culmina con el momento en el cual comenzó a pensarse a los esclavos como trabajadores. Para ella, “la producción historiográfica sobre la historia de la esclavitud y de su abolición estuvo conectada, directa o indirectamente, con importantes cuestiones políticas de su tiempo: el desafío del pensamiento racista y conservador en Brasil en los años treinta, la necesidad de reformas de base de los años sesenta, el carácter de la revolución en los años setenta, la aparición de los trabajadores como sujetos en la escena política…”. La política de cuotas étnico-raciales para el ingreso a las universidades y el desarrollo de los estudios africanistas impulsados por la ley sobre la enseñanza de la historia y cultura afrobrasileña –con su correlato de insuficiencias y de invisibilización del sometimiento indígena–, aparecen como instancias de una lucha que asume varias etapas, en las cuales se modificaron también las categorías históricas para el abordaje de un pasado ignominioso.

La compilación se cierra con un estudio de Rossana Barragán Romano acerca de los vínculos entre historia (o historias) y movimientos sociales en los últimos 50 años de Bolivia. En su concepción se tendieron puentes entre ambas dimensiones, ya que los movimientos sociales influyeron e inspiraron temas y problemas que abordaría la academia, mientras algunos de los resultados de las investigaciones fueron reapropiados por los propios agentes colectivos. Para sostener esa interpretación, analiza en la primera parte del capítulo cómo se pasó de los estudios sobre la clase social a los enfocados en la cultura y la opresión indígena, mientras que en la segunda parte muestra cómo los antiguos territorios del siglo XVI se “materializaron” en las nuevas federaciones de ayllus de fines del siglo XX. A lo largo de su argumento, va entrelazando los procesos de lucha social y las conquistas que llevaron a la definición de un Estado Plurinacional con los estudios académicos y con la dinámica de constitución y reconstitución de grupos intelectuales. Los vaivenes de la política boliviana son ubicados en una periodización consistente, que no peca de evolucionista sino que muestra las tensiones entre los diferentes sujetos e instituciones y la siempre inestable situación de los intelectuales. Ese panorama no deja de considerar las distancias profundas entre los discursos y las acciones por parte de los gobiernos del Movimiento al Socialismo, la emergencia de discursos esencialistas y la misma precarización de las tareas de investigación.

El conjunto de los capítulos toma entonces como referencia, mediante diversas estrategias de análisis y exposición, los procesos de conflictividad social y política de las últimas décadas del siglo XX y lo que va del presente, yéndose en algunos casos hacia atrás en el tiempo. Más allá de las variaciones de tono y objeto de los distintos textos, hay una perspectiva de diálogo no exento de confrontaciones entre el mundo de las luchas sociales y el mundo académico. La distinción entre la historiografía militante y la historiografía académica se difumina y aparece la potencialidad de una reflexión sobre la temporalidad y los procesos de cambio social que no se siente ajena a los anhelos de una época. Porque precisamente es la identificación de una nueva época, distinta de aquella que inspiró los proyectos revolucionarios de los años cincuenta a setenta del siglo pasado, la que planea por sobre todos los escritos.

Hay entonces en rigor dos pautas interpretativas que conviven en la intención de describir las cambiantes formas de articulación y desarticulación entre luchas sociales y estudios académicos. Una es claramente la identificación de los “hilos rojos” de ciertas tradiciones historiográficas y de los “hilos sociales” que relacionan a agentes de uno u otro campo o incluso de pertenencias e identidades plurales. Pero el otro tiene que ver más generalmente con procesos amplios, definidos más allá de las acciones puntuales de unos u otros agentes. Las transformaciones macropolíticas, las reconfiguraciones del campo académico, el auge y puesta en cuestión del neoliberalismo, aparecen como grandes marcos que facilitan o dificultan aquellas relaciones.

En ese sentido, podríamos afirmarnos en William Sewell para postular la posibilidad de ir más allá de las narrativas personales y especular sobre las correlaciones posibles entre contexto histórico y perspectivas historiográficas[4]. Quizás la construcción historiográfica no es solo una opción de agentes académicos conscientes, que eligen determinados temas de investigación y se vinculan o no con agentes sociales movilizadores, sino que también es efecto de coordenadas que entran en el orden de lo inconsciente. Si esto es así, podríamos entonces preguntarnos por todos aquellos historiadores e historiadoras que no experimentaron ni experimentan la intención de articular militancias e investigaciones, o al menos preocupaciones ciudadanas con pretensiones académicas. Tal vez, pensar una etapa de reformas neoliberales como algo pasado nos impida ver una época neoliberal en la cual todavía estaríamos inmersos y en la que el individuo aparece como horizonte de las identidades y los intereses. Aun cuando el desarrollo de visiones críticas y la recuperación de tradiciones historiográficas congruentes es una faceta importante de las instituciones académicas latinoamericanas –y de allí los ataques que reciben desde espacios más conservadores o directamente reaccionarios del arco político–, el predominio de las prácticas profesionalizadas y de las carreras individuales hacen difícil pensar que en América Latina las academias conformen una verdadera “cultura a contracorriente”. Como constitución subjetiva de la que no escapamos ni siquiera los que conscientemente intentaríamos hacerlo, el neoliberalismo aparece como el horizonte cultural de nuestra época. Si esto es así, la frecuente falta de correlación entre historia y movilización social puede ser un aspecto dominante, más duradero que lo que parecería a simple vista, y los ejemplos brindados por un libro tan interesante pueden en rigor estar corridos del centro tradicional de la labor académica o academicista.

La (re)construcción de esas correlaciones por parte de agentes plurales es un proceso largo, sinuoso como las líneas de Geoff Eley y William Sewell, subterráneo como las historias que eclosionan en autoras como Silvia Rivera Cusicanqui. Entretanto buscamos avanzar en ese sentido –que es lo mismo que decir entretanto que intentamos cambiar nuestra época–, un texto como Todos estos años de gente… nos brinda esperanzas de una continua reinvención y potenciación de los vínculos entre las agendas académicas y las luchas sociales.

Referencias

Devoto, F. y Pagano, N., eds. (2004). La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblos.

Lobato, M. y Suriano, J. (2003). La protesta social en la Argentina. Fondo de Cultura Económica.

Rivera Cusicanqui, S. (2018). “Nada sería posible si la gente no deseara lo imposible”. Entrevista por Ana Cacopardo. Andamios, 15 (37).

Sewell Jr., W. H. (2011). Líneas torcidas. Historia Social, (69).

Sewell Jr., W.H. (2005). Logics of History. Social Theory and Social Transformation. The University of Chicago Press.

Notas

[1] Devoto, F. y Pagano, N., eds. (2004). La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblos.
[2] Rivera Cusicanqui, S. (2018). “Nada sería posible si la gente no deseara lo imposible”. Entrevista por Ana Cacopardo. Andamios, 15 ( 37), México.
[3] Lobato, M. y Suriano, J. (2003). La protesta social en la Argentina. Fondo de Cultura Económica.
[4] Sewell Jr., W. H. (2011). Líneas torcidas. Historia Social, (69), Valencia; artículo basado en algunos desarrollos ya presentados por el autor en (2005). Logics of History. Social Theory and Social Transformation. The University of Chicago Press.

Notas de autor

* Luciano Alonso es profesor en Historia por la Universidad Nacional del Litoral y Doctor en Humanidades, con mención en Historia, por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente es Director del Doctorado en Estudios Sociales de la Universidad Nacional del Litoral y se desempeña como docente-investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias de esa misma universidad, donde tiene a su cargo cátedras de Historia Social y Teoría Social.
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