Artículos

Ideología en una teoría lingüística socio-semiótica[1]

Annabelle Lukin *2
Macquarie University, Australia

De Signos y Sentidos

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN-e: 1668-866X

Periodicidad: Anual

núm. 22, 2021

designosysentidos@fhuc.unl.edu.ar

Recepción: 05 Abril 2021

Aprobación: 16 Mayo 2021



DOI: https://doi.org/10.14409/ss.2021.22.e0003

Introducción

El poder de la ideología parece ilimitado. También su alcance: la ideología toca todas las escalas de la vida humana, desde nuestras teorías científicas, la geopolítica de los estados nacionales y nuestros mecanismos de escolarización, hasta cómo comemos, nacemos y morimos, cómo hacemos el amor y la guerra. Pero la ideología no podría tener este poder sin el lenguaje. Al igual que la ideología, el lenguaje se extiende a todos los dominios de nuestras vidas, siendo activo en la creación, mantenimiento o cambio de cada vector en las relaciones humanas, “desde el consenso al conflicto, desde la cooperación a la explotación, y desde la acomodación a la sumisión” (Hasan 2009a, 355). Como la ideología, el lenguaje es poderoso y omnipresente. Los dos están inextricablemente vinculados. Las ideologías se elaboran a partir del significado, y el significado es la razón de ser (raison d’être) del lenguaje. Aunque el lenguaje no es el único recurso de la cultura humana que crea significado, es el más poderoso[4]. El lenguaje, de todas las modalidades semióticas, es, sostiene Halliday, simultáneamente una parte de la realidad, un constructor de la realidad y una metáfora de la realidad (Halliday 2003). Por esta razón, el lenguaje es la usina de la ideología.

Para comprender el extraordinario poder de la ideología, debemos hacer visible la maquinaria semiótica que la produce. Si el lenguaje es siempre ideológico, entonces la ideología debe ser parte de la organización interna misma del lenguaje. No se trata simplemente de que el lenguaje se utilice con fines ideológicos, sino de que el potencial ideológico del lenguaje es inherente al lenguaje mismo. Para comprender la ideología, entonces, necesitamos considerar las características del lenguaje que lo han convertido en un elemento que acompaña constantemente a la ideología. Es decir, necesitamos entender cómo es el lenguaje, si es nuestra mayor fuente de poder ideológico. Dado que “los pasos más importantes en la investigación teórica son los iniciales” (Ellis 1993, 15), este capítulo comienza preguntando sobre el papel del lenguaje en la forma en que experimentamos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea. A partir de esta discusión, sería natural considerar de dónde vino el lenguaje y cómo evolucionó. Siguiendo a Halliday, sostendré que, en el paso evolutivo clave del proto-lenguaje a nuestro complejo sistema semiótico moderno, el lenguaje adquiere las características esenciales que hacen posible su potencial ideológico[5]. Esta fase de la evolución del lenguaje es la versión semiótica del "big bang"; y de allí surge un sistema semiótico configurado por múltiples estratos, con dos formas de realización y con una organización metafuncional. Cada una de estas características del lenguaje ayuda a explicar las profundas homologías entre lenguaje e ideología. Discutiré cada una de ellas en este artículo.

En la sección final, analizaré, tanto el registro, como la variación semántica, conceptos cruciales en una descripción socio-semiótica de la ideología. Como siempre ha sostenido Halliday, el lenguaje es como es debido a las funciones para las que ha evolucionado. El registro (variación modelada en el lenguaje de acuerdo con su contexto de situación) es un principio fundamental en la organización del lenguaje, tanto en términos de las propiedades sistémicas del lenguaje como en sus continuas manifestaciones en cada momento de la vida humana. Si el concepto de registro es fundamental para explicar la organización del lenguaje, debe tener algún poder explicativo con respecto a la vida de las ideologías. Las ideologías no manifiestan fronteras registrales: para que un patrón de significado gane fuerza y ​​estasis (estabilidad) debe abarcar varios tipos de contextos sociales. Al mismo tiempo, el registro debe ejercer alguna fuerza sobre la expresión particular de la ideología, de modo que algunos tipos de registros ofrecen tipos particulares de posibilidades ideológicas.

Halliday hace una distinción entre registros que son más transparentes al tener un “vínculo bastante directo” entre las características del contexto social y sus características lingüísticas, y aquellos registros que “presentan una mezcla más o menos discordante de múltiples voces”. porque su “contexto encarna contradicciones y conflictos internos” (Halliday 2007a, 117-18). La variación de registros, por implicación, es un concepto importante en el estudio de la ideología. Pero la variación ideológica es distinta de la variación de registro. Un mismo registro puede albergar posiciones ideológicas distintas e incluso contradictorias. Del mismo modo, los significados que asociamos con una orientación ideológica particular se pueden encontrar en diversos registros. La variación ideológica, como ha argumentado Hasan, es variación semántica, ya que consiste en “variación ordenada en constelaciones de características semánticas” (Hasan 2009d, 400). En la sección final de este artículo se expondrá el concepto de ideología de Hasan y se proporcionarán algunas direcciones para el análisis de la ideología en el acto de significar.

1. Lenguaje: materia y significado entrelazados

Nuestra investigación lingüística sobre la naturaleza de la ideología comienza con la cuestión de cómo los seres humanos experimentan tanto el mundo que nos rodea como nuestro mundo interior, una cuestión que plantea una de las dicotomías más profundas en el ámbito de las Humanidades y las Ciencias Sociales. El pensamiento occidental tiene "dos corrientes fundamentales" (Munch 1987, 118), el “positivismo” el "materialismo" por un lado, y el "idealismo" o el "discursivismo" por el otro. Esta dicotomía explica -en parte- la naturaleza profundamente controvertida de la ideología como concepto y por qué es posiblemente el “más elusivo de toda la ciencia social” (McLellan 1986, 1). En medio de esta dicotomía está el lenguaje, específicamente su relación con el modo en que los humanos experimentan el mundo. Para algunos, el lenguaje es simplemente un conducto para expresar una realidad ya existente, sin ningún poder particular propio para moldear o crear la realidad. En el otro extremo, el lenguaje tiene en su propia trayectoria una base discursiva todopoderosa capaz de ejercerse de forma totalmente autónoma sin referencia al mundo material.

La primera posición ha sido omnipresente entre los lingüistas y en el ámbito de la filosofía: la “realidad” está dada en el mundo que nos rodea, y el lenguaje tiene una relación de correspondencia con él. Por extensión, el lenguaje es un recurso pasivo: simplemente nombra cosas que preexisten al acto de nombrar. Este enfoque se basa en la creencia de que “las categorías de nuestro entorno, las regularidades que observamos dentro de él, son características objetivas que existen independientemente de nosotros mismos y de la forma en que hablamos de ellas” (Halliday 2004, 10). Desde este punto de vista, el lenguaje es un espejo de la realidad conocida, formada y en espera de ser codificada. El lenguaje no tiene capacidad para interpretar o dar sentido a la experiencia. Para los que mantienen este punto de vista, la “realidad” es singular y universal. Pero, como sostiene Haas, “los hechos flexibles superan con creces a los tercos” (Haas 1962, 222). Así, la visión realista es una doctrina de “clases naturales” y el “último refugio de una teoría denotativa del significado”. Equivale a “una creencia ingenua en la “divinidad del propio idioma”, hablada por “Dios o la Naturaleza”, aunque “los más sofisticados pueden reservar tal divinidad para el discurso científico” (Haas 1962, 222-23). Los “realistas” -argumenta Ellis- ofrecen una explicación simple para el lenguaje: “hay una palabra para los gatos porque los gatos existen” (Ellis 1993, 32). Este punto de vista tal vez esté más desarrollado en filosofía del lenguaje en el trabajo de los positivistas lógicos, basado en los primeros escritos de Wittgenstein, pero elaborado por filósofos como Russell y Carnap (ver, por ejemplo, la discusión de Carnap sobre “The Method of the Name Relation”, en Carnap 1947; y artículos seleccionados en Linsky 1972).

En esta tradición, aunque con su propia visión del asunto, está Chomsky, para quien el lenguaje interactúa con las "estructuras cognitivas" en una especie de clasificación de sentido común de categorías naturales. En palabras de Chomsky, “al determinar que una entidad es una cosa nombrable, la asignamos a un 'tipo natural' que podría ser designado por un sustantivo común, un 'predicado de clasificación[6]'” (Chomsky 1975, 44). Los usuarios de una lengua recurren a “creencias fácticas y expectativas de sentido común” para clasificar y nombrar cosas en el mundo natural; y, por tanto, “los dominios del discurso deben estar relacionados con las categorías de comprensión del sentido común” (Chomsky 1975, 45). El lenguaje no es un espejo de la realidad para Chomsky, sino un espejo de un modelo cognitivo preexistente de la realidad, que es universal y aparentemente muy adecuado para manejar la realidad.

Tres implicaciones clave surgen de la posición positivista para la relación del lenguaje con la ideología. En primer lugar, el lenguaje es pasivo e inerte. No aporta nada al proceso de dar sentido a la experiencia. En segundo lugar, el lenguaje debe reflejar o ser un conducto del contenido del pensamiento. No puede moldear la mente, sino que es simplemente el vehículo para su exteriorización.

En tercer lugar, dado que el lenguaje no tiene injerencia en la construcción del significado y el pensamiento, debe ser separado de la experiencia humana. Si el lenguaje simplemente nombra lo que ya existe, entonces no puede ser incrustado en o moldeado por humanos que viven y evolucionan. Chomsky ha argumentado que la gramática está aislada del “exterior ... libre del control de estímulos externos identificables independientemente” (Chomsky 2009, 76). El lenguaje, desde este punto de vista, no puede ser un constructor o una expresión de la cultura. No puede ser un registro de la experiencia humana colectiva.

La tradición positivista en los estudios del lenguaje ha producido una descripción del lenguaje “tan empobrecida que incluso difícilmente se pueden plantear preguntas serias sobre el lenguaje, y mucho menos si se trata de una búsqueda imaginativa” (Halliday 2003a, 237). En el extremo opuesto, está la opinión de que el lenguaje crea categorías propias, sin estar ‘en deuda con’ o ‘moldeado por’, la experiencia humana vivida o el orden material. El “idealismo” o el “discursivismo” o el “textualismo” para usar el término de Rorty (Rorty 1982) balancea el péndulo en gran parte o totalmente a favor del texto, el discurso o las ideas, según la disciplina y el especialista. Las variedades de esta visión, y sus diversas tradiciones, son amplias y profundas, aunque Rorty, que escribía a finales del siglo XX, caracterizaba la continuidad entre la filosofía idealista y los deconstruccionistas del siglo XX de la siguiente manera:

La tradición positivista en los estudios del lenguaje ha producido una descripción del lenguaje “tan empobrecida que incluso difícilmente se pueden plantear preguntas serias sobre el lenguaje, y mucho menos si se trata de una búsqueda imaginativa” (Halliday 2003a, 237). En el extremo opuesto, está la opinión de que el lenguaje crea categorías propias, sin estar ‘en deuda con’ o ‘moldeado por’, la experiencia humana vivida o el orden material. El “idealismo” o el “discursivismo” o el “textualismo” para usar el término de Rorty (Rorty 1982) balancea el péndulo en gran parte o totalmente a favor del texto, el discurso o las ideas, según la disciplina y el especialista. Las variedades de esta visión, y sus diversas tradiciones, son amplias y profundas, aunque Rorty, que escribía a finales del siglo XX, caracterizaba la continuidad entre la filosofía idealista y los deconstruccionistas del siglo XX de la siguiente manera:

“En el siglo pasado hubo filósofos que argumentaron que solo existen ideas. En nuestro siglo hay gente que escribe como si solo hubiera textos.” (Rorty 1982, 139).

En el siglo XX, “las personas que escriben como si no hubiera nada más que textos” incluyen a académicos como Bloom, de Man, Derrida, Foucault, Lyotard y Baudrillard (Malešević y MacKenzie 2002; Rorty 1982). Para aquellos académicos típicamente asociados con el posestructuralismo, ha habido una tendencia a rechazar el concepto de “ideología” por su asociación con una dicotomía verdadero/falso, un énfasis excesivo en un sujeto consciente y un modelo de “base y superestructura”. Modelo, en el que la ideología está determinada por las relaciones económicas (Malešević y MacKenzie 2002). Pero el enfoque “discursivista”, si bien favorece el texto como medio de análisis y, por lo tanto, proporciona un “correctivo a las explicaciones marxistas clásicas en términos de tecnología y relaciones de producción”, sobrepasa “lo discursivo a expensas de lo material”. “(Halliday 2003d, 217). El poder del lenguaje no proviene de ser autónomo respecto de los fenómenos y fuerzas materiales, sino de estar profundamente entrelazado con todas las partes de la experiencia humana, tanto que la frontera entre el significado y “lo material” es permeable.

Ni los realistas ni los discursivistas pueden explicar cómo la ideología tiene el poder que tiene, o el papel del lenguaje en apuntalar este poder. Si el lenguaje es un espejo de la realidad, o un espejo de un modelo cognitivo preexistente de la realidad, la ideología queda relegada a una distorsión perversa de una realidad universal compartida por todos y que se nos da sin mediación a través de nuestros órganos de percepción o como una dotación biológica en la mente. Desde estas perspectivas sobre el lenguaje, la ideología sólo puede ser una “falsa conciencia”, no ‘un uso’, sino ‘un mal uso’ del lenguaje. Por otro lado, si el significado es autónomo respecto del entorno eco-social, es difícil explicar cómo la ideología, y de hecho, el lenguaje, están tan profundamente conectados con la experiencia humana. Para comprender plenamente el poder de la ideología, tenemos que empezar por rechazar estas dos explicaciones de la relación del lenguaje con la experiencia humana. El lenguaje no refleja la realidad ni es autónomo de la historia o de las condiciones materiales de su producción. La esencia del lenguaje es una unidad de lo discursivo y lo material de tal manera que lo que se produce es algo completamente distinto de una u otra sustancia. Saussure entendió la peculiaridad de los fenómenos lingüísticos, argumentando que la conjunción de los fenómenos que producen el lenguaje es tan absurda que es similar a describir la especie como representada por la combinación de “una herradura adherida a un caballo, una herradura de oro en una vaca” (de Saussure 2006, 3). Frente a la complejidad de esta conjunción de dos órdenes diferentes, los lingüistas, según Saussure, se propusieron clasificar claramente formas y significados; pero al hacerlo, el lingüista “no comprende qué constituye el objeto formal de su (sic) estudio y de su clasificación, que no es otra cosa que el punto de conexión entre estos dos dominios” (de Saussure 2006, 4).

Organizado en torno a las demandas que los humanos le han impuesto, el lenguaje lleva la historia de sus usos y usuarios. Los seres humanos vivimos en y a través de nuestras ideologías; y el lenguaje, en su forma única e inimitable, ha proporcionado los recursos necesarios. El lenguaje “no es una superestructura sobre una base; es un producto de lo consciente y lo material –que se impactan mutuamente- y de la contradicción entre nuestro ser material y nuestro ser consciente, como reinos antitéticos de la experiencia” (Halliday 2003f, 145). La realidad tiene que ver con la experiencia humana y, por su propia naturaleza, la experiencia involucra la interacción de lo consciente y lo material. Por extensión lógica, la realidad no puede ser “algo ya hecho que espera ser significado”, ya que es algo experimentado por el humano consciente y encarnado (Halliday 2003f, 145). La experiencia humana de nuestro mundo es algo que construimos activamente, y el lenguaje evolucionó “en el proceso y como agente de su construcción” (Halliday 2003f, 145). Debido a que el lenguaje es una parte omnipresente de nuestra experiencia sobre las condiciones materiales de vida, a medida que cambian las condiciones materiales y sociales, los idiomas también cambian. La interpenetración de significado y materia implica que uno no tiene primacía sobre el otro. El lenguaje es un agente en la construcción de la realidad, pero este proceso no es independiente de nuestro entorno eco-social. Halliday resume la relación del significado con el entorno eco-social de la siguiente manera:

“Nuestro entorno, tal como lo experimentamos, está repleto de analogías: todo lo que sucede es de alguna manera algo más que eso. El problema es que la mayoría de las cosas son como muchas otras de muchas maneras diferentes. Lo que hace la gramática es ordenarlas: dar prioridad a algún subconjunto de las posibles dimensiones a lo largo de las cuales los fenómenos pueden percibirse como similares.” (Halliday 2004, 10).

Las ideologías alcanzan cada parte de nuestras vidas, porque tanto la ideología como el lenguaje son artefactos de la experiencia humana colectiva.

2. La Ideología en la arquitectura del lenguaje humano

Este reconocimiento de que el lenguaje es un agente en la interpretación de la experiencia, al mismo tiempo que el lenguaje en sí surge de los humanos que interactúan con las condiciones de la vida, es un paso principal hacia una explicación lingüística de cómo y por qué el lenguaje está tan directamente implicado en la ideología. Nuestro siguiente paso es considerar un momento clave en la evolución del lenguaje, a saber, el paso del proto-lenguaje, cuyas propiedades compartimos con muchas otras especies, a la semiótica compleja y exclusivamente humana del lenguaje moderno. En este proceso, vemos cómo la aparición del lenguaje, provocada por la convivencia y el hecho de que los seres humanos vivan juntos, requirió y dio lugar a una intersección recíproca de materia y significado. El lenguaje une materia y significado de tal manera que se vuelven indivisibles. En su análisis de la evolución del lenguaje, de las propiedades del lenguaje, que surgen del "zumbido y el zumbido en el que la humanidad ha estado evolucionando" (Halliday 2003c, 116), Halliday sostiene que hay tres principios fundamentales: la configuración estratal del lenguaje, sus distintas dimensiones de realización y su orientación metafuncional. Cada una de estas características del lenguaje resulta ser central para sus capacidades ideológicas.

A lo largo de muchas generaciones de experiencia humana, las categorías lingüísticas surgen de lo que Halliday describe como la “interacción dialéctica de procesos materiales y semióticos”, y estos procesos producen los “complejos sistemas ecosociales que conocemos como culturas humanas” (Halliday 2003a, 238). ). El lenguaje no está en deuda con el material, pero tampoco está aislado de él. El lenguaje comienza, tanto en términos evolutivos (“filogenéticamente”) como en la vida de cada individuo humano (“ontogenéticamente”), como un espacio semiótico bidimensional: no como un inventario de signos, sino como un espacio semiótico que constituye un sistema de signos. En el acto de significar, los dos modos primarios de experiencia, el material y el consciente, “se fusionan y se transforman en algo nuevo y diferente de ambos” (Halliday 2002a, 354). Este proceso crea lo que Hjelmslev llamó un "plano del contenido" (Hjelmslev 1953). Este plano es una interfaz, con una de estas caras dirigida hacia los fenómenos de la experiencia. Pero incluso en el contexto de este sistema semiótico simple, que Halliday llama "proto-lenguaje" (ver Fig. 3.1, modelo (a)), nuestra experiencia del "material" no es inmediata:

A menudo nos referimos a estos fenómenos [de la experiencia] como ‘el material’, como si la única forma de experiencia fuera lo que está ‘ahí fuera’. Pero esto es engañoso. Nuestra experiencia es a la vez material y consciente; y es la contradicción entre lo material y lo consciente lo que da a estos fenómenos su potencial semogénico.” (Halliday 2002a, 354)

Fig.3.1
Fig.3.1

Proto-lenguaje (a) y lenguaje (b) en relación con su atmósfera ecosocial y física.

El “espacio elástico” bidimensional del proto-lenguaje, sostiene Halliday, es parte de la experiencia de los mamíferos[7] (Halliday 2002a). Esta afirmación, señala Halliday, plantea muchas preguntas. Pero su punto es que la creación de significado, a través del proto-lenguaje, es un potencial compartido con otros animales. Y aunque es un sistema semiótico rico, el proto-lenguaje tiene sus límites. Bajo la presión evolutiva, tanto en nuestra historia filogenética como en la ontogenética, la presión ejercida por las sociedades humanas por un intercambio de significados más complejo alcanza un punto de inflexión. En el proceso, las dos interfaces existentes material/no material del proto-lenguaje se abren y se interpone un nuevo nivel, totalmente abstracto o “no fenoménico”, un proceso que Halliday describe como la llegada de la complejidad estratificacional. ver Fig. 3.1, modelo (b). El surgimiento de este sistema semiótico mucho más complejo, caracterizado por la nueva sustancia de la lexicogramática, es la versión semiótica del “big bang”. Es un paso evolutivo de gran alcance en la cultura humana: el significado se gramaticaliza y, como consecuencia, se reconstruye para que lo simbólico-fenoménico pueda desarrollar una estructura propia”. En este proceso, la conciencia humana colectiva “creó un espacio semiótico que es verdaderamente elástico, en el sentido de que puede expandirse en cualquier número de direcciones” (Halliday 2002a, 355-57).

Esta “explosión en la gramática” (Halliday 2002a, 355) permitió a los humanos nada menos que el paso de la conciencia primaria -la “tiranía del presente extendido”, en palabras del neurocientífico estadounidense ganador del Premio Nobel, Gerald Edelman- a la conciencia de orden superior, un estado que, según Edelman ha argumentado, es dependiente del lenguaje (Edelman 1992, 395). En esta nueva forma, el lenguaje logra “una reconciliación masiva de principios de orden en conflicto, siendo ésta la única forma de 'semiotizar' nuestro complejo entorno ecosocial de una manera que sea favorable para nuestra supervivencia” (Halliday 2003g, 29). Para el poder ideológico del lenguaje, este paso en la su evolución es crucial. El lenguaje se convierte en un potencial infinito, con el poder de interpretar la experiencia a través de muchas dimensiones de significado. Presagia la llegada del potencial del lenguaje para construir versiones alternativas, incluso contradictorias, de la experiencia.

En la figura 3.1, modelo (b), el lenguaje se modela como cuatro estratos entrelazados. En los dos puntos finales de la representación, el lenguaje está abierto. El plano de expresión -la fonética- está abierto al medio corporal. Los lenguajes acondicionan el cuerpo humano: nuestras cuerdas vocales, lengua, posturas de boca y garganta, pulmones, nuestra respiración, para su expresión. Al mismo tiempo, el estrato semántico está abierto a nuestro entorno eco-social. Nuestros cerebros son parte de esta interfaz, y son moldeados constantemente por prácticas de creación de significado en los contextos humanos cotidianos. Esta intimidad corporal con el lenguaje debe ser crucial para los mecanismos mediante los cuales las ideologías llegan a organizar nuestras formas de vida: toda interacción social, como señala Giddens, “se expresa en algún punto en y a través de las contextualidades de la presencia corporal” (Giddens 1993, 165). De manera similar, Bourdieu sostiene que “las prácticas lingüísticas [están] inscritas en las disposiciones corporales más arraigadas ... el lenguaje es una técnica corporal” (Bourdieu 1991c, 86). La semántica, en la que encontramos los orígenes de nuestras categorías gramaticales, también está abierta, pero al fluir y fluir de la vida diaria de las comunidades lingüísticas. Para que el lenguaje esté al servicio de la cacofonía de demandas ideológicas sobre él, debe ser un sistema abierto y dinámico. Esta apertura del lenguaje lo mantiene conectado con las comunidades vivas y sus preocupaciones.

El surgimiento de esta complejidad estratificacional tiene una serie de consecuencias para la organización interna del lenguaje y para su potencial como sistema semiótico. Por ejemplo, la llegada de la lexicogramática da nuevos aires a la arbitrariedad del signo. El signo de dos partes ya no depende del parecido icónico, por lo que la gama de cosas “significables” se amplía indefinidamente. Se vuelve “indefinidamente grande, sujeto sólo a los límites de las capacidades articulatorias y auditivas humanas y la capacidad del cerebro humano” (Halliday 2003c, 75). Pero además de las posibilidades abiertas que ofrece la arbitrariedad como relación en el sistema lingüístico, en la interfaz entre lexicogramática y semántica vemos cuán profundamente la cultura y la sociabilidad humanas han dejado su huella en las categorías del lenguaje. Por tanto, la relación entre estos estratos, sostiene Halliday, es “natural”, no arbitraria. Esto significa que los sistemas gramaticales de una lengua (sistemas como Polaridad[8], número, persona, tiempo/aspecto, etc.) nos devuelven, en términos de un sistema lingüístico, aspectos de nuestra experiencia e interacciones con ellos, el entorno eco-social. Esta combinación de modos de realización [9]habilita el potencial ideológico del lenguaje. La arbitrariedad del signo garantiza que el idioma pueda realizar una amplia gama de opciones posibles. Al mismo tiempo, la relación natural de la lexicogramática con la semántica asegura que las ideologías son patrones de significados que se mantienen cercanos a la experiencia humana. Esta conexión del lenguaje, y por lo tanto de la ideología, con nuestros profundos hábitos de vida ayuda a hacer que los patrones de significados que los humanos construyen parezcan completamente naturales y no fabricados.

Pero la complejidad estratificacional del lenguaje abre otro potencial, el de la posibilidad -de hecho, el requisito- de producir significados de más de un tipo simultáneamente. La interpolación del estrato totalmente abstracto de la lengua produce una estructura lingüística polivalente. Los seres humanos, a través de su presión socio-semiótica colectiva sobre el lenguaje, generan un sistema de creación de significados que les permite, -de hecho- les exige, combinar significados que son interpersonales, ideacionales y textuales. El carácter metafuncional del lenguaje significa que es simultáneamente un sistema para actuar y pensar. El lenguaje mismo ha sido moldeado por estos dos modos de ser y su manifestación a través del significado (Halliday 2013c, 74). Actuar, o “promulgar”, para Halliday significa “gestionar continuamente nuestras interacciones con otras personas, desde los encuentros a pequeña escala de la vida diaria hasta los pronunciamientos con los que mantenemos nuestras redes sociales y nuestras propias identidades dentro de ellos” (Halliday 2003c, 74). Interpersonalmente, la gramática es una “forma de praxis, y el paso evolutivo clave para esto fue el diálogo” (Halliday 2003c, 74). Por el proceso de pensar, o interpretar, Halliday quiere decir “que todo el tiempo estamos ensayando y reforzando nuestro sentido de la realidad, reconociendo y nombrando categorías de fenómenos como procesos y entidades, y las complejas relaciones entre ellos" (Halliday 2003c , 74). Aquí, argumenta Halliday, la gramática funciona como una teoría, “una teoría bien probada de la experiencia humana, nada menos”. El desarrollo evolutivo clave para este modo de experiencia fue la referencia (Halliday 2003c, 74).

Debido a que los usuarios del lenguaje combinan significados de tres tipos distintos, en el sistema lingüístico hay un principio de organización que asegura que no haya un modo neutral de representación. La interpretación de la experiencia debe realizarse con respecto a un destinatario específico. Y el lenguaje no prioriza una de estas metafunciones sobre otra. Estos modos de significado, el ideacional y el interpersonal, evolucionaron conjuntamente. Los hablantes eligen libremente entre los diversos sistemas que constituyen las metafunciones ideacionales e interpersonales. El costo de esta libertad es que la función textual, que permite que estos dos modos de significado se unan, impide que estas metafunciones funcionen por separado. El texto coherente requiere que se organicen los significados en estas metafunciones. En el proceso de reunir estos dos tipos de significados distintos en estructuras únicas, el lenguaje crea un “universo paralelo propio: un mundo que está hecho de significado y, por lo tanto, instanciado en el proceso semiótico” (Halliday 2003b, 276). Halliday sostiene que es en los “intersticios” entre la función experiencial e interpersonal donde el sesgo entra en el texto (Halliday 2003b, 276).

Como señala Halliday, “todos estos recursos, el cerebro, los órganos del habla y la audición y la organización funcional/estratal del lenguaje, han evolucionado juntos como un solo paquete” (Halliday 2003c, 75). El lenguaje ha sido tanto una respuesta como un agente en nuestra evolución material y cultural. El relato de Halliday sobre la naturaleza interna del lenguaje y sus profundas conexiones con los cuerpos humanos, las comunidades y las historias compartidas resuelve la profunda bifurcación en el pensamiento sobre el lenguaje que se encuentra en las ciencias sociales. Lo que creamos, semióticamente, se convierte en parte de la realidad con la que vivimos y en la que vivimos. En una versión de la “conciencia colectiva” de Durkheim[10], Halliday posiciona la naturaleza dialéctica del lenguaje como entrelazada con procesos históricos, incluidos aquellos que “constituyen los medios y las relaciones de producción” (Halliday 2003f, 146). En primera instancia, “como parte de la realidad”, el lenguaje posibilita la coordinación de prácticas materiales, al mismo tiempo que construye las relaciones sociales que las acompañan. En segundo lugar, “como el 'constructor' de la realidad”, el lenguaje permite que estas formas de proceso social evolucionen, tanto facilitando su evolución como constriñéndolas en el sentido de que la realidad que la gramática promulga es “la del imperante orden socioeconómico; por lo tanto, el lenguaje tenderá a ser conservador: la forma en que 'son' las cosas es como son” (Halliday 2003f, 146).

Aunque el sistema tiene estabilidad, y esto es importante para permitir que las ideologías ganen tracción, está abierto a la evolución cultural. Para que el lenguaje sobreviva, tiene que seguir satisfaciendo las demandas que le plantean los humanos. El lenguaje evoluciona porque “la gramática nunca puede ser fija ni monolítica” (Halliday 2003f, 146). La gramática expresa “todas las contradicciones y complementariedades imperantes, tanto las que existen dentro del dominio material, socioeconómico, como las que son inherentes al impacto que engendró el lenguaje en primer lugar, entre el dominio material y el consciente” (Halliday 2003f, 146). Halliday sostiene que, además de ser parte de la realidad y un constructor de la realidad, el lenguaje es una metáfora de la realidad, en eso:

“…Recrea, simultáneamente, en su propio sistema-y-proceso interno, a través de múltiples formaciones fractales, las diversas contradicciones y complementariedades que impone a la realidad que está construyendo (Halliday 2003f, 146).

Halliday muestra que el lenguaje no solo proporciona la estabilidad que permite que las ideologías se desarrollen, sino la apertura que les permite cambiar y que las ideologías contradictorias coexistan e incluso se reconcilien. Argumentar que la ideología está en todas las instancias del lenguaje no requiere que el lenguaje sea monolítico. Halliday adopta una visión Gramsciana de la ideología, argumentando que la ideología es “un caos de prácticas de creación de significado”, caracterizado por “incoherencia, disyunción y conflicto” (Halliday 2007a, 120). Pero este rasgo de la ideología es simplemente otro reflejo del carácter interno del lenguaje. El lenguaje no solo es el más complejo de nuestros sistemas semióticos, es “también uno muy difuso, tanto en el sentido de que sus propios límites no son claros como en el sentido de que su organización interna está llena de indeterminación” (Halliday 2003a, 2).

3. La ideología en la lengua y en el habla

La reconciliación de Halliday respecto de la profunda dicotomía en el pensamiento occidental entre las explicaciones realistas e idealistas de nuestra relación con el mundo allana el camino para reconciliar otra dicotomía que se manifiesta en la lingüística como la separación entre lengua y habla. Como se argumentó antes, la relación de la lengua y el habla, del sistema del lenguaje a la instancia del lenguaje en uso, es fundamental para comprender cómo funciona la ideología. Es el sello distintivo de la lingüística de finales del siglo XX que ha “oscilado salvajemente entre sistema e instancia, creando una enorme disyunción entre los dos” (Halliday 2003h, 376). Se ha hablado mucho de la desconexión del habla respecto de la lengua, incluso por parte de los estudiosos que estudian la lingüística desde otras disciplinas, y se ha hecho que Saussure cargue con el peso de esta separación. Halliday ha llamado la atención sobre el papel de Chomsky en la separación de lo que Chomsky llamó competencia y ejecución, describiéndola como parte de “toda una serie de dicotomías que Chomsky introdujo, o asumió sin problemas” que, una vez introducidas, orientaron a una generación de lingüistas a “Localizar y mantener el límite entre ellas” (Halliday 2003a, 236). Aunque la distinción fue adoptada de Saussure, la distinción tenía una función en la teoría de Saussure al ser un intento de teorizar el lenguaje en sus propios términos. La versión de Chomsky era, argumenta Ellis, “confusa ... peligrosa e innecesaria”:

“Los lingüistas del MIT en realidad estaban usando la distinción para deshacerse de aquellos aspectos del sistema lingüístico de una lengua con los que no podían lidiar. La virtud procesal de filtrar el ruido en el sistema estaba proporcionando una cobertura para el pecado de manipular los datos” (Ellis 1993, 105).

Aunque se ha considerado que la competencia y la ejecución de Chomsky son análogos a la lengua y el habla de Saussure[11], las distinciones son significativas. Hasan (2005a) ofrece un análisis de las importantes diferencias entre estos términos. Por ejemplo, la competencia es innata y no está sujeta a la configuración de la cultura o la experiencia, mientras que la lengua "nunca existe aparte del hecho social ... Su naturaleza social es una de sus características internas" (de Saussure 1974, 77). La competencia es universal, mientras que para Saussure, la lengua es específica del idioma. La homogeneidad de la lengua en Saussure es una idealización basada en lo que se considera compartido a través del habla, en una comunidad de hablantes, mientras que la competencia requiere que la lengua sea la misma para todos los hablantes de todas las lenguas.

No quiero sugerir que las afirmaciones de Saussure sobre la separación de la lengua y el habla no sean problemáticas. En la separación de la lengua y el habla, la lengua se abstrae, se aísla de los hablantes y sus comunidades y se vuelve impermeable a las contingencias de la vida. La separación de la lengua y el habla hace que sea difícil dar cuenta del cambio de idioma. Elimina la agencia del habla y la ubica, de manera unidireccional y determinista, con la lengua y elimina la historia de la explicación de qué es el lenguaje y cómo funciona. Pero Ellis sostiene que es la política de la lingüística en el siglo XX la que ha determinado cómo se ha leído y posicionado a Saussure. Los reclamos menores en el Curso de Lingüística General estaban sobrerrepresentados y las principales contribuciones de Saussure se oscurecieron. Y aunque la idea de la distinción entre langue y parole se pueden encontrar en el libro publicado póstumamente por sus estudiantes, este texto no es en absoluto unívoco al respecto. La publicación de los propios escritos de Saussure, a fines del siglo XX, ha abierto la oportunidad para otra consideración de sus contribuciones a nuestra comprensión de la naturaleza del lenguaje, y las afirmaciones de académicos como Bourdieu y Giddens pueden ser refutadas. La lengua, escribió Saussure, “fluye entre personas, es social” (de Saussure 2006, 64); no es “un barco en un dique seco, sino un barco en mar abierto” (de Saussure 2006, 202). Los fenómenos semiológicos, de todo tipo, “nunca están desprovistos del elemento social colectivo”, porque “la comunidad y sus leyes se encuentran entre sus elementos internos, más que externos” (de Saussure 2006, 203). Cada palabra está “en la encrucijada entre el punto de vista diacrónico y sincrónico” (de Saussure 2006, 80). Y “algo nuevo que comienza en un lugar puede, a través de la interacción social, llegar a borrarse, sofocarse en la lengua… o puede ocurrir lo contrario, con la innovación extendiéndose, a través de la interacción” (de Saussure 2006, 207).

La separación entre langue y parole tiene una homología sociológica en el problema de cómo explicar el papel tanto de la estructura social como de la agencia individual en el comportamiento humano. Los individuos toman decisiones, pero son el producto de fuerzas sociales y culturales. La habilidad para reconciliar “biografía, historia y sociedad” fue la esencia de lo que C. Wright Mills llamó “la imaginación sociológica” (Mills 2000), la capacidad de ver “la interacción del hombre (sic) y la sociedad, de la biografía y la historia, del yo y del mundo” (Mills 2000, 4). Como escribe Mills, “cuando una sociedad se industrializa, un campesino se convierte en trabajador” (Mills 2000, 3). Y así “ni la vida de un individuo ni la historia de una sociedad pueden entenderse sin comprender a ambos” (Mills 2000, 3). Otros sociólogos, como Bourdieu, Bernstein y Giddens, han reconocido la necesaria interdependencia de la estructura social y la agencia humana individual. Para Bourdieu, “toda la estructura social está presente en cada interacción” (Bourdieu 1991c, 67). Revirtiendo este punto de vista, Bernstein sostiene que el texto es “una transformación de la práctica interaccional especializada; el texto es la forma de la relación social hecha visible, palpable, material” (Bernstein 1990b, 17); mientras que Giddens sostiene que “la semilla del cambio está en cada acto que contribuya a la reproducción de cualquier forma 'ordenada' de vida social” (Giddens 1993, 101).

Para una explicación de la ideología, tanto desde la perspectiva de la sociología como desde la lingüística, la relación de “sistema” e “instancia”, como la de “estructura” y “agencia”, requiere reconciliación. Lógicamente, la ideología debe actualizarse en actos específicos de significado: ¿de qué otra manera podría establecerse, mantenerse o cuestionarse si no es a través del lenguaje en uso? Sin embargo, en la idea misma de ideología está implícito que los significados de una interacción específica invocan formas establecidas de significado. Entonces, lógicamente, las ideologías deben impregnar los actos individuales de significado, al mismo tiempo que los actos individuales de significado reproducen o desafían las ideologías existentes. Esta dinámica, en la que los actos ideológicos individuales confirman -o desafían- una ideología establecida, implica, necesariamente, una interacción entre una instancia y un potencial sistémico. Es la dinámica langue/parole, reconciliada por Halliday a través del concepto de “cline de instanciación” (aunque Halliday (2002b) le da crédito al lingüista danés Hjelmslev en particular por afirmar la necesidad de mantener tanto el sistema lingüístico como la instancia, constantemente a la vista, y ver Hjelmslev (1953, 39)). Más que dos fenómenos distintos, Halliday sostiene que el sistema (la lengua de Saussure) y la instancia (la libertad condicional de Saussure) son dos puntos de vista distintos sobre el mismo fenómeno. El sistema -o "potencial de significado" (un término acuñado por Halliday)- es lo que hace posible el acto de significar. Por definición, “un” sistema de lenguaje se define como aquello que potencialmente puede entenderse por “un” lenguaje. El sistema proporciona recursos creados en común para los usuarios de idiomas. Al ser lo que está disponible para ser instanciado, el sistema establece límites, no solo sobre lo que puede ser instanciado, sino también sobre cómo se interpretará algún acto de significado (Halliday 2003e, 257). Este es el cline visto desde el extremo del sistema y como un fenómeno alojado colectivamente. En un sentido importante, el sistema también vive con y en los individuos, cada uno de los cuales es un custodio del potencial de significado de su lenguaje, que se desarrolla con el tiempo. La instanciación, la relación del sistema con la instancia, se basa, como sostiene Halliday, en la memoria y la experiencia (Halliday 2003g). Visto desde la perspectiva de un acto específico de significado, todas y cada una de las instancias “destruyen y recrean” el sistema, “casi de manera idéntica, pero no del todo” (Halliday 2002b, 152); de ahí la afirmación de Halliday de que “no puede haber ningún acto semiótico que deje el mundo exactamente como era antes” (Halliday 2002c, 254). La figura 3.2 establece la relación de la instancia de un texto en un contexto de situación, como instanciación de un potencial cultural. Por lo tanto, una instancia de texto depende del sistema y es la fuente de su renovación. El contexto, que activa el texto y es interpretado por él, también depende de un contexto cultural y de la fuente de su renovación.

Fig.3.2
Fig.3.2

Lenguaje y contexto, sistema e instancia

(Halliday 2007b)

¿Qué tipo de agencia ejerce el individuo en el acto de significar? La “elección” es un motivo en la teoría lingüística de Halliday: “significar es siempre elegir”, argumenta. Pero en lo que estamos involucrados es en “un acto extraordinariamente complejo”, en el que “interceptamos la cadena de realización que constituye la jerarquía estratal” (Halliday 2013b, 33). Elegir significar es, en consecuencia, un proceso típicamente subconsciente, que involucra muchos “momentos de elección” en varios lugares dentro de toda la arquitectura del lenguaje (Halliday 2013b, 19). En algunas circunstancias, estas opciones se ejercen conscientemente: una decisión, por ejemplo, de reemplazar “él” por “él o ella” o “ellos” en un esfuerzo por desafiar la elección predeterminada de género en la selección de pronombres. Pero las opciones involucradas, incluso en un intercambio cotidiano, son difusas, diversas y, prácticamente hablando, ilimitadas. Halliday estima, por ejemplo, que un verbo con opciones tanto activas como pasivas tiene al menos 72.000 formas potenciales posibles, con opciones de los sistemas gramaticales de finitud, tiempo secundario, polaridad, voz, contraste y elipsis entrando en juego (Halliday 2013b). Elección, para Halliday, no significa elección consciente, ya que los hablantes desconocen en gran medida la variedad de sistemas entre los que están eligiendo y solo ven un vistazo de la vista panorámica completa de estas opciones. El sistema ejerce restricciones adicionales sobre la elección que hacen los hablantes: con respecto a los sistemas gramaticales, deben elegir (la opción de no elegir no está disponible), y deben elegir entre un conjunto finito y establecido de opciones.

Los asuntos ordinarios de la vida cotidiana no podrían continuar si los hablantes tuvieran que elegir conscientemente entre todas las opciones disponibles. Más bien, la vida cotidiana requiere una conexión habitual casi automatizada entre la percepción de un individuo de lo que exige la situación y la producción de significados relevantes (Hasan 2009c). Por lo tanto, la socialización es en gran parte un proceso de adaptación a patrones típicos de comportamiento, incluidas las selecciones lingüísticas típicas asociadas con patrones de vida. Este proceso de acomodación es lo que Bourdieu denominó “habitus” (Bourdieu 1991b), o en términos de Whorf, “modas del hablar” (Whorf 1956c). El proceso favorece naturalmente el surgimiento de preferencias habituales en los patrones de significado, una característica del lenguaje muy acomodaticia a la ideología. La instanciación, el sistema y la relación de instancia en el lenguaje, recapitula el adagio de Marx de que la gente hace historia, pero no bajo las circunstancias de nuestra propia elección. En cambio, ya estamos ubicados en un tiempo y lugar particular, con todas las circunstancias que hemos heredado del pasado, y cada una con nuestra experiencia social y cultural. Cada vez que alguien habla, aprovecha el potencial de un sistema que lleva consigo el historial de usuarios y usos anteriores. Las innovaciones locales siempre son posibles (cada día se añaden nuevas palabras a los idiomas), pero el contexto en el que se produce dicha innovación es siempre un potencial de significado construido a lo largo de milenios. Por tanto, la relación de instanciación ejerce presiones paradójicas, tanto hacia la estabilidad como hacia el cambio.

El habla, el acto de hablar, implica una elección, pero no el tipo asociado con la intención consciente e individual. Más bien, Halliday caracteriza este tipo de elección:

“…como participar en un proceso evolutivo en el que la totalidad de las actividades semióticas, por un lado, mantiene y apoya el orden eco-social existente y, al mismo tiempo, por otro lado, lo empuja en las direcciones en las que ese orden eco-social va a cambiar; de hecho, ya está cambiando.” (Halliday 2013b, 36)

Sin el vector de instanciación, nuestra imagen del lenguaje sería la de un “sistema circular, autorregulado, sin ninguna forma de intercambio con su entorno” (Halliday 2002a, 358). El sistema lingüístico, tanto sensible como instrumental en la evolución cultural, conserva aspectos de los modos de vida anteriores de los humanos[12]. Halliday, como Whorf, sostiene que el sistema de un lenguaje desarrolla inclinaciones ideológicas, es decir, acumula experiencia. Las distintas formas de vida requieren diferentes formas y características para la semiótica de la experiencia. La instancia deja su huella en el sistema; y al acumular esa experiencia, el sistema a su vez tiene en cuenta las regularidades de los significados producidos por sus usuarios. Halliday caracteriza esta experiencia acumulada como “criolización semantic”. El inglés moderno, argumenta, tiene muchos componentes divergentes, que provienen de “modelos conflictivos de diferentes etapas de nuestra historia (pre-asentamiento, período agropastoral, edad del hierro, period científico-tecnológico)” (Halliday 2003d, 217). En esta última fase de la cultura construida en y a través del inglés moderno, la “firma semántica” son los modos metafóricos de significado a través de los cuales reconstruimos la experiencia como un universo de cosas virtuales (Halliday 2013a). En un proceso con raíces en el Renacimiento, y que ha ido de la mano de la industrialización y el auge de la ciencia, el inglés ha reorientado su gramática para poder configurar discursos cada vez más técnicos -y tecnocráticos- y ser menos dependiente de que sus interactuantes tengan experiencias compartidas. Este cambio ha producido los recursos para el surgimiento de “los discursos alienantes de la tecnología y la ciencia modernas” (Halliday 2003f, 169). Este síndrome gramatical ofrece nuevos recursos para la producción de ideologías en la era moderna, una nueva modalidad para la producción de formas de discurso altamente elaboradas. Como argumenta Halliday:

“…a medida que nuestra construcción lingüística de la experiencia se vuelve cada vez más elaborada y su gramática se aleja cada vez más de sus orígenes en el habla cotidiana, el discurso elitista de alto prestigio que engendra se vuelve disponible para cargas ideológicas de todo tipo.” (Halliday 2003f, 160)

En este sentido, se puede decir que el sistema lingüístico tiene un carácter ideológico, que se dedica a ejercitar determinadas preferencias y dar impulso al “cambio climático” semiótico. El informe sobre la guerra de Irak, el centro del estudio de caso al que me referiré en el siguiente capítulo, tuvo lugar en el contexto del estilo semántico del inglés moderno, en el que se normalizan los modelos nominales de la experiencia. Mair y Leech (2006) proporcionan alguna evidencia empírica de la creciente prevalencia de discursos que favorecen los estilos nominales. Basándose en una comparación de corpus reunidos a principios de la década de 1960, y luego a principios de la de 1990[13], Mair y Leech encontraron un aumento en la frecuencia de los sustantivos en inglés británico de más del 5%, y poco más del 4% para el inglés Americano, e igualmente un aumento en el número de adjetivos, pero una disminución en pronombres, artículos y otros determinantes, lo que sugiere que “el aumento de sustantivos se debe a una mayor densidad de sustantivos y adjetivos por sintagma nominal” (Mair y Leech 2006, 333 )[14]. Esto parece ser una extensión del síndrome que Whorf argumentó que era parte del “promedio europeo estándar”, es decir, una tendencia hacia la objetivación.

El concepto de línea de instanciación nos ayuda a comprender cómo los significados ideológicos cobran fuerza y ​​se naturalizan mediante la reiteración. Las ideologías se producen y reproducen en innumerables intercambios de significado. Las ideologías oficiales, a pesar de sus muchos mecanismos de refuerzo disponibles, requieren un cultivo constante. Incluso en situaciones donde las relaciones de poder son más asimétricas, la ideología que defiende la asimetría requiere un fortalecimiento constante (Qabani 2018). Además, nuestras ideologías más profundas se afianzan al ser reiteradas en muchos dominios de la experiencia humana. Aunque profundas e invisibles, las ideologías no son, para tomar prestada una frase de Firth (1957, 181), ni inmanentes, ni trascendentes. Están en el negocio de la vida cotidiana, reproducidos por los significados hechos por individuos específicos en contextos específicos de situación (cf. Billig 1995 sobre “nacionalismo banal”). La disposición ideológica en un sistema de lenguaje es distinta de las ideologías específicas que se realizan y se cuestionan en actos individuales de significado. Aunque caracteriza al sistema como una carga ideológica, Halliday sostiene que el lenguaje es, al mismo tiempo, neutral en el sentido de que es un potencial abierto para la construcción de ideologías en competencia. Como potencial cultural, el sistema (“las características invariantes más o menos permanentes del lenguaje”) construye los “estilos de significado, sistemas de valores e ideologías que constituyen la cultura en su conjunto” (Halliday 2003f, 173). Al interpretar la cultura como un todo, el sistema no favorece la perspectiva de ningún grupo, argumenta, ni siquiera la de una clase dominante. Si el sistema puede considerarse hegemónico, es porque “define el potencial dentro del cual pueden entenderse los significados” (Halliday 2003f, 173). Pero el trabajo de diferenciar grupos dentro de una cultura se realiza mediante el despliegue de recursos dentro del sistema:

“…como principio general, es el sistema lingüístico (cosas sobre las que no tenemos elección) lo que nos separa de todo lo demás; mientras que es la elección de opciones dentro del sistema (tomando diferentes probabilidades) lo que nos divide entre nosotros.” (Halliday 2003f, 170)

Por lo tanto, sostiene que ningún lenguaje está “inevitablemente ligado a ninguna subcultura, ni a ninguna ideología ni a ninguna construcción de la realidad”. Además, no existe una interpretación semiótica que no pueda deconstruirse. Como señala Halliday, en el proceso de deconstruir una ideología, el recurso del analista no es solo la gramática, sino también la gramática. Este hecho de que la gramática es el principal recurso para la deconstrucción de la ideología es, en última instancia, la prueba de que la gramática es neutra (Halliday 2003b, 286).

4. La ideología en el acto de significado: registro y variación semántica

Si vamos a examinar las ideologías de la guerra, entonces debemos avanzar hacia el estudio del uso real del lenguaje, es decir, debemos involucrarnos en el análisis de textos específicos. Las ideologías requieren del proceso de textualización porque el texto es la realización de un acto de significado. El texto es un requisito previo para un acto de significado y, por extensión, para la expresión de una ideología. El texto construye y es activado por un contexto de situación. Los seres humanos intercambian significados en contextos de vida. Estos contextos han sido una fuerza impulsora en la evolución del lenguaje, y sus dimensiones de variación han dejado su huella en la organización interna del lenguaje. La codependencia del texto y el contexto social es tal que se definen mutuamente, y por estar tan íntimamente ligado a la vida humana es que el lenguaje tiene tanta influencia en las culturas humanas.

El texto proporciona el nicho ecológico para la construcción y mantenimiento de ideologías. El texto es un vehículo de la memoria cultural, es un acto microsociológico. Halliday caracteriza la naturaleza del texto de la siguiente manera:

“La persistencia y el cambio en el sistema social se reflejan en el texto y se producen a través del texto. El texto es el canal principal de transmisión de la cultura: y es este aspecto, el texto como proceso semántico de la dinámica social, el que más que cualquier otra cosa ha dado forma al sistema semántico. El lenguaje ha evolucionado como el modo principal de significado en un entorno social. Proporciona los medios para actuar y reflexionar sobre el medio ambiente, sin duda, pero en un contexto más amplio, en el que actuar y reflexionar sobre el medio ambiente son a su vez los medios para crear el medio ambiente y transmitirlo de una generación a la siguiente.” (Halliday 2002d, 53).

El texto es tanto un modelador como una respuesta al contexto de situación. Por lo tanto, cualquier texto específico lleva el sello de su contexto y, por lo tanto, está conformado por la naturaleza de las relaciones entre los interactuantes (tenor), la naturaleza del proceso social (campo) y la naturaleza de la forma de contacto (modo). Cada texto encarna su contexto, pero, como ha enfatizado Halliday, no de manera fragmentada ni mecanicista, sino “a través de una relación sistemática entre el entorno social, por un lado, y la organización funcional del lenguaje, por el otro.” (Halliday 1985, 11). Halliday resume el carácter contextual de un texto a través del concepto de registro, un concepto que ha descrito como “el concepto mediador necesario que nos permite establecer la continuidad entre un texto y su entorno sociosemiótico” (Halliday 2002d, pág. 58). Cada texto es la instancia de un registro, un concepto que explica el lugar de cualquier texto específico en la vida de alguna comunidad, una comunidad que puede ser muy local y específica, o puede ser muy grande y global. Si todos los textos reflejan variación de registro, al mismo tiempo que todos los textos muestran variación ideológica, entonces estos dos vectores de variación deben cruzarse en algún sentido.

La figura 3.3 presenta el modelo de Hasan de esta relación entre la configuración de texto en contexto y la variación ideológica. Los elementos inferiores del diagrama representan una descripción estándar de la relación del texto con los vectores del contexto social: campo, tenor y modo (aunque se expresan en la figura 3.3 en los términos que Hasan adopta para caracterizar los parámetros del intercambio de significados, sea por el lenguaje u otras modalidades semióticas: “acción”, “relación” y “contacto”). Para que los significados se intercambien de una manera culturalmente reconocida y legitimada, los interactuantes requieren la capacidad de reconocer el valor de ese contexto y de participar en los significados que tal contexto espera. La génesis de tales capacidades depende de la naturaleza del intercambio de significado: las formas cotidianas de interacción se convierten en una segunda naturaleza a través de la socialización; mientras que otras formas de interacción, como la producción de noticias, pueden requerir que sus productores sean educados en la creación de significados legítimos. En algunos contextos, los significados legítimos pueden ser controlados conscientemente, incluso abiertamente. En cualquier caso, interpolada en cada interacción está la estructura social de la sociedad. Los niveles superiores del diagrama de Hasan introducen en la cadena de relaciones la competencia por los recursos de la sociedad, tanto materiales como simbólicos. Este concurso subyace en las relaciones sociales, ya sean de clase, raza, género, etc. La posición social, sugiere Hasan[15], es una función de las relaciones de uno con los recursos materiales y simbólicos:

“…El posicionamiento social se relaciona socio-lógicamente con el control sobre la producción y distribución de los recursos comunales, ya sean materiales o simbólicos. Es la calidad de este control la que subyace en las relaciones de clase, raza, género, edad, experiencia, etc. La implicación es que la relación de uno con los recursos comunales es la relación de uno con el poder: esto, en el nivel más profundo, es de lo que se trata el posicionamiento social.” (Hasan 2016c, 27).

Los detalles y la naturaleza de esta conquista sobre los recursos están fuera del alcance de la teoría lingüística: el objetivo de esta representación es indicar cómo el significado se organiza en la sociedad y permite la distribución desigual del capital material y simbólico. Las flechas bidireccionales del diagrama sugieren que en todas partes estamos tratando con relaciones que se determinan y refuerzan mutuamente. Las relaciones de cada individuo con el capital material y simbólico subyacen a la naturaleza de la posición social de un hablante; y dentro de esta matriz, las posturas ideológicas de un individuo emergen en y a través de los intercambios habituales.

Fig.3.3
Fig.3.3

Estructura social, ideología y variación semántica.

(Hasan2016)

Las posturas ideológicas son psicológicas, sociológicas y semióticas. Viven en los individuos, tienen su origen en la estructura social y están mediadas por la semiosis. A nivel del individuo, las posturas ideológicas proporcionan principios para el reconocimiento y la participación legítima en formas de interacción culturalmente reconocidas. Las posturas ideológicas producen y son producto de la variación semántica, descrita por Hasan, con referencia a Whorf (1956a, b), como “patrones de relación configurativa a nivel semántico” (Hasan 2016, 27). La variación semántica, un interés desde hace mucho tiempo en la lingüística de Hasan (por ejemplo, Hasan 2009c), se basa en el rechazo de la idea de que el espacio semántico es esencialmente universal, una posición que, según ella, sustenta gran parte de la investigación sociolingüística, incluido incluso el trabajo fundamental de Labov[16]. Si “el mundo es esencialmente el mismo para todos los seres humanos” (Hasan 2009b, 60), entonces las distinciones semánticas en el comportamiento lingüístico de las personas son, como dice el refrán popular, meramente semánticas, toda forma y ninguna sustancia. Pero Hasan (2009c) demuestra una variación semántica estadísticamente significativa que se correlaciona con la clase social. Además, en una demostración de la afirmación de Wexler sobre cómo cada generación da forma a la mente y el cerebro de la siguiente (Wexler 2006), Hasan descubrió que los niños de entre 3 y 4 años muestran evidencia de haberse acomodado al estilo semántico de sus madres.

Como sugiere la figura 3.3, la variación semántica es distinta[17], pero simultánea a la variación de registro. En otras palabras, la variación semántica es una característica de todo texto y proporciona un vector de variación registral interna. Es decir, el mismo registro está disponible para distintas posiciones ideológicas.

Al mismo tiempo que un solo registro está abierto a la variación ideológica, las ideologías también trascienden el registro. Es decir, las ideologías ganan fuerza en la sociedad al manifestarse en muchos dominios de la experiencia humana. La legitimación de la guerra, por ejemplo, es una configuración semántica que se puede encontrar en diversos registros y sistemas semióticos. El nacionalismo, una base clave de legitimación para las guerras del siglo XX, no es un “estado de ánimo intermitente”, sino una “condición endémica” (Billig 1995, 6), constantemente reforzado a través de muchas experiencias cotidianas mundanas. Hasan hace un punto similar, cuando indica la naturaleza esencialmente multimodal de la ideología: “las ideologías, como los hechos sociales, están orquestadas simultáneamente en múltiples niveles de la existencia humana” (Hasan 2005b, 268).

Hasan sostiene que la variación semántica se realiza a través de patrones de “relación configurativa” en el nivel de la semántica. Hasan explica esta noción de Whorf como un marco semántico consistente que conduce a la “profunda persuasión de un principio detrás de los fenómenos” (Whorf 1956i, 81). Para Whorf, esta consistencia opera de manera encubierta e implica el establecimiento de características lingüísticas coordinadas y la exclusión simultánea de significados y expresiones semánticamente inapropiados. Hasan amplía este relato en su contraste entre los estilos semánticos de madres de distintas clases sociales, organizados en torno a distintos grupos de características semánticas, pero en el que Hasan afirma que existe un “núcleo”, que actúa como un “pivote, atrayendo otras características semánticas” (Hasan 2009e, 447). Hasan sugiere que este tipo de relación tiene una analogía léxico-gramatical, como en la tendencia de los “nodos léxicos fuertes” a actuar como un “imán” para colocados particulares. Estos grupos, argumenta, implican “alguna presuposición contextual que da lugar a un conjunto de implicaciones” (Hasan 2009e, 449). Son prosódicos en su realización, de modo que “todas las características relevantes de un grupo no se pueden encontrar en la misma o incluso contiguas mensaje (s): los elementos de los conglomerados están dispersos a lo largo del discurso: no tienen orden sintagmático” (Hasan 2009e, 449). Concluye que la naturaleza prosódica de estos grupos les permite constituir una forma de “mediación semiótica invisible”. Al recibir y reproducir estos grupos semánticos, los hablantes son

“…simplemente hablando de su ubicación social y de su postura ideológica, su discurso casual cotidiano e inconsciente es una expresión “natural” de quiénes son, cuál es su relación con el interactuante y lo que consideran relevante.” (Hasan 2009e, 450).

La variación ideológica, en términos de Hasan, se reconoce por la "variación ordenada en las constelaciones de características semánticas" (Hasan 2009d, 400). Así, siguiendo a Whorf, Hasan rechaza el análisis de la ideología mediante el examen de patrones gramaticales aislados. Aunque las ideologías deben realizarse mediante patrones lexicogramáticos, sus principios de organización son semánticos. Algún patrón de significado es la fuerza impulsora de la continuidad ideológica; pero su realización está en el modelado de patrones lexicogramáticos.

Una de las dificultades para el estudio lingüístico de la ideología es la enorme complejidad de los patrones incluso en un texto corto y ordinario. La naturaleza metafuncional del lenguaje significa que alguna parte de la redacción jugará más de un papel con respecto a su cotexto, el texto que lo acompaña como contexto local. Como argumenta Halliday:

“Una cláusula en inglés es la realización simultánea de significados ideológicos, interpersonales y textuales. Pero estos componentes no se agrupan de manera discreta de modo que podamos señalar que un segmento de la cláusula expresa un tipo de significado y otro segmento expresa otro. La elección de una palabra puede expresar un tipo de significado, su morfología otra y su posición en secuencia otra; y es probable que cualquier elemento tenga más de un papel estructural, como un acorde en una estructura polifónica que participa simultáneamente en una serie de líneas melódicas.” (Halliday 2003i, 317).

La “matriz de función/rango” de Halliday (Halliday 2009) establece la gama de sistemas gramaticales del inglés, organizados por rango y metafunción; consulte la Tabla 3.1. Dado que todos los sistemas crean significados, todos son acondicionados para la interpretación de los parámetros del contexto, y al menos algunos serán acondicionados para la realización de significados ideológicos intrarregistros en un texto. Dado que los significados dependen de las relaciones entre la expresión, las palabras, los significados y el contexto social, entonces su contribución a cualquier patrón lexicogramatical particular en un texto o un corpus dependerá de los patrones en otros sistemas, así como de la naturaleza de las relaciones interactivas y la naturaleza del proceso social. Por ejemplo, el estudio de los patrones de transitividad no es particularmente significativo, a menos que puedan relacionarse con otros patrones lexicogramaticales y con la naturaleza del contexto en el que juegan algún papel.

Tabla 3.1
Tabla 3.1

Matriz de rango y function en Halliday

(Halliday 2009)

Como sostiene Hasan, los patrones lingüísticos que se fusionan en una formación ideológica tienen una relación configurativa (Hasan 2005b, 273). Es probable que el analista tenga una idea de las dimensiones de esta relación configurativa, pero su maquinaria semiótica completa solo puede hacerse visible mediante la exploración de patrones particulares de elecciones lingüísticas en textos que albergan una ideología particular. Si bien el lenguaje proporciona los recursos, no conspira intencionalmente con ninguna ideología en particular:

“Si una relación configurativa específica - una constelación de patrones lingüísticos - se percibe como un criterio en el contexto de alguna ideología, no es porque el sistema del lenguaje haya forzado estos patrones ; su contribución radica en proporcionar los recursos. La relación configurativa surge y adquiere vida debido a nuestras modas de hablar, ya que nuestras modas de hablar son las portadoras de nuestra ideología. Es a través de estas modas de hablar que se establece la comprensión entre los patrones de una relación configurativa y llegamos a reconocer que el despliegue de tales y tales patrones lexicogramáticos construye tal o cual grupo de significados, que encuentra apoyo a través de tal o cual de nuestras acciones y de este modo, perpetúa una ideología que nosotros mismos hemos creado a través de nuestros dichos y acciones.” (Hasan 2005b, 274).

Conclusión

Halliday no es el único que ve la profunda relación entre el lenguaje y la ideología. Pero muestra cómo el potencial ideológico del lenguaje es parte de su organización interna y parte de su evolución. El “big bang” semiótico inauguró la expansión interminable del lenguaje, por lo que el lenguaje se convirtió en un recurso ideológico. El potencial ideológico del lenguaje no es un complemento ni una forma de utilizar el lenguaje. Es, más bien, un sub-producto de la complejidad interactiva-realista realizacional, estratificacional y metafuncional del lenguaje. A través del surgimiento de estas dimensiones del lenguaje, la conciencia humana colectiva creó el nexo entre el lenguaje y la ideología. La ideología se convirtió en una parte ineludible del uso del lenguaje. Sin embargo, la omnipresencia de la ideología no significa que todos los usos del lenguaje sean iguales en su eficacia ideológica. Dado que el registro es un concepto clave para comprender tanto la organización interna del lenguaje como su variación según el contexto social, es evidente que algunos registros están más abiertos que otros a la impugnación ideológica. Hasan ha argumentado que la variación semántica o ideológica corre paralela a la variación del registro. La variación ideológica, realizada por la “variación ordenada en las constelaciones de características semánticas” (Hasan 2009d, 400), es tanto una forma de contraste intra-registro como un fenómeno de registro cruzado. Es decir, el mismo registro puede estar abierto a distintas variaciones ideológicas, y el mismo patrón ideológico puede verse en registros de diferentes tipos.

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Notas

[1] Este artículo es la traducción del capítulo 3, del libro War and Its Ideologies: A Social-Semiotic Theory and Description. Publicación digital de Springer, 2019.
[2] Annabelle Lukin es Profesora Asociada en el Departamento de Lingüística de la Macquaire University, en Sidney, Australia. Sus intereses de investigación incluyen el estudio del lenguaje en política, medios, salud y literatura. Fue discípula de M.A.K. Halliday y de Ruqaiya Hasan. En 2019 publicó War and its Ideologies: A Social-Semiotic Theory and Description, un libro basado en 15 años de investigación sobre cómo el lenguaje legitima algunas formas de violencia mientras estigmatiza otras.
[3] Fabián Mónaco es profesor Asociado Ordinario de Práctica Docente, Lingüística Textual y Antropología Lingüística e investigador del Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral.
[4] Halliday argumenta que otras modalidades de significado son “a veces, demasiado independientes del lenguaje, pero la mayoría de las veces son parásitas del lenguaje.” (Halliday 2013d, 49). © SpringerNature Singapore Pte. Ltd. 2019 55. A. Lukin, War and Its Ideologies, The M.A.K. Halliday Library Functional Linguistics Series, https://doi.org/10.1007/978-981-13-0996-0_3.
[5] Matthiessen estima que el surgimiento del lenguaje humano ‘semióticamente avanzado’ fue hace aproximadamente 132.000 años. Fue entonces cuando surgió la complejidad multidimensional completa del lenguaje complejo, que implicaba una interconexión neuronal mucho mayor en el cerebro que antes. Esta forma de organización semiótica de orden superior hizo posible un grado mucho mayor de variación en el lenguaje en relación con el contexto: han marcado el inicio de una expansión progresiva y acelerada del rango y la riqueza de los registros.” (Matthiessen 2004, 81).
[6] ”El ‘predicado sortal’ es un término de la filosofía positivista, asociado con filósofos como Frege, Quine, Strawson y otros. Un ‘sortal en filosofía ‘delimita ese objeto de otros objetos’ y "proporciona un principio de contabilidad.” (Nicholas & Jiyuan 2008, 651).
[7] Si bien el lenguaje humano tiene propiedades distintas, no obstante, es parte de un proceso evolutivo y, naturalmente, tiene continuidad con los sistemas de creación de significado de otros animales. Ver De Waal (2016)) para una visión de estas continuidades desde la perspectiva de la etología.
[8] Siguiendo a Halliday y Matthiessen (2014), los nombres de los sistemas gramaticales se indican en versalitas.
[9] Halliday sostiene que la “realización”, junto con la “instanciación”, son las dos abstracciones fundamentales en lingüística. Ambos siguen siendo poco reconocidos y poco desarrollados dentro de la teoría lingüística.
[10] El concepto de Durkheim también se traduce como “conciencia colectiva”. He utilizado la traducción de Simpson, como en Durkheim (1933).
[11] Ej. La competencia ‘chomskyana’ es simplemente otro nombre para la la ‘lengua’ de Saussure’ (Bourdieu1991a,44).
[12] Esta afirmación es un eco interesante de Gramsci, quien argumentó que la “personalidad” era igualmente un compuesto de experiencias humanas: “La personalidad es extrañamente compuesta: contiene elementos de la Edad de Piedra y principios de una ciencia más avanzada, prejuicios de todas las fases pasadas de la historia.” (Gramsci 1971, 627).
[13] Mair y Leech utilizan los corpus Brown y LOB, constituidos a partir de textos publicados en 1961, y los corpus Frown y FLOB de textos publicados en 1992 y 1991, respectivamente. Cada corpus consta de millones de palabras de inglés (corpus Brown / Frownare del inglés americano, mientras que LOB y FLOB son corpora del inglés británico). Los corpora son 500 muestras de texto de cerca de 2000 palabras de quince géneros escritos diferentes.
[14] Mair y Leech señalan que, aunque el aumento parece pequeño, es estadísticamente muy significativo con un valor de probabilidad logarítmica de 350 (Mair y Leech 2006, 333), lo que significa que la probabilidad de que la diferencia sea una variación aleatoria es inferior al 1%.
[15] Hasan reconoce a Bernstein (1990a, 1996) en la conceptualización de estas relaciones.
[16] Hasan escribe: “A lo largo de los años, los admiradores de Labov, incluida yo misma, nos hemos sentido frustrados por las contradicciones subyacentes en su teoría sociolingüística no expresamente articulada” (Hasan 2009a, 61)
[17] Hasan distingue la "clase social" sobre la base de la ocupación del principal sostén de la familia. Se reclutaron dos grupos para su estudio, uno donde el sostén de familia era un "profesional de alta autonomía" (por ejemplo, banquero, médico), y otro donde el sostén de pan era un "menor autónomo-profesional" (por ejemplo, conductor de camión, albañil, etc.) (Hasan2009c).

Notas de autor

*2 Annabelle Lukin es Profesora Asociada en el Departamento de Lingüística de la Macquaire University, en Sidney, Australia. Sus intereses de investigación incluyen el estudio del lenguaje en política, medios, salud y literatura. Fue discípula de M.A.K. Halliday y de Ruqaiya Hasan. En 2019 publicó War and its Ideologies: A Social-Semiotic Theory and Description, un libro basado en 15 años de investigación sobre cómo el lenguaje legitima algunas formas de violencia mientras estigmatiza otras.
*3 Fabián Mónaco es profesor Asociado Ordinario de Práctica Docente, Lingüística Textual y Antropología Lingüística e investigador del Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral.
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