El libro se estructura en cuatro capítulos distribuidos de manera desigual. En el primero se cuentan los orígenes de la publicación, el perfil y las características de los primeros redactores. Se hace un fuerte énfasis en el carácter colectivo de la empresa periodística que, en palabras del autor, “el relato oficial tendió a silenciar” en favor de su primer director Luis Lorenzo Etchevehere. No obstante, resulta interesante el modo en que se describe a El Diario, como un espacio de reunión y trampolín de determinadas trayectorias. De allí salieron ocho gobernadores, cuatro vicegobernadores e innumerables dirigentes de fuste que ocuparon espacios partidarios, tanto nacionales como locales.

El segundo capítulo -el más extenso del libro- relata el devenir de la publicación hasta convertirse en la gran empresa que la instaló en el imaginario colectivo. De antiguo pasquín proselitista a voz autorizada del oficialismo radical, El Diario se convertirá, desde mediados de los cuarenta, en un factor de poder capaz de desestabilizar al gobierno de turno. Acusado muchas veces de “tendencioso” y “refugio de comunistas”, el matutino sufrió catorce clausuras, una expropiación y el encarcelamiento de sus directores durante las décadas subsiguientes.

Y es precisamente durante la gestión de Arturo Etchevehere (1947-1986) que la empresa adquirirá su carácter de “imperio” periodístico. Resignado en lo político, este miembro de la segunda generación, se dedicó a engrandecer la sociedad, saneando sus finanzas y ampliando su alcance. Pese a la existencia de competidores, poco a poco El Diario fue desplazando a quienes osaron disputarle el público lector. En ello tuvo que ver la calidad de sus redactores y colaboradores, entre los que se pueden mencionar a Juan L. Ortiz, Marcelino Román, Amaro Villanueva y Beatriz Bosch, por señalar solo algunos.

Paralelamente, un espacio de extensión cultural fue ganando cada vez más protagonismo dentro del universo de la sociedad propietaria del diario. Se trataba de El Ateneo, lugar de reuniones y conferencias, que hasta la década del ochenta permaneció activo. Personalidades de la talla de Alfredo Palacios, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín e Ítalo Lúder pasaron por sus salas. También del mundo literario y cultural, como los escritores Juan José Saer, Ernesto Sábato y el mismísimo Jorge Bergoglio, dando muestras del poder simbólico que la empresa consiguió en sus años de esplendor.

En la tercera sección se traza la trayectoria de la familia que ocupó el lugar predominante en la dirección y gestión del matutino hasta principios del siglo XXI. Si bien la mayoría de los miembros del clan son señalados, hay una figura que se roba toda la atención del capítulo. De personalidad fuerte y arrolladora, heredada de un padre que llegó a estar en la línea sucesoria presidencial, Arturo Etchevehere se convirtió en el mandamás de la segunda generación de El Diario.

Definido como “anticlerical, reformista y temprano admirador del castrismo”, este personaje buscó por todos los medios trascender el ámbito empresarial y dar el salto a la política. Acosado por el peso de la figura paterna, proyectó sus aspiraciones sobre sus hijos. Sin embargo, tanto Raucho como Zahorí (tal como los apodaban a Ivar y a Luis Félix, respectivamente), siguieron otros caminos: el primero, bohemio y rebelde, pronto chocó contra los mandatos familiares y se alejó poco a poco de su influencia. El segundo, si bien fue un destacado empresario periodístico que lo sucedió en la dirección, no disputó en política partidaria ningún espacio de poder.

Finalmente, y a vuelo de pájaro, Riani comenta el derrotero de “la cuarta generación Etchevehere”. Una generación totalmente alejada de El Diario -del que se desprendieron en 2012- y que se ha encontrado atravesada por escándalos y denuncias mediáticas por la herencia familiar.

El último capítulo, el más reducido en extensión, actúa como una suerte de crónica del vaciamiento. Aquí se entremezclan experiencias personales del autor, dado que fue parte de la redacción que vivió el desmantelamiento del matutino, en un contexto general de reacomodamiento de los medios a nivel nacional. Este apartado se complementa con un anexo fotográfico, que ilustra las partes más salientes del libro, y pone rostro a los nombres una y otra vez mencionados.

De impecable edición, papel y calidad de impresión, el libro es de fácil lectura. Esa fortaleza también constituye su debilidad: a lo largo del libro escasean las referencias documentales que nos permitan ratificar o ampliar lo dicho. Así también, escasean las aclaraciones pertinentes -de lugares y personas- para aquellos lectores que no provengan de la región. Esto último tal vez se deba a la tirada del mismo, muy acotada teniendo en cuenta la potencialidad de los personajes abordados, y que hoy en día están en boca de la opinión pública nacional. En líneas generales, El imperio delQuijote, título que refiere al logo que durante décadas acompañó las portadas del periódico, constituye una referencia ineludible para quienes deseen adentrarse en la historia política y cultural de la provincia de Entre Ríos en el siglo XX.