Reseñas

Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial, de Jorge Carrión

Leonel Cescut
Universidad Nacional del Litoral, Argentina

De Signos y Sentidos

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN-e: 1668-866X

Periodicidad: Anual

núm. 24, e0028, 2023

designosysentidos@fhuc.unl.edu.ar

Cescut Leonel. Taller Estampa / GPT–2 y 3 Editorial Caja Negra. 2023. Buenos Aires. Editorial Caja Negra. 152 págspp.. 978-987-8272-00-9


DOI: https://doi.org/10.14409/ss.2023.24.e0028

Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial, de Jorge Carrión

Desde hace una década, y probablemente sin que nos demos cuenta, la inteligencia artificial (en adelante IA) ha permeado nuestra vida cotidiana. Sin saber con precisión de qué se trata forma parte de nuestro horizonte prerreflexivo de experiencias diarias. Dicho término surgió en 1956 en un seminario de verano en Dartmouth College, Estados Unidos, organizado por varios investigadores que hoy en día son considerados como pioneros de la computación tal como la conocemos. Existe un común acuerdo de que uno de los pilares de esta disciplina es «la construcción de autómatas inteligentes capaces de resolver un amplio rango de problemas (…) hoy: las torres de control, los aviones, el tránsito y los sistemas de salud se manejan sobre premisas de la IA» (Ferrante, 2022, pp.17–18). A esta breve y apresurada definición debemos agregarle el aporte de Micaela Mantegna (2022), ya que la IA en su sentido más purista también puede comprenderse como un campo de la ciencia que estudia el comportamiento de sistemas inteligentes. Por ampliación semántica, en la actualidad, se utiliza como un denominador genérico para referirse a un espectro de diferentes técnicas matemáticas, estadísticas y algorítmicas para la resolución de problemas.

Teniendo en cuenta la breve descripción anterior sobre las IA estamos en condiciones de asumir que este es un libro que se presenta como un desafío para cualquier lector. Su autor principal es Jorge Carrión, critico cultural español, curador y guionista de comic y podcast. Pero, también, en la realización de este libro intervino Taller Estampa, que es un grupo de programadores, realizadores e investigadores localizados en Barcelona, y que de un modo u otro auspiciaron a los otros dos autores. GPT–2 (Generative Pre–trained Transformer 2) es un sistema de inteligencia artificial creado en 2019 por OpenAI, que a partir de 1500 millones de parámetros genera textos prediciendo palabra por palabra. Asimismo, la empresa creó al año siguiente GPT–3. Este último sistema trabaja con 175 000 millones de parámetros de aprendizaje automatizado y es capaz de producir, a partir de instrucciones, textos breves de apariencia humana. A partir de ese momento comenzaron a sucederse vertiginosamente los experimentos literarios con diversos grados de intervención humana.

Este ejemplar es producto de un experimento entre inteligencias artificiales, humanos y, por qué no, de lectores interesados en el ejercicio de una lectura de un texto disruptivo. Por momentos literario, por momentos algorítmico o hipnotizante, sin más. Se trata de la primera coproducción en español entre personas y máquinas para la publicación de un libro en español. Es un experimento abierto que anuncia una puesta en escena en forma de libro, y un ejercicio de creación vanguardista. Podríamos decir que el ejemplar se divide, a grandes rasgos, en tres partes[1]. La introducción fue escrita por el autor Jorge Carrión en su comedor, los textos nacidos de GPT–2 (Jorge Carrión espejo) y GPT–3 —que conforman la evidencia acabada de la práctica de escritura artificial— son otra historia. Ellos fueron elaborados en una especie de laboratorio montado exclusivamente para la operación de estos sistemas inteligentes.

El punto de partida de esta empresa experimentalista la podemos localizar 100 años atrás. Los campos magnéticos, de André Bretón y Soupault, surgen en 1920 luego de varias sesiones de escritura automática, esto es: «escribir sin corregir, a la escucha y sin ninguna pretensión estética, el objetivo era acceder al espacio interior de la mente y el lenguaje, se buscaba alcanzar el núcleo duro del inconsciente en detrimento del sentido y el estilo» (Carrión, 2023). En 1924, en el Primer manifiesto del surrealismo afirma Bretón: «Escriban de prisa, sin tema preconcebido, escriban lo suficientemente deprisa para no parar y para no tener la tentación de leer lo escrito». Pero el surrealismo, como bien sabemos, no se limitó al campo literario, su carácter rizomático penetró en la oralidad —Robert Desnos, por ejemplo, investigó el automatismo hablando—, en la pintura (Joan Miró, Salvador Dalí), en el cine con Luis Buñuel, entre otros.

Es decir, su onda expansiva fue alcanzando todos los ámbitos de la creatividad, y todos los continentes. Los poemarios más experimentales de Neruda, Cernuda y Garcia Lorca confirman la influencia que los campos magnéticos ejercieron desde París. «Así, el inconsciente se revelaba en todos los lenguajes posibles. El poeta senegalés Leópold Sédar Senghor afirmó que el surrealismo europeo era empírico, mientras que el negro–africano era metafísico» (Carrión, 2023, p.17). Y los ejemplos se multiplican a lo largo del siglo XX. La producción narrativa y artística ha sido influida por aquellos dos amigos iconoclastas en el París de entreguerras.

Llegados a este punto, la hipótesis que va a sostener Jorge Carrión es que ahora, un siglo después, nos encontramos en una transición parecida. «Si el paso entre la escritura consciente y la del inconsciente caracterizó aquellos años, la escritura producida por aprendizaje automático y otras formas de inteligencia artificial está imprimiendo una vibración particular a los nuestros» (Carrión, 2023, p.18). Después de Los campos magnéticos (1920), la poesía en particular y la literatura en general se alejaron de la literatura decimonónica y se acercaron al arte contemporáneo, se volvieron más libres, más salvajes, menos académicas. Ahora, en pleno siglo XXI, existe un quiebre que se está volviendo evidente, y que está afectando todos los sistemas que componen la sociedad.

Al menos durante los últimos 10 años, nos hemos acostumbrado a que los procesadores de textos predictivos corrijan nuestros textos o adivinen las palabras que estamos escribiendo o las que continuarán. Por ejemplo, esta breve reseña está siendo escrita en el programa Word que utiliza IA para detectar errores y sugerir alternativas. En los correos electrónicos de Gmail las palabras y las frases se autocompletan. A raíz de esto, en el último tiempo la palabra «algoritmo» —conjuntos ordenados de operaciones matemáticas que permiten realizar un cálculo y hallar la solución de un problema— ha pasado a ser equivalente de «inteligencia artificial». Ahora bien, los algoritmos existen desde tiempos remotos, el meollo de la cuestión es que el algoritmo informático —a diferencia del tradicional— se basa en una inconcebible cantidad de información. Siguiendo a Ferrante (2022) los algoritmos de la IA son métodos (recetas) capaces de ser ejecutados por una computadora y que pretenden simular, en algún sentido, el comportamiento de una entidad inteligente. En la actualidad, las canciones, las ilustraciones, las fotografías o los videos, han mejorado su desempeño gracias a sistemas que aprenden automáticamente. Teniendo en cuenta lo antedicho, este manifiesto emancipador también plantea una convivencia:

La intervención cultural que propone los campos electromagnéticos también es colectiva, también da cuenta de un giro histórico. Pero en este caso, se trataría de invitar a nuestros «exocerebros», a nuestros aliados tecnológicos, a nuestras inteligencias artificiales a participar del viejo arte de contar historias, desarrollar ideas y construir belleza, para que escriban con nosotros o incluso más allá de nosotros, como máquinas de escribir autónomas, con o sin ayuda nuestra. (Carrión, 2023, p.19)

Lo que define a la IA es su velocidad. Gracias a gigantescas redes neuronales de aprendizaje profundo —como GPT–2 y su evolución (GPT–3)— que después de haber sido entrenadas con millones de parámetros son capaces de producir textos a partir de instrucciones sencillas, y sin plagiar ningún sintagma de internet, nos obliga a tomarnos la cuestión con seriedad. Pero… ¿cómo llegamos a esto? Jorge Carrión menciona grandes hitos históricos desde la creación de Google (1998) que muestran cómo nuestra vida cultural se fue volviendo hibrida, física y virtual. Justamente, los algoritmos sociales y culturales crecen en este contexto donde casi ninguna manifestación cultural no es digital (al menos parcialmente).

En este contexto, la literatura también se ha sometido a la lógica de la digitalización y la serialidad, veremos qué impacto tiene sobre ella la IA. Desde la creación de Wikipedia en 2001, le siguieron Google Books, Google Scholar —que indexa y controla la producción de literatura académica—. Todo esto es terreno fértil para el aprendizaje automático. «En la actualidad existen, por ejemplo, millones de archivos digitalizados y procesados con millones de ejemplos de poesía, géneros de ficción, periodismo, teatro, guion de cine o podcast» (Carrión, 1923, p.25). Justamente, esta cantidad inconmensurable de información se constituyó como el campo de entrenamiento de estas redes neuronales. De hecho, los textos que componen Los campos electromagnéticos se ubican en ese umbral.

Los primeros libros escritos por inteligencias artificiales son sobre todo digitales, aunque algunos de ellos ya han sido impresos y distribuidos en papel por sellos de carácter vanguardista o artístico. Podemos distinguir dos tipos: los coescritos entre máquinas y humanos y los producidos exclusivamente por inteligencia artificial. En el primer caso, donde el humano actúa como contrapeso controlando y corrigiendo, se observan resultados interesantes —sin dudas en este grupo podríamos encapsular este libro—. En el segundo caso, donde no interviene una persona, las operaciones de escritura artificial se vuelven tan incoherentes que rozan por momentos la ilegibilidad. Las oraciones perfectamente escritas conviven con errores gramaticales o sintácticos, con inesperados cambios de tono y estilos, con enunciados difícil de descifrar. Aunque la mejora entre GPT–2 y GPT–3 sea abismal, todavía perviven múltiples errores, sobre todo en textos complejos.

Según cuenta Carrión, las editoriales ya están proponiendo a sus traductores dos tipos de contrato, según si la traducción va a ser enteramente humana o si el traductor va a utilizar para la primera versión del texto el trabajo automático de una máquina. Cabe preguntarse, en este contexto, si es posible pensar un cambio de los roles tradicionales. Si durante un siglo la máquina de escribir, los procesadores de texto o los correctores informáticos han sido nuestros asistentes, ahora nosotros somos los asistentes de la máquina. «En este proyecto asumo ese rol: le presto mis ojos, mi oficio, mi intuición, mis lecturas. Construimos un libro juntos: una mirada común. Asumo, también, las consecuencias» (Carrión, 2023, p.41). Cabe recalcar que los ensayos, poemas, cuentos escritos por GPT–2 y 3 siembran esa duda.

Este libro muestra cómo la concepción, el «proceso» de la escritura o la edición pasan a un primer plano, quitándole protagonismo a su contenido textual. Sabemos que los editores, correctores y traductores a lo largo de la historia de la literatura han llevado a cabo intervenciones en los textos originales, sin indicarlos de ningún modo. Si bien en los textos producidos por GPT–2 o GPT–3 tampoco aparecen marcadas las intervenciones humanas, en el epílogo final se explica la operación que se ha llevado acabo. Cabe destacar que —de acuerdo con Jorge Carrión— aunque la nueva escritura automática está más cerca de la redacción que de la literatura, aunque sus textos suenen aun a escrituras y ficciones ya leídas, constituyen un banco de pruebas de la poesía, la ficción o el ensayo del futuro.

Finalmente, luego de la lectura de los dos textos escritos por los sistemas de IA, adherimos a la autocrítica de Carrión: «Todavía no son capaces de escribir artificialmente literatura: su estilo nos parece pobre, inconexo, surrealista». Es esta, tal vez, una de las diferencias que hoy no aparecen como subsanables. Quizás, esto se deba a lo que señala Byung–Chul Han (2022) cuando sostiene que la literatura, la historia o los seres humanos mismos tienen la capacidad de narrar y abstraer. Las IA, por el contrario, son dataístas, pueden ordenar y contar. Por dicho motivo, en esta etapa de desarrollo, de entrenamiento de las mismas, todavía necesitan, y mucho, de los seres humanos. La IA, al menos en el campo de la escritura, se encuentra en construcción. No podemos hablar de un «aprendizaje automágico» pero sí de una convivencia. Teniendo en cuenta estos reparos, esta reseña no deja de ser una invitación para la lectura de un escrito excéntrico que seguramente será superado por la precisión de mejores programas que en este momento están siendo creados.

Referencias bibliográficas

Han, B. C. (2022). Infocracia. Editorial Taurus.

Ferrante, E. (Dir.) (2022). ¿Aprendizaje automágico? Santa Fe: Vera Cartonera.

Mantegna, M. (2022). Arteficial: creatividad, inteligencia artificial y derecho de autor. Colección Derecho y Tecnología (CDyT).

Notas

[1] La división en tres partes que aquí se propone es producto de un simple ejercicio de lectura. En realidad, el libro está compuesto por una introducción, la primera parte (escribe el chat GPT-3), la segunda parte (escribe GPT–2 o J. Carrión espejo) y un epílogo en el que se narra cómo se procedió y se escribió el libro.
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