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La sociología del acto desviado: la teoría de la anomia y más allá1,2,3

Albert K. Cohen

Delito y Sociedad

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 2362-3306

Periodicidad: Semestral

vol. 30, núm. 52, e0045, 2021

delitoysociedad@unl.edu.ar

Recepción: 18 Agosto 2021

Aprobación: 22 Septiembre 2021



DOI: https://doi.org/10.14409/dys.2021.52.e0045

Resumen: Con Estructura social y anomia, Merton da un paso enorme en el camino de la teoría general sobre la conducta desviada. Entre las tareas que aún quedan pendientes podemos enumerar: explicar con mayor claridad las formas en que las experiencias y la adaptación de Alter («otro») afectan la tensión de Ego («yo») y sus posibles soluciones; integrar mejor el hecho de que las conductas desviadas se desarrollan dentro de un proceso de interacción; explorar nuevas formas de conceptualizar este proceso de interacción; e integrar la teoría de la anomia y la teoría de roles de Mead.

Palabras clave: anomia, desviación, sociología.

Abstract: Merton’s «Social Structure and Anomie» is a large step toward a general theory of deviant behavior. Among the task that remain are: further clarification of the ways in which alter’s experience and adaptations affect ego’s strain and choice of solution; fuller incorporation of the recognition that deviant behavior develops in the course of the interaction process; exploring ways of conceptualizing in the interaction process; and integration of anomie theory with Meadian role theory.

Keywords: anomie, deviation, sociology, sociology.

En este artículo mi intención es expandir la teoría general de la conducta desviada. Tomando Estructura social y anomia (Merton, 1938; 1959; Cloward, 1959; Dubin, 1959) como punto de partida, señalaré algunas imperfecciones y baches en la teoría tal como se la enunció originalmente, cómo ciertos de ellos ya han sido rectificados, algunas puertas teóricas que podrían explorarse a futuro y algunos problemas que surgen al relacionar la teoría de la anomia con otras tradiciones de la sociología de la desviación. No es relevante a mis intereses en este texto cuán amplio o reducido el mismo Merton consideró que era el rango de aplicabilidad de su teoría de la anomia. Más allá de la intención o la visión del autor de una teoría, es tarea de quienes trabajan la disciplina explorar en todas las direcciones las implicaciones que puedan surgir de una idea teórica. Muchos de los puntos que presentaré a continuación, en efecto, aparecen en el trabajo de Merton. En ciertos casos, sin embargo, sólo suelen aparecer como ideas, sugerencias u obiter dicta y el autor no los desarrolla o aparecen en otro contexto y no se dedica tiempo a relacionarlos sistemáticamente con la teoría de la anomia.4

La teoría de la anomia de la conducta desviada

La teoría de Merton se ha ganado la reputación de ser la teoría sociológica superior en lo que respecta a las conductas desviadas. Su objetivo es dar cuenta de la distribución de conductas desviadas entre las posiciones dentro de un sistema social y de las diferencias de distribución y tasas de estas conductas entre sistemas. Intenta explicarlas como funciones de propiedades del sistema, es decir, las maneras en que se distribuyen los objetivos culturales y las oportunidades para llevarlos a cabo dentro de los límites de las normas institucionales. En pocas palabras, enfatiza ciertos aspectos de la cultura (los objetivos y las normas) y la estructura social (las oportunidades o el acceso a los medios). La teoría «es», entonces, radicalmente sociológica. Aun así, al menos en la estructura formal y expresa de la primera formulación de Merton, la teoría es, en algunos aspectos, atomista e individualista. Dentro del marco de los objetivos, las normas y las oportunidades, el proceso de desviación se conceptualizó como si cada individuo (o, mejor dicho, cada rol específico desarrollado por el individuo) estuviera aislado en una caja. Ha internalizado los objetivos y las reglas normativas; evalúa la estructura de oportunidades; experimenta la tensión; y selecciona uno y otro modo de adaptación. En comparación, el peso de las experiencias de otras personas —sus tensiones, su conformidad y desviación, su éxito o fracaso— sobre la tensión de Ego y sus consecuentes adaptaciones son hechos a un lado.

Analicemos primero el concepto mismo de tensión. Es una función del grado de disyunción entre los objetivos y los medios, o de la suficiencia de los medios para lograr los objetivos. Pero ¿cuán imperiosos deben ser esos objetivos, cuán incierta la posibilidad de alcanzarlos, cuán lejano debe verse su cumplimiento para causar tensión? La relación entre los objetivos como componentes de esa abstracción, la cultura, y los objetivos concretos de roles específicos concretos no es para nada simple o clara. Lo que sí es claro es que el grado de cumplimiento de los objetivos que parece justo y razonable a actores concretos y, en consecuencia, la suficiencia de los medios disponibles, dependerá de la comparación con el cumplimiento que alcancen otras personas, que sirvan como objetos de referencia. El nivel de aspiraciones no es un valor fijo que se toma de la cultura y se asimila entero para ser incrustado en nuestras mentes. El sentido de proporcionalidad entre esfuerzo y recompensa no está determinado sólo por los rendimientos objetivos del esfuerzo. Desde la perspectiva del sector de roles cuyas tasas de desviación están bajo análisis, el mapeo de las orientaciones del grupo de referencia, la disponibilidad que tienen «otros» de acceder a los medios y la distribución real de las recompensas son aspectos de la estructura social importantes a la hora de determinar la tensión.5

Luego de reconocer de forma explícita estos procesos de comparación, se presentan una gran cantidad de otros problemas. Por ejemplo, otras personas, a quienes definimos como objetos legítimos de comparación, pueden tener más éxito que nosotros haciendo uso de medios legítimos. No solo obtienen mejores resultados que nosotros sino que lo hacen de forma “limpia y justa”. Por otro lado, pueden alcanzar el mismo éxito que nosotros o incluso superarlo con trampas o haciendo uso de medios ilegítimos. ¿Estas dos situaciones desiguales tienen consecuencias diferentes sobre la sensación de tensión, sobre las actitudes que tenemos para con nosotros mismos, sobre las formas de adaptación subsiguientes? En general, ¿qué tensiones genera la desviación de los otros en sujetos virtuosos? En el caso más obvio, Ego es víctima directa de la desviación de Alter. O los intereses de Ego pueden verse afectados para mal, aunque indirectamente, por las artimañas de la competencia, prácticas comerciales desleales en el mundo de los negocios, publicidad poco ética en el campo de la medicina, trampas durante los exámenes con calificación relativa. Pero existe un caso menos obvio que, según Ranulf (1938), abre puertas a la indignación moral desinteresada. El trabajo comprometido por alcanzar objetivos culturalmente aceptados, el esfuerzo por evitar objetivos tentadores pero prohibidos, el respeto por los medios normativamente aprobados todas estas tareas requieren de un cierto nivel de autocontrol, esfuerzo, disciplina e inhibición ¿Cuál es el efecto del espectáculo de otros que, aunque no parezcan perjudicar nuestros propios intereses con sus actividades, son indisciplinados moralmente y se entregan a la holgazanería, la auto indulgencia o a vicios prohibidos? ¿Qué efecto tiene la cercanía del malvado sobre la tranquilidad del virtuoso?

Hay muchas formas en que los virtuosos pueden sacar provecho de la situación y convertir una escena de potencial tensión en una fuente de satisfacción. Uno podría volverse incluso más correcto si permite que su reputación dependa de su honradez, «construyendo su autoconcepto a partir de una comparación despectiva con aquellos moralmente débiles». Dado que la malicia de otros hace relucir las virtudes de uno mismo y la propia manifestación de virtud está en el centro de su identidad pública, uno mismo puede en realidad desarrollar un interés en la existencia de los otros desviados y sentirse amenazado cuando estos intentan corregir su rumbo hacia lo moralmente correcto. En pocas palabras, ¡la virtud de otros puede volverse fuente de tensión! Uno podría también articularse con otros tras una ira puritana en defensa de la honradez para infligir castigo contra los desviados, no tanto para eliminar sus conductas desviadas sino para reafirmar la importancia central de la conformidad como base para juzgar a los hombres y para recordarse a sí mismo y a los demás su posición del lado del bien. Uno podría incluso plantearse como una virtud la tolerancia para con las fallas morales de los demás, realzando implícitamente la firmeza de carácter superior propia. Si la debilidad de otros es solamente humana, entonces hay algo más que humano en nuestra firmeza. Por otro lado, uno podría ceder ante los vicios.

Todo lo que he mencionado resulta relevante en cuanto al control social, pero mi interés aquí no gira en torno a eso sino a algunas de las formas en que la desviación de los otros puede empeorar o aligerar el peso de la conformidad y, en consecuencia, de la tensión que es tan importante para la teoría de la anomia.

Quien haya estudiado a Merton podrá reconocer que algunas de estas propuestas se sugieren o incluso se desarrollan hasta cierto punto en sus textos. No hay duda de que Merton es uno de los principales arquitectos de la teoría de los grupos de referencia y dedica en su capítulo «Continuidades en la teoría de grupos de referencia y estructura social» una sección al enunciado «El inconformismo como un tipo de comportamiento de grupo de referencia» (Merton, 1957:357-368). Allí, reconoce los problemas que la desviación de un actor puede causar para otros y señala explícitamente el tratamiento que hace Ranulf de la indignación moral desinteresada como una manera de lidiar con este problema (Merton, 1957:361-362). En «Continuidades en la teoría de la estructura social y anomia», describe cómo la conducta desviada de algunos aumenta la vulnerabilidad de otros hacia la desviación (Merton, 1957:179-181). En pocas palabras, mi caracterización de la versión inicial de Estructura social y anomia como «atomista e individualista» sería una grave tergiversación si la utilizara para describir la totalidad de los textos de Merton sobre la desviación. Sin embargo, no ha desarrollado el rol que cumplen los procesos de comparación en la determinación de la tensión ni lo ha mencionado expresamente en el contexto de la teoría de la anomia. Además, en general, Merton no identifica las complejidades y sutilezas del concepto de tensión como algo problemático en sí mismo.

Por último, en conexión con el concepto de tensión, debería mencionarse el tratamiento de este tema por Smelser en su Teoría del comportamiento colectivo (Smelser, 1963). Aunque Smelser no analiza su influencia sobre la teoría de la desviación, resulta relevante aquí por dos motivos. Primero porque, según mi conocimiento, es la única tentativa registrada de generar una clasificación sistemática de tipos de tensión, de los cuales la disyunción planteada por Merton entre los objetivos y los medios es solo uno. Segundo, por el énfasis que pone Smelser en afirmar que, para dar cuenta del comportamiento colectivo se debe «comenzar hablando» de la tensión, pero la propia teoría debe especificar también una jerarquía de limitaciones, cada una de las cuales debe reducir un poco más el rango de posibles respuestas ante la tensión y la última debe descartar todas las alternativas excepto el comportamiento colectivo. Si el método del «valor añadido» resulta sólido dentro de la teoría de comportamiento colectivo, es posible que también sea útil en la teoría de desviación, comenzando por el concepto de tensión y construyendo sobre el mismo modelo.

Ahora, una vez «surgida la tensión», ¿qué hará una persona al respecto? En general, la preocupación principal de Merton recae en los factores estructurales que dan cuenta de las variaciones en la tensión. Sobre el problema de la elección de soluciones, al igual que sobre otras cuestiones, ofrece algunas observaciones intuitivas (Merton, 1957) pero ha quedado como tarea para otros su desarrollo sistemático. En particular, en la versión original de su teoría, cada persona parece llegar a una solución por su cuenta, como si no importase qué hacen los demás. Quizás Merton asumió que estas variables de intervención podrían entenderse como modelos de rol desviados a seguir, sin entrar en detalle acerca de sus mecanismos. Pero una cosa es asumir que tales variables están en operación y otra muy distinta es integrarlas expresamente en la teoría general. Sin embargo, quienes siguen la tradición de la anomia —en especial Cloward (1959), alumno de Merton— han trabajado mucho para rellenar este espacio en blanco. Cloward junto a Ohlin (1960) logró ese cometido, en gran medida, al vincular la teoría de la anomia con otra tradición teórica más antigua, asociada a Sutherland, Shaw y McKay y Kobrin: la tradición de la «transmisión cultural» y la «asociación diferencial» de la Escuela de Chicago. Cloward y Ohlin también vinculan la teoría de la anomia con otro desarrollo teórico más reciente, la teoría general de subculturas, y especialmente con el aspecto de esta teoría que se encarga del surgimiento y el desarrollo de las nuevas formas subculturales (1960). Lo que estas teorías tienen en común es la insistencia en que las acciones desviadas como las no desviadas no suelen ser planeadas dentro de la mente individual aislada, sino que son parte de una actividad «social» colaborativa, en la cual las cosas que otras personas hacen y dicen aportan sentido, valor y efecto al comportamiento propio.

La incorporación de este reconocimiento a la teoría de la anomia es el punto principal de la noción de Cloward sobre estructuras de oportunidades ilegítimas. Estas estructuras de oportunidades son intereses sociales en desarrollo dentro del medio en que se mueve el individuo, que provee oportunidades para aprender y para realizar acciones desviadas y presta apoyo moral al desviado cuando este rompe con las normas y los objetivos convencionales.

Ese es el vínculo explícito con la tradición de la transmisión cultural y la asociación diferencial. El argumento avanza un paso más al reconocerse que, incluso en ausencia de una cultura y una organización social desviadas ya establecidas, un cierto número de individuos con problemas similares y en comunicación efectiva entre ellos pueden unirse para lograr lo que ninguno puede hacer solo. Pueden plantearse entre sí objetos de referencia, construir colectivamente una subcultura que reemplace o neutralice a la cultura convencional y prestarse apoyo y refugio unos a otros en su desviación. Ese es el vínculo explícito con la teoría más reciente de subculturas (Cohen, 1955).

Existe un paso más en esta dirección que no se ha dado explícitamente. Quienes se alían para realizar proyectos de carácter desviado no necesitan ser personas con problemas similares, ni su forma de desviación debe ser necesariamente la misma. Dentro del marco de la teoría de la anomia, podemos pensar a estas personas como individuos con problemas o tensiones bastante diversas que se agrupan para lograr una solución en común, pero dentro de esa solución en común cada uno participa de maneras distintas. Se me ocurre pensar en el encargado de un burdel y el policía corrupto, el vendedor del mercado negro y su cliente, el estudiante desesperado y quien le vende las respuestas de sus exámenes, el corredor de apuestas y la agencia de noticias. Estos ejemplos no constituyen necesariamente colectividades solidarias, como las bandas delincuentes, sino que son estructuras de acción con una división de tareas a través de la cual cada uno, por su propio comportamiento desviado, es útil para los intereses de los demás. Se trata de una «solidaridad orgánica», en contraposición con la «solidaridad mecánica» de las bandas de Cloward y Ohlin. Algunos de los propios textos de Merton sobre funcionalismo —por ejemplo, su debate sobre el intercambio de servicios involucrado en la corrupción política— son extremadamente relevantes aquí, pero no han sido integrados de forma explícita con su teoría de la anomia (Merton, 1957:71-82).

El supuesto de la discontinuidad

Afirmar que la teoría de la anomia se ve afectada por el supuesto de la discontinuidad implica decir que interpreta el acto desviado como si fuera un cambio de estado abrupto, un salto de un estado de tensión o anomia a un estado de desviación. Aunque esto exagera los puntos débiles en la teoría de Merton, la expresión «supuesto de la discontinuidad» tiene el valor heurístico de poner la atención en una diferencia importante entre el énfasis de la teoría de la anomia y de otras tradiciones de la sociología estadounidense. También pone la atención en la dirección en que apunta la teoría de la anomia en sí. La acción humana, desviada o no, es algo que suele desarrollarse a través de un proceso de tentativas, avances, retrocesos y sondeos. Una persona prueba y tantea el camino. Comienza a realizar una acción pero no la completa. Empieza haciendo una cosa y termina haciendo otra. Se retira de un involucramiento progresivo o se implica cada vez más hasta comprometerse. Estos procesos de participación y retroceso progresivos son lo suficientemente importantes como para merecer reconocimiento explícito y análisis en sí mismos. Están sujetos a regulaciones normativas y limitaciones estructurales en formas complejas sobre las cuales aún tenemos mucho que aprender. Sin embargo, hasta hace poco tiempo, el sesgo dominante en la sociología estadounidense se inclinaba hacia la formulación de teorías en términos de variables que describen estados iniciales por un lado y resultados por otro, en lugar de hablar de procesos sobre los cuales se construyen, elaboran y transforman actos y estructuras de acción complejas. Algunas excepciones notables son los análisis del proceso de interacción (Bales, 1950), el tipo de teoría de la acción que presenta Herbert Blumer (1962) y las descripciones de desviación planteadas por Talcott Parsons (1951) y Howard Becker (1963). La teoría de la anomia ha tomado más y más conciencia sobre estos procesos. Tanto Cloward como Merton señalan, por ejemplo, que el comportamiento puede atravesar «secuencias con patrones precisos de roles desviados» y fluctuar «de un tipo de adaptación a otro» (Merton, 1957:155; 1959:188; Cloward, 1959:175; Cloward y Ohlin, 1960:179-184). Sin embargo, esto no le hace justicia a la micro sociología del acto desviado. Sugiere una serie de saltos discontinuados de un estado de desviación a otro casi tanto como lo hace el tipo de proceso que tengo en mente.

Respuestas a la desviación

El punto antes presentado se relaciona estrechamente con la concepción del desarrollo del acto como una devolución o, en lenguaje más tradicional, como proceso de interacción. La historia del acto desviado es la historia de un proceso de interacción. Sus antecedentes son una secuencia en desarrollo de actos a los que contribuye una serie de factores. A realiza un movimiento, posiblemente en dirección desviada; B responde; A responde a las respuestas de B; etc. En el curso de esta interacción, el movimiento en dirección desviada puede volverse más explícito, elaborado y definitivo —o no—. Aunque el acto pueda ser adjudicado socialmente solo a uno de ellos, tanto Ego como Alter ayudaron a configurarlo. El punto de partida de la teoría de la anomia fue la siguiente pregunta: «Dada una cierta estructura social, o el medio social de Ego, ¿qué es lo que Ego hará?». El medio se asume como más o menos dado, como una variable independiente cuyo valor es fijo, y la conducta de Ego como una adaptación, o quizás una serie de adaptaciones, a ese medio. La teoría de la anomia reconoce cada vez más los efectos que genera la desviación sobre las mismas variables que determinan esa desviación. Pero si nos interesa hablar de una teoría general de la conducta desviada debemos explorar de forma mucho más sistemática las maneras de conceptualizar la «interacción» entre la desviación y el medio.6 Sugiero las siguientes líneas de exploración.

Si la conducta de Ego puede conceptualizarse en términos de aceptación y rechazo de los objetivos y los medios, lo mismo puede hacerse con las respuestas de Alter. Al igual que la desviación en sí, las respuestas a la misma no pueden considerarse sin regulación normativa. A quién le corresponde intervenir, en qué momento y qué deberá o no hacer se define a partir de una división del trabajo normativamente establecida. En pocas palabras, para cualquier rol definido —progenitor, clérigo, psiquiatra, vecino, policía, juez— las normas prescriben con distintos grados de firmeza «qué» se supone que debe hacer y «cómo» se supone que debe hacerlo cuando otras personas, en roles específicos, rompen las reglas. La cultura prescribe objetivos y regula la elección de medios. Las personas relacionadas con el rol específico de Ego pueden apartarse de las prescripciones culturales en todas las maneras en las que Ego puede hacerlo. Pueden asignar excesiva importancia a los objetivos y descuidar las restricciones normativas, pueden adherir de forma ritualista a los medios normativamente aprobados y descuidar los objetivos, y demás. Ya describí en detalle los cinco caminos posibles para Alter en otro texto (Cohen, 1959:464-465). El valor teórico de aplicar los modos de adaptación expresados por Merton a las respuestas ante acciones desviadas no está completamente claro; sin embargo, resulta digno de exploración por al menos dos motivos.

En primer lugar, «un» determinante de la respuesta de Ego ante los intentos de control por parte de Alter y de las respuestas de terceros a quienes tanto Ego como Alter puedan pedir ayuda es, sin duda, la legitimidad percibida del comportamiento de Alter. Si Ego cede o se resiste, si toma el papel del buen perdedor o de la víctima abusada, si refuerza sus defensas o se deja llevar hacia una desviación más grave dependerá en parte de si Alter tiene derecho a hacer lo que hizo, de si la respuesta es proporcional a la transgresión, etc.

Las reglas normativas también regulan la respuesta de quien se desvía ante la intervención de los agentes de control. Cómo respondan los agentes de control al desviado, luego de la primera confrontación, dependerá de su percepción sobre la legitimidad de la respuesta del desviado «ante ellos» y no solo de la naturaleza del acto desviado original. Por ejemplo, esta legitimidad percibida juega un papel importante en la disposición de la policía frente a los casos que se le presentan.

Este enfoque también resalta la tensión propia del rol de Alter, la idoneidad de sus recursos en relación con las responsabilidades que se le asignan por encarnar ese rol y las oportunidades ilegítimas disponibles «para él». Un ejemplo conocido podrían ser las restricciones normativas sobre los medios que la policía puede considerar efectivos para hacer el trabajo que se le encarga, y las variaciones en la disponibilidad de diversos medios ilegítimos que le permitirían llegar al mismo resultado.

La disyunción entre los objetivos y los medios y la elección de las formas de adaptación dependen de la estructura de oportunidades. Esta estructura consiste en o es el resultado de las acciones de otras personas. Estas acciones, a su vez, son en parte reacciones al comportamiento de Ego y pueden verse modificadas en respuesta a ese comportamiento. El desarrollo de la acción de Ego puede entonces ser conceptualizada como una serie de respuestas, por parte de Ego, ante una serie de modificaciones en la estructura de oportunidades que resulta de las acciones del mismo Ego. Más específicamente, las respuestas de Alter pueden crear, inhabilitar o no afectar las oportunidades legítimas de Ego, y lo mismo puede suceder con las oportunidades ilegítimas. La Tabla 1 simplificada reduce a cuatro las posibilidades.

Tabla 1.
RESPUESTAS DE LA ESTRUCTURA DE OPORTUNIDADES ANTE LA DESVIACIÓN DE EGO
Oportunidades legítimas Oportunidades ilegítimas
Creación Inhabilitación I III II IV
Autor

l. Creación de oportunidades legítimas. Se podría dedicar particular esfuerzo a encontrar oportunidades de empleo para delincuentes y criminales. En términos individuales, esta ha sido una de las principales tareas de los funcionarios encargados de regular la libertad condicional. En términos más amplios, se ha vuelto cada vez más importante en los esfuerzos de la comunidad toda reducir las tasas de delitos.

En ocasiones, se pueden reducir los mercados negrosgenerando mayor disponibilidad de un producto en el mercado legal o reduciendo la presión ejercida sobre el abastecimiento legal a través del racionamiento.

Hace varios años, el cuerpo docente de la Universidad de Indiana tenía una tasa elevada de infracciones a las regulaciones de estacionamiento del campus, en parte a causa de la disyunción entre la demanda y la oferta de espacios para estacionar. Aquellos moralmente correctos iban temprano a trabajar y buscaban a desgano espacios de estacionamiento legítimos. Quienes desdeñaban la normativa estacionaban en cualquier lugar y se mofaban de las multas. Una respuesta a esta situación fue la creación de nuevos espacios de estacionamiento y la ampliación de los ya existentes. Dado que los espacios nuevos estaban disponibles para todos, y no solo para los ex infractores, este es un claro caso en el que tanto los virtuosos —o quizás, los tímidos— como los desviados se pueden beneficiar de la desviación (Chambliss, 1960).

II. Creación de oportunidades ilegítimas. En lugar de combatir a Ego, Alter podría guiarlo hacia la desviación al invitarlo a participar de algún acuerdo conspirativo ilícito del cual ambos se beneficien. El estafador y el funcionario público, el condenado y el guardia, el que conduce por encima del límite de velocidad y el policía de tránsito, pueden llegar a un acuerdo que reduzca el costo de la desviación.

Alter, ya sea un padre desanimado, un policía o un decano, podría simplemente abandonar sus esfuerzos sistemáticos de aplicar una regla y limitarse a gestos esporádicos, simbólicos.

Un elemento importante de la teoría de subculturas delictivas de Cloward y Ohlin es que quienes dirigen los grupos criminales están siempre alerta, en busca de empleados prometedores, y que a un cierto número de aquellos que demuestren habilidades sobresalientes para cometer delitos juveniles se les ofrecerán puestos dentro de la organización criminal.

III. Inhabilitación de oportunidades legítimas. El ejemplo que primero viene a la mente es lo que Tannenbaum llama «dramatización del mal» (Tannenbaum, 1938). Es posible que un acto desviado, si no se lo detecta o se lo ignora, no se repita. Sin embargo, algunas personas podrían reaccionar al acto definiendo públicamente al actor como delincuente, mujer de mala vida, criminal. Estas definiciones le asignan un rol social, cambian su imagen pública y activan una serie de respuestas acordes. Entre ellas, podría darse la exclusión del acceso a oportunidades legítimas que antes hubiera podido aprovechar libremente y así destacar el atractivo relativo de lo ilegítimo.

IV. Inhabilitación de oportunidades ilegítimas. Esto es lo que solemos pensar primero cuando pensamos en el «control social». Incluye mayor vigilancia, refuerzo de cerraduras, castigos más firmes y severos, bloqueo en el acceso a bienes necesarios, soluciones absolutas. Estas medidas pueden lograr el efecto buscado como pueden no hacerlo. Por un lado, vuelven más difícil a la desviación. Por otro, pueden incitar al desviado, o al grupo de desviados, a ingeniárselas para crear nuevos medios para evitar las nuevas restricciones.

Esta tabla es una forma de conceptualizar las acciones de Alter. El mismo Alter podría responder simultáneamente en diferentes celdas de la tabla, como también pueden hacerlo diferentes Alters, y estas respuestas podrían reafirmarse o contrarrestarse entre sí. Las respuestas podrían caer en diferentes categorías en distintas etapas del proceso de interacción. De cualquier forma, tan pronto como aceptamos que la estructura de oportunidades es una variable tanto dependiente como independiente, esta línea de pensamiento se vuelve una extensión lógica del esquema de la anomia.

El paradigma de control social de Parsons es, según él, aplicable no solo a la desviación sino también a la terapia y los procesos de rehabilitación en general. Según este paradigma, los elementos clave en la conducta de Alter son el apoyo, la permisividad, la negación de reciprocidad y las recompensas bien equilibradas, estratégicamente ordenadas temporalmente y orientadas al desarrollo del comportamiento de Ego (Parsons, 1951). Para explotar al máximo las posibilidades de este y otros paradigmas de control, uno debe definir con mayor precisión estas categorías de la conducta de Alter, desarrollar formas relevantes para codificar las respuestas de Ego a las de Alter e investigar teórica y empíricamente la estructura de los procesos de interacción prolongada conceptualizados en estos términos.

Por último, el proceso de interacción podría analizarse desde el punto de vista de sus consecuencias sobre la estabilidad o las modificaciones de la estructura normativa en sí. Todo acto de desviación puede pensarse como una presión ejercida sobre la estructura normativa, una prueba de sus límites, una exploración de su significado, un desafío a su validez. Las respuestas a la desviación pueden reafirmar o apuntalar esa estructura normativa; pueden ser dramatizaciones rituales de la seriedad con la que la comunidad se toma las infracciones a sus normas. O bien, la desviación puede desencadenar una reevaluación de los límites de lo normativamente permisible que podría resultar en una reformulación explícita de las reglas o en cambios implícitos en su significado, de manera que la acción desviada se redefina como no desviada y la no desviada como desviada. Por ende, la desviación puede ser reducida o incrementada por medio de cambios en las normas (Mills, 1959:671-679). Estos procesos ocurren dentro de los hogares, en los tribunales, en las agencias administrativas y en las cámaras legislativas pero también son modelados en los medios de comunicación masiva, en las calles y en otros espacios formadores de «opinión pública». Aunque estos procesos pueden atravesar puntos de inflexión dramáticos y definitivos, como la aprobación de una nueva ley o la promulgación de una serie de regulaciones nuevas sobre montos deducibles de impuestos, la presión que ejerce la desviación sobre la estructura normativa y las respuestas de la estructura normativa a la desviación constituyen procesos de interacción continuos, ininterrumpidos. Uno de los objetivos de la teoría de la desviación es determinar en qué condiciones los circuitos de retroalimentación promueven un cambio y en cuáles inhiben transformaciones en la estructura normativa.

Una de las distinciones más perspicaces y fructíferas que señala Merton al respecto es la que existe entre el «inconformista» y otros tipos de sujetos desviados (Merton, 1959:360-368; Merton y Nisbet, 1961:725-728). Mientras el criminal y otros actores similares típicamente «quebrantan» las normas en pos de cumplir sus propios objetivos sin ninguna intención de «cambiar» esas normas (aunque este cambio podría bien ser una consecuencia no prevista de la acumulación de desviación), el objetivo del inconformista es, precisamente, modificar el sistema normativo en sí. Esta distinción sugiere, a su vez, el concepto de «casos de prueba» (que no necesariamente se limita al contexto de las normas legales y el sistema judicial formal), es decir, el acto cometido con la intención explícita de forzar una clarificación o reformulación de las normas. De todas formas, lo que no debemos ignorar es que «cualquier» acto desviado puede, independientemente de su intención, funcionar de alguna manera como un caso de prueba.

Desviación e identidad social

Queda otro punto pendiente frente a la teoría de la anomia: establecer un vínculo más completo y competente con las teorías de los roles y del autoconcepto. El punto de partida de la teoría de Merton es el esquema medios-objetivos. Su dramatis personae son objetivos culturales, normas institucionales y la situación de acción, que consiste en medios y condiciones. La disyunción entre objetivos y medios aporta la fuerza motriz detrás de cada acción. La desviación es un esfuerzo por reducir esta disyunción y reestablecer el equilibrio entre objetivos y medios. Nace de la tensión; es la tentativa de minimizarla. En esta teoría, los roles aparecen como una cuadrícula de localización. Son las posiciones dentro de la estructura social entre las que se distribuyen los objetivos, las normas y los medios, donde se ubican las disyunciones y se llevan a cabo las medidas de adaptación.

Otro punto de partida para una teoría de la conducta desviada surge de la teoría social de George Herbert Mead. Se trata del actor comprometido con un proceso constante de descubrimiento, construcción, puesta a prueba, validación y expresión de un autoconcepto. El autoconcepto está vinculado a los roles, pero no principalmente en un sentido de posicionamiento. Los roles se incorporan a la estructura misma del autoconcepto de una manera muy integral y dinámica. Son parte del sistema de categorías de una sociedad, las categorías de personas socialmente reconocidas y consideradas valiosas. Se trata de los tipos de persona que es posible ser en esa sociedad. El autoconcepto se construye a partir de estas posibilidades o de alguna organización de estas posibilidades. La persona establece un autoconcepto reclamando exitosamente ser parte de estas categorías (Mead, 1934; Goffman, 1959; 1963).

Para validar ese reclamo uno debe conocer el significado social de ser parte de estos roles: los criterios según los cuales se asignan, las cualidades o el comportamiento que funcionan como signos de pertenencia, las características que miden la idoneidad para cada rol. Estos significados deben ser aprendidos. Hasta cierto punto, este aprendizaje puede ocurrir antes de que la persona se identifique o siquiera considere identificarse con esos roles. Merton llama a este proceso de aprendizaje «socialización anticipatoria». Sin embargo, hasta cierto punto, el proceso continúa incluso después de que la persona se haya comprometido más o menos con un rol, se da a través de la presentación del autoconcepto ante otros, la vivencia e interpretación de la retroalimentación y la corrección de la noción propia de lo que significa ser ese tipo de persona. Un actor aprende que el comportamiento que da pertenencia a cada rol particular incluye el tipo de ropas que viste, su postura y forma de andar, lo que le gusta y lo que no le gusta, los temas de los que habla y las opiniones que expresa -todo lo que podríamos considerar el estilo de vida. Es difícil conceptualizar estos aspectos del comportamiento como objetivos o medios; en cuanto a su relación con el rol, al menos, proponerlos como funciones expresivas o simbólicas nos daría una descripción más acertada. No obstante, se podría llegar a decir lo mismo incluso de los objetivos que uno persigue o de los medios que emplea; estos también pueden comunicar y confirmar una identidad.

Ahora bien, «dado» un rol y «dadas» las orientaciones a objetivos y medios que han sido asumidas porque son parte de la definición social de dicho rol, puede haber una disyunción entre los objetivos y los medios. Gran parte de lo que llamamos conducta desviada surge como una manera de lidiar con esta disyunción. Por cómo fue planteada formalmente la teoría de la anomia, es aquí donde parecería poder aplicarse. Sin embargo, muchas conductas desviadas no pueden ser fácilmente formuladas en estos términos. Algunas de ellas, por ejemplo, son una expresión directa de los roles. Un posicionamiento combativo o agresivo, el uso de lenguaje obsceno, la participación en actividades sexuales ilícitas, el consumido desmedido de alcohol, el rechazo deliberado de la legalidad y la autoridad, la falta de respeto generalizada por los símbolos sagrados del mundo convencional, un gusto por la marihuana o incluso el suicidio –todas estas acciones pueden tener como función primaria la afirmación del tipo de persona que uno es a través de actos y gestos. La relación entre el mensaje y el símbolo, o entre la identificación con un rol y la evidencia que confirma la pertenencia, parece explicar mejor esta conducta que la relación entre objetivos y medios.

Por ejemplo, podría analizarse un acto de seducción sexual como un medio ilícito para lograr un objetivo. No obstante, el punto es que la seducción no siempre representa una forma de adaptación ante la insuficiencia de otros medios, una respuesta ante la disyunción. La persona puede desarrollar el arte de la seducción porque ese tipo de habilidad está directamente ligado a un rol codiciado. De hecho, el recurso utilizado le asigna valor y sentido al premio obtenido. Uno podría decir, por supuesto, que el acto mismo de desarrollar esa habilidad es el objetivo, pero incluso entonces sigue siendo un objetivo que expresa y adhiere a un rol. Por último, podría decirse que el objetivo del acto es validar el rol y que todos estos comportamientos son medios para esa finalidad. Creo que esta opción es plausible y puede defenderse. Si fuera este el propósito de la teoría de la anomia, entonces el lenguaje de la reducción de la tensión no encajaría del todo bien. La relación que tengo en mente entre el acto desviado y el rol social es comparable a la relación entre la pipa y los parches en los codos y el rol de profesor. Al igual que ocurre con el comportamiento del profesor, no se trata de un pis aller, de un último recurso que se emplea cuando todos los demás fallaron. Es un acto autocomplaciente, gratificante, porque parece tan correcto -no en un sentido moral sino porque encaja tan bien con la imagen que uno quisiera dar de sí mismo.

Una implicación importante de esta perspectiva es que corre el foco teórico e investigativo de la disyunción y su resolución y lo pone sobre el proceso continuo de participación, compromiso y movimiento entre roles sociales, así como sobre los procesos de aprendizaje de las conductas que son significativos para cada rol. Al igual que un niño adquiere su identidad sexual, la persona puede aceptar un rol e identificarse con él antes de entender completamente qué significa ser ese tipo de persona o cómo serlo. Pero una vez establecida la identidad, se crea el interés por aprender estas cosas y ponerlas en práctica. Así, los músicos estudiados por Howard Becker alcanzan dicha posición por distintos caminos. Para muchos de ellos, no obstante, el deseo de aprender qué significa ser músico dentro del mundo de la música no se manifiesta sino hasta después de cristalizada la identidad. Descubren, por así decirlo, qué son y lo que son resulta ser gente muy poco convencional (Becker, 1963). Perseguimos roles por diversos motivos, y algunos de ellos tienen poco que ver con la reducción de tensiones. Y una vez decidido el rol, nos encontramos con legados no anticipados de conducta desviada.

Los mismos procesos pueden ocurrir en la dirección opuesta, el regreso a la conformidad. La forma más dramática de ilustrarlo podría ser la conversión religiosa. Al renacer el pecador con una identidad nueva modelada por roles nuevos, deja atrás un conjunto de conductas, no todas desviadas, y las reemplaza con otras. Es relativamente poco lo que puede aprenderse del análisis exhaustivo de cada conducta dentro de ese conjunto, de en qué sentido podrían ser un medio para un fin y qué tan idóneas eran para alcanzar los objetivos planteados. El evento decisivo es la transformación del autoconcepto y la identidad social. En ese momento, es determinado una completa transformación en la conducta.

La teoría de la anomia se interesa, quizás, por «una» fuente estructural de desviación, mientras que las ideas recién presentadas en este texto se enfocan en otras. Ninguna tiene por qué ser más fiel a la realidad que otra y defender una no tiene por qué convertirse en un desafío para la otra. No obstante, quienes se interesen en el desarrollo de una teoría general de la desviación difícilmente puedan abandonar el análisis en ese punto. ¿Es posible afirmar enunciados generales sobre aquellos tipos de desviación que puedan atribuirse a la anomia y aquellos que correspondan a la validación de roles por medio de conductas culturalmente representativas de la pertenencia a dichos roles? ¿O podrían dos ejemplos de «cualquier» tipo de conducta desviada, idénticos en su forma de manifestarse o en su contenido «fenotípico», diferir en sus fuentes o estructura «genotípica»?

En última instancia, sin embargo, deberemos investigar las posibles maneras en que ambos tipos o fuentes de desviación interactúan o se interpenetran. Por ejemplo, ¿el simbolismo de los roles funciona como una limitación estructural al momento de elegir medios? ¿Y las perspectivas instrumentales o de la relación entre medios y objetivos como una limitación estructural al momento de elegir la expresión simbólica? Las conductas que nacen como una adaptación característica a la anomia asociada a un rol particular ¿pueden convertirse, con el tiempo, en parte del sentido de pertenencia a ese rol y, por ende, generar atracción o rechazo secundarios o incluso independientes, según cuál sea la propia orientación hacia dicho rol? Por último, ¿es posible que en cualquier caso de conducta desviada o, para el caso, «cualquier» tipo de conducta, ambos procesos se entrelacen de formas imposibles de describir correctamente en los términos que ofrecen los modos de conceptualización hoy disponibles? Sugiero que articulemos ambos esquemas en una confrontación más directa y explícita para tratar de desarrollar una fórmula que fusione y aproveche al máximo el poder de ambos.

Referencias

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Notas

1 Publicado originalmente en inglés en el American Sociological Review, 30(1) (Feb., 1965), 5-14. Traducción de Pablo Qualina Abreu (Universidad de Buenos Aires). Esta es una versión revisada leída en la reunión anual de la Asociación Americana de Sociología en el mes de agosto de 1963.
2 Esta es una versión revisada del artículo leído en la reunión anual de la Asociación Americana de Sociología en el mes de agosto de 1963.
3 Albert Cohen fue el autor del libro Delinquent Boys de 1955. Se graduó con una tesis doctoral en Sociología sobre la delincuencia juvenil en 1951 en la Universidad de Harvard. Desde 1947 fue profesor en la Universidad de Indiana y a partir de 1965 (año en que publicó este texto) en la Universidad de Connecticut, en donde se retiró en 1988. Murió en 2014.
4 No es mi intención entrar aquí en detalles sobre evaluaciones y aplicaciones empíricas de la teoría de la anomia, dado que ya existe extenso material al respecto. Sin embargo, ante el interés prolongado que despierta la teoría de la anomia, su amplia influencia y sus numerosas aplicaciones, resulta intrigante que el crecimiento de la teoría sustantiva en sí misma sea tan lento e irregular. También resulta interesante, con respecto a la teoría sustantiva y sus aplicaciones, que se haya producido tan poco sobre la base de las ideas de Merton acerca de lo que implica la teoría de la anomia ante las diferencias que aparecen en la conducta desviada de distintas sociedades. Casi la totalidad de las publicaciones han tomado como objeto las variaciones de la desviación dentro de la sociedad estadounidense.
5 Ver, por ejemplo, cómo Henry y Short (1954) incorporan de forma expresa la teoría de grupos de referencia y la privación relativa dentro de su teoría del suicidio.
6 Dubin, op. cit., (151). Notas de Merton sobre tipología de respuestas a la conducta desviada en «Conformity, Deviation, and Opportunity-Structures», op. cit., (185-186).
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