Comentarios de libros

Comentario a Focas, Branda: El delito y sus públicos. Inseguridad, medios y polarización

Mariano H. Gutiérrez
Universidad de Buenos Aires, Argentina

Delito y Sociedad

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 2362-3306

Periodicidad: Semestral

vol. 52, núm. 30, 2021

delitoysociedad@unl.edu.ar

Focas Branda. El delito y sus públicos. Inseguridad, medios y polarización. 2020. San Martin. UNSAM. 214 pp.. 978-987-8326-55-9

Recepción: 03 Junio 2021

Aprobación: 13 Julio 2021



DOI: https://doi.org/10.14409/dys.2021.52.e0048

La criminología crítica latinoamericana de los setenta, de la que de alguna marea esta revista y gran parte de sus miembros somos «herederos», estaba claramente enfrascada en discusiones fuertes: Dominio o liberación; abolicionismo o penas a los poderosos; el preso como víctima o como sujeto revolucionario. Desde hace unos veinte años, un poco más tal vez, sin embargo, estas discusiones, dominadas antes por abogados críticos, comenzaron a verse invadidas por una nueva corriente: la de los matices, las ambivalencias, los sentidos no unívocos. Las corrientes de la complejidad, podríamos sintetizar, que aportaban la sociología, la antropología, y la historia abordando la cuestión criminal y la cuestión represiva; un dúo conceptual cuya unión también había que repensar.

El contexto también obligaba a refinar las herramientas. «Pueblo» y «liberación» contra «represión» o «Estado» ya no era una oposición válida o suficiente para dar cuenta de contextos políticos más complejos, donde muchas veces el reclamo popular era contra la liberación y a favor de la represión, o cuando el estado podría mostrarse una herramienta de inclusión en algunos procesos políticos duraderos, a la vez que como herramienta de la lógica del «mercado» y la exclusión en otros contextos.

Una de las grandes denuncias de la criminología crítica era el rol de los grandes medios de comunicación en generar miedos funcionales a la dominación; en fomentar la represión, en ser parte de un sistema opresivo, de clase. Un engranaje perfecto, coherente, de la maquinaria represiva que cumplía funciones de control social de clase.

Pero ¿cómo es que forman parte de ese sistema? ¿hasta qué punto los medios de comunicación obedecen a una lógica sistémica de dominación y en qué medida son autónomos a ella, tienen sus propias reglas de funcionamiento? ¿Qué rol juegan los periodistas que transmiten la noticias? ¿Y los productores? ¿Qué piensan de ellas y de las formas como las transmiten? Visto que «la gente», esa nueva forma en que aparece «el público» en el siglo XXI, ya tiene sus ideas sobre la seguridad y la inseguridad, las incorpora como vivencias cotidianas, mantiene una relación de conocimiento y familiaridad sobre «su barrio», sobre las personas sospechosas y las víctimas dignas de solidaridad ¿cómo reciben estas noticias, cómo responden a ellas? ¿Cuánto estas formas de comunicación influyen en esas formas de pensar la inseguridad y la victimización? Por otro lado, se deben redefinir los bordes del objeto. Si a los diarios hubo que repensarlos en algún momento con la llegada de la radio, a la radio con la de la televisión ¿no debemos repensar el rol de estos medios tradicionales en la época de las redes virtuales, donde la multilateralidad de actores e interpretaciones ciertamente se ha reconfigurado e intensificado bajo la idea que hoy todo es «interactivo» y lo que se emite se reacomoda permanentemente a la respuesta inmediata que recibe de su interlocutor? Todas estas son las preguntas que hay que hacerse para pensar una verdadera sociología del rol de los medios de comunicación en la gestión de la inseguridad. Y son las que aborda Brenda Focás en este libro, inscribiéndose en aquello que acabo de llamar sociología de los matices, de la complejidad y de la ambivalencia, como aquella que interpela a las más pretenciosas discusiones de la criminología crítica latinoamericana de hace unas décadas. Se ve en esta apuesta la marca de la influyente obra de Gabriel Kessler, quien además dirigió a la autora y prologó la publicación.

A medida que se ha posicionado la inseguridad como problema público, los periodistas policiales han trascendido la esfera de los noticieros. Hoy la noticia de inseguridad aparece en programas de distintos formatos, incluso en los de «entretenimiento» y opinión.

Se establece entre estos actores y el público una especie de «vínculo pedagógico»: los periodistas y comunicadores se convierten en consejeros, y las personas consumen las noticias de inseguridad para estar más informados sobre el tema y adaptar sus respuestas.

Sin embargo, este público no es un público «pasivo» o crédulo, reinterpreta activamente la información.

Para comenzar, la mediación de la experiencia y de los contactos cercanos establecen determinada distancia en la validación de la noticia o en los efectos que el comunicador pretende. La comunicación es válida en tanto exista alguna referencia que permita conectarla con la experiencia cotidiana del público que la recibe. No obstante, hay dos elementos que activan una validación emocional directa: la identificación con la víctima y la observación del hecho grabado (por cámaras de seguridad). Estos factores acercan directamente la experiencia del público a la de la víctima y se encuentra más dispuesto a aceptar la interpretación y la forma de presentación del hecho que propone el medio de comunicación.

El peso de la experiencia propia tampoco es un factor estable. En los jóvenes resulta mucho más influyente, por lo que provee una distancia crítica mayor, mientras que en los adultos mayores tienen una relación mucho más cercana con la fuente de información. Los jóvenes han crecido con la inseguridad como un factor más de su medio social, y han naturalizado e incorporado a sus rutinas cotidianas microestrategias de prevención. En los adultos mayores la noticia de inseguridad tiende a provocar más tristeza, angustia e indignación.

Finalmente, uno de los hallazgos a mi punto de vista más interesantes para pensar cómo los discursos sobre la inseguridad tienen a ordenarse políticamente en la última década, Focás encuentra que «el posicionamiento político importa». El alineamiento político que las grandes empresas de comunicación han asumido en las últimas décadas también tiene como efecto que su voz sea escuchada con confianza o desconfianza en un primer momento por el público que recibe la noticia. A diferencia de lo que podría ocurrir en otros momentos, el público reconoce a los medios de comunicación como empresas con intereses políticos concretos, lo cual es efecto de —y a la vez intensifica— la polarización política. Los públicos eligen a qué medios escuchar según su afinidad política o bien cuestionan la fuente. La posición política partidaria también construye un marco interpretativo desde donde es pensada «la inseguridad»: sus causas, soluciones, la responsabilidad del gobierno, etc.

Todo ello se da en un marco histórico donde persiste el fetichismo de los medios, y donde la desinformación coexiste con la sobreinformación principalmente a través de las nuevas tecnologías.

En síntesis, el efecto de las noticias de inseguridad es variable y promueve distintas interpretaciones, en las que influyen distintos factores, que la autora detalla y desmenuza en su obra. Sí, la cobertura y difusión de estas noticias contribuyen a generar una presunción generalizada de peligrosidad, aunque ésta asume distintas expresiones. A nivel emocional no sólo promueve el miedo, sino también otro tipo de emociones como bronca, tristeza, angustia, y a veces hasta risa, cuando la noticia se ve como absurda. Por otro lado, las noticias de inseguridad también suman a la sensibilidad personal una percepción de riesgo frente a situaciones que la experiencia particular desconocía.

En síntesis, no se trata de responder la pregunta de si los medios de comunicación influyen en la percepción de la inseguridad ni en la actitud punitivista —que parece crecer de forma alarmante en la actualidad—, sino más bien de responder a otras preguntas más difíciles y complejas: cuánto y de qué manera.

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