Comentarios de libros

Comentario a Eric Sadin:La Era del Individuo Tirano. Buenos Aires: Caja Negra, 2022

Francisco Matilla
Universidad de Buenos Aires , Argentina
Lucía Horcajo
Universidad de Buenos Aires, Argentina

Delito y Sociedad

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 0328-0101

ISSN-e: 2362-3306

Periodicidad: Semestral

núm. 57, e0118, 2025

delitoysociedad@unl.edu.ar

Sadin Eric. La Era del Individuo Tirano. . 2022. Buenos Aires. Caja Negra. 304pp.. 978-987-48226-4-2

Recepción: 03 Octubre 2023

Aprobación: 15 Noviembre 2023



DOI: https://doi.org/10.14409/dys.2024.57.e0118

En La Era del Individuo Tirano, Eric Sadin se propone hacer un diagnóstico de nuestro presente, contar las costumbres de nuestro tiempo. Desconfianza a las instancias de poder, rechazo a la democracia representativa, la apolítica, la primacía de uno mismo ante el orden común bajo las lógicas del management y la innovación digital, con la expansión del uso de las redes sociales, son algunas de las aristas que indaga para dar cuenta de un nuevo ethos, que produjo cambios profundos en la forma de relacionarnos y de pensarnos a nosotros mismos. Sostiene que estaríamos, entonces, ante la era del individuo tirano, el advenimiento de una condición civilizatoria inédita que muestra la abolición progresiva de todo cimiento común para dejar lugar a un hormigueo de seres esparcidos que pretenden, de aquí en más, ocupar de pleno derecho una posición preponderante con respecto al resto del cuerpo social.

El libro está dividido en cinco partes. En la primera parte, «Mitos y sinsabores del individualismo liberal», hace una descripción de cómo la corriente ideológica del individualismo liberal se expande en gran parte del mundo en los albores del siglo XIX, como así también de sus postulados principales, en torno a una concepción del ser humano y la vida en sociedad, y cómo ésta va mutando a lo largo de las décadas. En este sentido, Sadin retoma a Locke como padre fundador de esta corriente que concibe al ser humano como capaz de gobernarse a sí mismo, es decir, según su propia conciencia, pero hallándose, a la vez, inmerso dentro de un conjunto de valores y sentimientos comunes.

Ahora bien, este individualismo liberal se constituyó sobre un principio según el cual, gracias al esfuerzo de cada individuo, al mérito derivado del empeño de cada uno en su vida, advendría una sociedad próspera caracterizada, en último término, por la posesión de artefactos. Esa era la forma que adquirió la esperanza individual y colectiva de la llamada sociedad de consumo atravesada por el credo individualista liberal, en la cual el acto de comprar se concibe como plena realización de uno mismo y de los demás. Esto, subraya el autor, generó una amplia despolitización en tanto una falta de implicación de los sujetos en la organización de los asuntos comunes. Es en la década de los 70 ́ que esta concepción comienza a tener su primer momento de desconfianza por parte de los individuos, debido a las crisis económicas atravesadas en las naciones occidentales, con un aumento pronunciado del desempleo y las declaraciones de quiebra cotidianas. En este contexto, aparecen figuras, como el ganador del Nobel de economía Friedrich Hayek, que refutan los imperativos de redistribución social de la riqueza, y otras cuestiones humanistas, ya que serían los causantes de estas crisis atravesadas. Estas ideas encuentran a sus máximos exponentes en el Reino Unido con Margaret Thatcher y en EEUU con Ronald Reagan. Estos ya no pretenderían emerger de un supuesto «contrato social» sino que sus medidas económico —políticas y sociales se derivan de una situación en la cual, según su perspectiva, no había alternativa más allá del neoliberalismo. La política es desplazada por el mundo capital— financiero como eje cardinal de decisión. Este contexto impulsó a conformar un nuevo tipo de ethos individual, el cual se vio atravesado por las premisas de desarrollar la propia vida sin represiones ni condicionantes, sin importar ya ningún horizonte colectivo, con el foco puesto en hacer valer la propia singularidad. En este sentido, se confirma una separación que se irá acentuando con el correr de los años entre un orden colectivo estructurado por reglas y leyes, por valores comunes; y las propias singularidades de los individuos que buscan hacer valer su personalidad, en hacerse notar por sobre los demás. El autor denominará esto como el giro neoliberal caracterizado por una indiferencia hacia el orden político basado en la concepción de los sujetos de tener el control de sus vidas y futuro en sus manos, y de poder lograr lo que ninguna institución, como así tampoco la sociedad, les había dado.

En la segunda parte, «La ebriedad de las redes y la centralidad de uno mismo», se indagan los cambios que produjeron la introducción y la generalización del uso de Internet y del teléfono móvil a finales de los años 90. Estos elementos comienzan a generar en los usuarios una sensación de mayor autonomía y soberanía, de un mayor control sobre las cosas y una mayor liberación, una sensación de centralidad de uno mismo al estar al tanto de muchas cosas y creernos actores de nuestro destino montados sobre la innovación tecnológica. Los smartphones refuerzan esta sensación de centralidad ya que en nuestras manos tenemos el acceso a la información y la respuesta a nuestros problemas. En medio de todo esto, aparecen las redes sociales como herramientas a disposición de todo el mundo donde la centralidad se cultiva a través de las publicaciones. Los ciudadanos entendieron que podían informarse, expresar opiniones, denunciar prácticas y hacer conocer su insatisfacción de la vida dejando a un lado lo propio de la participación. El autor sostiene, en este punto, que la mayor parte de los seres humanos dejaron de lado la intervención en el mundo común como forma de transformación de la realidad, y se aferraron a estas técnicas puestas a disposición del orden privado con las ventajas de hacer más fácil el día a día y de satisfacer las necesidades de reconocimiento y expresión.

La tercera parte del libro se titula «Las tecnologías del resplandor de los espíritus». En este apartado profundiza el análisis sobre las innovaciones tecnológicas destinadas a tener un mejor relación con el usuario, personalizada y desprovista de negatividad, a diferencia de lo que quizás sucedería en la relación con otros seremos humanos, en pos de garantizarnos una forma más fácil y eficiente de existencia. Esto se ve potenciado por el uso de las redes sociales. Facebook, a través del like, nos hizo creer que todo lo que compartimos era apreciado por nuestros «amigos», lo que impulsó la búsqueda de la importancia de uno mismo con la necesidad de compartirlo todo ya que vivirlo en soledad desvaloriza la experiencia en reconocimiento. Twitter, en cambio, trajo el triunfo de la palabra sobre la acción, ya que se presentó como un espacio virtual en donde las personas podían volcar sus opiniones del mundo para imponer su percepción de las cosas sin ninguna implicación sobre los asuntos comunes. Estos elementos se condensan en una sensación de autosuficiencia en la cual no necesitamos al otro para realizarnos porque nos realizamos de manera privada a través de la tecnología. Entonces, el efecto producido es una tensión constante entre el hecho de poder vivir sin tener que recurrir a nadie más y el hecho de estar obligados a acordar con el resto del cuerpo social.

La cuarta parte del libro, «Las tablas de mi ley», se centra en el señalamiento de ciertos procesos y fenómenos que surgen y otros que se profundizan a lo largo de la década de 2010. En primer lugar, vuelve a mencionar la desilusión como sentimiento común de todos los individuos, lo que lleva a una situación cada vez más creciente de pérdida de fe en los discursos. Esto llevó a la aparición de nuevos fenómenos como lo son las fake news, es decir, noticias que se afirmaban como verdades sin tener ninguna correspondencia con la realidad de los hechos. La libertad de expresión toma una nueva dinámica en esta época, debido a una pérdida de los principios comunes. En este sentido, surge un nuevo quiebre entre la propia subjetividad de los individuos y la de la comunidad, o sociedad, que se debe, según el autor, a dos factores: la sensación de los individuos de haber sido traicionados, de sentir que habría un discurso «oficial» que se encontraba muy alejado de lo que era la propia realidad; a la par que los individuos se encuentran equipados con instrumentos personales de información y expresión que les dan miles de perspectivas posibles sobre los acontecimientos. El autor advierte el peligro de este fenómeno ya que el principio de lo universal se encontraría en riesgo constante de ser atacado por malestares específicos e infinitos. El odio contra el orden mayoritario se postula como el fenómeno a enfrentar por el autor debido al peligro que le significa a la «pluralidad», tan necesaria para la cohesión social, sin la cual cada uno únicamente estaría preocupado por el objetivo de confirmar sus propias ideas. Lo que está en peligro, entonces, son los principios democráticos. Ahora bien, estas subjetividades que parecen huir al marco de referencia común son el proceso de un sentimiento de ira para con la sociedad en su conjunto debido a fracasos reiterados, una desigualdad cada vez más creciente, a crisis recurrentes y otros tantos motivos que decantaron en estas subjetividades revanchistas y encerradas en sí mismas, con sus propios marcos de referencia facilitados por lo virtual que permiten una sensación de autonomía y autosuficiencia. El autor denomina este estado de lo social como «aislamiento colectivo», vivimos en sociedad, pero se tiene la sensación de que el otro ya no es más imprescindible, como así tampoco el marco común que permite la socialización. Entonces, así las cosas, se encuentran debilitados, por un lado, el poder público, por la traición que se considera que realizó debido a las condiciones que se juzgan como inequitativas, y, por otro, el lazo social. Pareciera que los únicos lazos que inaugura esta tendencia son de carácter negativo.

Se expandió la sensación, afirma Sadin, de una no aceptación al orden vigente sin que haya otro orden capaz de sustituirlo. Y si, es una sensación, ya que estas impugnaciones en general no se basan en una ideología o creencia, sino más bien en subjetividades dañadas que, con el celular como instrumento, buscan hacerse escuchar. Nos encontramos en un estado de impotencia de lo político, el poder ahora se halla al lado de los individuos. En este contexto surgen autoritarismo novedosos con figuras que manifiestan no remitirse más que a sí mismos y que se atribuyen la tarea de devolverles lo perdido a las subjetividades traicionadas. Es importante, remarca el autor, entender que estos autoritarismos se nutren de este ethos individual tan particular que busca constantemente someter lo real al propio deseo.

En el quinto apartado, «El tiempo de las violencias legítimas», se desarrolla un análisis en torno al surgimiento de nuevos tipos de violencias que comparten una misma esencia: la voluntad irrefrenable de hacerse justicia por sí mismo en una situación que se percibía como aplastante. Son legítimas, en este sentido, porque están justificadas por la situación aplastante que las llevó a explotar y a descargarse contra ella. Nacen de un descrédito creciente a toda autoridad debido a los padecimientos sufridos atribuidos a su accionar. «Ahí donde no hay derechos, no hay deberes» (2022:279). Estas violencias nacen de una pulsión irrefrenable de explotar por parte de los sujetos padecientes, no cuentan con estrategia (factor clave para la instauración de un nuevo orden) y son simplemente descarga violenta. No son colectivas, sino meramente individuales, y dado el contexto de creciente indiferencia entre los individuos, esta violencia puede desencadenarse en cualquier situación. Nos encontramos en un momento de crispación total de la psiquis colectiva, de violencias que pueden surgir sin previo aviso donde menos lo esperamos. Finalizando este capítulo, el último, el autor advierte que este entorno social tiene un fuerte potencial fascista, pero podría ser un fascismo de naturaleza no conocida, el cual estaría anclado ya no en el poder detentado por un partido autoritario sino, más bien, por un ambiente en el cual pareciera que rige la ley de los que se sienten más perjudicados por cierto orden de cosas que se juzgan injustas. Es probable, concluye el autor, que en los años post coronavirus emerja un fascismo que él denominara «individual atomizado» que tendrá como agente principal la subjetividad dañada, revanchista y obstinada que dirigirá las conductas de los individuos aislados.

Para cerrar el libro, el autor elabora una conclusión con un tono más propositivo. Comienza hablando de la pandemia de Covid-19 donde los individuos encerrados sintieron una necesidad de expresarse. A través de las redes, cada uno podía encontrar la tesis que confirmaba su forma de ver las cosas. Aparece, entonces, el testimonio: una forma de narrar las experiencias de territorio en lugares donde el conflicto se presenta con mucha crueldad. Esta forma de narrar llevó estas carencias y dolores que permitieron al conocimiento público. Se trata de redefinir las condiciones del ejercicio de lo político. Esto requiere el compromiso de todos en el ejercicio de la ciudadanía donde tienen que involucrarse todos aquellos que tengan la intención de ponerle un freno a los desbordes del rencor y el odio y trabajar para instaurar condiciones de equidad en nuestras vidas cotidianas. «Vivimos la época que muestra una lucha entre la pulsión de destrucción y la intención de construir y el principio de la esperanza»(2022:302).

Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R