Año 28, nº 48, 2º semestre 2019


Recibido: 24/04/2019 · Aceptado: 22/05/2019 | DOI: 10.14409/dys.v2i48/8552

«Vecinocracia» es una invitación al debate, a pensar en las formas en que se transita y se tramita el espacio y el tiempo. «Vecinocracia» es la invitación que nos hace Rodríguez Alzueta hace tiempo, y que la actualiza en esta ocasión, a pensarnos a nosotros mismos como parte de estos problemas que nos rodean.

En este libro, nos encontramos con el característico estilo del autor que nos propone abordar problemáticas sociales desde una mirada sociológica que convine a los grandes clásicos con literatura, rock y poesía, porque todo ello implica entrar a la discusión desde muchos ángulos, pero también salir de ella disparando múltiples posibilidades.

Entonces, en «Vecinocracia» vamos a encontrarnos con los clásicos, con los debates sobre la seguridad y la inseguridad, sobre los medios de comunicación y sobre la justicia, pero abordadas ya no desde la cerradura de la puerta, como lo hacen los vecinos alerta, sino ahondando en múltiples dimensiones.

La pregunta inicial con la que nos enfrentamos al texto es ¿por qué «vecinocracia»?, ¿por qué Rodríguez Alzueta pone en su título este concepto al lado de «olfato social y linchamiento»? La respuesta se construye en cada uno de sus tres capítulos, que abordan tres «agentes», tres «sujetos», tres instancias de la acción: el primero de ellos «Vicinitas: la banalidad del bien», que refiere al vecino; el segundo «Hostis: olfato social e indignación vecinal» que apunta al enemigo; y el último «Tumultus: las fuerzas vivas de la sociedad civil» que representa a los vecinos que actúan, a la potencia de la «vecinocracia».

La vecinocracia no es el vecino en sí, un vecino indignado, es más bien una forma de ver el mundo. Son creencias y sentimientos que moldean esa forma de ver el mundo, porque está hecha de sentimientos profundos: el miedo, el temor, la incertidumbre. Pero no por eso es un impulso irracional y espontaneo. No, se consolida poco a poco, como una forma de sociabilidad que habilita lugares donde reposan la justicia vecinal y la justicia mediática. Caras estas de una misma moneda, como dice el autor, no hay olfato policial sin olfato social, y tampoco hay justicia vecinal sin justicia mediática.

La vecinocracia se consolida como una soberanía territorial y moral. Se alimenta de la idea de víctima, del peligro y el riesgo. Cuando digo de la idea me refiero a que no hay que ser o haber sido víctima para saber lo que se siente, porque lo importante es la potencialidad de serlo. Ahí nace la empatía y la antipatía, porque con unos/as nos sentiremos cerca y con otros/as nos sentiremos de la vereda contraria, incapaces de pensarlos cercanos/as. Así la vecinocraciava trazando sus límites del dónde, del quiénes, y del qué haremos con ello.

Ya no importa el victimario y el delito, importa la víctima y la inseguridad que rodea a las potenciales víctimas, y eso nos ubica frente al problema de salir del hecho en sí y pararnos en un estado de posibilidad constante. Esto es importante porque, en definitiva, desdibuja la importancia en el número de delitos, de las condiciones, para ponernos en una arena movediza que se vuelve más difícil de medir y de enfrentar: esa inseguridad para los vecinos nos hace a muchos —no víctimas— potenciales víctimas, y por eso hay que tomar cartas en el asunto.

La prudencia es su principal herramienta, y para eso, los vecinos resignaran sus libertades para garantizar su seguridad. Rejas, candados, cámaras, botones antipánicos, etcétera etcétera. Llegar a casa es sentirse a salvo, «hogar dulce hogar», nos dice Rodríguez Alzueta, porque afuera están los peligros que nos persiguen. Es una especie de autodeterminación de privación de libertad, a cambio de «seguridad» resigno mi propia circulación, intimidad y comodidad. La precaución y la prudencia por el miedo al delito son el puntapié para la paranoia vecinal.

Las subjetividades y las sensibilidades se hacen práctica, tienen consecuencias concretas en la vida de la gente. Cubiertos por buenos modales, los vecinos despliegan sus violencias legitimándose. Los linchamientos, simbólicos y físicos, son procesos de estigmatización exitosa, son formas de castigo que canalizan procesos amplios (por eso no son irracionales) de brutalidad, grupalidad, suspensión de normas morales y por su puesto el espectáculo del evento. No es ojo por ojo diente por diente, a diferencia de lo que se suele decir «te pueden matar por un par de zapatillas», acá un pibe que roba un celular puede perder la vida en manos de la vecinocracia.

Esteban Rodríguez Alzueta nos propone entonces historizar al vecino, vincularlo con los contextos sociales de su existencia, con las inseguridades que lo rodean por fuera del delito, pero también pensar en la peculiaridad de este contexto. El miedo tiene efectos concretos porque no es inocente. El miedo es planteado por el autor como el caballo de Troya que desata estigmatización y pánico moral. Ese que abre al resentimiento, la desconfianza, la ansiedad. Esa que da lugar a la justicia vecinal, que lejos de solucionar el problema que intenta atacar, lo profundiza.

Los vecinos son aquellos que se quejan en el espacio público y que se esfuerzan por instalar sus demandas. Los vecinos no pueden ser pensados por fuera de la idea de víctima, esa noción que nos complica todo. Que encasilla, que anticipa la respuesta antes de la pregunta, que se sostiene en los clisés.

Entonces, ¿de qué nos está hablando Rodríguez Alzueta en vecinocracia? El autor nos está haciendo la invitación a pensar, a pensarnos. Los vecinos alertas son tal vez los protagonistas claros de este análisis, esos que reconstituyen la idea de lo privado, los límites y los permisos de los territorios, de sus barrios. Sin embargo el libro nos habla de la homogeneidad y la heterogeneidad de esos vecinos, de lo que se comparte y los construye como grupo, como «nosotros», pero para eso nos habla de «los otros», de quienes son el enemigo que permite construir identidades.

Pero ese grupo es heterogéneo también, porque el autor no nos permite quedarnos en la comodidad de nuestros sillones pensando en que «el vecino alerta» es aquel señor mayor que sale en un barrio de clase media urbana indignado por la inseguridad, no nos deja enojarnos desde la Universidad o desde los movimientos sociales creyendo que somos aquellos que vamos a analizar el problema pero que no «estamos» en el problema. No, Esteban Rodríguez Alzueta, como siempre provocativo, nos invita a pensar ese vecino que llevamos dentro. Porque si el vecino es aquel que no tiene juicio, aquel que deja de preguntar, aquel que se encasilla en los muros de pensamiento acusatorios, entonces estamos mucho más cerca de caer en aquel lugar de lo que creemos.

Ver el vecino que llevamos dentro es preguntarnos por las prácticas del progresismo, militancia, las izquierdas, los feminismos. Es una invitación a pensar el punitivismo vacío con el que generamos respuestas sin ver cómo viene la pregunta o su contexto de formulación. Nos invita a preguntarnos por la práctica, la nuestra, no la del que esta allá a lo lejos.

En este libro Esteban Rodríguez Alzueta se pregunta por el fracaso de la convivencia, de generar un estado empático en mayúscula y minúscula. Nos invita a pensar el encuentro y la ética de la solidaridad. Nos invita a preguntarnos por nuestro lugar en este juego.

Entonces repensar nuestra práctica, la vecina o el vecino alerta que llevamos dentro, va desde la políticas de las grande ciudades, como la aplicación para denunciar anónimamente cualquier falta que veas por la calle, hasta los escraches y los linchamientos. Es la invitación a volver a pensar qué implica punir, escrachar, encarcelar.

El autor nos invita en este libro y en su provocación constante, a no quedarnos en la comodidad de lo que sabemos, de lo que hacemos, de cómo pensamos los problemas sociales. Nos hace movernos, indagarnos, dialogar. Por eso, «Vecinocracia» es la nueva expresión de Esteban Rodríguez Alzueta del «hacia dónde», porque como dice la nota de la editorial: Plan de Operaciones es un plan de trabajo, que sale a buscar la charla, es una ruta de procedimientos: ensayo, polémica.