Papeles de investigación

Ciencias sociales como hecho público: edición, legitimación, consagración

Social science as a public fact: publishing, legitimisation, consecration

Gustavo Sorá
Universidad Nacional de Córdoba , Argentina
CONICET, Argentina

El taco en la brea

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 2362-4191

Periodicidad: Semestral

vol. 9, núm. 15, 2023

eltacoenlabrea@gmail.com

Recepción: 07 Octubre 2021

Aprobación: 04 Noviembre 2021



DOI: https://doi.org/10.14409/tb.2022.15.e0062

Para citar este artículo: Sorá, G. (2022). Ciencias sociales como hecho público: edición, legitimación, consagración. El taco en la brea, (15) (diciembre–mayo). Santa Fe, Argentina: UNL. e0062 DOI: 10.14409/tb.2022.15.e0062

Resumen: El artículo explora una dimensión constitutiva y denegada de las Ciencias Sociales y las Humanidades (CSH): su interdependencia con sistemas de intereses enraizados en espacios no académicos de la vida social, como los mercados culturales, los campos político, religioso o periodístico. Para tal objetivo se analiza la transformación de los productos de las CSH al devenir bienes simbólicos comunicables y apropiables por públicos anónimos. La edición de libros, el formato que mayor valoración observa entre quienes practican alguna de las disciplinas de esa gran área de conocimiento, circunscribe el terreno de la exploración. El campo editorial es uno de los laboratorios para comprender cómo la legitimación y consagración de las ideas gestadas en las CSH es mediada por agentes activos en el exterior del círculo de especialistas. A través de prácticas como la traducción o la reedición, se ponen de relieve algunos de los mecanismos para la duración de las ideas en el tiempo y para su extensión en el espacio transnacional.

Palabras clave: ciencias sociales, humanidades, mercados de bienes simbólicos, esfera pública, legitimación.

Abstract: The article explores a constitutive and denied dimension of the Social Sciences and Humanities (SSH): their interdependence with systems of interests rooted in non-academic spaces of social life, such as cultural markets, the political, religious or journalistic fields. To this end, we analize the transformation of SSH products as they become symbolic goods that can be communicated to and appropriated by anonymous audiences. Book publishing, the most highly valued format among those who practice any of the disciplines in this great area of knowledge circunscribes the terrain of an exploration such as the one we propose. The publishing system is the laboratory for understanding how the legitimisation and consecration of the ideas generated in the SSH is mediated by agents active outside the circle of specialists. Through practices such as translation or reedition, some of the mechanisms for the duration of ideas over time and their extension in the transnational space are highlighted.

Keywords: social sciences, humanities, markets of symbolic goods, public sphere, legitimisation, humanities.

Es la opinión la que crea al mago, así como las influencias que aquel produce.

Es gracias a la opinión que él sabe todo y puede todo.

Es la opinión pública la que quiere que la naturaleza no tenga secretos para él

Henri Hubert y Marcel Mauss

1.

Solemos pensar las Ciencias sociales y las Humanidades (CSH) como el polo «cultural» de la producción académica. Muchos de sus especialistas hacen de la propia noción de cultura su leit motif.1La antropología es una disciplina que ha evolucionado a la sombra del concepto. Las humanidades clásicas se figuran como liberadas de toda urgencia práctica en la vida cotidiana, se resguardan en los laberintos del puro simbolismo.2 Sus especialistas discurren con facilidad sobre los más variados sistemas de signos. En esas esferas de conocimiento parece sencillo hablar del término. Pero todo se complica cuando se trata de pensarlas como hechos culturales, con propiedades comunes a otras dimensiones de la vida social con menor legitimación. No me refiero tanto a propiedades formales, sino a lo que puede conectar las CSH con la totalidad de las formaciones sociales que las abarcan.3 Para ello es preciso salirse del círculo de los especialistas; observar cómo lo que estos piensan, dicen, escriben puede expandirse hacia la esfera pública; espacio donde sus ideas colisionan con los intereses de productores no cobijados por la torre de marfil universitaria y que frecuentemente nutren sus discursos con lo que en la academia se valida como verdad.4 Periodistas, políticos, sacerdotes, educadores por regla están mejor pertrechados que los académicos en su comunicación con audiencias diversificadas, con consumidores de bienes simbólicos masivos (Bourdieu, 2009, p. 112 y ss.). Es al menos paradójico que los especialistas en la producción cultural por lo general no estén dispuestos a pensar realmente sus lazos de interdependencia en la esfera pública, su posición en la cultura. Para ello es ineludible considerar los vasos comunicantes entre diversos sistemas de producción simbólica.

2.

Es imprescindible que se explique a fondo cómo se da tal pasaje; cómo lo que se trama en el debate entre pares en un momento puede deslizarse más allá de los ámbitos que los académicos controlan o piensan que controlan, a través de determinados mecanismos de mercado cultural. Es en el centro de dicha articulación donde aparece con toda su fuerza la idea de edición, práctica especializada que apenas si algunos pocos científicos sociales conocen en detalle y practican con frecuencia, más allá de la producción de revistas para pares. En Cartas sobre la mesa. Correspondencias editoriales en la Argentina moderna, Ana Mosqueda (2021, p. 13) remite al diccionario de la RAE de 1791 que definía editor como «el que saca a luz o publica alguna obra ajena, y cuida de su impresión». Si bien no nos podemos fiar de las palabras de los diccionarios para pensar la realidad social, en aquella vieja expresión reconocemos varios elementos muy significativos para lo que quiero tratar: obra ajena, alguien que transforma un texto (u otra forma de producción simbólica, del tipo que sea, obra musical, teatral, plástica) gestado por otra persona, para sacarlo a la luz, lo cual significa publicarlo, dotarlo de condiciones para que sea comunicado y apropiado por un público anónimo. Dar nacimiento, finalmente, a un producto del intelecto que se pergeña en la privacidad de un escritorio, de un taller, de un claustro. Una vez que sale a la luz del público, aparece el juicio crítico, la valoración, es decir el proceso de legitimación, acto netamente social, que puede o no granjear renombre al creador, valor que eventualmente puede consagrar, es decir, ratificar una posición de privilegio en el espacio de competidores por la legitimidad cultural. Digámoslo con otras palabras: editar significa algo así como dar a luz, en el sentido de traer a la existencia social un mensaje bajo una forma material (impresa, visual) a la que se le calcula un valor económico y que es pasible de ser apropiada por otro. Las transformaciones «del original» y las alteridades se gestan en ese proceso, inciden, quiérase o no, se sepa o no, en la legitimación de los saberes producidos por sociólogos, antropólogos, historiadores, politólogos. Por ende, también impactan en la consagración de los especialistas, de sus disciplinas, de los asuntos que a cada época marcan la agenda de los intereses profesionales. Es decir, la publicación, la publicidad, el público y todo el conjunto de palabras enraizadas a la esfera pública, dirimen jerarquías de valor al respecto de los creadores y de ideas que pueden ser tomadas como verdades que se busca estabilizar en el discurso de especialistas y también del público lego. Otro modo de pensar el tema es que las ideas solo significan en el proceso social de mediaciones a través del cual se cargan de valores relativos y por lo general inestables, es decir sometidos a vaivenes, contradicciones, duración temporal y extensión espacial variable. Mediaciones, otredades; no hay ideas fuera del formato o estructura material (lo que por supuesto abarca contextos de enunciación oral) a través de las cuales se comunican; simplemente no existe «para el juicio» aquello que otros no pueden valorar.

Todo parece muy evidente. Son hechos inobjetables. Pero lo que hace de este asunto un gran problema es que los científicos sociales (humanistas y otros especialistas vinculados al sistema universitario) viven sus prácticas como si todo se decidiera entre los muros de sus congresos, claustros, instituciones, como juegos apenas teóricos entre ideas iluminadas y cautivadoras. Las ciencias sociales, su historia, el debate sobre sus formas y contenidos, tienden a ser tratados como si lo exterior no contara, no afectara, no incidiera en las ideas, en las teorías, en la evolución de cada rama de esta Gran Área de Conocimiento. Es por ende un hecho denegado, que no quiere ser realmente pensado y asumido, ya que esconde gran parte de los resortes «no científicos» que constituyen el mundo de la ciencia. Vaya paradoja, que los propios especialistas en lo social quieren saberlo todo sobre los fundamentos colectivos de los comportamientos humanos, pero se protegen contra la indagación de los laberintos sociales en los que se cuece su propio mundo, en los que sus logros devienen cultura.

Ciertos tableros empíricos permiten construir datos sobre cómo las ideas atraviesan los tamices de la publicidad y del juicio, en movimientos que enfrentan las barreras del tiempo y del espacio. En la dimensión espacial podemos imaginar conexiones entre las ideas que en un momento son asociables a un autor, a un creador, a una rama del saber disciplinado, y agentes, instituciones, prácticas, lenguas, culturas distribuidas en variables extensiones del globo. Para la mensura de dichas cartografías nada más indicado que las hipótesis que Bourdieu (2002) planteó en su sociología de la circulación internacional de ideas, y en particular la sociología de la traducción (Heilbron, 1999; Heilbron y Sapiro, 2002; Sapiro, 2008). En la dimensión temporal, toda suerte de prácticas, instituciones y poderes que alargan la perduración de ideas primariamente asociadas a un autor. El destino de las ideas no se consume en el acto de la publicación. Este es apenas la primera etapa de su transformación. Lo decisivo es su propensión a marcar época, su potencia para transformar agendas temáticas, prolongar hipótesis, demostraciones, conexiones entre hechos que se consideran necesarios para la correcta interpretación de las realidades sociales y culturales. Si una idea puede irrumpir en el espacio cultural al ser editada, perdura en el tiempo solo si es reeditada, reactualizada (Sorá, 2021b). Estos asuntos son bien aprehendidos a través de la historia social de las ciencias sociales. Entre ambas dimensiones hallamos los elementos basales para explicar la consagración de autores, conceptos, paradigmas, disciplinas.

Hasta aquí el problema de conocimiento que quise traer al debate como insumo para las cartografías que los organizadores de este ciclo de conferencias proponen para ampliar la mirada sobre las ciencias sociales. Resta considerar un tema transversal a estas hipótesis: la tensión entre autonomía y heteronomía, entre control entre pares de los destinos de una ciencia y condicionamiento exterior de su evolución. Una disciplina siempre se desarrolla en esa tensión. Si consideramos como válidos y necesarios los hechos a los que me refiero, no existe un estado puro de autonomía, ni siquiera en los espacios académicos metropolitanos, una ciencia (incluida las exactas) completamente al resguardo de la injerencia pública extraacadémica. La fuerte inestabilidad de esa tensión debe ser objeto de permanente reflexión para sopesar el estado de legitimación de los temas que abordamos. Como sostuvo Edmund Leach (1976), nada más frágil que la tozuda insistencia de los especialistas para retratar las sociedades como sistemas estables, coherentes, estructurados: si las CSH solo se piensan a través de cuestiones endógenas a las mismas, se actúa irreflexivamente como si fueran invariantemente autónomas. A nivel de las prácticas concretas (relevadas, pensadas) de esas disciplinas, los conflictos y las contradicciones entre diversas formas de interés (de poder) son la norma. Si apenas pensamos las CSH como regidas por el debate de ideas teóricas entre grandes autores, tenderemos a retificar una estructura típico–ideal que realmente no da cuenta de las incertidumbres, incoherencias y oposiciones que dinamizan la evolución de todo sistema social.

3.

Para pasar de las hipótesis a los hechos, no queda otro camino que comentar de un modo sucinto cómo me he enfrentado al estudio de la existencia editada de las ciencias sociales y humanas en distintos escenarios de la cultura Occidental. Entre muchos temas que abordé para conocer las prácticas que edifican el mundo del libro y de la edición, me concentré sobre las dinámicas que en ese mercado de bienes simbólicos tienen las CSH. No voy a resumir esos trabajos, pero quisiera recordar un hallazgo certero para el tema de esta conferencia: una disciplina académica no es un género editorial. La antropología como entidad científica y académica, por ejemplo, no equivale a lo que un editor decide publicar, a lo que un librero puede incluir en un anaquel rotulado por ese nombre disciplinar y hasta lo que un lector lee con intensión de nutrir el conocimiento sobre «el hombre y sus obras». En otras palabras, las CSH como entidad científica y académica no son lo mismo que los impresos clasificados como tales (o por sus taxones singulares) y disponibles en un mercado librero. No llegué al tema directamente centrado en la existencia pública de las CSH. Una perspectiva antropológica sobre el concepto de cultura es esencial para no quedar atrapado entre los acotados bordes de una singular esfera de la vida social; por ejemplo, la literatura.

Mis primeras investigaciones las dediqué al mercado brasileño, a partir de agosto de 1991. Si en esos tiempos lo escrito sobre editoriales y otros mediadores de la cultura impresa en Brasil eran no especializados (por lo general ensayos nativos fragmentarios, sesgados, discontinuos), había que elegir el lugar que más densamente permitiera conocer al universo de agentes, objetos, representaciones que incidían en las relaciones entre «el autor y el lector».5 Nada mejor que una feria internacional de libros (FIL), mega evento donde uno puede observar objetos y personas representativos de todos los rincones de la actividad editorial: desde productores de papel a instituciones de enseñanza, editores, libreros, impresores, públicos diversificados, agentes de variada procedencia y propiedades socioculturales, etc. La etnografía de un evento que constriñe a todos los mediadores de la palabra impresa a reunirse en una plaza de mercado, parecía la mejor estrategia para desbrozar su universo de prácticas, conocer quiénes eran, qué hacían y cómo se ordenaban jerárquicamente los productos que identificaban sus marcas. Al observar todo, imperativo etnográfico tradicional y siempre tan productivo, hice cartografías de la totalidad de los espacios montados para las bienales internacionales de libros de Río de Janeiro (1991 y 1993) y de São Paulo (1992). La sincronicidad y el poder de esos eventos permiten comprender que tanto los productores de libros excelsos como de libros efímeros se someten a reglas equivalentes. Allí todo es pasible de ser contrastado: agentes con poder económico y agentes con poder simbólico, antiguos y novatos, especializados en toda suerte de géneros, nacionales y extranjeros, capitalinos y provincianos. Agentes literarios, scouts, revistas especializadas, nada escapaba de mi radio de observación y del intento de integración del espacio diferenciado que forma cualquier campo de producción simbólica más o menos autónomo. Así, contrasté los modos de exposición de editores de literatura, de libros religiosos, de libros técnicos, de historietas, de todo tipo de géneros, también de editores especializados en libros académicos, entre los cuales de CSH. Registraba las formas de los stands, los responsables de los mismos y por supuesto el orden de los libros (Chartier, 1992) expuestos: lo que estaba en vitrinas, adelante, atrás, bajo la luz, en penumbras; también en menor medida las actitudes de los públicos visitantes y potenciales compradores. Editoriales nuevas de ciencias sociales, como Relume & Dumará, relucían por la presencia de autores que en aquellos años comenzaban a granjear renombre en las ciencias sociales brasileñas. Pero al entrevistar a Alberto Schprejer, el fundador­-editor-propietario, no ocultó que su afán era difundir literatura, el género que a la larga desea publicar todo editor ya que es convención tratar al libro como cuasi sinónimo de literatura, porque la nación, por sobre todas las cosas, y más aún en culturas dominadas como las nuestras, se condensa sobre la producción ficcional.6 En el observado caso brasileño, autores de CSH de acentuada consagración, como Roberto Da Matta, Gilberto Freyre, Fernando Henrique Cardoso o Antônio Cândido ya no aparecían en los pequeños o medianos sellos especializados (Paz e Terra, Zahar, Brasiliense, etc.), sino en los stands de Record, Nova Fronteira, Companhia das Letras, Rocco, es decir de las grandes compañías de literatura, editoriales comúnmente rotuladas como generalistas. Y si la edición es un hecho denegado, en el fondo lo es por lo que Bourdieu remarcó siempre, como nadie: por la faz económica que también conforma a los bienes simbólicos, por el hecho de que las ideas, que las obras, que la creación artística se arraiga en mercados, como significados y como mercancía. A mayor consagración o perduración temporal, mayor rentabilidad financiera como long seller, mayor el rinde que un autor y una obra pueden generar. De ahí que para comprender la obra de cualquier autor siempre es imprescindible conocer no apenas su propia trayectoria social y profesional, sino también, paralelamente, la trayectoria de sus productos publicados, editados, expuestos y vendibles a públicos. Así, de un pequeño sello que arriesga en un autor desconocido, si este pasa a granjear valoración crítica positiva creciente, luego es apetecido por sellos más poderosos. A mayor consagración, mayores concesiones al mercado, efecto que, en el polo de la producción restringida, de los nuevos especialistas, también provoca desconfianza y hasta rechazo, lo que da lugar a juicios como «tal autor escribe para el mercado»; «sus ideas ya no son innovadoras»; «es un pensador mediático». En el tiempo de aquellas exploraciones empíricas en tierra brasileña eso se pensaba con frecuencia de renombrados profesionales como Da Matta. Tales indicadores externos al espacio de especialistas generan el tiempo; por el simple hecho del lugar que ocupan en un mercado de bienes simbólicos, demarcan la cualidad y duración de los productos; por sus precios, sus aditivos publicitarios y demás, una jerarquización donde a mayor consagración, mayor devaluación en el círculo de especialistas, mayor deslizamiento hacia el plano del pasado, ya sea para ser olvidado, ya sea para ser agrupado en el taxón «clásicos», en el caso de que una obra sea objeto de periódica reedición/reapropiación.7 Estos autores y productos, funcionan también como los umbrales a ser superados por los nuevos pretendientes, quienes, en el mejor de los casos, es decir, de los que mejores respuestas obtengan en los mercados académico y editorial, sufrirán tarde o temprano la ambigua descalificación de la consagración doblemente simbólica y económica. Para concluir, uno podría decir que la pregunta que orienta hacia esta clase de demostraciones es «¿dónde publicas? te diré quién eres». Desde un punto de vista menos personalizado, más centrado en las disciplinas, podemos preguntarnos (y orientar las observaciones) al interés por conocer «¿dónde están la sociología, la antropología, la ciencia política, la historia»? Dónde están en el mercado cultural: en qué sección de las librerías, de las bibliotecas, de los catálogos, de la recensión, de las posibilidades de percepción y de valoración por públicos que no necesariamente transitan el espacio académico. Edición es por lo tanto exposición, revelamiento: si algo no se ve, no se encuentra, no es incorporado al circuito de competiciones por el reconocimiento, por el prestigio, por la consagración.

Al no disponer de estudios complementarios publicados por otros colegas, al no estar legitimado el tema en la academia y por lo tanto al no surtir efecto como insumo de reconocimiento de/para los propios editores, me fue imposible extender en el doctorado un estudio del campo editorial brasileño en esa década de fuerte profesionalización e internacionalización.8 «Por suerte» hallé el medio de realizar una investigación histórica sobre la génesis del mercado editorial brasileño, al descubrir los archivos de la editorial José Olympio, abandonados en un galpón del suburbio carioca. Rectora entre los años 30 al 50 de la estabilización de los cánones de la literatura y del pensamiento social brasileños, además de consagrar a novelistas nordestinos como Jorge Amado, Rachel de Queiróz, José Lins do Rego, Graciliano Ramos y muchos otros, José Olympio consagró al sociólogo Gilberto Freyre, a los historiadores Octavio Tarquino de Souza y Sergio Buarque de Holanda, especialmente con su edición por la famosa colección brasiliana denominada Documentos Brasileiros (Sorá, 2010a). Cuando la Universidade de São Paulo y los institutos de investigación cariocas como el Centro Latinoamericano de Pesquisas Sociales (CLAPS) o el Instituto Superior de Estudos Brasileiros (ISEB) en los años 50 consolidaron la formación de sociólogos y antropólogos «científicos», como Florestán Fernandes, Otavio Ianni, Helio Jaguaribe, Darcy Ribeiro, aquellos analistas de los 30 y 40 como Freyre o Fernando de Azevedo fueron considerados apenas escritores, ensayistas, no especializados. Además de las nuevas instituciones de investigación y enseñanza donde se pudo estudiar sociología, antropología, ciencia política, aquella camada de profesionales «modernos» no pudo sino existir al gestar ellos y aliados del mercado, un conjunto de nuevas editoriales que aprovecharon su poderosa novedad teórica y empírica: me refiero a Civilização Brasileira, Paz e Terra, Zahar, Difel y muchos otros sellos con notables catálogos.

Para Argentina, mi primer intento de trasladar esta clase de indagaciones fue un capítulo escrito para el libro Intelectuales y expertos, editados por Federico Neiburg y Mariano Plotkin. En «La edición de ciencias sociales en la Argentina» (Sorá, 2004) busqué reconstruir el espacio de agentes editores que modelaron el paisaje de las CSH entre los años 40 y 80. Comparativamente pude hallar procesos muy emparentados con lo que había estudiado en Brasil. En ese trabajo comencé a pensar la diferencia entre disciplina y género, las tensiones entre publicaciones internas al espacio académico (fichas, cuadernos de cátedra, boletines) y externa a la vida del campus, disponibles en el mercado editorial hispanoamericano. El sistema «librero» que configuraba a las CSH desbordaba lo que gravitaba en la universidad. Algunas de las mejores editoriales de CSH eran mexicanas y españolas. El espacio cultural transnacional es omnipresente en la génesis y evolución de todo mercado de bienes simbólicos, hipótesis que años antes me guió hacia mi coterráneo Arnaldo Orfila Reynal, decisivo en el Fondo de Cultura Económica (FCE), fundador y alma mater de Siglo XXI. Si bien en todos mis trabajos abordé las dimensiones internacionales que condicionan la evolución de las culturas nacionales, por la dimensión del castellano y por los efectos culturales de las políticas intelectuales americanistas, fue patente que la edición en Argentina, por lo tanto su mundo intelectual y académico, no se comprenden si no es en una escala Iberoamericana que determina su progreso y configuración. Si ya a inicios de los años 40 Losada contaba con la notable Biblioteca de Filosofía dirigida por Francisco Romero y la de Sociología por Francisco Ayala, las apuestas de estas series y de todo el catálogo de la gran editorial literaria pasaron a ser condicionadas por la irrupción de los libros del FCE en el mercado argentino. Fundada en 1934, la institución mexicana desde inicios de los años 40 se tornó una editorial sin parangón en la construcción de los mercados de CSH de todo el continente, lo que abarcaba a Brasil a pesar de la diferencia de lengua. Lo equivalente a la colección Documentos Brasileiros era Tierra Firme del FCE. Al tiempo que en noviembre de 1965 Orfila fue echado de la dirección del FCE por extranjero comunista, Siglo XXI, el emprendimiento que fundó en alianza con una internacional que el mito señala como conformada por 500 intelectuales de todos los países de América Latina y también de Europa occidental, dinamizó las profesionalizadas ciencias sociales de la década del 60, a la vez que las alineó hacia un horizonte moral demarcado por las revoluciones del Tercer Mundo. En síntesis, el mercado editorial es un motor decisivo en la implantación de cualquier cultura científica. Y cuando una editorial trabaja en escala transnacional, como las mencionadas empresas mexicanas, deviene un decisivo factor de internacionalización y autonomía disciplinar.

Luego siguieron otros trabajos en los que el tema fue abordado. Uno de ellos lo dediqué a la labor editorial y de traducción de Gregorio Weinberg (Sorá, 2010b y 2021a, cap. 2). Como muchos de ustedes deben conocer, Weinberg fue un destacadísimo intelectual, editor, profesor y durante los primeros años del gobierno de Alfonsín fue nominado en cargos como director de la Biblioteca Nacional y vicepresidente del CONICET. Aparte de su remarcable obra en temas de filosofía, de historia del pensamiento argentino y especialmente en historia de la educación en Argentina y en América Latina, promovió colecciones de libros. La más famosa es El Pasado Argentino que comenzó a editar desde 1954 por la editorial Hachette. Al desentenderse con las autoridades de la firma francesa a inicio de los años 60 fundó el sello Solar, donde redenominó la colección como Dimensión Argentina. En esa época la complementó con una lindísima serie latinoamericanista, Dimensión Americana, donde gracias a su conexión con CEPAL, Ilpes y otras instituciones académicas transnacionales, salieron importantes estudios de las modernas ciencias sociales de la época. El Pasado Argentino cumplía con funciones de construcción de un canon del pensamiento argentino, como lo había sido la Documentos Brasileiros de José Olympio. Allí se reeditaron obras seminales de Sarmiento, de Zeballos, de historiadores como José Busaniche, Chiaramonte; junto a la edición de sainete, de Roberto Arlt, de obras de viajeros coloniales y también estudios sobre la Argentina escritos por académicos extranjeros. Esa labor la prosiguió hasta sus últimos días en 2006. Esa bella colección, de la que a menudo hallamos ejemplares en librerías de viejo, era por cierto reconocida, lo cual no implica que conocida. En todo caso lo más original de mi trabajo fue demostrar que no se podía comprender ese fabuloso laboratorio para pensar la nación si no se la localizaba en el sistema total de actos de edición de Weinberg, que en una alta proporción incluía traducciones. No solo de estudios sobre el país escritos en tierras distantes, sino, sobre todo, otras colecciones en las que el gran intelectual buscó difundir lo mejor del racionalismo occidental. En los años 40 lo hizo a través de la editorial Lautaro, en colecciones como Tratados Fundamentales y Estudios y Ensayos. En los años 50, ese proyecto lo extendió hacia la Biblioteca de Filosofía de Hachette. Decenas de obras inéditas en castellano de Kant, Locke, Spinoza, de los iluministas, pero también de seminales fundadores de las CSH, como Franz Boas, Marcel Mauss, Henri Lévi-Brhul, Vere Gordon Childe, encargados de advertir sobre la historicidad de las categorías trascendentales del pensamiento universal. La traducción es el complemento inexorable para comprender los contornos de todo «pensamiento nacional», cualificación que no puede expresarse si no es en contraste con lo extranjero, con lo universal. Por si esto fuera poco, no era menor resaltar que esa labor contó entre muchas de sus condiciones de posibilidad con el soporte de una empresa extranjera como Hachette. Nada de la evolución de un sistema de pensamiento nacional puede comprenderse con las anteojeras del nacionalismo metodológico que siempre intenta esconder las conexiones e interdependencias de alteridad internacional.

Por último, no quiero dejar de mencionar otra faceta de mis aportes, también ligada al tema de la sociología de la traducción y de la circulación internacional de ideas: me refiero a una investigación de las traducciones de libros de CSH en Argentina desde el inglés, francés, alemán, portugués e italiano. Entre muchas cosas, demostramos que entre 1990 y 2010 las traducciones del francés más que duplican a las de autores de lengua inglesa (norteamericanos, británicos y de otros orígenes). Si el inglés no hay dudas que es la lingua franca de la comunicación internacional no apenas en la ciencia, ello no implica, al menos en este caso nacional, una ponderación de los autores que usan esa lengua como factor de dominación universal necesaria. Al reconstruir el camino complementario de la traducción de autores de CSH argentinos, también comprobamos el hecho esperable de la bajísima tasa de circulación en formato de libros traducidos. Pero no nos imaginábamos que la estructura de los intercambios culturales internacionales fuera tan jerarquizada y desigual: cada 70 libros de autores franceses traducidos en Argentina (por año), apenas uno solo era de autor argentino en Francia.

La edición, la traducción, el conocimiento de los factores que dirimen la circulación internacional de ideas da cuerpo y demostración al modo de funcionamiento de una cantidad de hechos que se suponen pero que aún muy poco se conocen empíricamente. Todos los avances progresivos que entre cada vez más colegas elaboramos sobre esas dimensiones, son, a no dudarlo, un frente de renovación de las preguntas más incisivas para comprender qué son nuestras disciplinas, cómo su existencia es mediada por múltiples instancias de la esfera pública que trascienden los círculos disciplinares, los territorios nacionales y que costuran específicas duraciones históricas. Es fundamental promover el estudio de todas las formas de mediación de la cultura como hecho público. La denegación de esos amplios y diversificados tableros culturales es la condición para vivir la producción simbólica como hecho mágico o encantado, lo que puede ser necesario y fascinante para el lector no especializado, pero un serio obstáculo para quienes buscan conocer de raíz las dinámicas de culturas que en algún delimitado rincón alojan a las CSH.

Referencias

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Notas

1 Este texto fue leído como conferencia en el ciclo «Hacia nuevas cartografías. Abrir/ revisar las ciencias sociales en la región», organizado por la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos, el 24 de junio de 2021. Agradezco a Luis Escobar y a César Pibernus por la invitación, por su cálido recibimiento y por sus comentarios. Agradezco también a Analía Gerbaudo por su estímulo para que se edite en El taco en la brea.
2 Hablo de representaciones dominantes que opacan la importantísima función «práctica» de la historia, la literatura, la filosofía en el sistema de enseñanza, donde su «urgencia» es palpable ante los violentos ataques que a menudo sufren desde visiones conservadoras y mercantilistas.
3 ¿Acaso uno de los efectos más perversos del posmodernismo y de todos los giros que le fueron inherentes no ha sido el ataque a la regla elemental de la ciencia clásica de concebir totalidades en las que lo particular cobra valor relativo? Ante el achicamiento de los temas investigados y la dispersión de microanálisis, creo imperioso restaurar la orientación de las explicaciones científicas hacia sistemas de hechos generales. Trascender lo particular, lo evidente, lo aparente, como propusieron el marxismo, el psicoanálisis, el estructuralismo.
4 Como ejemplo de una notable investigación reciente que demuestra el solapamiento entre campo académico, intelectual y político, véase Saferstein (2021).
5 Como evidencia de la acción desacralizante que supone esta clase de indagaciones sobre las relaciones sociales en las que se trama la comunicación de la palabra editada, recordemos el slogan que los organizadores de la FIL porteña sostienen desde hace décadas: «del autor al lector». Así ellos (los oficiantes de ese ritual tan conspicuo en la agenda anual de la cultura nacional) no ocultan su intención de ocultarse detrás de las dos figuras que se acuerda en poner de relieve como polos visibles de la cultura impresa, como si al leer uno se conectara directamente con el creador, sin mediaciones. Sublimación, ocultamiento, condición de existencia de los intermediarios entre ambas figuras sagradas, en la medida en que se suponen las menos alteradas por los peligros de asociar producción simbólica y mercancías, dinero, finanzas, lucro, etcétera.
6 Lo evidencia el hecho de que la literatura absorbe (por qué no decir monopoliza) todas las energías que se despliegan para traducir a representantes de culturas nacionales periféricas como las latinoamericanas. Cuánto más dominada es una cultura nacional en el sistema-mundo de la producción simbólica, mayor reducción de su «representación» a las expresiones literarias. A mayor dominación en el orden global, mayor diferenciación de la producción simbólica traducible, irradiada a otras culturas.
7 El modelo de esta clase de análisis fue gestado por Pierre Bourdieu (1977).
8 La edición prácticamente no existía como objeto de indagación académica. Pocos años antes había asomado en la agenda de la historia cultural francesa y anglófona, guiado por autores luego consagrados como Roger Chartier y Robert Darnton. Algunos sociólogos como Lewis Coser o Pierre Bourdieu se habían referido a editores y otros mediadores como gatekeeprs y como creadores de creadores, pero sin realmente realizar investigaciones empíricas de fondo. No me extenderé aquí sobre las consecuencias «epistemológicas» que derivan de esta clase de condicionamientos cognitivos. Me he referido parcialmente al asunto en algunos trabajos y entrevistas: Sorá (2021a, 2022) y Araújo (2019).

Información adicional

Para citar este artículo: Sorá, G. (2022). Ciencias sociales como hecho público: edición, legitimación, consagración. El taco en la brea, (15) (diciembre–mayo). Santa Fe, Argentina: UNL. e0062 DOI: 10.14409/tb.2022.15.e0062

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