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Humanidades latinoamericanas: una transición[1]

Daniel Link
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina

El taco en la brea

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 2362-4191

Periodicidad: Semestral

vol. 10, núm. 17, e0104, 2023

eltacoenlabrea@gmail.com



DOI: https://doi.org/10.14409/eltaco.9.17.e0104

Para citar este artículo: Link, D. (2023). Humanidades latinoamericanas: una transición. El taco en la brea, (17) (diciembre–mayo). Santa Fe, Argentina: UNL. e0104 DOI: 10.14409/eltaco.9.17.e0104

Resumen: Versión escrita de una conferencia realizada en el marco del Proyecto Archives in Transition: Collective Memories and Subaltern Uses financiado por el European Union’s Horizon 2020 Program‒Marie Sklodowska Curie, Research and Innovation Staff Exchange (RISE).

Palabras clave: Humanidades, campo, intervención, América Latina.

Abstract: Written version of a conference held within the framework of the Project Archives in Transition: Collective Memories and Subaltern Uses funded by the European Union’s Horizon 2020 Program‒Marie Sklodowska Curie, Research and Innovation Staff Exchange (RISE).

Keywords: Humanities, field, intervention, América Latina.

Me disculparán que hable no tanto en mi propio nombre (porque mi nombre, en última instancia, no me pertenece), sino en nombre de una función, la que desempeño como titular de cátedra y como director de programas de posgrado que se colocan con cierta incomodidad en el área de las «Humanidades», con todas las torsiones a las que las hemos sometido en los cincuenta años que han pasado desde nuestro encuentro.

El panorama actual en el que se desenvuelven las Humanidades en América Latina puede pensarse en toda la intensidad de su crisis: merma de la matrícula en las Facultades, crisis de los paradigmas de lectura, abandono por parte del Estado de sus responsabilidades históricas, procesos de desalfabetización funcional y una creciente ola de barbarie mediática, reforzada por los nuevos paradigmas de información electrónica, a los que se suma una creciente burocratización del pensamiento que solo quiere encontrar su casillero en una institución en la cual jubilarse.

Ahora bien, buena parte de la «crisis de las Humanidades», debemos ser conscientes de ello, tiene que ver con la crítica radical a la que fueron sometidas desde la mitad del siglo pasado hasta ya entrado el siglo XXI, en un arco que va desde Michel Foucault y Gilles Deleuze a Giorgio Agamben y Peter Sloterdijk pasando por Raúl Antelo, Josefina Ludmer y Sylvia Molloy. Formados por esas lecturas, sometimos al humanismo clásico y al humanismo burgués a una crítica radical como dispositivos de disciplinamiento que, más temprano que tarde, se volvió en nuestra propia contra porque la tecnocracia es siempre muy hábil para aprovechar los pliegues del pensamiento y porque la duda, como dijo alguna vez un general argentino, solo es la jactancia de los intelectuales. Mientras dudamos, ellos arrasan el campo con sus máquinas de destrucción y su burocracia gris. Sea: pero esa misma crisis podría servirnos para redefinir el campo de nuestra actuación como humanistas y de potenciar el alcance de nuestras intervenciones a través de las herramientas técnicas que el siglo XXI nos ofrece.

Se trata, por un lado, del extraordinario desarrollo de las así llamadas «humanidades digitales» con todo lo que eso implica para la formación de nuevas formas de erudición, y por el otro, de la transformación de los paradigmas de abordaje de los objetos clásicos de las humanidades en el contexto de las teorías posmodernas, poscoloniales, las perspectivas de género y de raza.

Antes de someter a vuestra consideración algunas hipótesis muy generales, les cuento el lugar desde donde las digo. Toda mi carrera profesional se desarrolló en Buenos Aires. Si bien comencé mi carrera en la UBA dando clases de Semiología y Teoría Literaria, desde 1990 tengo a mi cargo la cátedra de Literatura del Siglo XX, una de las pocas materias del ciclo de grado en toda Argentina que pueden adscribirse al campo de la literatura mundial y comparada, que dictamos un grupo de ocho personas, entre docentes y auxiliares.

Naturalmente, tuvimos que construir un campo que hasta nuestra intervención estuvo por lo general dominado por el comparatismo positivista de quienes enseñaban literaturas extranjeras. Pero como la perspectiva que nos interesa subraya que uno es siempre un extranjero en su propia lengua, debimos recurrir a otros modelos. Ni el optimismo tecnocrático de Moretti (del cual él mismo se ha arrepentido) ni el eurocentrismo crítico de Pascale Casanova, a quienes dimos sin embargo a leer, nos servían. Por el contrario, preferimos el paradigma que se deriva del pensamiento de Jean Bessière y otros críticos de la disciplina, para quienes «La literatura comparada debería ser post‒europea y post‒occidental».[2]

En contra del universalismo abstracto de las ciencias, que complementa al poder imperial, nuestro planteo resalta la singularidad de aquello que no acepta ningún nombre o que salta de uno a otro lugar como una polilla enloquecida que busca la luz. Los nombres disciplinares establecidos son una especie de aduana del pensamiento, las disciplinas son espacios donde no se inventan o crean conceptos sino donde se administran Universales. Trabajamos, pues, en los umbrales de los transdisciplinario con un objeto singular.

¿Cómo sería una ciencia de lo singular? Se podría pensar en una alianza al mismo tiempo pública y privada (es decir: político y económica) entre teoría, arte y ciencia, registros plegados en un umbral de indiscernibilidad disciplinario. Allí, tal vez, se encuentran las condiciones de un saber: quienes nos formamos en la filología, llamamos «crítica» a ese umbral. Pero ni siquiera hace falta aferrarse a ese nombre jactancioso.

Convendría recordar a Gabriel Tarde, el fundador de una sociología de las cualidades, que perdió completamente contra Durkheim en los momentos fundacionales de la disciplina. Tarde sostuvo una concepción inversa de la que sostiene la sociología clásica: no explicar lo pequeño por lo grande y el detalle por el conjunto, sino «las semejanzas de conjunto por la agrupación de pequeñas acciones elementales, lo grande por lo pequeño, lo englobado por lo detallado» (Tarde, 1906:32).[3] Una sociología de las simpatías y de las velocidades, una teoría de las inminencias y de los pliegues, la ciencia de lo singular y de lo necesario. Una microsociología de las moléculas y las sensaciones. En esa línea, por ejemplo, podrían (deberían) colocarse las críticas precisas, impiadosas, definitivas de una filóloga como María Rosa Lida contra Curtius, críticas que casi nadie en el mundo fue capaz de leer (porque ella, por supuesto, las escribió en español, esa lengua de zarzuela).

Nuestra materia en la UBA, Literatura del Siglo XX, en la que leemos críticamente a Curtius a partir de los señalamientos de María Rosa Lida, tiene una ubicación particular en el plan de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires: está en el ciclo de enlace, entre el ciclo básico y el ciclo de especialización (en teoría literaria, o lingüística, o literaturas extranjeras o literatura argentina y latinoamericana, etc.). Es una materia completamente optativa para los estudiantes de Letras y también para los de algunas otras carreras humanísticas (Filosofía, Artes, etc.).

En los últimos diez años la matrícula de ingresantes a Letras se redujo en más de un 30 %, tendencia que se mantiene pero con un declive menor en los últimos cinco años:


[4] Al momento de escribir esta presentación, la Carrera de Letras no tenía el número de la cantidad de ingresantes, por lo que se tomaron las cifras correspondientes a ingresantes al CBC para la carrera de Letras, números a los cuales correspondería restar aproximadamente un 20 %, lo que daría 356 ingresantes para 2021 y 294 para 2022. No se consignan los porcentajes porque esos números son provisorios.

Si bien la razón entre quienes cursan Literatura del Siglo XX y los ingresantes a Letras es más o menos estable, la previsible merma de la matrícula nos obligó a pensar en nuevos emplazamientos laborales para las personas que trabajan con nosotras (sobre todo, para que no nos deseen la muerte las nuevas generaciones de docentes): una Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos, que tiene ya nueve cohortes que completaron sus cursos)[5] y, ahora, una Maestría en Humanidades digitales. Las dos funcionan en otra universidad pública, la Universidad Nacional de Tres de Febrero, donde nuestros graduados más jóvenes y docentes de otras carreras de la Universidad de Buenos Aires encontraron (y encontrarán) un espacio de docencia e investigación del que carecían en sus carreras de origen.

Las plantas docentes están formadas todas ellas por especialistas que tuvieron que declinar la especialización disciplinar o nacionalitaria para desarrollar, en un caso, una perspectiva comparatista o una perspectiva «digital» (sea esto lo que sea).

Les cuento, en relación con la Maestría de Estudios Literarios Latinoamericanos y su centro de investigación asociado el Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados, uno de nuestros grandes proyectos, asociado con las humanidades digitales, el AR.DOC (Archivo Rubén Darío Ordenado y CentralizadoObras Completas Edición Crítica).


En 2016 presentamos en un Congreso Internacional el Proyecto de nuevas Obras Completas, para lo cual fue necesario previamente un profundo trabajo arqueológico y una reflexión sobre el alcance de las nuevas herramientas digitales para el archivamiento y el desarchivamiento.

El repositorio digital dariano de UNTREF es hoy el más voluminoso dedicado al poeta. Se digitalizaron todas las series de Obras completas previas a las de UNTREF (cuatro series, 10 000 páginas) y se incorporaron los documentos surgidos de las investigaciones para los volúmenes en ejecución: prensa y manuscritos darianos en Mallorca, totalmente desconocidos o ignorados hasta el momento.

En cuanto a convenios, se trabaja con la Biblioteca Nacional de Chile, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Notre Dame, Harvard University, University of Texas (Austin). El caudal aproximado de documentos (entre las tres últimas instituciones) supera los 8000. En todos los casos, la catalogación es precaria por lo que deberemos rehacerla. Sumados a los objetos ya existentes, será el repositorio más importante dedicado a cualquier autor latinoamericano.

Uno de los tomos de las Obras completas, el que editó Diego Bentivegna, recibió de MLA el sello de excelencia para ediciones académicas. Darío es el primer autor latinoamericano en ingresar a ese canon y la editorial de UNTREF la primera editorial regional que recibe ese reconocimiento.

Nuestros esfuerzos se sitúan en una preocupación más amplia, referida a cómo la era de la reproductibilidad digital, al tiempo que impacta en el modo en que concebimos los archivos de escritores latinoamericanos, nos está abriendo posibilidades de articulación, de trabajo y de investigación que resultan quizá inéditas. En efecto, no solo nos encontramos en un contexto de proliferación descomunal de los archivos digitales sino que además aparecen alternativas para que corpus minorizados y espacios institucionales desplazados adquieran visibilidad.

Por eso, creemos que una red de archivos latinoamericanos, a la que estamos apostando y en la que el archivo dedicado a Darío ocupa un fundamental casillero, puede quebrar un balance que no nos ha resultado muy favorable a quienes escribimos, investigamos y enseñamos en los centros de humanidades del Sur.

La posibilidad de una red de archivos latinoamericanos es un horizonte a largo plazo que surgió cuando comprobamos que quienes dirigimos e investigamos fondos documentales en América Latina nos enfrentamos a desafíos parecidos. Estamos comprendiendo que si no enlazamos nuestros repositorios perdemos soberanía, perdemos lectores y estamos condenados a repetir errores de concepción que nuestros vecinos del norte ya superaron.

*

Como sabemos, ser es ser nombrable y, por lo tanto, categorizable (incluido en la clase que designa un nombre común). La función, en cambio, permite una sintaxis en movimiento, o, si se prefiere, una gramática de la transformación, en la que las palabras pueden mudar de categoría, en la que los verbos cambian de tiempo, o de modo, o de aspecto, y en la que las palabras pasan a ser figuras y las figuras, palabras: la imposibilidad del nombre o el nombre retrocediendo incesantemente. «La dispersión de las palabras permite una promiscuidad inverosímil de los seres», señalaba Foucault a propósito de un literato,[6] pero bien podemos reivindicar esa dispersión y esa promiscuidad como correlativa de «los mil pequeños agenciamientos» deleuzeanos a los que una función (la función pedagógica, la función de investigación) nos liga. Y así como las comunidades son relaciones (o relacionales), también las instituciones de las que participamos lo son: relaciones funcionales, más allá (o más acá) de las burocracias.

¿Cuál es, entonces, el trasfondo de nuestra función (universitaria)? Si el ser es ser nombrable y, al mismo tiempo, si solo podemos ejercer una crítica radical contra el sistema de nombres, porque todo nombre es cómplice de una captura y de un disciplinamiento, ¿qué nos queda?

Nos queda un aparato citacional que, por lo general, nos ignora. Yo mismo, para este encuentro, no he sido convocado como teórico o como lector, sino apenas como gestor de unos espacios dominados, justo es decirlo, por el deseo intenso de una relación (por lo general intempestiva).

Así que los saberes que patrocinamos son, al mismo tiempo, deslocalizados, heterotópicos, posidentitarios y poshumanistas (pero no anti‒humanistas).

Difíciles de ser capitalizados porque el problema de los nombres es el problema de lo queer, que es una manera de designar lo que no admite ningún nombre (ningún origen y ningún mandato). Lo queer debería servirnos como una orientación al mismo tiempo estratégica y metodológica: no nos importan los nombres, sino singularidades innombrables, las chispas de vidas que habitan en los textos, los archivos y las operaciones de lectura.

En una investigación que me gusta dar a leer a mis alumnos, Antonio Lafuente plantea que:

archivar es, en última instancia, una operación cognitiva que asigna nombres o conceptos a experiencias (...). El archivar, en sentido tradicional, es una forma de «domicializar» la experiencia. (Lafuente, 2015).

Domiciliar, sedentarizar, impedir el movimiento. Capturar, si se prefiere. Normalizar, en todo caso. La experiencia de lectura sedimentada en las instituciones es por lo general pobre y muy, muy triste: se limita a la reiteración de nombres propios de un previsible catálogo, sin mayores sobresaltos. Pero para nosotras, manipular esos saberes nos permite plegarlos con otros saberes, para dar cuenta de un «pensamiento latinoamericano» cuyo mapa cabal todavía nos debemos.

Un poco por eso, estamos en estos días lanzando, en conjunto junto con la Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos «Pedro Henríquez Ureña», una nueva revista, la Nueva revista de literaturas populares, que implica una reconceptualización de la historia social de nuestras sociedades y un cuestionamiento radical de sus presupuestos.

Parece mentira, pero seguimos todavía pendientes de los reclamos de nuestros antepasados: Ricardo Rojas, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, por citar tres nombres que nos señalaron unos caminos que nunca nos atrevimos a seguir.

De Ricardo Rojas ya he hablado bastante, sobre todo de su exigencia de que el quichua se estudiara en nuestras universidades como el celta en las universidades francesas, pero me gustaría subrayar esta advertencia del regiomontano universal. En «Notas sobre la inteligencia americana» [1936] Reyes señala:

Hace tiempo que entre España y nosotros existe un sentimiento de nivelación e igualdad. Y ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que me escucha: reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros. (90)

Y, sin embargo, como colonos obedientes, seguimos considerando que la teoría viene de otra parte, de unos septentriones helados y remotos, de unos Collèges y de unos Campi, y que nosotras somos apenas aquello que se puede pensar según esas categorías importadas. Y lo hacemos: aplicamos Foucault a nuestras realidades (cuando en verdad el pensamiento de Foucault, hasta cierto punto, parte de nuestras realidades) y nos maravillamos con las Mitologías de Roland Barthes, cuando en verdad esos ejercicios de crítica cultural vienen de Gilberto Freyre, cuyo libro Casa‒Grande e Senzala Barthes reseñó. O nos arrodillamos ante Nietzsche, olvidando que toda su rebeldía le vino de su admiración por la «revolucion americana» que nosotras regalamos al pensamiento veteromundano.

¿Quién habría de seguirnos en esos laberintos que invierten los recorridos escolásticos y los protocolos institucionales de aceptación de papers?[7]

Seguramente nadie, pero nosotras insistimos con nuestro Diccionario latinoamericano de la lengua española, con nuestro Archivo Rubén Darío ordenado y centralizado, con nuestra revista que se llama Chuy(porque Chuy o Chuí es un lugar binominado, de tránsito, de frontera), porque la pregunta que sostienen las voces innombrables, desujetadas, singulares, no es, nunca lo fue, sobre la historia del sujeto (su pasado o su presente), sino sobre su futuro: «Cómo y para qué reproducirse?» es el incontestable biopolítico que se deja leer en quienes sostienen al mismo tiempo el nihilismo y la afirmación dionisíaca. Eso es la crítica de las humanidades y en las humanidades.

La relación de contemporaneidad nos exige que nos coloquemos en relación de escucha (y de silencio expectante) respecto de esa pregunta sombría que desencadena lo intempestivo americano.

¿Pero cómo enseñar, cómo desarrollar una pedagogía no reproductiva o no reproductivista, que recupere la potencia de transformación que las humanidades alguna vez tuvieron, antes de ser confinadas al arcón de las curiosidades inservibles y de la burocracia del pensamiento? Contestando a las fantasías de exterminio (cuya herramienta más sutil es la ignorancia) con uno de los más antiguos símbolos de la unio mystica, la mariposa nocturna, que se deja quemar por la llama que la atrae y que, sin embargo, permanece para ella hasta el último instante obstinadamente desconocida:

In girum imus nocte et consumimur igni

«Giramos en círculo en la noche y nos consume el fuego».

Constitución, 23 de mayo de 2022

Referencias bibliográficas

Bessière, J. (2014). Recomposición de la literatura comparada: de su arqueología a su actualidad. Chuy. Revista de estudios literarios latinoamericanos, 1(1), 16‒28. Traducción de Díaz, V. https://revistas.untref.edu.ar/index.php/chuy/issue/view/15

Foucault, M. (1976). Raymond Roussel. Siglo XXI. Traducción de Canto, P.

Lafuente, A (2015). Los laboratorios ciudadanos y el anarchivo de los comunes. https://vdocuments.mx/download/anarchivismo-y-laboratorios-ciudadanos.html

Saferstein, E. y Levitt, P. (2022). ¿Cuán «global» es la formación en literatura? El caso de Argentina. LatinAmerican Research Review, 57, 278‒297.

Tarde, G. (1906). Las leyes sociales. Sopena.

Notas

[1] El presente trabajo se enmarca en el proyecto PICT «Archivo y diagrama de lo viviente» (financiado por el BID) y el proyecto internacional #872299 «Trans.Arch (Archives in transition. Collective memories and subaltern uses)», financiado por la Unión Europea en el marco de la programación Horizon 2020 bajo el esquema MSCA‒RISE.
[2] «Eso puede formularse de otro modo: la obra que mejor circula o que mejor da forma a la circulación es aquella que expone explícitamente esa paradoja y esta dualidad de la homogeneización y la heterogeneización. Puede decirse, en el seno de la unipolaridad, lo contrario. Eso define otra historia literaria para la Literatura comparada y la obliga a emprender de cero historias comparadas de las literaturas europeas» (Bessière, 2014).
[3] Por cierto, Tarde está muy presente en el método deleuzeano.
[4] Al momento de escribir esta presentación, la Carrera de Letras no tenía el número de la cantidad de ingresantes, por lo que se tomaron las cifras correspondientes a ingresantes al CBC para la carrera de Letras, números a los cuales correspondería restar aproximadamente un 20 %, lo que daría 356 ingresantes para 2021 y 294 para 2022. No se consignan los porcentajes porque esos números son provisorios.
[5] Y cuyas graduadas han sido incorporadas a la planta docente.
[6] Cfr. Foucault (1976:50).
[7] Para un análisis comparativo de los estudios literarios en UNTREF, cfr. Saferstein y Levitt (2022).

Información adicional

Para citar este artículo: Link, D. (2023). Humanidades latinoamericanas: una transición. El taco en la brea, (17) (diciembre–mayo). Santa Fe, Argentina: UNL. e0104 DOI: 10.14409/eltaco.9.17.e0104

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