Dossier
El violento oficio de comparar[1]
The violent art of comparing
El taco en la brea
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN: 2362-4191
Periodicidad: Semestral
vol. 10, núm. 18, e0118, 2023
Recepción: 10 Diciembre 2022
Aprobación: 14 Junio 2023
Para citar este artículo: Cámpora, M. (2023). El violento oficio de comparar. El taco en la brea, (18) (junio–noviembre). Santa Fe, Argentina: UNL. DOI: 10.14409/eltaco.2023.18.e0118
Resumen: Este trabajo busca pensar un momento central del ejercicio crítico y metodológico de la literatura comparada, que es el momento en que una forma o idea entra en contacto con otras formas e ideas, por fuera de sus contextos iniciales de producción y de sus fronteras lingüísticas. Se parte del presupuesto de que las condiciones de producción y circulación del saber modifican las descripciones de ese momento de contacto, y requieren por lo tanto historizaciones, contextualizaciones y revisiones constantes.
Palabras clave: estudios situados, crítica literaria, asimetría, Southwashing, Argentina.
Abstract: This article discusses a key critical and methodological moment in comparative literature: the moment in which a form or idea comes into contact with other forms or ideas, outside their initial contexts of production and their linguistic borders. The starting point is the idea that both the conditions of production and of circulation of knowledge necessarily modify the description of that moment of contact, thus requiring permanent contextualization, historicization and revision.
En memoria de la biblioteca de mi padre
¿Cómo pensar hoy, desde la Argentina, el momento en que una forma estética o una idea entran en contacto con otras formas e ideas, por fuera de sus contextos iniciales de producción y sus fronteras lingüísticas? ¿Y qué implica hacerlo desde la crítica literaria, como docentes e investigadores de literaturas en lenguas extranjeras? Este ejercicio de comparación empieza con dos anécdotas a las que asistí en persona, como los tres tupinambás que en el ensayo sobre los caníbales de Montaigne observaban a Carlos IX en el puerto de Rouen, en 1562. La primera sucedió en el edificio brutalista de Clorindo Testa —nuestra Biblioteca Nacional Mariano Moreno— y tuvo como protagonistas a un traductor francés, un traductor suizo y una traductora de Quebec. Fue en 2018, en las Jornadas Internacionales de Traducción Comparada, en Buenos Aires. El tema que atravesaba el encuentro era «¿A qué español se traduce?». Una de las mesas que presencié era de traductores de lengua francesa, y se hacía esa pregunta con el francés. Mientras que los traductores suizo y canadiense, ambos francófonos, daban cuenta de las dificultades que se les presentaban para equilibrar su variedad de lengua con la norma metropolitana, y para lograr que sus traducciones circularan a la vez en Francia y en sus países de origen, el traductor francés (un profesional conocido, que tradujo varios textos del Boom latinoamericano) hizo un largo desarrollo... sobre la literatura en el país vasco y los problemas de legitimación del euskera como lengua literaria. Lo que no se le cruzaba por la cabeza al traductor francés era la posibilidad siquiera de pensar el francés de Francia como variedad lingüística: estaba tan en el centro que no podía ver más allá de la propia sombra. Así se lo señaló de hecho, con diplomacia, el traductor suizo.
La segunda anécdota sucede en un edificio racionalista sobre Diagonal Norte, en la ciudad de Buenos Aires, en la sede de posgrado de la Universidad Nacional de San Martín. Quien hablaba era Gisèle Sapiro, una investigadora franco‒israelí, y lo que respondía, a raíz de una pregunta que ya no recuerdo, era que la teoría del sistema‒mundo de Immanuel Wallerstein había logrado su difusión mundial desde la State University of New York a fines de los años 70, pero se había nutrido fuertemente (ella lo decía con ironía) de los trabajos desarrollados unos años antes en la CEPAL, entre Brasil, Argentina y Chile, por los teóricos de la dependencia (Celso Furtado, Raúl Prebisch y otros). Ahí se daba una puesta en abismo por demás significativa ya que, para decirlo rápidamente, el Norte se había apropiado de una teoría hecha en el Sur que analizaba cómo el Norte se apropiaba de las teorías hechas en el Sur. Para volver a los estudios literarios, recordemos que la teoría del sistema‒mundo es central en numerosos trabajos críticos del llamado giro global, y en particular en La République mondiale des Lettres (1999), el ensayo donde la investigadora francesa Pascale Casanova proyectó la teoría bourdieusiana del campo literario al mapa internacional.
Dos actitudes entonces: por un lado, la escena de los traductores, donde hay un centro que no se percibe centro, porque su circunferencia no está en ninguna parte. Y por el otro, la del supuesto diálogo entre Wallerstein y la CEPAL, que hoy algunos describirían como una situación de extractivismo epistémico o cognitivo. En todo caso, son situaciones donde la circulación internacional de formas o ideas implica una violencia no asumida, que se hace visible cuando entran a jugar agentes que no se manejan exclusivamente en el centro: los traductores francófonos, la investigadora franco‒israelí. Esas situaciones son bastante comunes, en realidad, cuando uno empieza a prestarles una atención sistemática, porque son los efectos visibles de un orden asimétrico, comprobable con datos duros y situaciones empíricas: en qué lengua/variedad de lengua se traduce; qué autores se llegan a leer y se consagran; quiénes los eligen; hasta qué punto siguen vigentes las metodologías y las tradiciones críticas nacionales; cómo circula el conocimiento.
No hay mucha novedad al respecto cuando la escena se mira desde Argentina: ese orden implica situaciones de desigualdad que antes —cuando ese orden se pensaba en términos de subordinación y dependencia— se designaban como centro y periferia y que ahora, más descriptivamente, se piensan desde la noción de asimetría. No gozan de buena prensa las nociones de centro y periferia; su sola mención suele erizar las cejas de los colegas que trabajan por arriba del ecuador. Existe un consenso crítico según el cual se trata de una oposición demasiado simple, demasiado binaria, demasiado ligada a la Teoría de la dependencia en los años setenta: una aplicación mecánica a la literatura y a las humanidades de teorías económicas sobre el reparto internacional del capital. Y en efecto, la división entre centro y periferia no resulta operativa para pensar la circulación de textos y de ideas porque para instalar esos dos bloques opuestos y jerárquicos, se plantea un régimen de pasividad en la recepción, se borran heterocronías, se aplanan diferencias internas y espacios específicos, se presupone una homogeneidad ilusoria en el llamado centro, donde también hay múltiples asimetrías internas: las críticas, válidas, han sido hechas;[2] basta un mínimo trabajo empírico para comprobar las limitaciones de ese esquema cuando se lo aplica a la circulación de formas y de ideas en literatura.
Sin embargo, pareciera que en la necesidad de corregir esas simplificaciones teóricas se perdieron instrumentos para analizar la realidad de nuestras prácticas. Y en eso —describir un orden asimétrico, que incidía sobre la elaboración de las categorías de análisis— la teoría de la dependencia ofrecía estados de situación realistas al hablar de exclusión y desigualdad, dos perspectivas que suelen soslayarse en el análisis. En el ámbito académico de las literaturas en lenguas extranjeras, en Argentina, impera más bien un suave concierto de amistad entre lenguas y culturas, donde el estatuto de especialista «local», que escribe en castellano sobre una literatura en otra lengua, conlleva la aceptación de una proyección acotada: cuando nuestra producción trata específicamente sobre literaturas en lenguas europeas, rara vez circula en el ámbito internacional o es traducida —a veces incluso ni siquiera circula entre nosotros, como lo muestran las bibliografías en los programas—. Es cierto que los especialistas de literatura argentina y latinoamericana suelen ser convocados para géneros académico‒editoriales específicos (Handbooks, Companions, etc.), por argentinistas y latinoamericanistas que trabajan en universidades extranjeras, o por aquellos que estudiaron afuera, se incorporaron a la vida académica local y conservaron redes. También nosotros —siempre y cuando escribamos en otras lenguas (en general inglés y francés)— somos convocados cuando nos ocupamos de literatura comparada: recepción, circulación, traducción de otras literaturas en América Latina. Pero no mucho más allá. Desde un punto de vista material, la situación se comprueba con números: «La traducción de libros de ciencias sociales y humanas entre Francia y Argentina como intercambio desigual» se llama el estudio de Gustavo Sorá (2020), que empieza con otra observación empírica: por cada 70 títulos de autores de ciencias humanas y sociales de origen francés que se traducen y publican en Argentina, se traduce y publica en Francia uno solo proveniente de estas pampas.
En ese aspecto, los especialistas en extranjeras en Argentina corren más o menos la suerte de quienes hacen teoría. «La evidencia empírica disponible, señala Analía Gerbaudo (2022:174), no es alentadora respecto de las posibilidades de intervención para quienes producimos desde instituciones marginales en el circuito transnacional de construcción de la teoría, y publicamos en editoriales y en lenguas semiperiféricas». Una variable que revela ese régimen de desigualdad es la comparación de temporalidades de producción y de reconocimiento de teorías pensadas en América Latina. Son situaciones que dan lugar a lo que Annick Louis (2012) llamó «un diálogo unilateral», a partir del caso de Tzvetan Todorov y Ana María Barrenechea. En los años 70, de cada lado del Atlántico, ambos emprenden una reflexión sobre el género fantástico con distintos corpus de análisis: Barrenechea recurre a la tradición hispanoamericana del siglo XX, que Todorov no trata al ocuparse de Europa, siglos XVIII y XIX. Ambas perspectivas suponen un contexto crítico local, marcas de historicidad y conceptos teóricos específicos, inducidos a partir de un corpus diferente. Sin embargo, como bien señala Louis, prevaleció (incluso para nosotros) la propuesta de Todorov. Otros casos elocuentes de diálogo unilateral: Haroldo de Campos, «profeta a destiempo», sobre el que trabaja Max Hidalgo (2022); los «espigones argentinos» o conceptos teóricos producidos en el campo académico que releva Gerbaudo (2022); la escena entre María Rosa Lida y Curtius, que analizó Nora Catelli (2011), y también de Catelli (2018) el análisis de la temprana circulación y traducción de teoría europea en América Latina, en las décadas del 60 y el 70, antes que en EE. UU., con el consecuente desconocimiento en la historiografía literaria mundial de esa anterioridad.
De allí a esta parte, algunas circunstancias han cambiado. La revolución digital, las revistas en Open Access, la profesionalización de la investigación en literatura gracias a la ampliación de las políticas estatales en CONICET, el Programa Sur de ayuda a la traducción[3] permiten la divulgación de los trabajos, aunque la barrera del idioma y la obligación del inglés permanecen. Los propios centros son los primeros en discutir su eurocentrismo: las teorías poscoloniales y decoloniales, muchas veces producidas en esos mismos centros (en un diálogo no siempre reconocido con las teorías de la dependencia), historizaron y analizaron en sus presupuestos las diversas formas de la subordinación simbólica. El enfoque decolonial en Europa y en Estados Unidos tiene efectos perceptibles sobre los contenidos: el cuestionamiento de los universales, descentrar Europa, «provincializarse», analizar «historias cruzadas»,[4] buscar ópticas policéntricas.[5] Quizás el efecto más importante sea el cambio de escala en las perspectivas de investigación, con el paso de lo nacional a lo transnacional: historias globales que ponen el foco en las capitales periféricas, en las antiguas colonias, en la proyección descentrada de los sucesos. En la crítica literaria, el rechazo de los recortes historiográficos nacionales desembocó en la organización analítica de los estudios según núcleos temporales (un año, una época), espacios (no nacionales), circulaciones (por ejemplo los desplazamientos de los mediadores). Una propuesta operativa, en este sentido, es la noción de transferencia cultural desarrollada por Michel Espagne (1999, 2008, 2013), en diálogo con las teorías de la recepción alemanas. Con claridad expone dos momentos analíticos: «el problema hermenéutico» que surge de las interpretaciones en cadena y el «problema de la sociología de los mediadores y de estudio histórico de los vectores de transferencia» (2008:118).
El efecto práctico de estos fenómenos de descentramiento es que los múltiples programas de cooperación internacional y los consorcios universitarios también buscan una mayor inclusión, y las investigaciones pueden circular sin que los cuerpos viajen; incluso también viajan los investigadores. Aun así —¿pero puede ser que estemos en medio de un proceso?— esa inclusión no implica la circulación real de los libros (cf. Sorá), un criterio que sigue siendo la medida legitimadora del trabajo en humanidades y ciencias sociales. Tampoco supone una mayor visibilidad de las revistas científicas locales, si recurrimos a los instrumentos de medición de valor que rigen en Europa y en Estados Unidos como criterio de análisis:
En 2011, Juan Pablo Alperin armó este mapa que representa proporcionalmente el tamaño de los países por la cantidad de autores que publicaron en Web of Science. WOS es el conglomerado de Thomson Reuters de base de datos de revistas y el artífice del «factor de impacto» (número de citas de cada publicación), que determinaría el valor de la producción científica. Las instituciones pagan para tener acceso a esa base de datos. Y los investigadores pagan para publicar en las revistas registradas en esa base de datos (el APC o article processing charge). Es una práctica que en ciencias sociales y humanidades (¿aún?) no ocurre, pero lo que sí ocurre es la exigencia por parte de las instituciones que nos evalúan de publicar en revistas indizadas en WOS o Scopus y equivalentes, cuyo acceso luego es pago. En efecto, para ver esos artículos es necesaria la autentificación por medio de sistemas digitales que se llaman «Shibboleth», según el vocablo bíblico que permitía distinguir al enemigo por cómo hablaba. Interesante alegoría de una nueva violencia, donde a cambio de capital simbólico alimentamos las revistas con investigaciones financiadas por organismos públicos (CONICET, universidades), y luego esos mismos organismos deben pagar por el acceso a los textos. En 2019, Thomson Reuters facturó casi 6000 millones de dólares. Aun así nuestra representación es mínima, tal como puede observarse en los países de América Latina (y del Sudeste asiático y África) que parecen esculturas de Giacometti frente a los países del norte, que son como figuras de Botero. Cinco años más tarde, no parece haber cambios sustanciales en el reparto internacional del trabajo académico:
Y sin embargo, si seguimos otro estudio de Juan Pablo Alperin (2014) pragmáticamente llamado «South America: Citation Databases Omit Local Journals», hay en América Latina casi 5000 revistas, aunque solo unas 700 aparezcan en Scopus. Esta situación ha despertado fuertes reacciones y una serie de medidas como el desarrollo hace ya más de dos décadas de las plataformas Scielo (1997), el Núcleo básico de Revistas Científicas Argentina (1999), Redalyc (2003), la base de datos MALENA (2014); también la inclusión de esas bases de datos en los sistemas nacionales de evaluación; también los sistemas de Acceso abierto (OAJ) y de repositorios institucionales que visibilizan el trabajo de los investigadores. Pero si el criterio imperante de medición es el de WOS o de SCOPUS, nuestro lugar —¿subcontinental? ¿nacional?— es siempre menor.
Ante esa minoría, y en consonancia con el llamado giro global, apareció la propuesta de una ampliación topográfica y trasnacional de nuestros espacios de producción: literaturas del Cono Sur, del Sur Global, de las relaciones Sur‒Sur. Esa ampliación en parte deriva de la mutación de los estudios por áreas que organizaba a la academia norteamericana, de donde surgieron estos recortes geográficos que diseñan nuevas unidades epistémicas para los estudios literarios. Ahora bien, como analizó Pablo Palomino (2019), estos términos —Cono Sur, Sur Global, relaciones Sur‒Sur—, que provienen del multilateralismo de los organismos internacionales, presentan problemas metodológicos e ideológicos cuando se los aplica a la producción crítica en humanidades y ciencias sociales. La expresión «Global South» presupone por caso una extraña geopolítica del conocimiento, donde solo algunos espacios se aglomeran en enormes bloques continentales. Así, pues, a la pregunta por estas unidades epistémicas que rigen para un solo hemisferio del planeta, quisiéramos añadir la constatación, que venimos presentando, del desfasaje entre la deseada inclusión de nuestros conceptos y su poca o nula circulación en las tradiciones críticas de esos mismos países donde esa inclusión se impulsa. En este sentido no deja de haber algo artificial en la inclusión, como si se tratara a veces de cumplir cosméticamente con políticas de discriminación positiva (que facilitan financiaciones). En un impulso cimarrón, quisiéramos proponer el término Southwashing para dar cuenta de estas operaciones que resultan en un statu quo de la circulación real de libros y conceptos críticos.
Otra limitación del concepto de Sur global es que no da cuenta de la propia diversidad de ese sur, donde se alternan zonas internas de producción intelectual con distintos grados de desarrollo (académico, editorial): «global patchwork», escribe Palomino (27) con palabras más adecuadas a la realidad. También ignora las múltiples triangulaciones con el Norte global: en este caso el sintagma, que no se usa (y constituye el elemento no‒marcado) sí es descriptivo de un orden de poder. Dos ejemplos en nuestro campo. Con algunas excepciones, el acceso a los textos de las antiguas colonias del Commonweath sigue haciéndose mediante una triangulación con el mundo anglófono; el acceso a la producción de las literaturas francófonas sigue suponiendo una triangulación vía España, que compra los derechos para todo el mundo hispanófono (pero no distribuye necesariamente luego los textos en América Latina). Diversas ideas circulan sobre estas situaciones: una propuesta es el acceso libre a esa producción por redes digitales, sin intervención de mediadores especialistas: googlear crítica o literatura. Pero ¿cómo discernir? En esto, el análisis de Bourdieu (2002) sobre las aduanas de selección y marcación en la circulación internacional de las ideas sigue vigente. La segunda solución viene de las propias microdinámicas académicas y editoriales: la mediación universitaria y el análisis científico de los procesos;[6] la aparición de trabajos de calidad, que configuran una tradición de conocimiento de literaturas en lenguas extranjeras en castellano;[7] las nuevas traducciones de textos en lenguas que antes pasaban por Europa (un ejemplo: el caso de las nuevas traducciones directas de los clásicos rusos en Argentina, sin paso por el francés);[8] las editoriales independientes locales, muchas veces aconsejadas por los traductores, que intentan —un trabajo de hormiga— saltear la mediación en las antiguas metrópolis y negocian directamente con los lugares de origen de los textos, o con las instituciones que proveen un acceso (en general las secretarías culturales de las embajadas que tienen programas de ayuda a la publicación). Se trata de procesos esperanzadores, individuales y lentos.
*
El objetivo de estas comparaciones no es la queja, ni una demanda para ser reconocidos; mostrar una violencia no es ratificarla o someterse a ella, sino encontrar la forma de pensarla de otro modo. Por lo demás, como viene sosteniendo en sus trabajos Fernanda Beigel, la escasa circulación internacional de nuestras investigaciones no implica una subordinación conceptual o teórica: hay zonas de autonomía en la producción que simplemente no son conocidas; ella habla de «periferialidad» para describir este «nuevo carácter de la dependencia intelectual» donde «la heteronomía y la autonomía conviven conflictivamente» (2016:3). Lo que busco plantear —es la base de este trabajo— es que el grado de conciencia y de explicitación de la desigualdad, así como la inteligencia de la propia posición en la geopolítica del conocimiento, inciden en los contenidos y métodos de descripción del contacto internacional entre formas e ideas. O por decirlo de otro modo: ciertos presupuestos exigen ciertas categorías de análisis, según dinámicas que pueden rastrearse históricamente.
Así, en las cátedras de Literatura comparada en Francia a principios del siglo XX (Joseph Texte, Fernand Baldensperger) se buscaba constituir órdenes de jerarquía simbólica que permitieran sostener, por un lado, el régimen de competencia con las otras naciones europeas (en realidad Alemania) y, por el otro, configurar imaginarios críticos que legitimaran en términos simbólicos el régimen colonial. Las nociones de influencia, modelo, copia, fuente fueron, en este aspecto, perfectamente funcionales a esas dinámicas políticas. Setenta años más tarde en Brasil, en un gesto totalmente opuesto que sin embargo seguía utilizando las mismas categorías, António Cândido y Roberto Schwarz leyeron a partir de esas nociones las marcas del régimen de subordinación cultural latinoamericano. Los resultados de la dinámica de la influencia, lo que la copia y el modelo producían, eran retraso, anacronismo, «ideas fuera de lugar» (Schwarz, 1972), «debilidad» y «degradación cultural», «aristocratismo alienante» (Cândido, 1972:342). Es decir: la teoría de la dependencia acudía —valorándolas negativamente— a las mismas categorías para discutir la relación entre literatura y subdesarrollo, y presuponía el modelo y la copia como entidades actuantes en el siglo XIX y principios del XX: por eso era necesario salir de esa «especie de legitimación de la influencia, que adquiere sentido creador» (Cândido, 1972:344). El ejemplo más extremo de copia que da António Cândido es el de Joaquim Nabuco, «típico ejemplar de la oligarquía cosmopolita de sentimientos liberales, en la segunda mitad del siglo XIX, que escribió en francés una obra teatral sobre los problemas morales de un alsaciano después de la guerra de 1870 (!)» (1972:343). Y sin embargo, incluso en esa obra tan ridiculizable, habría materia para problematizar un objeto: las realidades políticas locales que la obra traspone en su extraña alegoría; las zonas de contacto entre el francés y el portugués; la construcción invertida de lo exótico; el análisis del público lector al que se dirige; la recepción del texto tanto en Francia como en Brasil; sus circuitos editoriales, y más. La continuidad de las categorías de análisis —el modelo, la influencia— dejaba de lado todo aquello que en esa supuesta copia se iba transformando.
Quisiéramos en todo caso recuperar una de las mayores lecciones de los trabajos de António Cândido, que es evitar la ilusión de pensar una relación transnacional por fuera de la desigualdad y la violencia. En la actualidad, aunque los marcos institucionales[9] y los medios materiales de difusión se han ampliado, la pregunta por la asimetría permanece. Contestar esa pregunta es un trabajo en progreso, de proyección colectiva, que requiere explicitar nuestros presupuestos, pensar las posibles categorías de análisis que de ellos derivan, y evaluar críticamente las categorías que utilizamos. La problemática de nuestro encuentro en Rosario, Argentina, en el año 2022, es de estudios situados y una forma de situarse pasa por reconocer la asimetría y a la vez aprovechar la distancia, tal como lo resume el afiche del congreso, con esa foto de un Cupido romano con guardapolvo blanco. Para empezar, porque la distancia permite ver aquello que no logra ver en su propio espejismo el centro, y ofrece, hasta cierto punto, la posibilidad de pensar por fuera de los podios y los relatos críticos consagratorios.[10]
Decimos: pensar desde la distancia, pero no en el sentido de la irreverencia borgeana en «El escritor argentino y la tradición» (1951), que hacía de la descontextualización y la asociación libre un método creativo, sino, al contrario, mediante el trabajo de un cuerpo de investigadoras e investigadores formados en universidades y en CONICET, que reponen justamente contextos y también, gracias a esa distancia, pueden cuestionar los relatos críticos de instituciones que, en este caso —el del poder— sí cabría llamar «extranjeras», y no «otras». En este aspecto, tal vez también sería saludable distinguir entre las metáforas de los escritores y las de los críticos. Dos grandes reservorios de enorme potencia heurística (que se implican, pero no se superponen por completo) vuelven a menudo en la crítica literaria para pensar la relación con la tradición: la antropofagia (Oswald de Andrade) y la irreverencia (Borges). Son, sin lugar a dudas, imágenes efectivas y seductoras para pensar la compleja relación con la tradición de Occidente. Y son también metáforas estructurales que ya dieron cuenta de otros procesos de interferencia o contacto. En 1549, Joachim Du Bellay proponía devorar la Antigüedad clásica en la Defensa e Ilustración de la lengua francesa: «transformarse en ellos (escribía), devorarlos; y tras haberlos digerido, convertirlos en sangre y alimento».[11] Su devenir histórico fue dar paso a otros conceptos que aparecieron con la institucionalización y la profesionalización. Lo cual muestra cómo la metáfora de la devoración está reservada a los que empiezan: literaturas jóvenes, en proceso de construcción, formalizó el israelí Itamar Even‒Zohar (1990). En definitiva, la pregunta es si el argumento de la irreverencia borgeana, que a menudo leemos en las fundamentaciones de los proyectos de investigación hechos en Argentina, y que de manera general parece atravesar aún hoy la crítica,[12] la pregunta es si ese argumento basta para dar cuenta de los modos de apropiación de formas y de ideas, y si acaso no es un poco apresurado resolver con una imagen, por potente que sea, procesos tan complejos. En efecto, están las metáforas de los escritores, y están las de los críticos.
Otra propuesta es repensar categorías como reelaboración, resemantización, reconfiguración, reapropiación: los conceptos en –re, a los que también podría sumarse los ubicuos términos de deriva y desvío, a los que todos hemos recurrido. Son nociones que vinieron a corregir las múltiples limitaciones conceptuales e implicancias ideológicas de términos como modelo, copia, fuente, influencia, y a revertir la pasividad implícita que suponían. Ahora bien, el morfema –re significa volver a hacer; lo interesante es que en las tradiciones críticas europeas, las categorías con prefijo –re en general no aparecen cuando se trata de dar cuenta de, por ejemplo, el romanticismo alemán en Francia en 1802 o la tradición grecolatina en el Renacimiento. Los términos que usa Pierre Brunel en el Précisde Littérature comparée (1989) para describir esas situaciones —que también implican anterioridad temporal y desplazamiento geográfico— son emergencia, flexibilidad, irradiación. No: reapropiación, reelaboración o deriva. Sin embargo, podría decirse que el Fausto de Gounod reconfigura el de Goethe, que fue reconfigurado por Gérard de Nerval en su traducción, y Goethe reconfigura las leyendas folklóricas del Teufel, y reconfigura Les miracles de Notre‒Dame del siglo XIII. Pero no: no leen de ese modo las series. O sea, hablando en criollo, la pregunta sería: ¿por qué el «–re» nos cabe solo a nosotros cuando se habla del Fausto de Estanislao del Campo?[13] Es una idea —la de nuestra heterogeneidad que se opondría a la supuesta cohesión de Occidente— que criticó y analizó Elías Palti (2007) desde la historia conceptual, y que se dio en los debates sobre las ideas fuera de lugar, pero que podríamos también pensar en sus implicancias a la hora de dar cuenta, en nuestra actividad crítica, de la circulación transnacional de formas y de textos —y de la posición que asumimos al hacerlo.
La última cuestión —también un trabajo en curso, con ella cierro estas notas—, es la reflexión sobre la fórmula bourdieusiana, ya casi un dogma en nuestro campo, según la cual las ideas viajan sin sus contextos. Como toda fórmula brillante en ciencias humanas y sociales, tiene el don de imponerse como una evidencia y de diluir incluso las ideas que el propio Bourdieu desarrolla luego. Las ideas circulan sin sus contextos, de acuerdo, pero circulan con algún contexto, un contexto que no es el de origen y tampoco el de llegada, ese que Bourdieu define en ese famoso artículo de Actes de la recherche como operaciones de selección y marcado, siempre a cargo de los mediadores.
Quizá convendría matizar el escenario según el cual son las ideas las que circulan. Del mismo modo en que los autores no escriben libros, las ideas no viajan: viajan personas, libros, traducciones. Lo que llega no es una idea platónica a la deriva, sino algo en un soporte material, muchas veces traducido en cierta variedad de lengua, o transmitido oralmente por alguien, para responder a una necesidad que está en el espacio de llegada, que ha sido traído o asimilado debido a esa necesidad, y porque en ese espacio también se están armando las condiciones de posibilidad de algún tipo de diálogo con eso que llega. Jorge Myers habla de tramas discursivas que circulan en contextos sociales específicos, que otras tramas vienen a activar. De ahí la elaboración situada de conceptos, temas, formas. El estudio de esas elaboraciones situadas, que buscamos leer en su vocación universal, a su vez nos permite ir más allá de la constatación inicial de la asimetría y del análisis de las dinámicas de legitimación simbólica. En efecto, la necesaria crítica al universalismo eurocéntrico no puede negar la posibilidad de una vocación universalista en las formas y los temas que se elaboran desde nuestro espacio, y sobre todo en los modos que tenemos de leerlos. Es, como siempre, la decisión de una perspectiva. Entonces: si bien en el orden metodológico es ineludible, primero, describir el contacto: proceso, vector, transferencia o mediación, también es necesario detenerse en un enfoque situado que dé cuenta de los signos nuevos, de los entramados que los conforman, y del saber nuevo, universal y local, que de ellos surge. No tanto como «uso» —un término que también hay que desnaturalizar— sino como idea o forma situada en tales coordenadas, en tal momento. Tal vez así se podría salir de una vez por todas del esquema del modelo y de la copia, de la deriva y el desvío.[14]
En esa misma perspectiva también se podría pensar la figura de mediador/a desde otro ángulo —un ángulo suplementario, que no niega la sociología de la mediación—, donde la agencia y los agentes no dependen únicamente de la intención, las estrategias, el interés, «la mirada a Europa». Un caso llamativo donde la mediación es secundaria y muta en contingencia y corte total con el origen se da, paradójicamente, con las modas. La moda es una relación con el tiempo de orden inmediato, que es obvia en el presente y se diluye luego en el olvido: deja muy rápido el lugar a otros órdenes de relación, muestra de forma más desnuda la creación nueva. De ahí, por ejemplo, como observó Sylvia Molloy (1972), que segundones del simbolismo como Catulle Mendès, Albert Samain o Paul Fort hayan sido centrales para el modernismo latinoamericano. O que escritores olvidados del siglo XIX francés, de moda en el fin de siglo e importados por las clases dirigentes con fines pedagógicos en empresas editoriales como la Biblioteca de La Nación, hayan luego circulado durante cincuenta años en las editoriales argentinas (Georges Ohnet, Octave Feuillet, Frédéric Soulié, etc.) como si fueran centrales, cuando en realidad se repetían debido a la rotación de traducciones.[15]
Una última pregunta, ligada a esto: ¿dónde quedan, cómo se articulan contingencia y materialidad en la teoría del campo? ¿Y cómo entender esa articulación desde una perspectiva que no sea la del «malentendido»? Cuando uno lee, por ejemplo, lo que se está haciendo en los estudios transpacíficos, con el análisis de rutas comerciales como el Galeón de Manila que unía Filipinas, España, México, y los efectos del azar en la circulación de literatura de cordel y folletería, o la potencialidad de corpus como el de las de ediciones populares y los folletines como vectores de trasmisión de temas, formas e ideas, se abren otros puntos de vista, donde las nociones de importador, legitimación y estrategia pasan a un segundo plano y dan lugar a otros factores como la contingencia, la gratuidad, la pluralidad de agentes que no se saben agentes:
Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca, un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia...
Agradezco a Mariano Sverdloff, Juan Martín Bonacci, Emilio Bernini, Gabriel Catren, Mariana Di Ció, Alfredo Lescano, con quien discutí estas ideas.
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Notas
Información adicional
Para citar este artículo: Cámpora, M. (2023). El violento oficio de comparar. El
taco en la brea, (18) (junio–noviembre). Santa
Fe, Argentina: UNL. DOI: 10.14409/eltaco.2023.18.e0118