Sobre: La lectura: una vida..., de Daniel Link.

Buenos Aires: Ampersand, 2017.

Para citar este artículo: Cherri, Leonel (2018). «Sobre: La lectura: una vida..., de Daniel Link». El taco en la brea 7 (diciembre–mayo),195–197 Santa Fe, Argentina: UNL. DOI: https://doi.org/10.14409/tb.v0i7.7364

Leonel Cherri

Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina

clcherri@hotmail.com

Hace dos años leía Suturas: escritura, imágenes, vida (Eterna Cadencia, 2015) de Daniel Link y llegaba a cierta conclusión diagramática de su trilogía. Así como Clases (2005) no puede considerarse ningún princeps (se trata de una 2° pieza), y Fantasmas es a la vez un retardo y un avance (1° y 3° pieza, simultáneamente), Suturas no puede ser sino un punto cero (0° pieza): el umbral definitivo («Tornada»), lo neutro, el vacío y la multiplicación, simultáneamente (Cherri:187).

En ese sentido, si la trilogía nos donó la sistematización tartamuda, anacrónica y retardada de un pensamiento singularísimo sobre América Latina y la contemporaneidad que replantea una situación concreta de los lenguajes, de la literatura y de las otras artes en relación con lo viviente que hoy por hoy se encuentra en un estado crítico; su último libro, La lectura: una vida... es la historización de ese pensamiento, es decir, de esa singularidad cualquiera que es la lectura: una vida...

En el pensamiento de Daniel la historia —e, incluso, historiar— asume determinadas formas. En principio, la forma del trauma. Historiar las lecturas no es —no podría ser— una explicación de «mi mismo» —dice Daniel— sino la de una comunidad: «el sentido que la lectura tuvo y tiene para una generación atravesada por el trauma» (7). El libro —pero historiar en sí mismo— es también un acto de justicia: no es tanto el qué se ha leído sino el quién nos ha llevado a leer, originando con el tiempo una forma de lectura (¿cómo se lee...?) que es, a su vez, una pedagogía.

Historiar entonces es poner en resonancia los modos de leer atravesados tanto por los estratos de tiempo —traumáticos— y, a su vez, por las singularidades afectivas —esas vidas— que constelan la lectura y la lógica del sentido en métodos que caen junto con nombres que son a la vez «momentos» y, por eso mismo, «personajes conceptuales»: donde dice «El Profesorado. Enrique Pezzoni» también se lee la historia por la pasión teórica–categorial junto con la militancia y el esnobismo de mezclarlo todo; donde dice «La dictadura. Beatriz Sarlo» también se lee el salto teórico del estructuralismo al formalismo, entendido más allá de «lo formal», es decir, como movimiento político de vanguardia pero también como antesala de los estudios culturales. Y así, una y otra vez. Por ejemplo, junto al «Trabajo Editorial» llega «Arthuro Carrera» pero también una manera de leer la poesía en relación con las series y el infinito.

Walter Benjamin nos ha advertido que el origen (ursprung) no supone el encuentro con la fuente de una emanación sino con la posibilidad de salvación de aquello que ha sucumbido o podría sucumbir a un olvido y que en una constelación determinada articulada por momentos y elementos heterogéneos podemos apreciar el ahora de su recognoscibilidad. En síntesis, el «origen» expone «la huella de una historia viviente que puede ser leída desde la superficie de los objetos sobrevivientes» (Buck-Morss:73).

Lo que vemos es, en efecto, «una cadena de afinidades electivas» que «alcanza» a Daniel y lo «arrastra» (82) pero también la ursprung retartada y anacrónica —llena de realidad como de ficción— del pensamiento de una vida, de una generación, de una serie de estratos temporales.

Ya Fantasmas —pero antes en Linkillo (cosas mías)— Daniel nos aclaró que «Yo es otro». En esa fórmula también podemos captar con limpieza el sentido de lo que «historia» e «historiar» representa en su pensamiento. Pero, además, es lo que nos disuade de entender el libro como una simple autobiografía de lectura, pues se aleja de lo «auto» (ese atletismo del yo) para entregarse al con–: el ego-cum indiscernible del co– de la comunidad (la fórmula es de Jean-Luc Nancy). Es decir, para entregarse a la verdad del fantasma (Link 2009:85–87). Confesar, dice Daniel, es inventar, imaginar. Y esa imaginación —tal como ha dicho Mario Bellatin en El gran vidrio— es más real que lo real (163). O en los términos de Alain Robbe-Grillet: «C’est la littérature qui me fait être moi» (162). Lo que es también un eco de Maurice Blanchot en el rioplatense —con dejo cordobés— de Daniel Link: a lo real hay que imaginárselo.11. Dice Blanchot: (…)

En ese sentido, la singularidad que supone este libro es el entramado de un espacio vital para el pensamiento (es decir, la lectura) que no puede disociarse, a su vez, de la ficción: es decir, de la verdad del fantasma. Por eso el inicio del libro es pura literatura: «Algo de mí nació del 28 de agosto de 1959. No me atrevería a decir que ese día nació un “yo” pero tampoco un cuerpo» (9). Desde ahí en adelante, un poco el «yo» y otro poco el «cuerpo» van a ir emergiendo en las imágenes del relato familiar: entre una madre que parecía una estrella de cine italiano y un padre, rubio y hermoso, de ascendencia centroeuropea. Lo que se funda bajo el signo de virgo es, entonces, un efecto del discurso, pero también, una imagen: «el equívoco entre mi nombre y mi apariencia». Y con ello —con esa falla tectónica—, el surgimiento de un «monstruo» que es, a su vez, un niño de provincia pobre y enfermizo, un poco neurasténico, un poco antisocial: en otras palabras, un lector y, a la vez, un niño–poeta.

En ese sentido, todos estos primeros capítulos que van desde la genealogía familiar hasta la escuela secundaria (la señorita Cecilia, María Inés Fernández) componen una cámara de ecos donde la reflexión sobre el estatuto zombie de la infancia (El principito) y los textos antes que leyes como juegos (Borges, Cortázar) y como experiencias (Barthes y el antidogmatismo utópico) van constelando en torno a un centro vacío que no podemos dejar de asociar a Manuel Puig. En primer lugar, por el aire de (anti) bildunsroman que, como ha dicho la crítica (De Diego:1), no se puede disociar de la formación de un escritor o, mejor, de una escritura (una lectura). Y, en segundo lugar, porque como dijo Martín Prieto de Los años noventa (2001): «el personaje, vacío de voz, se construye a partir de la entonación y las voces de los demás personajes». Lo que ha puesto a la escritura de Daniel en una relación de contemporaneidad y anacronismo con un «después de Puig».

Este inicio, como los capítulos siguientes, nos dicen sutilmente que lo primero que se lee y se escribe —y quizás lo único que no podemos dejar de leer y de escribir— es la infancia. Entendida ahora como un patchword de cuerpos (etnias, imágenes, escrituras, vidas) y una apertura para la experiencia, cuyo dejo gótico presenta a Daniel, esa vida, como un Frankenstein tercermundista:

Por razones no muy difíciles de adivinar, Sissi es muy importante en mi vida (...) [fue] la película que me sacó del universo de los cuentos de hadas, sobre todo porque ahí puedo leer parte de la historia de mi familia, la disolución de un mundo (la «edad de los imperios») y, también, el nacimiento de otro (el «populismo peronista») entre los cuales, qué duda cabe, se decidió toda mi vida y entre los cuales está toda la literatura que me importa. (22–24)

En ese campo de fuerzas, qué duda cabe, también se encuentra La lectura: una vida...

Bibliografía

Bellatin, Mario (2007). El gran vidrio: tres autobiografías. Buenos Aires: Anagrama.

Blanchot, Maurice (1949). La part du feu. París: Gallimard.

Buck-Morss, Susan (2005). La dialéctica de la mirada: Walter Benjamin y el proyecto de los pasajes. Madrid: Visor.

Cherri, Leonel (2016). «Sobre: Suturas. Imágenes, escritura, vida de Daniel Link». El taco en la brea 3, 180–189.

De Diego, José Luis (2004). «La novela de aprendizaje en Argentina: 2da parte». Orbis Tertius 7.

Link, Daniel (2009). Fantasmas: imaginación y sociedad. Buenos Aires: Eterna cadencia.

Prieto, Martín (2006, 11 de noviembre). «Narradores argentinos después de Manuel Puig». Revista Ñ. Web.

Robbe-Grillet, Alain (2005). «Un nouveau pacte autobiographique». Préface à une vie d’écrivain. París: Éditions du Seuil, 159–163.

Notas

1.

Dice Blanchot: «L’irréalité commence avec le tout. L’imaginaire n’est pas une étrange région située par-delá le monde, il est le monde même, mais le monde comme ensemble, comme tout. C’est pourquoi il n’est pas dans le monde, car il est le monde, saisi et réalisé dans son ensemble par la négation globale de toutes les réalités particulières qui s’y trouvent» (307).