El taco
en la brea
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TeorĂ­a literaria latinoamericana en Argentina

Sobre: Una mañana boreal, de Carlos Battilana. La Plata: Club Hem editores, 2018

Marcelo Díaz

Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina

marceloddiaz@hotmail.com

Para citar este artículo:

Díaz, Marcelo (2018). Sobre: Una mañana boreal, de Carlos Battilana. El taco en la brea, 8 (junio–noviembre), 158–160. Santa Fe, Argentina: UNL. DOI: 10.14409/tb.v1i8.7764

La memoria del frío

Como cuando riego
una planta,
pedirle que tome
el agua que le doy
y mirarla
más que un acto
de confianza, verde
esperanza.
Irene Gruss

El frío, la demora, el hielo son contraseñas de lectura en la obra de Carlos Battilana. Es una escritura epigramática en la que las voces de los miembros de la familia constelan alrededor de la figura del poeta. Hay un uso del lenguaje parecido a un susurro que trasciende el límite del sentido, si acaso hay vértigo éste está contenido en la lentitud de las horas y en una geografía sensible e íntima. Las imágenes del jardín, los árboles, el mar, el hogar familiar, las marcas de las estaciones del año en las plantas, todo resulta transitorio y continuo. Y si hay continuidad también en sus versos está relacionada con el modo en que se percibe lo real en un tiempo pausado y atento.

De un modo sincrético lo lejano, el paisaje con el que se designa la alteridad, dialoga con un territorio personal y conocido. La poesía dibuja una cartografía desde la materia de su propia lengua y desde el núcleo de la palabra. Hablar de lo distante es una forma de reconocerse en el discurso poético aquí y ahora. No habría escritura para Battilana que no sea una teoría sobre el lenguaje, y no habría palabra poética que no sea una excusa para reflexionar sobre el modo en que los hechos y los acontecimientos se articulan en la experiencia:

¿Qué es el Ártico, Groenlandia, Alaska?/ maneras de lo blanco, matices/ de una gradación./ Una creencia popular/ afirma que los esquimales/tienen/ siete formas/ de designar la nieve/ sus voces/ nombran/ detalles leves/ que un individuo/ de la llanura/ ni siquiera/ logra ver./ (...) En los territorios boreales/ la palabra «nieve»/ puede ser/ un modo de la utilidad/ una forma de la transacción/ La mayoría de las ocasiones/ en aquellas latitudes/ «nieve»/ designa/ un acto reflejo/ donde la mente/ desentierra/ letras de un idioma desconocido. (17)

De un modo u otro aquello que se encuentra distante en el tiempo y el espacio termina por ser un espejo cercano donde se proyecta una voz imaginaria como un testimonio vivo, o una huella, de nuestras inquietudes más recurrentes.

Así como la pregunta por los límites del lenguaje poético, y por qué del lenguaje universal, retornan las inquietudes acerca del modo en que una familia se constituye como tal. Creencias, rituales, mitologías diminutas que se repiten año tras año definen el carácter y el horizonte de la familia. Quién dice que las vivencias de lo que les ocurren a los otros en diferentes lugares del mundo no son una analogía personal de aquello que resuena en nosotros y que muchas veces resulta incomunicable, en el poema Ramitas, la repetición, como un espiral que contiene las huellas de ADN de toda la familia del poeta, sitúa el momento de la navidad desde una perspectiva milimétrica e irreductible que adquiere dimensión en su fugacidad:

El pesebre/ se logró/ con las ramitas/ que recogimos/ del jardín./ Emilia/ recortó/ ―como sólo ella/ sabe hacerlo― papel plateado/ e imaginó/ un oasis/ en el desierto/ bíblico/ del niño/ recién nacido/ luego ―debajo del árbol/ profano―/ fuimos incorporando las/ pequeñas/ estatuas de arcilla/ ―José, María, Jesús―/ y con un poco/ más de energía,/ Dickens,/ tal vez Darío/ ¿Quién sabe? (...) Un poco emocionados/ con la alegría afectiva/ que amalgaman las horas/ fuimos a dormir/ y Marcos/ el niño grande,/ el niño interminable/ que Dios o la vida/ nos han regalado,/ sin que nadie lo notara,/ tomó la estatuita de José/ para dormir/ con ella. (43)

Cada miembro de la familia de Cristo encuentra su correlato en el silencio del tejido familiar del poeta, la identificación de Marcos, el niño grande, la infancia repitiéndose una y otra vez, con la figura secreta del padre marca un lazo y sujeta la voz paternal, así es la voz del poeta la que encuentra significación en el silencio de su hijo o al revés tal vez el silencio de Marcos el que articula el vocablo sentimental, la voz primera, del poeta en un estado imprevisto de felicidad.

La dimensión política de la poesía aparece aquí no en un tono panfletario, sino más bien como poesía civil, que materializa los vínculos afectivos y los mantiene a resguardo de la intemperie del mundo en una tensión entre interior y exterior, subjetividad y testimonio, voz y silencio y cercanías y distancias. El peso de lo real es narrado de manera disperso porque la dispersión construye los poemas en su singularidad por contradictorio que pueda sonar. En el texto Poesía política la contradicción de los planos se enuncia de manera explícita: «detrás de las palabras,/ una voz,/ y dos hilitos de sangre/ volcados/ por esa luna/ que allá, en la cercanía del Cielo,/ repite una frase que escuché/ alguna vez:/ “Hay esperanza, sólo que no es para nosotros”» (33). La espera no es sinónimo de esperanza pero lo que se escucha requiere paciencia desde una predisposición optimista como en una oración, o una canción, que clarifica y repara las diferentes modalidades de la pérdida.

Escribir implica aceptar la contingencia de las cosas, el destino del poeta no encuentra necesariamente reparación, o esperanza, en los otros. ¿Entonces rezar será una forma de trazar un mapa para los seres errantes que están condenados a la agonía interminable de los días? ¿O acaso la oración no es un recurso, un gesto, que simplifica e ilumina el paso por las horas más oscuras? Como respuesta se me ocurre citarlos versos del poema Salvación:

Levanto con pocas migajas/ las posibilidades del día/ el sol de la terraza/ amanece/ otra vez,/ por suerte/ sonreír ante lo evidente/ ―las plantas,/ la ropa doblada/ en la silla,/ el muro manchado de gris―/ como los marines/ en medio del mar/ que conocen los márgenes/ efímeros de salvación/ y aun así, ante el inminente naufragio,/ rodeados de olas gigantes/ y sumergidos/ en el centro de la tormenta,/ respiran, no dejan de respirar,/ reconocen en el aire,/ frontalmente,/ no la última/ sino la primera oportunidad. (20)

No hay otro ritmo en los versos más allá de la pausa. Y no hay otra epifanía más que la del paso de las horas, de los días, de los segundos, todas formas también milimétricas del tiempo que construyen un refugio provisorio frente a la velocidad del mundo; en el centro está el poeta, y una vida doméstica que podría ser la de cualquier persona en cualquier lugar en cualquier momento como en una sinfonía hecha de seres frágiles, cada uno con una actitud diferente frente a las contingencias de la experiencia.

TEI – Métopes