Sobre: En torno al realismo y otros ensayos, de Sandra Contreras. Rosario: Nube Negra Ediciones, 2018.
Emiliano Rodríguez Montiel
Universidad Nacional de Rosario – CONICET
Para citar este artículo
Rodríguez Montiel, Emiliano (2019). Sobre: En torno al realismo y otros ensayos, de Sandra Contreras. El taco en la brea, 9 (diciembre–mayo), 129–131. Santa Fe, Argentina: UNL. DOI: 10.14409/tb.v1i9.8211
La exigencia interrogativa
No hace mucho, en esta misma revista, apunté lo que para mí consistía y consiste, en el fondo, la pulsión crítica o el modo de leer de Nora Avaro.11. Me refiero a la (…) Me interesa retomar esta brevísima intervención porque fue allí donde advertí —a modo de enunciación, sin la exhaustividad que el problema reclama—, un modo de hacer crítica que ahora observo, con las modulaciones que espero poder puntear en lo siguiente, en Sandra Contreras. La concomitancia primero la atribuí a una simple deformación lectora, entusiasmada por encontrar semejanzas e imposibilitada, por ello mismo, a entrever las diferencias. El sueño de este voluntarismo, adquirido menos en el prematuro ejercicio crítico que en la improvisación oral docente, sería el de haber hallado, en una misma colección editorial, Paradoxa, las marcas de una insistencia reflexiva en torno a lo literario, o lo que suena mejor, las pistas de una escuela crítica rosarina, orbitada alrededor no del planeta Rosas o el planeta Viñas, sino del tutelado por María Teresa Gramuglio. Sea como fuere, a medida que avanzaba en la lectura, el encuentro Avaro–Contreras fue tomando fuerza, a tal punto que se me volvió inevitable, y deseable a la vez, interrogarme por la naturaleza de esta comunidad forjada en la lectura. La motivación, no obstante, no estaba en perseguir cierta pesquisa comparativa inaugurada por el señuelo filial (tarea interesantísima, de largo aliento), sino en algo más material, un efecto, si se quiere, cuya traducción más equivalente —no podría ser de otra manera—, adquiere la forma de una pregunta: ¿qué hay en el modo de leer de Contreras que me envía, hechizado por el bálsamo que generan los parecidos, a la escritura de Avaro? Sin más, diría: la exigencia crítica.22. Tomo prestada e (…)
La magnitud de esta intensidad, que en Contreras, al igual que en Avaro, toma la forma de la interrogación, pareciera querer evitar cierto virus textualista, forjado en una equívoca (literal, frívola) lectura del posestructuralismo francés, que bregó y sigue bregando aún hoy por cierta polisemia descontrolada que le hace culto al vale todo. Hay en Contreras, en efecto, una cierta ética de la pertinencia, que regula no sólo la elaboración de sus propias preguntas —«¿qué es lo que me incomoda?»; «¿dónde podría residir el malestar?» (79)— sino, ante todo, el parsimonioso sitiado a las lecturas soldadas, profilácticas, que conservan y protegen de todo traspié y revisión epistemológica al problema en cuestión. Nunca más atinado el título del libro, «En torno al realismo», para ilustrar el procedimiento crítico de Contreras. En torno señalaría, para usar sus propios términos, no un «ethos del diagnóstico crítico» (Ludmer y las fuerzas de la descripción), ni mucho menos un «ethos de la actitud experimental» (Sarlo y las fuerzas de la valoración), sino un arte del rodeo, del contorneo, que examina la materia acorralada (el realismo) según cierta fuerza de desambiguación, de desarme o deconstrucción (78). De lo que se trata, en este sentido, es de acechar el problema a través de la potencia envolvente de la pregunta —«¿Hasta qué punto puede hablarse de...?»; «¿Hasta qué punto basta que...?» (92)—, de ponerlo a dar vueltas (palabra ya contreriana por excelencia), para despojarlo, en primer término, de sus sentidos cristalizados —una verdadera práctica ranceriana del «desacuerdo» (17)—, y añadirle, en segundo término, desamparado ya de todo imperativo, la propia lectura. Este proceder no se explica, ahora bien, como un mero recomienzo del gesto totalitario que acaba de apaciguarse (nada más alejado de aquello), sino como una operación que adiciona, en la vasta conversación crítica, una opción más allí donde parecía estar todo resuelto, un desacuerdo pertinente, una disonancia productiva que alumbra y descalabra los supuestos, dando muestras de lo que puede la crítica si se la exige.
«En este libro recojo entonces los rodeos que fue adoptando ese modo de tratar, y a veces de lidiar, con el problema del realismo, a partir de algunas ficciones argentinas contemporáneas. A esos rodeos (...) quisiera remitir con la expresión “en torno”» (8). Se puede reconocer, centralmente y a sabiendas de que sobrevuela sobre esta sistematización la omisión de otros, un gran rodeo, interrogante o núcleo problemático a partir del cual Contreras «lidia» con el realismo y organiza todas las demás intervenciones: los modos en que la crítica literaria argentina evalúa hoy, siguiendo los preceptos de cierto imperativo realista consensuado, de cierta «noción clásica» de realismo cuyo punto de partida sería Gálvez y su fundamento Luckács, las exploraciones realistas del presente: «¿Qué tipo de nuevo realismo es legítimo, y por lo tanto política y estéticamente posible, en la coyuntura del presente?» (8). Esta es, creo yo, la primera gran pregunta del libro: la pregunta por el paradigma realista (los valores que lo conforman, las clasificaciones que dispone, las bibliotecas que pone a funcionar), es decir, la preocupación por el horizonte que ha regulado desde sus inicios el lente de la crítica y que sigue haciéndolo, según diferentes énfasis y/o inflexiones, en el presente. La segunda, que se enuncia como una derivación de la primera, es por todo aquello que queda afuera, esto es, por todas las nuevas formas de realismo que la crítica, por tener obturado, deliberadamente o no, el paso hacia nuevas vías de comprensión —«¿Cuánto resiste la lectura del presente con las categorías del pasado?» (98)—, desatiende, deslegitima, o directamente aborrece (80). De lo que se trata, en definitiva, es de «dar cuenta de los valores que se ponen en juego en la lectura: qué y cómo se quiere leer lo que se está escribiendo hoy» (61), o dicho de otra forma, «de sacar a la literatura argentina de ese gran malentendido que persigue y condena, a la hora de pensar el realismo» (121). Y en este el itinerario circular y exigente en torno a qué realismo queremos, Contreras revisa y discute los postulados de Beatriz Sarlo, Josefina Ludmer, María Teresa Gramuglio y Martín Kohan, entre otros, dando cuenta lúcidamente de cuánto se pierde pero, sobre todo, de cuánto se gana, en un revés dialógico magistral, al cambiar el énfasis crítico (otra palabra ya contreriana), es decir, al poner entre paréntesis los valores instituidos para interpretar, no como falencia sino como recurso para la experimentación, los materiales compositivos singulares de las nuevas escrituras. Ejemplo de esto último, dicho en su mayor generalidad, son: a) «la pulsión documental» en Aira y Chefjec: de la adopción, en Aira, de una actitud archivista, de un estilo que moviliza a su escritura a querer registrar «lo que (le) pasó (al escritor)» (181); del giro, en Chefjec, hacia una «ansiedad documental», esto es, la urgencia «de unos objetos auxiliares —unas fotos, unas guías telefónicas o unos lugares físicos que respalden las direcciones de esas guías— como métodos de prueba de la ficción» (195); y b) la reinvención o transfiguración, en Casas, Incardona y Cucurto, del espacio urbano barrial y su imaginario populista. Casas en Los lemmings y otros reinventa en clave zen las calles de Boedo, epítome de la tradición realista y populista de la literatura argentina, para dar cuenta, situándolo en los setenta, «de una generación perdida y aplastada, desaparecida, por la violencia política y la enfermedad» (104). Incardona, en cambio, figura en Villa Celina un barrio peronista según una forma de religación social, a saber, un pueblo «sin fisuras», atravesado por un imaginario «afectivo, social y familiar», profundamente solidario puertas para adentro, que pone al Estado como enemigo y reafirma con entusiasmo el idilio peronista (107). Cucurto, por último, hace de la desmesura, el cinismo, la incorrección política, «la hiperbolización de la aventura, el sexo y del disparate», una poética profundamente disruptiva, que pervierte «en clave de farsa y banalidad» el imaginario populista (116). Contreras no deja de subrayar que estas tres literaturas, en tanto «economías literarias», reinventan, a través del ocio, la artesanía y la superproducción respectivamente, el nudo ideológico del populismo: el trabajo (116).
Quizás, en el fondo, nos dice implícitamente Contreras, el propósito último de la crítica no sea otro que el de hallar, teniendo fuertemente como vocación la asertividad, no la coartada analgésica, convincente, del objeto, sino su pura afirmación como singularidad estética. Así como ocurrió con (el estudio de) la obra airiana al aparecer el librofaro Las vueltas de César Aira en 2002, la crítica consigue finalmente con esta publicación, creo yo, la piedra de toque a partir de la cual volver pensar y evaluar las experimentaciones «realistas» del presente.
Me refiero a la reseña «Sobre La enumeración. Narradores, poetas, diaristas y autobiógrafos de Nora Avaro. Rosario: Nube Negra Ediciones, 2016». El taco en la brea 4, N° 6 (diciembre 2017).
Tomo prestada esta expresión del libro editado por Judith Podlubne y Martín Prieto (2014) María Teresa Gramuglio. La exigencia crítica. Rosario Beatriz Viterbo.