#10
[junio-noviembre 2019]

La comunidad del archivo

Graciela Goldchluk
Universidad Nacional de La Plata – CONICET, Argentina / gracielagoldchluk@gmail.com

Resumen

Este artículo presenta el dossier Comunidades, que pretende mostrar una conversación largamente sostenida a lo largo de los últimos quince años, no en su temática sino en la manera de conformar lo que hemos dado en llamar, siguiendo a Raúl Antelo, una comunidad infraleve. La inquietud de ponerlo por escrito tiene que ver con formas de resistencia que desarrollamos en las Universidades frente a lo que fueron los últimos años de preponderancia del neoliberalismo y sus imperceptibles pero contundentes consecuencias en nuestros ámbitos de creación e investigación. El dossier se abre con un artículo que reflexiona sobre los modos de pensar y hacer archivo, y se cierra con la entrada Comunidad, del ­Indicionario do contemporáneo, escrito en forma colectiva, cedido para este dossier de manera solidaria y traducido por una investigadora que dio su tiempo y su saber, porque estas son las cosas que hacemos.

Palabras clave: archivo / comunidad / capitalismo / archifilología / crítica genética

The archive comunity

Abstract

This article presents the dossier Communities, which aims to show a long-held conversation over the last fifteen years, not in its subject matter but in the way of ­shaping what we have called, following Raúl Antelo, an ­underslight community. The desire of putting it in ­writing has to do with forms of resistance that we develop in the Universities against what were the last years of preponderance of neoliberalism and its imperceptible but forceful consequences in our fields of creation and research. The dossier opens with an article that reflects on ways of to think about and to do archive, and closes with the entry Community, of the No-dictionary of the contemporary, written collectively, assigned to this dossier in solidarity and translated by a researcher who gave your time and your knowledge, because these are the things we do.

Key words: archive / community / capitalism / ­archifilology / genetic criticism

Recibido: 17/6/2019. Aceptado: 26/8/2019

Para citar este artículo: Goldchluk, G. (2019). La comunidad del archivo. El taco en la brea, 10 (junio–­noviembre), 124–129. Santa Fe, Argentina: UNL. DOI: 10.14409/tb.v1i10.8692

En tiempos en que proliferan las historias de zombies, de asesinos y asesinas seriales, de guerras pos–apocalípticas, de series que temporada a temporada aceleran en una única dirección, en estos tiempos en los que «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo»1 decidimos optar por lo más difícil. Acaso la tarea más urgente para las humanidades, analógicas y digitales, sea imaginar un nuevo modo de hacer comunidad, un nuevo significado para ese modo de habitar el espacio impropio en el que transcurren nuestras vidas. Digamos que es menester transformar el Imagine de John Lennon, porque no queremos imaginar «all the people» sino pensar sobre la experiencia concreta, de a pedacitos, sin imponer un modo único de pensarla, y sobre todo, porque ese tipo de imaginación abstracta, de un mundo de «no countries», que necesitaba borrar la historia «living for today» y sumaba voluntades individuales, no podía sino formularse como una «brotherhood of man». En esta expresión bienintencionada reconocemos el tipo de comunidad que, según Alain ­Badiou (2011), dominó el siglo XX bajo la forma de «un “nosotros” cuyo ideal es el “yo”, y [donde] no hay otra alteridad que la del adversario» (127). No hay en la letra del músico inglés más que deseos de paz y fraternidad, pero tampoco hay rastros de alteridad sino expansión pacífica y amorosa de un yo marcado por todos los atributos del grupo al que pertenece. Frente a ese tipo de nosotros, Badiou nos recuerda la «palabra–tienda/ Juntos» que Paul Celan propone en su poema «Anábasis»2 y es a partir de ahí, de esa esperanza, que queremos interrogar nuestro modo impropio de ser–en–común (Cragnolini) cuando acometemos la tarea cotidiana de reunir e interpretar archivos.

En los escritos que componen el presente dossier sobre comunidades se despliegan una y otra forma de pensar ese nosotros. Por un lado, una forma dominante durante los dos siglos pasados que es la comunidad lingüística en los límites de un Estado–Nación, donde la lengua ocupa el lugar de lo dado, lo natural, lo que es de nosotros, y no se entrega nunca por completo a los otros. En el trabajo de Ennis, una filiación poco explorada echa luz sobre una de las afirmaciones más famosas de Borges acerca del escritor argentino y la tradición: la búsqueda del tono, la quintaescencia de lo argentino, que ya se anunciaba como «un matiz» en el idioma de los argentinos. No se trata en verdad de una filiación sino de la exhumación de un documento, nada oculto sino publicado en un medio de gran circulación, el que permite abrir el coto cerrado de las precedencias borgianas, cambiar el emplazamiento de los actores que, directa o indirectamente, participaron en el debate acerca del tono, vale decir del alma de la patria. Interesa, para lo que quiero comentar luego, que no se trata del dato en sí mismo sino del diseño que se arma y que deja entrever al sexto que insiste (Cragnolini), el otro excluido que permite a la comunidad reafirmarse como tal, y que puede darse a ver por una operación de archivo, vale decir de reunión bajo ciertas condiciones.

Las otras intervenciones despliegan formas de hacer en común más ligadas a las maneras en que el arte interviene y reúne, comunica, propicia flujos comunicantes descentrados y diversos. En ellas se nombran comunidades en tanto tales y se menciona siempre el archivo como acto, como potencia, como lugar. No se trata del rescate de una comunidad ya existente portadora de valores esenciales, sino de hacer comunidad en el mismo acto que se hace archivo. Podríamos decir que la comunidad sucede en esas intervenciones, y que los archivos que generan no son necesariamente la prueba de su existencia sino el producto y a la vez el productor, en tanto quienes participan sólo se reúnen y reconocen como partes de algo, a partir de y en dicho archivo. Como se trata de situaciones de vulneración de derechos o de abandono por parte del Estado, estos archivos, estas comunidades «infraleves» (Antelo, 2008:134), entran en tensión con el modo institucionalizado de guardar una memoria o de hacer archivo, pero en sus mismas acciones, en la manera en que se preocupan por reunir, registrar y dar a ver, pugnan por modos más democráticos de funcionamiento de un Estado donde ellas tengan lugar. No hay nada de natural en estas formaciones de tipo comunitario, sino búsqueda, creación de un común, reunión de lo disperso. El futuro anterior marca el tiempo del archivo, y es así que un emprendimiento editorial puede también convertirse en el archivo de una «comunidad retrospectiva»3 que no existía cuando cada integrante escribía en soledad, pero tiene consecuencias en el reconocimiento de esa pertenencia a un mismo sentir de lo que estaba siendo. Volver a pensar esas producciones, incluso mínimas, escrituras que sobrevivieron a la destrucción obligatoria dictada por la represión estatal o por la prohibición social de ser diferente, de sentir contra–natura, produce efectos de transformación. El problema que propone Derrida alrededor del secreto: «¿Con qué derecho detenernos solamente en la persona viva? Podemos hacerle mal a los muertos» (227), encuentra en esta reunión amorosa de testimonios su otra vía, al reparar la soledad de quienes debieron elegir una vida para–social donde la posibilidad de ser–en–común pareció obturada.

Si las teorías sociológicas sobre la comunidad, como explica Daniel Alvaro, se inscriben en una «historia de la metafísica comunocéntrica» (198), es porque se han edificado como una oposición en la que uno de los términos, además, es superación del otro:

Es el propio esquema oposicional el que es metafísico, independientemente del saber específico que lo ponga en funcionamiento y más allá de la «etapa» determinada en que este se encuentre. Es la oposición misma —lógica, cronológica o ambas cosas a la vez— entre comunidad y sociedad la que explica la dependencia metafísica de las teorías sociológicas de la comunidad. (198)

Alvaro concluye en la necesidad de pensar con los textos clásicos allí donde esta lógica tambalea, buscando «en esos exabruptos discursivos (...) por lo demás raros y casi nunca localizados en el centro sino más bien en los márgenes del texto» (309). De ese modo, lo que lee Alvaro en escritos canónicos y no canónicos de Tönies, Marx y Weber, una vez que ubica sus tesis principales y la estructura oposicional que sostienen, son las reformulaciones, los arrepentimientos, las tachaduras, los cambios de rumbo, que permiten sostener una «crítica interminable» (307) desde el corazón mismo de esas discursividades dominantes. En el camino de Alvaro, entendemos que el problema es la lógica oposicional que coloca un término privilegiado (en este caso comunidad, pero eso es intercambiable) tanto en el origen como en la finalidad: cronología y teleología forman un par solidario donde no es posible tocar uno sin alterar el otro. Siguiendo los mecanismos propios de la archi–filología (Antelo, 2015), preferimos buscar los fragmentos no capitalistas que interrumpen, en la labor y en la estructura misma del archivo, los postulados del culto capitalista (Benjamin, 2016). Ya en un trabajo anterior (Goldchluk) observé que

Si el capitalismo es una religión de culto que no tiene días festivos, el archivo constituye una de sus herejías en tanto se empeña en conservar restos inasimilables, no biodegradables, no consumibles, y para ello recurre al gasto máximo y emplea el tiempo del exceso. La lógica del don, y no del intercambio, es la que permite que existan los archivos. (s/p)

Esa afirmación se sostiene en un modo de trabajar con manuscritos modernos que parte de la escuela francesa de la crítica genética,4 pero encuentra en su inflexión latinoamericana una forma de trabajo interdisciplinario para establecerlo «como política de lectura» (Goldchluk), como intervención en el estado de memoria, en la recuperación de sentidos que estaban escritos pero no se podían escribir. No se trata de los archivos como algo dado, preestablecido, ni siquiera se trata de estudiar la forma en que esos archivos fueron generados, las intervenciones muchas veces dominantes, en ocasiones imperiales, con que se tomaron los registros y luego se organizaron. Lo que viene a cuestionar esta mirada es la teleología al considerar el manuscrito como el otro del texto, y no su causa. Cuando se presta debida atención a los restos dejados por la producción textual, papeles abandonados, anotaciones precarias que no estaban destinadas a perdurar pero que sin embargo permanecieron, emergen nuevas determinaciones que no habían sido tenidas en cuenta por insignificantes, vale decir por no responder a las significaciones dominantes del momento. De esa forma la cronología se tambalea para dar paso a la historicidad de la producción. Comprendemos, al ver estos papeles, que la cronología es solo la selección de ciertos rasgos que nos aseguran una continuidad sin interrupciones. Para quien haya mirado un manuscrito durante un tiempo suficiente, para quien haya recogido papeles dispersos, fanzines, publicaciones dominicales o cualquier otro conjunto de escrituras, preferentemente precarias, por fuera del archivo ya consagrado de la literatura, la filosofía o la historia, y las haya leído en su conjunto, es evidente que la cronología falla, es evidente que el fin al que arribó ese manuscrito o la direccionalidad con la que fueron leídas esas publicaciones no da cuenta de muchos otros caminos, muchas otras conexiones, que efectivamente suceden y se comprueban al verlas en un conjunto descripto para su mejor comprensión, transcripto si ofrece problemas de legibilidad, accesible en todas las formas posibles; muchas de esas conexiones no se dejan explicar por la historia de la literatura o de las ideas y por ejemplo no entran en determinados períodos ni en otros, o se encuadran en ambos al mismo tiempo. Por supuesto, los manuscritos en particular y los archivos en general han sido utilizados desde el comienzo e incluso han servido de fundamento para la constitución de las disciplinas humanísticas —la búsqueda de leyendas por parte de los hermanos Grimm puede tomarse como ejemplo paradigmático—,5 y es por eso que planteamos el archivo como política de lectura, y no simplemente ir a leer el archivo. En los usos que la modernidad hizo del archivo, se privilegió un «orden natural» entendido como orden cronológico, y en el terreno de la literatura se acudió a los manuscritos para establecer un texto definitivo o, en caso de que no lo hubiera, la construcción de un «arquetipo textual»; en suma, los archivos fueron utilizados como un dispositivo de autorización, para lo cual fue necesario una desmaterialización que borrara todas las operaciones necesarias para su construcción y todo excedente que no fuera la supuesta verdad originaria de la que eran portadores. Como en muchas otras operaciones simbólicas, es menester borrar la corporalidad para apropiarse del sentido.

El archivo entonces, en tanto reunión de trazos, papeles, huellas, involucra una dimensión material intransferible que es la que destaca Benjamin (1989) respecto del teórico y coleccionista Eduard Fuchs, «fundador del único archivo existente para la historia de la caricatura, del arte erótico y del cuadro de costumbres» (89). Según Benjamin, es la conciencia sobre el materialismo histórico naciente lo que hizo de este teórico un coleccionista, de este modo:

es el coleccionista Fuchs el que enseña al teórico a captar muchas cosas cuyo acceso le había cerrado su tiempo. Fue el coleccionista el que cayó en terrenos límite —la caricatura, la representación pornográfica— en los que más tarde o más temprano queda en ridículo toda una serie de patrones de la historia tradicional del arte. (103)

No hay en esta reunión nada natural, pero sí «sensibilidad para una situación histórica» (89). El archivo está hecho de afectaciones y su lectura sólo es productiva cuando lo leemos en esa clave, capaz de hacer tambalear patrones establecidos. Lo que falta decirse es que esas relaciones de afectación están presentes en todas las tareas involucradas alrededor del archivo.

El archivo es ante todo reunión e implica a su vez multiplicidad de tareas y reunión de saberes que cuentan con reconocimiento institucional dispar. No parece casual que la mayoría de las bibliotecarias y archivistas sean mujeres y la mayoría de los historiadores varones que apenas reconocen la «colaboración» recibida durante el desarrollo de sus investigaciones. En el área de las humanidades, la categoría de asistente de investigación parece destinada a bibliotecarias y archivistas según una ecuación que establece que a mayor trabajo manual se le otorgan menores posibilidades de acceso al reconocimiento intelectual, con prescindencia o condescendencia frente al desarrollo de categorías específicas y conceptualizaciones en el interior de la ciencia archivística o de criterios de clasificación biblionómicos para nuevos objetos, desalentando de ese modo la labor de investigación acerca de las tradiciones que rigieron la formación de bibliotecas y siguen presionando en nuestro presente. Es por eso que en el camino de imaginar nuevas formas de socialización que no reproduzcan una división estanca e injusta del trabajo, que frente a la alienación que implica desarrollar conceptos aislados de la práctica —o simplemente aplicar conceptos ajenos— se incline por el impulso a preguntar por la estructura misma de la pregunta que esas prácticas suponen (Hamacher, 19–20), hemos formado sucesivos grupos de trabajo e investigación alrededor del problema del archivo.6 Es el momento de aclarar que cuando en estas páginas se hace visible una enunciación plural no se trata de una expansión del yo enunciador sino de una desposesión de usos y categorías donde resultaría falso hablar desde una yo. Ese enunciador plural que se cuela en cada renglón y en cada silencio no es indiferente, no corresponde a cualquier enunciadorx ni cualquier clase de pregunta, sino que conforma una comunidad infraleve sensible a ciertos vientos del archivo, a ciertas maneras de habitar los espacios y los tiempos en común, decidida a cultivar la desapropiación del sentido y el compartir solidario del trabajo intelectual. Las firmas que aparecen en este dossier no son una muestra, no son sinécdoque de un todo inexistente, pero en este hacer archivo que implica la reunión y domiciliación de nuestras reflexiones en El taco en la brea se reconocen como parte de un mismo proyecto: imaginar más allá de los patrones establecidos, en toda la extensión de la palabra patrón.

Notas

Dossier / Presentación 124–129

1 La cita «es atribuida tanto Frederick Jameson o a Slavoj Žižek», según cita de Mark Fisher (2016:22).

2 Es necesario recordar el sentido de reunión que tiene «­Mitsammen», palabra y verso con que Celan termina su poema y que Badiou lee en francés: «Ensemble». Como se recordará, este análisis se encuentra en el capítulo «Anábasis», de El siglo, donde el poema se opone a otro del mismo nombre escrito por St. John Perse, y lo que está en juego es la forma en que el siglo [XX] pensó en su trayectoria como una «experiencia exiliada del comienzo» (109).

3 La noción de «comunidad retrospectiva» es postulada en el proyecto artístico y de investigación Querida (a) Diario. Escrituras íntimas de adolescentes lesbianas y bisexuales, conformado por An Millet, Delfina Cabrera y Mariana Muscarsel Isla, en cuya presentación enuncian: «Con este proyecto nos proponemos reunir, vehiculizar y poner en valor escrituras íntimas de adolescencias lesbianas y bisexuales en Argentina durante el período 1990–2010. A partir de la recolección de registros escritos (correspondencias, diarios íntimos, bitácoras, entre otros), ­haremos un libro de no ficción y un archivo digital de acceso abierto por medio del cual se pondrá a disposición el material compilado». Instagram: @querida_a_diario. Facebook: /­queridaadiario

4 Me refiero al ITEM (Institut de textes et manuscrits modernes), http://www.item.ens.fr/ que ha desarrollado un aparato conceptual expresado en la revista Genesis y en numerosas publicaciones. En Argentina, fue Élida Lois quien realizó un aporte fundamental a partir de la presentación integral de esta perspectiva en diálogo con trabajos realizados en América ­Latina.

Véase al respecto Ennis cuyo epígrafe, tomado de la ­Autobiografía de Jacob Grimm reza «El viejo y sencillo título de archivero me hubiera bastado para toda la vida».

Estos grupos han encontrado su posibilidad de existencia gracias al apoyo de instituciones públicas como, en primer término, la Universidad Nacional de La Plata, y a través de la estructura y el prestigio que dicha universidad brinda, también en ámbito del IdIHCS (instituto de doble pertenencia UNLP–CONICET) y del FonCyT que promovió la incorporación de investigadores de la Universidad de Poitiers (Francia) a través de dos PICT del programa Raíces. Para conocer quiénes integraron e integran dichos proyectos, desde 2004 hasta la fecha: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/perfiles/­0622GoldchlukG.html

Referencias bibliográficas

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(2016). El capitalismo como religión. Katatay, X(13/14), 178–191. Traducción, introducción y notas de Enrique Foffani y Juan Ennis.

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Derrida, J. et al (2003). Archivo y borrador. En Goldchluk, G. y Pené, M. (Comp.) Palabras de archivo. Santa Fe, Argentina/CRLA Archivos, Francia: Ediciones UNL, 205–252. Traducción de Anabela Viollaz y Analía Gerbaudo.

Ennis, J.A. (2015). El origen de la lengua y los comienzos de la lingüística: una pregunta del siglo. En Grimm, J. Sobre el origen de la lengua. Sáenz Peña: Universidad Nacional Tres de Febrero, 9–71.

Fisher, M. (2016). Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja negra.

Goldchluk, G. (2017). El archivo como política necesaria de lectura. Colóquio Internacional Tradução, Arquivos e Políticas, 16 y 17 de octubre de 2017, Niterói, Brasil. http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.11047/ev.11047.pdf

Hamacher, W. (2011). Para–la Filología/95 tesis sobre la Filología. Buenos Aires/Madrid: Miño y Dávila.