Sobre: Victoria Ocampo, cronista outsider, de María Celia Vázquez. Rosario: Beatriz Viterbo, 2019
Tania Diz
Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina / taniadiz@gmail.com
Para citar este artículo: Diz, T. (2019). Sobre: Victoria Ocampo, cronista outsider, de María Celia Vázquez, El taco en la brea, 10 (junio–noviembre), 215–217. Santa Fe, Argentina: UNL. DOI: DOI 10.14409/tb.v1i10.8701
A Victoria Ocampo la conocemos. Desde la mujer sabia según Brandán Caraffa que habla del Dante en 1924 hasta la que porta alpargatas en el delirante cuerpo argentino de María Moreno, pasando por la etérea, la visceral, la oligarca. En 1931 funda la revista Sur, espacio de divulgación y consagración central durante varias décadas en la cultura latinoamericana, escribe la larga serie de los Testimonios entre años 1935 y 1977 y, además, la autobiografía; unos seis tomos, escritos a partir de los años 50, con el mandato de que sean publicados, anualmente, a partir del año de su muerte. A estos grandes proyectos habría que agregar sus mecenazgos, empresas editoriales, cartas, artículos, libros en los que probaba diferentes géneros, desde el ensayo —La mujer y su expresión, 1936; Virginia Woolf en su diario, 1954— hasta el teatro en Habla el algarrobo, 1970. Estos dos últimos de hecho son un claro ejemplo de su intención de intervenir tanto en el debate nacional como en el feminista.
María Celia Vázquez, con su libro, trae una lectura renovada y exhaustiva de los Testimonios. Ocampo, dice la autora, quiere dejar por escrito «lo que ha visto y vivido» con una «férrea voluntad de intervención en la escena pública que explica el programa cultural» de los Testimonios. Al intentar acotar su investigación, Vázquez dice «reconstruir los modos de intervención y los mecanismos de autofiguración que Ocampo ensaya entre 1930 y 1960» (19). Difícil empresa que lleva a la autora a sobrepasar inevitablemente las líneas temporales y los límites materiales, al incorporar a su lectura intercambios epistolares, conferencias, artículos de diarios. Ella acepta el desafío de ordenar una obra interminable de una escritora que fascina, aprovecha lucidamente el camino ya transitado por la crítica. Escribe con mesura y sin caer en el elogio fácil.
Así, Vázquez reflexiona sobre la ambigüedad de Ocampo al esquivar los rótulos de ensayista, de escritora, de crítica y encuentra un enunciado que es un verdadero hallazgo crítico ya que habilita una mirada que irradia hacia el resto de la obra, sin duda. Y dice: Ocampo es una cronista outsider. Un enunciado armado con dos lenguas cercanas y familiares para una Ocampo un poco snob, otro poco iconoclasta. La autora explica este lugar ambiguo desde donde crea una identidad que le permite hacer a su antojo. Es una cronista, dice Vázquez, «porque adopta textualidades híbridas», concepto que le permite caracterizar con precisión una operación compleja de quien produjo una obra excesiva por lo extensa, por lo incuantificable con un estilo que no ahorra barroquismos ni deslices melodramáticos. El atributo outsider fogonea la diversidad que ya supone la crónica. Cronista outsider es, desde ahora, fundamental para pensar en sus textos y en ella misma, como una intelectual que, en el centro, estaba siempre fuera de lugar.
Vázquez sostiene que Ocampo aun haciendo periodismo en el momento en que este es un ámbito de socialización, de ingresos y de consagración de escritores y escritoras, resiste a ser vista como una de ellos. Ella no es periodista, no es escritora. Ocampo percibe, en los 20, en consonancia indeseada con Alfonsina Storni y Salvadora Medina Onrubia, la mirada sesgada de los varones sobre ellas y, como ellas, lo grita, lo susurra, lo dice. Como diría Gloria, alter ego de la autora en Las descentradas de Salvadora Medina Onrubia, estas mujeres son las descentradas, las que están fuera de lugar, las que se resisten a amoldarse a los mandatos de género.
El libro está dividido en tres partes: Espacios, Litigios y Duelos. Espacios, Vázquez hace una lectura rigurosa de las ideas de Ocampo sobre la pampa y la identidad nacional para demostrar los modos en que el ensayo funciona como antecedente de la serie que vendrá, lo que coloca a Ocampo en un debate tradicionalmente masculino. Y, a la vez, se detiene en ese desvío hacia una teoría sui generis del paisaje que culmina siendo «su» paisaje en el que se adivina la casona de San Isidro: el olor de ciertas plantas, el río desde la terraza, el ruido del tren. Casi podría decirse que está entre los almacenes rosados y las tiernas callecitas de Borges y el fatalismo del paisaje en Martínez Estrada.
Los Litigios están atravesados por las polémicas de Ocampo con cierta izquierda nacional, y allí Vázquez hace una lectura minuciosa, haciendo justicia ante ciertas acusaciones que contribuyeron a simplificar las acciones y palabras de Ocampo. Varias páginas se detienen en otro tema, el peronismo. Ocampo espiada, perseguida, en la cárcel. Las diferencias con Eva Perón, las similitudes con Maetzu. Y sucede la última parte, Duelos, en las que Vázquez despliega diferentes líneas de pensamiento que Ocampo genera a partir del homenaje ante la muerte de seres amados. En esta última parte cobra fuerza otra zona que es la de los sentimientos que rondan sobre las amistades, las redes y vínculos que construye y sostiene durante décadas contra las ideas y las virulencias del contexto.
Vázquez propone genealogías futuras al afirmar que las palabras de Ocampo ante la muerte de la amiga, adquieren el carácter de cita anticipada de las palabras que le dedican María Elena Walsh y de María Elena Oddone ante su propia muerte. Ambas confiesan que se sienten hermanadas por sus ideales feministas, la defienden de los ataques sobre todo en relación con su clase social y toman su palabra. Es el año 1979. Una situación política devastadora, sangrienta; en la que parecería hablar. Sin embargo, ante Ocampo anquilosada en su condición de oligarca, la voz de Walsh provoca: «¿Y quién dijo que Victoria Ocampo no era feminista?». El feminismo era para ella algo propio y colectivo. Era tanto un espacio para buscar un estilo auténtico de escritura como un lugar desde donde asumir posiciones políticas de demanda y lucha por los derechos de las mujeres. Recordemos la divulgación de Woolf, sus ensayos sobre ella y sobre la cuestión de la mujer en relación con la escritura. Sus convicciones sobre la igualdad, la educación y sobre todo, la emancipación de la mujer, para decirlo con aquellas palabras. En 1971, Ocampo arma un número especial de Sur dedicado a La mujer: ensayos que toman a esta como objeto de estudio, un cuento de Arlt sobre el casamiento de las niñas en África, artículos sobre los movimientos feministas en los países centrales, documentos elaborados por organismos de mujeres, entre otros textos.
En conclusión, Victoria Ocampo, cronista outsider de María Celia Vázquez es un libro que abre el debate sobre Victoria Ocampo, renueva las lecturas sobre las zonas más conocidas y, trae materiales casi desconocidos. En este sentido, es una investigación cuyo alcance supera a los Testimonios, e incluso a la obra de Ocampo, ya que irradia sobre varias zonas de la discusión de la intelectualidad argentina del siglo XX.
Apuntes 215–217