Reseñas

La Democracia como mandato. Radicalismo y peronismo en la transición Argentina (1980-1987), Adrián Velázquez Ramírez

Ignacio Rossi
Universidad Nacional de Luján, Argentina

Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 0327-4934

ISSN-e: 2250-6950

Periodicidad: Semestral

núm. 61, e0013, 2021

estudiossociales@unl.edu.ar

Velázquez Ramírez Adrián. La Democracia como mandato. Radicalismo y peronismo en la transición Argentina (1980-1987). 2019. Buenos Aires, Argentina. Imago Mundi. 186pp.. 978-950-793-330-1


DOI: https://doi.org/10.14409/es.2021.2.e0013

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Como afirma Adrián Velázquez Ramírez, la transición a la democracia en 1983 se enfrentó al reto de crear un orden político nuevo, más que volver a una institucionalidad previa, a pesar de las notables continuidades existentes con las tradiciones políticas del siglo XX. Bajo esta premisa, el docente e investigador del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) propone discutir el sesgo formalista-institucionalista con el que se identifica la apertura política de 1983 en Argentina. En cambio, el autor ofrece una mirada sustancial sobre la transición a la democracia centrada en la antinomia entre democracia participativa y justicia social que se consustanciaba en los años 80 como manifestación política de la tradición movimientista disputada por las fuerzas políticas mayoritarias. Mediante un estudio genealógico del lenguaje político, Ramírez busca entender en este libro el comportamiento del peronismo y el radicalismo abordando el proceso de transición a la democracia, al contrario de la mayoría de los estudios, desde la dictadura. Específicamente se toma el concepto de práctica representativa para analizar las herramientas instrumentadas por los partidos políticos con el fin de adaptarse a nuevos tiempos de resemantización de la política que configuraba las nuevas formas de organización de la sociedad. De esta forma, el cuadro analítico orquestado en este libro permite analizar las nuevas tendencias que se instalaban para canalizar el contenido del mandato político y una representación política efectivamente representativa que en verdad debe rastrearse a principios de los ochenta, ambos necesarios y centrales para la transición hacia una sociedad moderna a partir de 1983.

En su primer capítulo, el autor deja en claro que la transición de 1983 no fue una alternancia política más, por el contrario, ahora dominaba un inédito sesgo rupturista con la dictadura y más ampliamente con el ciclo de inestabilidad política que había dominado gran parte del siglo XX. Para comprender este proceso, el autor desanda la narrativa construida por el radicalismo en torno a los hitos más importantes de la historia argentina, desde el yrigoyenismo hasta el fracaso militar en Malvinas, que en definitiva le daban a la Unión Cívica Radical (UCR) un lugar central como conductora del proceso político abierto en 1983. En este marco, la idea central es que esta narrativa nacida al calor de un proceso de resemantización política fue posible porque desde 1981 existía una partidización que articulaba un polo civil capaz de dialogar con la Junta Militar y, aunque opacado durante el interregno de Malvinas, se volvió ávido en las negociaciones por redefinir la representación política del país. Como consecuencia de la paulatina deslegitimación de la dictadura, la Junta Militar decidió que los partidos políticos serían los actores idóneos para conducir el proceso ciudadano y, a pesar de los intentos en concretar un proyecto de transición política propio con la facción moderada del radical Ricardo Balbín y la preferencia por la UCR ante el indeseable y demagógico peronismo, finalmente los tropiezos de la dictadura terminaron por favorecer la constitución de la Multipartidaria, una prístina organización que nucleaba a la mayoría de los partidos políticos y que serviría como germen del alfonsinismo y el rupturismo con el autoritarismo.

El segundo capítulo se encuentra dedicado al examen de la Multipartidaria como actor central de la transición, en un contexto en el que a pesar de haberse constituido un polo civil y uno militar claramente delineados, la posibilidad de una nueva oleada de violencia política aún era factible. En cuanto al interior de la Multipartidaria, Ramírez deja en claro que existían varias posturas que incluso descendían a las profundidades del radicalismo y el peronismo, no obstante, la destitución de Roberto Viola por Leopoldo Galtieri hacia fines de 1981 consolidó a la organización ante la negativa expectativa de que la dictadura continuara indefinidamente en el gobierno. La Multipartidaria entendió en aquel entonces que se renovaba el sesgo refundacional de los militares y se inauguraba un nuevo ciclo de política económica antipopular con el ministro Roberto Alemann. Por consiguiente, la muerte de Ricardo Balbín en septiembre de ese mismo año venía abriendo espacios para el avance del Movimiento de Renovación y Cambio liderado por Ricardo Alfonsín, quienes representaban líneas críticas contra la dictadura más allá de la política económica. Luego del interregno de Malvinas, la confluencia con la CGT permitió a la Multipartidaria radicalizarse frente a la represión ejercida por los dictadores en la Marcha de la civilidad. Contra las tesis que aseguran que la Multipartidaria tuvo un papel subsidiario en la transición a la democracia, garantizada más por el debilitamiento del régimen militar que por las luchas entre civiles y militares, Ramírez asegura que se trató de una organización clave y, aunque por momentos ambivalente, fue central para que en las postrimerías de la dictadura se instalara el clima antidictatorial y la cuestión de los derechos humanos que mejor tradujera Raúl Alfonsín.

El capítulo tres examina la transformación del lenguaje político y la hegemonía radical del mismo detentado durante la transición de 1983. El alfonsinismo abría así un debate en torno a la cultura política, y nutrido por grupos intelectuales, adquiría un carácter refundacional que le permitió a la UCR posicionarse como la fuerza política capaz de romper con largos años de inestabilidad política. Sin embargo y no exento de contradicciones, Ramírez asegura que el alfonsinismo conviviría con la promesa del pluralismo político como valor clave de la nueva democracia y la pretensión hegemónica que lo posicionaba como el actor crucial frente al peronismo y el resto de las fuerzas políticas. La instalación del realismo político, concepción que daba cuenta de los amplios condicionantes que atravesaba el alfonsinismo una vez en el gobierno, provocó que comenzara a agrietarse el método democrático como vía para reconciliar la modernización de las estructuras políticas y económicas con el prometido bienestar social. El argumento central del autor es que la concepción de representación política que el alfonsinismo instaló en la arena política apuntaba al desmantelamiento de las estructuras corporativistas que habían comprometido la estabilidad política en el pasado asociadas al autoritarismo. Así, lo que se requería era una representación política que velara por una relación distinta entre sociedad y el Estado canalizando las presiones sociales en nuevos conductos de participación democráticas. Pero, sin embargo, los ambiciosos cambios no fueron posibles en tanto los proyectos alfonsinistas desembocaron en fracasos parlamentarios y de concertación cediendo a las presiones corporativas reflejando cómo en los procesos históricos el pasado sigue formando parte del presente y de las proyecciones futuras. En definitiva, los intentos de concertación con los poderes sindicales y económicos manifestaron el fracaso ante los límites que imponía el deterioro de la economía que llevó finalmente al abandono de las promesas de bienestar social.

El último capítulo se encuentra dedicado a la renovación peronista desde la dictadura hasta los años democráticos. Ramírez asegura que desde los diálogos establecidos con el polo militar en los 80, los partidos políticos mayoritarios centraron sus críticas más a la política económica de la dictadura que al regreso por las instituciones democráticas. Sin embargo, luego de Malvinas el radicalismo interpretó mejor los aires democráticos ante un peronismo que, confiado en una inminente victoria, perdió las elecciones abriendo así amplios márgenes al alfonsinismo para desplegar un proyecto hegemónico sintetizado en aquellos años como un Tercer Movimiento Histórico. No obstante, la construcción del lenguaje político por parte del alfonsinismo permitió paradójicamente al peronismo impugnar a su referente y enunciador en la capacidad para instrumentar las promesas de bienestar social con democracia, que en verdad no eran cuestionadas por la renovación partidaria que encarnaba Antonio Cafiero. Sin embargo, el autor discute las narrativas que desplazan al discurso cafierista como una réplica del alfonsinismo y asegura que existen diferencias sustantivas en tanto éste se presenta como un proyecto nacional peronista, replanteaba las relaciones de organización política entre municipios y gobiernos provinciales y apelaba al clásico protagonismo popular, lo que, en suma, le permitió ganar las elecciones en 1987 y emprender el camino de una renovación tardía pero adaptada a los nuevos tiempos que aún no terminaban de instalarse. Posteriormente, Carlos Menem supo identificar al cafierismo con el alfonsinismo, que entonces era blanco de duras críticas dado el deterioro económico, y presentarse como la mejor alternativa priorizando así la demanda por la estabilidad económica relacionada a un clásico peronismo popular, ahora afanoso por la democracia.

En suma, este libro es un aporte central para los estudios sociales de la década del 80 en tanto su apuesta teórica por las resemantizaciones del lenguaje político ofrecen una mirada que permite complejizar la transición democrática rompiendo con la cronología de 1983 en adelante. Dando un lugar central a los partidos políticos y a las negociaciones entre el polo civil y militar durante la dictadura como los inicios de transformaciones en las representaciones políticas, desplaza el eje de importancia hacia la disciplina partidaria que primó en aquellos años para adecuarse a los nuevos tiempos de configuración institucional y costumbres democráticas, aunque sin abandonar las prácticas del pasado que siguieron formando parte de lógicas políticas prexistentes. Seguramente el mayor mérito de Ramírez es complejizar el análisis de los partidos políticos e identificar cómo surgen los proyectos entonces hegemónicos, lo que a menudo se torna desapercibido.

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