Reseñas

Reseña de: Boinas Blancas. Los orígenes de la identidad política del radicalismo (1890-1916)

Ana María Persello
Facultad de Humanidades y Artes - Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacioal de Rosario (FHyA – UNR), Argentina

Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 0327-4934

ISSN-e: 2250-6950

Periodicidad: Semestral

vol. 64, núm. 1, e0048, 2023

estudiossociales@unl.edu.ar

Reyes Francisco J.. Boinas Blancas. Los orígenes de la identidad política del radicalismo (1890-1916). 2022. Rosario. Prohistoria. 373pp.. 978-987-809-037-5


DOI: https://doi.org/10.14409/es.2023.64.e0048

Boinas blancas viene a sumarse a una importante producción historiográfica que se ocupa del tránsito del siglo XIX al XX en Argentina, desde los trabajos pioneros de Hilda Sábato a los más o menos recientes de Martín Castro, Laura Cucchi, Leonardo Hirsch, Ana Romero, entre otros y, por supuesto, a los textos más específicos de Paula Alonso sobre radicalismo y a los nuevos desarrollos sobre casos provinciales. El autor establece con todos ellos un diálogo fecundo e instala sus propias hipótesis en función de la perspectiva particular en la que se inscribe.

El problema está construido en el registro de la historia política en el más amplio de sus sentidos. Francisco Reyes lo define como historia cultural de la política y elige como punto de mira la construcción identitaria de la UCR a partir de la emergencia y reformulación de los símbolos partidarios. En el texto los radicales se movilizan con boinas blancas y banderas, honran a sus muertos/mártires de la causa y ocupan la tribuna, mientras organizan un partido, construcción que es inescindible de la construcción de su identidad.

Las hipótesis se sustentan en la periodización del devenir de los símbolos, la construcción de liderazgos y la organización de un partido. Es en ese lugar donde reside el aporte del texto y la originalidad de un planteo que permite seguir las «huellas del modelo originario» (Panebianco) y establecer las mutaciones acaecidas hasta la llegada al poder del radicalismo en 1916. El libro está organizado en tres partes/momentos: el período constitutivo; la etapa 1896-1909 de la «reorganización permanente» y la década de 1910, cuando la «religión cívica» se consolida y el radicalismo transita de ser un partido de cuadros a uno de masas. Cada capítulo supone una colocación en el mismo problema desde cuestiones diferentes y en cada uno de ellos Reyes recupera la trayectoria y las voces de aquellos que construyeron al radicalismo.

Entre los capítulos 1 y 3 se define el momento en que se conforma un espacio de identificación: oposición al acuerdo y reivindicación de la «causa» del Parque en diálogo y en disputa entre las situaciones provinciales; discurso de la regeneración política, moral y social que se manifiesta en estandartes, banderas, boinas blancas que conviven con banderas argentinas. La causa partidaria y la causa nacional construyen ciudadanos-soldados. La pregunta es cómo se concibieron a sí mismos los radicales y cómo fueron vistos por sus contemporáneos. Si los principios del liberalismo y el republicanismo, como propone Reyes, son comunes a otras fuerzas políticas del fin de siglo qué es lo que los diferencia. La experiencia de la revolución, de la cárcel y el exilio cementa el ideal de la constitución de una comunidad de creyentes en la causa de la regeneración, «religión cívica» que el autor define como una noción que combina «argumentos políticos de la cultura liberal-republicana con un componente espiritual y emocional propio de la coyuntura de crisis y revolución, en la forma de una misión histórica regeneracionista inconclusa» (p. 92).

La hipótesis surge de la reconstrucción de las trayectorias y las voces de abogados y poetas, que también en muchos casos eran legisladores y redactores de periódicos, a través de memorias, revistas, diarios y correspondencia. Saldías, Barroetaveña, Castellanos, entre otros, pero también poetas como Almafuerte (Pedro B. Palacios) y Diego Fernández Espiro, constituyeron esa comunidad de creyentes que propagaron el ideal regeneracionista.

En el capítulo 3, que cierra la primera parte, se suman testigos, y cronistas -fieles o adversarios- de las conmemoraciones de la Revolución del Parque -ritualizadas y mantenidas año a año- de las procesiones cívicas y movilizaciones callejeras, que contribuyen a moldear los contenidos y los límites de la identidad radical, que además, cuenta ya con monumentos que la plasman. En la utilización de la calle, dice Reyes, se combinan la imagen de una sociedad movilizada y la necesidad de preservación del orden; el carácter notabiliar de las dirigencias y el tono popular de las bases.

La segunda parte, la coyuntura de la «reorganización permanente», transita entre la muerte de Alem y el Centenario, momento en que la historiografía no se detuvo especialmente y dejó plasmada una imagen de inmovilismo, desorganización y desaparición del escenario político y o bien enfatizó el punto de inflexión en la reorganización de 1903 o en la aparición del liderazgo de Yrigoyen. Reyes restituye esos años y propone a 1903 como punto de llegada de una sucesión de intentos fallidos por lograr la unidad, de la constitución de nuevas alteridades, de nuevos adversarios y de preparación hacia adelante. La pregunta cambia, qué era ser radical es reemplazado por quien representa el verdadero radicalismo y donde se ubica cada grupo que se asume como radical.

Después de la revolución de 1905 hasta 1909 (capítulo 5), el texto propone que la UCR aparece como una suerte de poder contrademocrático (Rosanvallon): ni contracultura ni fuerza antisistema, sino impugnación de la legitimidad del gobierno y programa de regeneración moral y patriótica de la política argentina. Es el momento de la incorporación de prácticas de la política de masas, de sacralización de la causa como misión, de consolidación de liderazgos, de estructuración de la organización en las provincias en el marco de una institucionalidad precaria. El radicalismo es un «actor a la expectativa»: lealtades escasamente consolidadas, difícil supervivencia, disidencias internas.

El pasado, los mártires y el sacrificio organizan una acción militante que aleja la revolución y acerca la acción electoral. El culto a Alem se consolida y deviene símbolo de la religión cívica. A la pregunta por cómo se configuró y se reveló, se construye una respuesta a partir del relevamiento de placas conmemorativas, clubes con su nombre, cuadros, medallas con su busto, poesías, payadas que forman parte del enaltecimiento de su figura. La preeminencia de la palabra del líder era, dice Reyes, un dato ya instalado, aun y a pesar de la apelación al impersonalismo e Yrigoyen viene a inscribirse allí y no a romper sino a exacerbar el lenguaje ya empleado por Alem.

Es la ley Sáenz Peña la que marca en el texto un punto de inflexión. La hipótesis de Reyes es que el liderazgo de Yrigoyen –figura ineludible aunque discutida- se consolida como producto de los éxitos en las urnas a partir de 1912 y no al contrario, triunfos, por otro lado, que no son sólo el resultado del fortalecimiento de la organización y la capacidad para sumar adherentes o al conjunto de referencias a la misión histórica de regeneración sino a que ésta última se inscribía en el clima propio del centenario –nacionalismo y democracia- y de la reforma que le daban credibilidad a ese discurso.

El tránsito de los cuadros a las masas sumó problemas nuevos que alteraron los lazos de solidaridad. La inserción en la lucha electoral abrió las filas del partido y reconfiguró su espacio representativo. La selección de candidatos, la disputa por los liderazgos y por la apropiación de los referentes simbólicos pautó la nueva etapa y redefinió los vínculos entre las instancias nacional, provincial y local. La decisión del autor de reconstruir este proceso a partir de la recuperación de instancias provinciales, tal como hace en todos los momentos del libro, contribuye a otorgarle densidad a un escenario donde predominan las tensiones cruzadas a partir de la incorporación de nuevos contingentes. Pero no sólo son los nuevos los que traen el corrimiento de las fronteras. Reyes recupera cómo el discurso necesita ser redefinido en relación a los «otros» –claramente el caso del socialismo- y de sumar e integrar a la «comunidad de creyentes» a distintos sectores de opinión –jóvenes, nacionalistas, católicos, obreros, mujeres- en pos de la constitución de una comunidad nacional. La pregunta, entonces, por el «verdadero» radicalismo se exacerbó.

Desde una particular colocación, Reyes da respuesta a la forma en que la identidad radical se construyó, adquirió sentidos y se desplegó en el escenario político. Ni los principios liberal republicanos ni la sacralización de la política fueron privativos del radicalismo, sin embargo, constituyó una identidad diferenciada. Al diálogo con la literatura que lo precede Reyes suma un excelente trabajo de fuentes que le permiten dar respuesta a preguntas recurrentes y llenar vacíos de la reconstrucción historiográfica. Boinas blancas está destinado a formar parte ineludible de la bibliografía sobre el partido radical y la historia política del tránsito del siglo XIX al XX.

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