Dossier

Aspectos fundantes de las relaciones contemporáneas entre Wallmapu, Chile y Argentina

Founding aspects of contemporary relations between Wallmapu, Chile and Argentina

Pablo Marimán Quemenado
Centro de Estudios Socioculturales, Universidad Católica de Temuco - Comunidad de Historia Mapuche - Asociación de Investigación y Desarrollo Mapuche (CES-UCT; CHM; AIDM), Chile

Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 0327-4934

ISSN-e: 2250-6950

Periodicidad: Semestral

vol. 64, núm. 1, e0040, 2023

estudiossociales@unl.edu.ar

Recepción: 10 Diciembre 2022

Aprobación: 29 Mayo 2023



DOI: https://doi.org/10.14409/es.2023.64.e0040

Para citar este artículo: QUEMENADO, PABLO MARIMÁN «Aspectos fundantes de las relaciones contemporáneas entre Wallmapu, Chile y Argentina», en: ESTUDIOS SOCIALES, revista universitaria semestral, año XXXIII, n° 64, Santa Fe, Argentina, Universidad Nacional del Litoral, enero-junio, 2023.

Resumen: El artículo se centra en la guerra que los Estados de Chile y Argentina llevaron a cabo en contra del pueblo Mapuche en la segunda mitad del siglo XIX. A través de fuentes de época y de obras de autoras/es que también incorporan las propias voces y letras mapuche, se van repasando y discutiendo los fenómenos de la guerra, la economía ganadera y la violencia, lo que permite concluir que hubo un rompimiento de la lógica del pacto político por el de una subordinación, apropiando no solo recursos como la tierra o el ganado, sino también fracturando los cuerpos sociales por medio el genocidio. Estos hechos fundan un tiempo contemporáneo que incuba la situación y relación colonial que llega hasta nuestros días.

Palabras clave: Wallmapu, guerra, ganado, genocidio, racismo, Wallmapu, war, cattle, genocide, racism.

Abstract: The article focuses on the war that the States of Chile and Argentina carried out against the Mapuche people in the second half of the 19th century. Through period sources and the works of authors/s that also incorporate the Mapuche voices and letters, the phenomena of war, the livestock economy and violence are reviewed and discussed, which allows us to conclude that there was a break in the logic of the political pact for that of subordination, appropriating not only resources such as land or cattle, but also fracturing social bodies through genocide. These facts found a contemporary time that incubated the colonial situation and relationship that continues to this day.

I. INTRODUCCIÓN

Os habla el jefe de un pueblo libre y soberano, que reconoce vuestra independencia, y está a punto a ratificar este reconocimiento por un acto público y solemne, firmando al mismo tiempo la gran Carta de nuestra alianza para presentarla al mundo como el muro inexpugnable de la libertad de nuestros Estados (O’HIGGINS, 1819).

He creído del mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y segundo, el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se estipulará (SAN MARTÍN, 1816).

Así se dirigían hace dos siglos atrás los llamados «libertadores» o «padres de la patria», a los mapuche de aquel entonces. Por lo visto, tenían suficientemente claro que estos constituían naciones independientes con los cuales cabía una alianza más que una subordinación, por lo mismo reconocían su condición de pueblos libres, como su soberanía territorial, sintiéndolos parte de una fraternidad que llamaban gran familia o hermandad. Qué pasó, entonces, y cómo llegamos a una situación actual en la cual los herederos de su creación, los estados independientes del colonialismo, impusieron la condición de colonizados a los pueblos originarios que inspiraron su gesta y hasta cooperaron con su liberación.

El estudio del fenómeno por medio el cual se fundan las relaciones interétnicas contemporáneas entre el pueblo mapuche y las sociedades estatales chileno argentinas durante la segunda mitad del siglo XIX, y que se manifiesta en una guerra de conquista del Wallmapu va sumando más estudios y enfoques sobre sus alcances y consecuencias que nos permiten responder a estas y otras interrogantes, aunque ciertos grupos con poder continúan negando o desdibujando el carácter brutal que tuvo este pasaje de la historia para las sociedades que lo vivieron.[1]

La conquista chileno-argentina del Wallmapu generó –desde uno de los prismas- una cantidad de ganancias que no se pueden reducir tan sólo a la tierra, que por esos años se buscaba para saciar los mercados internos y externos que demandaban cereales y ganado convirtiendo la tierra en una mercancía y la fuerza de trabajo en un capital apropiable. A través de crónicas, viajeros, diarios, informes, etc. se aprecia como el territorio mapuche era apetecido por la gama de recursos naturales con los que contaba.[2] Para poder precisar lo que me interesa dar a conocer en este artículo me focalizaré en uno de los tantos despojos de recursos económicos de la sociedad mapuche como lo fue la ganadería, al respecto, así como existió un interés geopolítico y geoeconómico de tipo nacional o estratégico por parte de las elites, también hubo quienes desde la frontera misma con el país mapuche ocupando posiciones de privilegio como militares y políticos ambicionaban estos recursos para sus propios proyectos económicos.

También es de considerar que si hablamos de una conquista, en los términos concretos en que lo aborda la historia, la sociología u otras disciplinas, no podemos obviar el hecho de que quienes se oponen en el conflicto lo hacen no sólo desde condiciones tecnológicas desiguales y de las cuales existen mayores obras que las describen; sino también desde condiciones materiales de existencia y sistemas socio-culturales diferentes que nos permiten entender sus lógicas como sus desenvolvimientos. Los mapuche no fueron por esencia guerreros, maloqueros o despojadores como se les acusa en el presente o se les ha representado en la educación, como tampoco los Estados trajeron la paz y la justicia.

Comprender a las y los sujetos de esa época nos impone la búsqueda de fuentes o bien la relectura de las mismas desde hermenéuticas que atiendan particularidades lingüísticas, ontológicas o semióticas presentes en ellas como en las memorias y silencios. Si bien hay obras que desde distintas disciplinas vienen en esta labor (LEIVA, 1982; ALVARADO y DE RAMON, 1991; POZO, CANIO, VELÁZQUEZ, 2019), serán siempre bienvenidas todas aquellas interpretaciones que nos acerquen a los hechos y nos permitan comprender el carácter colonial que adquirieron las relaciones contemporáneas entre nuestros pueblos y el por qué se torció un sentido noble de convivencia que aun así buscamos vislumbrar en el horizonte.

II. RELACIONES INTERÉTNICAS

Señor Jeneral Urquizar: Mi Jeneral y grande Amigo. Los cuatro Huitral-Mapus están sometidos a mi autoridad de toqui principal en la guerra que sostenimos defendiendo nuestro territorio y nuestra independencia, que nos quiere quitar el gobierno Montt, de Santiago. En este conflicto recurro a tu amistad para que me digas francamente si tengo derecho a sostener los tratados de paz que hicieron mis antepasados con el Rey de España, y paso a referírtelos…” (MAÑIL WENU, 1860)

El extracto de la carta del toki Mañil al presidente de las provincias unidas Justo José de Urquiza, su amigo, nos muestra las redes del entramado diplomático de sostenía hasta entonces la agencia política mapuche guluche, más cuando el gobierno de Montt comenzaba las hostilidades que se iban a prolongar durante veinticinco años. El auxilio que pide de fuerzas y su retribución los prefigura como aliados; sin embargo, el razonamiento político que envuelve a una salida de tipo militar era por la restitución de un pacto de paz consagrado en los parlamentos, pero roto por los chilenos. La suerte de ambos líderes estaba echada. El lonko moriría al año siguiente, mientras el general que llegaba al final de su periodo presidencial, con una batalla de por medio que ganó, aunque no estratégicamente, le esperaba el mismo fin, viniendo una sucesión de tres gobiernos que echarían las bases y consumarían la llamada conquista del desierto.

A través de la oralidad mapuche del siglo XIX presente en textos como GUEVARA y MAÑKELEF [1912]; COÑA Y WILHELM [1930], CANÍO Y POZO (2013) podemos corroborar la existencia de estructuras de gobernabilidad que permitían la interlocución con el winka como el control efectivo de sus extensos territorios. También lo podemos apreciar desde aquellos escritos que dejaron quienes vivieron de cerca o desde adentro la relación con este pueblo en calidad de cautivos, viajeros, cronistas, autoridades, como en los casos de ORBIGNY (1846), AVENDAÑO (1854), GUINNARD (1856)[3]. Exceptuando algunas obras históricas fundamentales de autores como BENGOA (1985) o MANDRINI y ORTELLI (1992) y otras de última generación por sus enfoques interdisciplinarios e interepistémicos como en los casos de ZAVALA, DILLEHAY Y PAYÁS (2023) y MELIN, MANSILLA Y ROYO (2019), respectivamente, de esto no hay mayor profusión o no dan mayores detalles quienes han escrito[4].

El fenómeno de la conquista hispana sobre el Wallmapu afectó a los mapuche de manera diferenciada, pues la libertad e independencia se mantuvo al sur del río Bio Bio como en las pampas y la Patagonia, mientras que las poblaciones situadas al norte de estos espacios fueron sometidas a la maquinaria colonial a través de los sistemas de encomiendas y los pueblos de indios, lo que no trajo su muerte o desaparición como sí su adaptación a decir de BOCCARA (2003) engendrando el fenómeno social del mestizaje y la etnogénesis, así como la mano de obra para las haciendas hispano-criollas. A partir de la Independencia y con el correr del siglo XIX los criollos uniformarán tras su propia etnicidad al conjunto de la sociedad, si bien jurídicamente se comparte una nacionalidad, la conformación en clases jerarquizadas socio-racialmente irán perfilando al Estado Nación, interrelacionadas por lógicas de violencia del cual saca ventaja esta etnoclase convertida en la elite exclusiva coexistiendo con grupos subalternizados en un nuevo orden republicano bajo su hegemonía (NAHUELPAN, 2012; PINTO, PALMA, DONOSO, PIZARRO,2015; MARIMAN, 2022)[5].

La construcción del Estado en Chile de acuerdo a GÓNGORA (1986) habría sido un fenómeno más bien jurídico que social en el cual las especificidades de las fuerzas sociales subalternizadas no fueron reconocidas en la construcción de lo “nacional” cuyo arquetipo se hará a semejanza de la etnoclase criolla, la cual también va concentrando poder y riqueza de manera multipolar como lo representó la tensión de las provincias provenientes del Virreinato de La Plata, que decantaron en un régimen republicano federativo hacia 1860, o bien, estableciendo un centro y sus periferias regionales más tempranamente como en el caso chileno (CÁCERES, 2007) cuya dinámica desde 1830 fue distinguiendo matices en el grupo étnico dominante, no sólo en su discursividad acerca de la nación como indaga CASANOVA (1999), sino en su accionar ante los mapuche fuera esta por la vía política de los parlamentos o bien continuadora de la guerra y que PINTO (2000) sintetizó como el derrotero entre un momento de inclusión a otro de exclusión.

La guerra de la Independencia y la edificación del Estado rompieron el estatu quo que mantenía la Corona con los guluche a través de sucesivos Parlamentos que ratificaban sus respectivas soberanías y potestades, así como sus alianzas políticas-militares y comerciales de las cuales dan interesantes puntos de vista autores como CONTRERAS (2007), PICHINAO (2012), PAYAS, ZABALA y LINEROS (2018). Para los Estados emergentes los “territorios indios” constituían fronteras imposibles de obviar. Algunos republicanos de los primeros tiempos dimensionaron la conformación de sus Estados incluyendo a los mapuche en un tipo de relación que propiciaba una comunidad política que excluía la posibilidad de un sometimiento militar por medio una conquista en lo que describe HERNÁNDEZ (2003) en el caso de las provincias del virreinato de la Plata y CARTES (2014) en el caso chileno[6].

Los mapuche habían tomado partido en la pugna entre españoles y criollos en la llamada guerra a muerte. Se dividieron también ante las pugnas criollistas de Pipiolos y Pelucones. Combatieron con y fueron víctimas también de las montoneras de Benavides y los Pincheira[7]. Se trata de un actor histórico al cual se le desordenó el mundo que habían conocido por centurias ante lo cual como sujetos políticos tuvieron que replantearse la negociación de sus intereses en un contexto de violencia buscando ganar o mantener sus posiciones muy en particular la frontera. El supuesto, para autores como LEÓN (1991, 1999) y ARAYA (2003) es que la lucha desatada entre las facciones que conformaban la sociedad tribal indígena encuentran en un factor político externo, la autoridad monárquica o posteriormente republicana, la posibilidad de establecer sus propios equilibrios especialmente tras la caída del antiguo orden colonial y de sus redes tejidas con el wallmapu.

Las turbulencias generadas por la emergencia del Estado crearon reacomodos políticos al interior del Gulumapu durante la primera mitad de ese siglo que hicieron olas hacia el Puelmapu que a su vez experimentaba las tensiones entre las provincias y Buenos Aires echando mano en ambos casos de aliados indígenas que se involucraban en los conflictos winka. Rosas así lo hizo rentando a caciques que nombraban como indios amigos, realizando a la vez una campaña en la década de los treinta contra aquellos que defendían sus territorios de la expansión que este propagaba corriendo sus fronteras a favor de los intereses de hacendados de Buenos Aires. Mañil Wenu y Lorenzo Kolüpi, ambos Fütralonko de ese periodo cercanos a la frontera con Chile, manifestaban diferencias en su relación con el orden winka erigido luego de dos décadas de beligerancia en la que se habían visto envueltos. El primero insistió en el respeto a los acuerdos de los Parlamentos y al río Bio Bio como frontera con el winka (MARIMAN, 2022), mientras que el segundo fluctuó como un aliado táctico del Estado Chileno, aceptando rentas periódicas, fuertes y misiones, que abultaron su poder militar, político y económico, los que se vieron mermados por el cambio de los escenarios bélicos, la agencia de dispositivos misionales con otro marco de relaciones y por el propio carácter de su liderazgo (PERUCCI, 2021).

La guerra de conquista del Gulumapu por Chile aumentó la concentración de la propiedad (hacienda) en la casta de los ricos[8], mientras que la situación de los inquilinos y labradores quedaba echada a su suerte al no tener posibilidades de adquirir la tierra, sino tomándola por la fuerza, arrendando o haciendo mediaría con los mapuche tras la intención de quedárselas, como no lo podían hacer al norte del Bío Bío, donde los hacendados se quedaban no sólo con la producción, sino también con su fuerza de trabajo (BAUER, 1994; SALAZAR, 1995). Las disputas Inter oligárquicas que usaban al "bajo pueblo" como carne de cañón, lo hicieron también por el control de esta mano de obra (LOZOYA, 2014). Estos pudieron escapar de las condiciones en que vivían y de las guerras migrando al Gulumapu como hacia el Puelmapu, proceso ininterrumpido desde la década del treinta y que hacia fines del cincuenta entró en sintonía con la geoestrategia criolla o nacional, alistándose como lleulles en el ejército para acceder por la fuerza a las tierras conquistadas, si quiera al botín (ÓRDENES, 2018). Se trata de una alianza coercitiva entre etnoclases chilenas en contexto de una guerra interétnica, como lo fue la mentada conquista y pacificación de la Araucanía.

En la medida que los Estados se insertaron en el comercio internacional buscando mercados para sus productos agroganaderos, fueron definiendo como propósito geoeconómico la conquista e invasión del Wallmapu (DELRÍO, 2005; HERNÁNDEZ, 2003). Antes, en el congreso y la prensa chilena, se concibieron métodos tradicionales de reducción vía la evangelización como lo argumentaba DOMEYKO, [1846], pasando por fórmulas comerciales de compraventa (ANÓNIMO, 1833; TREUTLER, 1861) y de acuerdos políticos, hasta concebir la guerra de invasión y conquista como acto legítimo por medio un plan estratégico inicial como el del Coronel SAAVEDRA (1859, 1862) y hasta su consumación final como lo vociferaba el diputado Vicuña MACKENNA (1868). Para esta última opción los comisarios de naciones, capitanes de amigos, comandantes de fuertes, misioneros y científicos, fueron acopiando la información necesaria para crear un convencimiento y opinión favorable a ese camino (MARIMAN, 2019). La calificación del acto con una terminología neutra (“pacificación”, “ocupación”, “desierto”) o sin la calificación de invasión o guerra más nos dice de las inclinaciones de sus observadores y estudiosos contemporáneos (VILLALOBOS, 1982, 2007; ADLER, 1985; LEÓN, 2005) que acerca de quienes fueron participantes u observadores coetáneos a los hechos en su calidad de víctimas o victimarios y que encontramos en escritos de militares como VILLEGAS (1881), LARA (1889), PRADO (1907), NAVARRO (1909). Aquí habría un doble discurso que se desarrolla en las décadas posteriores a la conquista del Gulumapu para el caso chileno (MARTÍNEZ, MARTÍNEZ, GALLARDO, 2003), es decir, desde que se va desarrollando de acuerdo a NAHUELPAN (2012) el Estado colonial o lo que DELRÍO y PÉREZ (2018) llaman la sociedad de colonos, lo que trae consigo políticas de silenciamiento u olvido, con nuevas reescrituras y borrones acerca de esos tiempos y acontecimientos como bien lo grafican en el caso de comunidades Tehuelches y Mapuches del Chubut, los estudios de RODRÍGUEZ, SAN MARTÍN y NAHUELQUIR (2016).

III. GUERRA, GANADERÍA Y TERRITORIO

Inchenga müna küme cheyem tañi mapu meu, uinkanga ni muntuin ma eteu meu tañi mapu… Kuifin na mülen na ñi mapu meu, ñen gna epu trpilla ofiru naigñi para piel. I’to uilifui naij ni ane kawellu plata meu! Feigna tu kulpan meu i’to gnüma ke tun anai konpain!

Yo fui una persona de bien en mi tierra, pero los wingka me despojaron de mi tierra… Antes, cuando vivía en mi propia tierra, tenía dos tropillas de [caballos] color overo para montarlos. Además, brillaba la cara de mi caballo [con ornamentas] de plata. Entonces, cuando me acuerdo de todo eso, me pongo a llorar, amigo compañero”.

(KOLÜNGÜR A NAWELPI, 1901, en CANÍO Y POZO, 2013: 440)

El extracto de una de las memorias del despojo, en este caso de un sobreviviente de la conquista del desierto, nos permite apreciar algunos aspectos de significación para los puelche de esa época, a saber tener animales hace al sujeto un kvmeche, un valor transversal entre los mapuche que alude a su estado de bienestar. Los caballos confirmaban esta situación y entre estos eran de su gusto los de tipo overos, como hasta nuestros días. El prestigio de tenerlos se acompañaba de la atención hacia su presentación, sus aperos eran de plata, estos no sólo brillaban si no que sonaban anunciando así a quien traían consigo.

Las sociedades entreveradas por la guerra tuvieron en la ganadería una de sus actividades fundamentales; sin embargo, eran distintas en la manera en que este aspecto de su economía gravitó en el armazón social de las mismas. En Argentina y Chile esta condición se asoció a los grupos con poder económico, los hacendados o estancieros, actuando las clases subalternas ligadas a esta actividad como peones, puesteros, inquilinos (BAUER,1994; SALAZAR, 1995). Entre los mapuche la ganadería afianzó un modelo de sociedad descentralizada, configurada en grupos territoriales interconectados cuya base social lo representaban familias extensas estructuradas parentalmente (GUEVARA Y MAÑKELEF, [1912], 2002; BENGOA, 1985; MANDRINI Y ORTELLI, 1992). Si bien los datos nos proyectan grupos que al interior de la sociedad mapuche concentran este valioso elemento, sus autoridades (lonko, ülmen) podían gozar o no de una acumulación significativa de ganado. El liderazgo entre los mapuche no fue exclusivo de quienes contaban con un patrimonio material en base a la acumulación de la riqueza (RUIZ, 1902)[9]. La posesión del ganado estaba presente en todos los grupos familiares que formaban parte del lofmapu, la comunidad social territorial básica. Fuentes de época nos permiten apreciar que existió una conciencia del mismo como parte integrante y fundadora de la sociedad mapuche y de su ontología mantenida hasta ahora (MANSILLA, [1870],1984)[10].

El ganado en esta sociedad tuvo más vías de redistribución entre sus componentes. Una parte se mantuvo para la economía doméstica mientras otra circula por el wallmapu como moneda de cambio, el kulliñ, para el intercambio o trafkintu. El kona no fue el vaquero-güaso-gaucho que trabaja “apatronado” en la estancia-hacienda de la sociedad “criolla”, sino alguien que con su esfuerzo/trabajo asegura su parte de manera autónoma a cualquier proceso de apropiación individual del trabajo colectivo. No es extraño encontrar en las fuentes a lonkos que gozaban del prestigio de la autoridad, aunque su acumulación ganadera era más bien modesta; sin embargo, la condición de tener fue bien vista y estimulada entre los mapuche[11], lo que motivó conflictos entre sus agregados (trokiñche) fue la concentración y monopolio a una escala mayor del intercambio y la circulación de “bienes” como la sal y el ganado, así como el control de las rutas (LEON, 1991; ANCAN, 2002; BELLO, 2011). Quienes impusieron sus intereses parciales generaron significativos ciclos de conflictos (GUEVARA; MAÑKELEF, 2012, [2002]; LEÓN, 1999).

El ganado en ambos contextos socio culturales gozó de significación no sólo por su impacto en las condiciones materiales de existencia, sino también porque se instituyeron como dotación de raciones que sellaban acuerdos pactados tras la amistad y alianza política que afianzaban los liderazgos y su función distributiva. En cuanto a su simbolismo los grupos hacendados en la Argentina de la post independencia fueron adquiriendo prestigio y poder en la misma medida que ensanchaban sus propiedades tomándolas del mundo indígena a través de campañas llevadas a cabo en su contra por gobiernos como los de Rodríguez, Rosas o Avellaneda. Así se aumentó la masa ganadera con el correr de las décadas las que se redoblaron con la compra de bonos que financiaron la guerra que dio el golpe final en la que llamaron “conquista del desierto” (NAGY, 2021). Sin embargo, para las sociedades estatales el ganado formaba parte de la hacienda, un componente económico-social fundamental de su orden segregado.

Los grupos detentores del poder político en ambos Estados lo componían hacendados que a su vez controlaban otras ramas de la producción agrícola, minera y comercial (MAZZEI, 1998, 2001). Las motivaciones geoeconómicas que gravitaron sobre estos Estados durante el siglo XIX, especialmente la apertura de mercados para el trigo y los derivados de la ganadería, convirtieron a estos sectores en uno de los más comprometidos con la conquista del Wallmapu. Si en el caso chileno habría existido una demanda interna insatisfecha (PINTO, 2000) la causa de la conquista no fue tanto por la falta de tierras para la agricultura, como sí por el carácter que adquirió la estructura agraria con una gran propiedad imposibilitada de sacar partido a sus activos (BAUER, 1994; BENGOA, 2015) en cuyos espacios se practicaba la ganadería extensiva como en las extensas pampas del puelmapu que lo hacían un negocio sostenible, sin haber un mayor desarrollo de las fuerzas productivas. De ahí que la opción por una conquista territorial no fuera la necesidad de contar con más tierras como si su acumulación como mercancía en un contexto capitalista que lo requería.

A pesar de las diferencias de estos sectores acomodados de la sociedad con los grupos subalternos, estos últimos no presentaron para la misma época posiciones divergentes de cómo proceder ante la conquista de los «territorios indios» que impulsaban las clases dirigentes, por lo que podríamos inferir con las fuentes que manejamos y la bibliografía referenciada que existió una colaboración de clases en el propósito estratégico “nacional” que impulsó a la elite a someter y hacerse del territorio, sus recursos y el ganado mapuche[12]. Sin embargo, los fenómenos de migración de sectores del bajo pueblo hacia el wallmapu en lo que se dio en llamar como «colonización espontánea» más bien fueron formas alternativas de sobrevivencia no amparadas en la guerra. También hubo quienes coexistieron en su calidad de refugiados, comerciantes, vecinos y así toda una serie de personajes que vivían entre mundos o en una frontera que no era sólo espacial o interétnica, sino también intercultural (MANDRINI Y PAZ, 2003).

Entre las motivaciones económicas de la conquista del Gulumapu por Chile habría que ubicar en una primera fase la apropiación del ganado, existiendo un mercado histórico como también coyuntural en los años en que decrece la actividad comercial cerealera, pero también productiva por el agotamiento de los suelos (APEY, 1998; BENGOA, 2015). De ser así uno de los detonantes de la agresividad bélica chilena de la primera década de su expansión en territorio mapuche, con mucha dedicación al botín que hacían del ganado mapuche, fue el contexto jurídico, comercial y mercantil existente lo que llevó a la inflación y a la búsqueda de otras vías de insuflar este recurso en los mercados, lo que transcurre por los laberintos espaciales del Wallmapu constituyéndose en las zonas grises de un negocio que encadenaba a una serie de actores incluyendo a las máximas autoridades de Chile y de Mendoza (ROJAS, 2004)[13].

IV. LA VIOLENCIA FUNDANTE DE LAS RELACIONES CONTEMPORÁNEAS

Felen mai tañi po lonko. Traú aiiñ mai. Petu uút´ai mai dsungu. Fei meu mai p´ru kahuell pe mai pu lonko. Rüngütün t´aauuaiyün. M´lepe mai pulmen peutun. K´me elgnepe kahuallu. Epeuün ngünetu ngai. Yafüke kahuell. Müleyai füta aukan. Kümelenuam mai eltshe. Uessa tungu mai ta tüfei, kümelenoam…Konpale mai i pueni i k´melnoa tu amai. Fei meu mai huechayafiyin.

Así es mis estimados longko: nos reuniremos, ya que se está produciendo una invasión. Es por eso que los longko deben montar sus caballos; nos reuniremos con nuestras lanzas de coligüe. Que estén presentes los ülmen [nobles] y los pewtun [maestros de ceremonias]. Deben preparar bien los caballos, cerca del amanecer deben hacerlos correr, caballos fuertes, ya que habrá enfrentamientos. Ya no estaremos de buena manera, esta es una cosa muy mala, no es para estar bien… Cuando entren los enemigos, estos no harán nada bueno, por eso es que los enfrentaremos (IGNACIO SILVA, 1926)[14]

Estas palabras y órdenes del lonko Chadiche Namunkura en el año 1878, contienen el drama en que estaban envuelto quienes hasta hace unos años suscribían acuerdos de paz con el gobierno argentino luego de combates sostenidos por el incumplimiento de los mismos ante el insistente avance de la frontera que el Estado y su ejército implementaban. Esta contradicción e inconsecuencia fue denunciada a través de una constante correspondencia que encontramos en PAVEZ (2008) y que no influyó en que la marcha de los acontecimientos culminara con la invasión y sometimiento de los distintos wichanmapu del puelmapu. Esta estratagema la veremos también replicarse en Chile.

La expansión chilena sobre el Gulumapu septentrional gozó de inseguridad por parte del alto mando militar por circunstancias como la crisis económica para realizar una campaña a gran escala y a cargo del erario nacional; por la guerra que se sostuvo con España; y por una opinión pública que no estaba del todo de acuerdo con una guerra total hacia el mapuche (NAVARRO, [1909] 2008; MARIMAN, 2019). En este contexto la palpable apropiación del ganado mapuche aparecía bajo dos lecturas críticas que dejaban ver los diarios, pero se infiere también de los informes militares primero como un medio de insuflar capital a quienes tenían intereses sobre el rubro ganadero y segundo la de aquellos que consideraban que no correspondía al quehacer de un Ejército de la República, asociando directamente el acto con vandalismo y robo. Por lo visto, aspectos éticos y morales eran vistos en sí mismos y no de manera relacional, es decir, no consideraba un daño extraer las bases materiales de existencia de quienes resistían la invasión. Los Guluche resintieron los golpes, lográndose parte de la estrategia militar como era su presencia en Parlamentos bajo un contexto de fuerza (Tukapel, 1860; Kaillin, 1866; Ipinko 1869). Esto lo podemos corroborar indirectamente de las fuentes militares que encontramos en el Ministerio de Guerra y directamente de la correspondencia de sus lonko con los gobiernos de la Argentina y Chile (PAVEZ, 2008) como de la oralidad mapuche presente fuentes como GUEVARA y MÑAKELEF (1912), COÑA y WILHELM (1930) y CANÍO y POZO (2013).

De las correspondencias y detalles de los planes estratégicos como tácticos del ejército de Chile, se induce que buscaban hacer consentir a las autoridades mapuche en la construcción de fuertes y el traspaso de gobernabilidad de asuntos internos y públicos. Lo que primaba en las conferencias más que el acto de parlamentar era un monólogo que dictaminaba lo que era de interés para la parte chilena o argentina (FIGUEROA, 2019; DE JONG, 2021); sin embargo, por medio de otras fuentes que hicieron lectura de estos pasajes de la conquista del Gulumapu (LARA, 1889; GUEVARA, 1902; NAVARRO, 1909) constatamos que fueron tópicos fundamentales en los resultados de la negociación la consideración, reconocimiento y permanencia de los liderazgos habidos, así como su autonomía político-territorial, como en el caso del parlamento de Tukapel de 1860 y de aquellos llevados a cabo con nagche y wenteche en el transcurso de los años 1865, 1866.

El conflicto interétnico no transcurrió bajo la dinámica de una conflagración total ni una guerra convencional con sus protocolos ad hoc de la época. Las guerras que se esconden bajo los eufemismos de las campañas de «pacificación» y del «desierto» no tuvieron ningún tipo de regulación, no hubo una declaración que la iniciara ni protocolos de capitulación, como sí decisiones unilaterales adoptadas en los respectivos congresos nacionales y en los estados mayores (LENTON, 2010, 2021). Si alguna vez los hubo en la dinámica guerra-parlamento que relacionó al Gulumapu con el Reyno de Chile y con la temprana república habían quedado en desuso, ahora las autoridades abiertamente mentían respecto a acuerdos de paz mientras avanzaban sin pudor la frontera (DE JONG, 2021).

Para precisar el tipo de guerra a que corresponden la “conquista del desierto” y la “pacificación de la Araucanía” debiéramos tener en consideración a las sociedades y sus aspectos contrastantes que las constituyen y distancian a la vez. Por un lado, una sociedad estatal con mando militar centralizado, un ejército permanente, polvorines, sistemas de reclutamiento, plazas militares exclusivas: regimientos, fuertes, etc. (RAMAYON, 1979, RAONE, 1969) cuyo fin estratégico era la posesión de los «territorios indios»; de otro, una sociedad indígena cuyos componentes territoriales se articulaban descentralizadamente y en la cual el arte de la guerra era transversal a la sociedad y no dominio de una casta militar y una generación joven, manteniendo relaciones intra e interétnicas a través de mecanismos que supeditaban lo militar a la política, privilegiando los pactos e intercambios. Conceptos tales como conquista, campañas de ocupación presentes en las fuentes militares como políticas de la época fueron usados indistintamente redundando en una prosa que nutrió la nomenclatura militar como política de la época (ALDERETE, [1881] 2016; SUBERCASEAUX, [1888] 2016), pero que con el correr del tiempo en el caso chileno quedaron fuera del relato estructurado desde la educación como de la historiografía y la academia militar (COMANDO, 1981; MARIMÁN y FLORES, 2000; ACADEMIA, 2020).

Las fuentes que se obtienen del Ministerio de la Guerra de Chile contienen una tensión permanente en el discurso oficial, pues si bien tratan de naturalizar, mediante el término “ocupación”, la conquista de un territorio y su población, los mismos informes y mapas demuestran el desconocimiento que tenían del mismo, así como su afán por mantener bajo control situaciones inmanejable las más de las veces. Estas fuentes nos hacen ver una realidad de manera sesgada, y dentro de esta la apreciación tan solo del alto mando castrense. En varios pasajes de la información que se hacía llegar al Ministerio de Guerra relacionado al botín del ganado mapuche se aparenta el esfuerzo y la buena disposición por limitar su obtención, aunque otras tribunas, como los diarios, se encargaban de encarar los excesos involucrando directamente a sus mandos en un negocio personal y de proporciones (ROJAS, 2004; MARIMAN, 2009). Las motivaciones por la tierra como por el ganado mapuche corrían parejos para los conquistadores chilenos y argentino. La obtención-arrebato de la ganadería mapuche significó una verdadera descapitalización, con el consecuente empobrecimiento, y una reinversión de esta en otros actores que pasarían a ser claves en la ingeniería económica de los territorios al sur del Bio Bio y de las provincias confederadas, como lo fue el latifundio, el inquilinaje, los colonos y el campesinado (DELRÍO y PÉREZ, 2018; POZO, 2018; NAHUELQUIR, 2019).

V. CIERTO CONTEXTO IDEOLÓGICO DE LA ÉPOCA

La guerra es el escenario de la violencia, allí se desenvuelve la antítesis de la política, por lo que una no es la prolongación de la otra, más bien su negación. Esto, que se tiene relativamente claro en los tiempos actuales, sea por la evolución de la filosofía y las ideas políticas (FEINNMAN, 2005), no gozaba de la misma consideración en el siglo XIX, a la salida del control imperial español sobre sus colonias y en la definición de las nuevas normas y estructuras que iban a surgir con los estados independientes en un contexto internacional determinado por las disputas imperiales y la expansión de las fronteras económicas, especialmente agro-ganaderas, bajo un orden comercial capitalista. Por la razón o la fuerza reza el escudo de Chile desde 1822, frase que resume el derrotero de su conducta no sólo con los pueblos indígenas, sino también entre los grupos y clases que lo conformaron, librándose batallas tras batallas que regaron de sangre y de cuerpos los distintos territorios del país (PINTO, PARRA, DONOSO Y PIZARRO, 2015). Esta violencia se justificó durante el siglo XIX desde un terreno ideológico cargado de un racismo fundado en un supremacismo eurocéntrico del cual bebían las élites criollas de Chile y la Argentina (SARMIENTO, 1848; VICUÑA, 1868 a, b y c) en una centuria en que la mayor parte de las ciencias tendrán su origen y cuyos aprendices no escaparán a los influjos positivistas del periodo y a su visión darwiniana de las relaciones humanas (MORENO, 1879; ZEBALLOS, [1878]1986; VIÑAS, 1982).

Algunos teóricos de época que nos pueden acercar a los fundamentos filosóficos que pudieron influir en las políticas que se concibieron y aplicaron contra los pueblos son Hegel y Marx, los que si bien diferían en el pensamiento dialéctico que expusieron lo que fue inmanente a ambos es que reconocían en la violencia una vía de transformación en lo segundo que los unía, el cambio o transición de las viejas a las nuevas sociedades. Si bien uno, Hegel, se creía escribiendo desde la cúspide de la evolución, el Estado Alemán, el otro, Marx, insistía que el sentido del cambio superaría a esas sociedades y a la hegemonía burgués capitalista por la de su sepulturero, la clase obrera bajo un sistema socialista. Su visión sobre los pueblos que clasificaban como primitivos o salvajes -de aquellos lugares en los cuales el imperialismo tomaba sus poblaciones y territorios-, no le asignaba ningún otro protagonismo histórico que el de ser víctimas del colonialismo y transformarse en la mano de obra del orden mundial capitalista (GARCÍA, 2018). Es aquí, entonces, donde los sistemas filosóficos e ideológicos que influyen sobre las tempranas ciencias humanas (históricas, sociales, políticas, lingüísticas, etnológicas, etc.) junto a las de tipo militar confluyen y comportan como sistemas culturales al enfrentar/concebir lo indígena, pues salvo contadas excepciones no existen en la época quienes aboguen por ellos y los reconozcan renunciando a intervenirlos o a violentarlos (NAHUELPAN, 2013).

La iglesia católica, religión de aspiración universal que en su modelo moral para la humanidad -no solo para el fin de los tiempos ni en lo extraterrenal- consideró lo indígena como potenciales corderos de Dios, si bien no propagó la guerra que se hizo a los mapuche, sí creía que estos debían cambiar por medio el evangelio hacia ese horizonte de enunciación que era la civilización, por lo que uno de sus ámbitos de violencia operó en lo simbólico, atacando, removiendo y buscando eliminar sistemas de creencias vitales en la reproducción cultural del grupo a través de su labor misional especialmente con la niñez[15] (FERRONI, 1984), como también en la fracturación de los cuerpos sociales y su reordenación en los espacios ya secularizados, como lo fue la entrega de mujeres y niños/as a familias de la oligarquía que administraban sociedades protectoras para ubicárseles en un sistema de servidumbre doméstica. Esta niñez secuestrada, violentada y abusada constituirá uno de los pasajes más ignominiosos del periodo de la posguerra (MASES, 2021, CARILLANCA, 2023) abonando a la situación colonial que en adelante caracterizaran las relaciones interétnicas en wallmapu (ANTILEO, CÁRCAMO, CALFIO, HUINCA, 2015). Su visión geoestratégica, guardando las proporciones, fue la misma que encontramos en militares como Cornelio Saavedra o Julio Roca y también la que compartían autoridades de procedencia liberal o conservadora como Manuel Montt o Pérez, y transversal a los unitarios o federalistas como Mitre, Sarmiento o Avellaneda. En suma, filosofía, ideología, política, ciencia y religión contenían, justificaban y/o reproducían la violencia supremacista contra el que llamaron indio, pampa o araucano, fuera en el escenario de la guerra misma, en la reclusión de una misión, de una reserva, de un museo o bien en la de un campo de concentración como lo fue la isla Martín García (MASES, 2002; HUINCA, 2012; VALKO, 2013, PAPAZIAN y NAGY, 2018; NAGY 2021).

VI. CONCLUSIÓN Y EPÍLOGO

La palabra conquista! la he dicho en alta voz y la repito otra vez como un eco de mi conciencia de ciudadano, como una inspiración de mi patriotismo. ¡Delenda Arauco!

Los propósitos que con él [proyecto] se persiguen son de ocupación progresiva, de invasión, de conquista (VICUÑA, 1868).

No hay amalgama posible entre un pueblo salvaje y uno civilizado; donde éste ponga su pie, deliberada o indeliberadamente, el otro tiene que abandonar el terreno y la existencia; porque tarde o temprano ha de desaparecer de la superficie de la tierra, y si algo arguye en favor de los españoles, es que los salvajes, cuyos descendientes forman hoy nuestra plebe de color, hayan sido tolerados y protegidos (SARMIENTO, 1844).

  1. 1. Podemos apreciar en los epígrafes de dos mentores de los genocidios más execrables contra una expresión de la humanidad, como se trenzan en una argamasa de muerte, odio y violación los antivalores que conformaran el muro de los paredones, los ghettos o los bulevares de la segregación (LEYTON, PALACIOS Y SANCHEZ, 2015). Estos sujetos nada tienen en común con los fundadores del Estado que vimos al comienzo de este escrito. Ambos, hijos de un tiempo en que se naturalizó la repartición de los cuerpos y del mundo por las potencias, vivieron sus exilios dorados en los Estados Unidos de Jefferson, de Washington y de muchos otros esclavistas que dieron forma a las repúblicas liberales cobrándose las tierras de los pueblos originarios a través de la llamada conquista del oeste. Ese elixir bebieron y trajeron como gran solución.
  2. 2. Si desde el presente nos referimos como mapuche a todos esos grupos que la ciencia y educación nombran y clasifican como tribales, segmentarios y los viajeros e informantes de época mencionaban como indios, es porque comparten una unidad lingüística y cultural en el tiempo cuyo etnónimo generalizante “gente del país/territorio” se adapta a las identificaciones parciales que adquieren de acuerdo a su trayectoria histórica y genealógica como a los diversos hábitats que ocuparon y ocupan aún en su diáspora[16]. Argentina fue nombrada como tal a partir de la década del treinta del siglo XIX y sólo apelará a una conciencia de nación en la década del 50 de ese siglo, en la misma medida que se impone un régimen federativo y un liberalismo republicano bajo la hegemonía de Buenos Aires. En Chile la elite se autoafirmaba como española indistintamente de chileno hasta pasado un siglo y más de la Independencia (MARIMÁN, 2021). Entonces, porqué aplicar la geopolítica actual al pasado y representarnos a los pueblos originarios como externos a nuestros territorios y a identidades estatales como esenciales y permanentes en el tiempo.[17]
  3. 3. La “araucanización de las pampas” tópico que funda ZEBALLOS [1878] -y a posterior emplea CASAMIQUELA (2012) en su distinción entre indios argentinos y chileno-, fundamentó en lo ideológico la limpieza étnica llevada a cabo por el Estado argentino contra rankelche, chadiche, pewenche y aonikenk. Esta “mapuchización” del espacio y sus gentes no lo gatilló tan sólo la invasión europea de los territorios del Gulumapu y el estado de guerra desde el siglo XVI (ZAPATER, 1982), es más bien un proceso complejo y gradual que resume múltiples fenómenos de contactos y mutuas influencias entre las sociedades del wallmapu de ambas lados de la fütra mawiza (ORTELLI, 1996) pudiéndose concebir como uno de los tantos movimientos de ida o de vuelta que se hicieron en una escala de tiempo que ciencias como la arqueología vienen corroborando (BERÓN, MERA, MUNITA, 2012), así como la inscripción del mapudugun en el espacio y su uso entre las poblaciones. Magallanes, Solís, Darwin, Orbigny y muchos otros viajeros y pasantes en distintas épocas, dejaron en sus textos los primeros registros de los hábitos y vocablos de los habitantes muchos de ellos legibles desde el mapudugun (BARBARÁ, [1879] 2000).[18]
  4. 4. A raíz de la agudización de los conflictos por la tierra y el reconocimiento o negación de los derechos políticos de los pueblos indígenas, se ha ido instalando de a poco en la conciencia pública, la sensación de que los problemas actuales tienen raíces en la historia y se relacionan con la ingeniería con que se construyó el poder entre los diferentes pueblos o naciones y las políticas de silencio posteriores (DELRÍO, ESCOLAR, LENTON y MALVESTITI, 2018). Desde una ética del conocimiento y de la ciencia como una de las formas de abordarlo, se torna en un imperativo el poder develar lo que ha estado vedado a nuestras sociedades y que con seguridad debiera redundar en otro tipo de ciudadanía y de relaciones humanas que reconocen su diversidad, no hacerlo es faltar al propio estado de derecho y a los derechos humanos.[19]Todo hace ver que transitamos un tiempo de develación de las historias nacionales incluyendo la del pueblo Mapuche que traerá no sólo mayor conciencia de la misma, sino y sobre todo una nueva actitud para solucionar y reconstruir una relación que esta vez y en adelante se base en la armonía, la justicia, la reparación y la colaboración, restituyendo la materialidad y los cuerpos despojados y retomando el pacto que las constituyó más que la subordinación, la violencia y el colonialismo que se impuso y que el racismo pretende negar u olvidar para su provecho y perpetuación.

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Notas

[1] Hay cierto malentendido acerca de que los dolores, los horrores, las arbitrariedades y desigualdades que genera una conflagración alimentan espíritus revanchistas que no colaboran al proyecto de construcción nacional, por lo tanto cabe el olvido. Es lo que ocurre en Chile alimentando prejuicios hacia quienes centramos la atención sobre dichos hechos como los artífices de una historia negra que no se condice con una memoria oficial inoculada por décadas en la conciencia de sucesivas generaciones. Me consta que en ciertos círculos académicos se nos esencializa y relaciona con espíritus “etno-reivindicacionistas” que escapan a la objetividad de los parámetros epistemológicos a los que se apegan.
[2] Por ejemplo, los reportes militares al Ministerio de Guerra en Chile -por medio de un formato descriptivo y clasificatorio- daban cuenta de las aguadas, pastos, bosques, minerales, etc. que iban identificando en su avanzada. Muchos de estos datos arrojan valiosa información que nos pueden sugerir otros trasfondos más allá de las motivaciones tan sólo geopolíticas de los Estados.
[3] Los distintos ecosistemas existentes en el País Mapuche, su orden económico distributivo de la abundancia, con un sistema de creencia en base a una ontología relacional impidieron procesos de apropiación de los recursos y el empoderamiento de grupos en particular. Los Mapuche de entonces se extendieron e hicieron uso de un espacio extremadamente contrastante, sin perder su unidad cultural básica ni su alteridad frente al winka (hispano-criollo, chileno-argentino). Su comunidad política la fueron sellando los constantes trawün que los congregaban para deliberar y adoptar acuerdos que se cumplían autónomamente en los territorios no dejando una burocracia supraterritorial o una clase política a cargo de estas funciones. Esto fue así hasta la interrupción de su independencia (MARIMAN, 2019).
[4] Una práctica recurrente en la difusión de información sobre el “araucano” o indio durante el siglo XIX empleada por viajeros o militares era la constante referencia y cita que hacían de autores cronistas de la colonia como ERCILLA (1569), ROSALES (1640), MOLINA (1776), lo que -y guardando las distancias- se volvía a repetir en siglo XX bajo el imperio de la escuela nacional que empleaba para el mismo fin obras historiográficas de corte positivistas con toda la carga nacionalista que iba tallando una geopolítica del conocimiento (BARROS ARANA, 1881; TORIBIO MEDINA, 1882, VICUÑA MACKENNA, 1868; ZEBALLOS 1878). Los abordajes sobre la sociedad y la política entre los mapuche son de tiempos recientes y provienen de distintas vertientes entre estas de una historiografía mapuche (MARIMAN, CANIUQUEO, MILLALEN Y LEVIL, 2006; MARIMAN, 2021), también de los estudios circunscritos en espacio tiempos locales y/o centrados en temas de representación y poder (FOERSTER, 2004; MARTÍNEZ, 2009).
[5] En esta etnogénesis chilena -y también Argentina- no operó una mestización de las estructuras políticas coloniales como en el Perú lugar donde una elite indígena conservó cierto status y riquezas, luego de la conquista, a veces mezclándose con la dirigencia blanca, (O´PHELAN, 1995; MORENO, 1990); o bien se le reconocieron a las comunidades, como muchos casos en México, sus gobiernos e idiomas actuando de acuerdo a sus usos y costumbres (AGUILAR Y VELÁSQUEZ, 2008; BURGUETE Y GOMEZ, 2008).
[6] La clase política del periodo de los ensayos constitucionales de tipo federalistas en Chile fue continuadora de la política de Parlamentos de la administración colonial, como lo hace ever ESCUDERO (2022) respecto del Parlamento de Tapiwe de 1825, que concebía la existencia de una frontera, el río Bío Bío, reconociéndose como naciones con sus respectivas soberanías y potestades, tras la búsqueda de la unión política (MARIMAN, 2012), aunque otros veían a los mapuche como grupos tribales sin disciplinamiento para la vida republicana a los que había que someter tras criterios geopolíticos temerosos a que otra potencia lo hiciera. Los gobiernos conservadores que prosiguieron a la batalla de Lircay (1831) -que define la hegemonía conservadora excomulgadora de la fraternidad hacia los indígenas de los primeros “libertadores”- fraguaron, especialmente en el gobierno de Montt (1851-1861) en Chile, el plan de la conquista militar que bajo los gobiernos liberales posteriores se terminó consumando.
[7] Por lo visto el efecto refractario que se señala sucede al traspasarse el conflicto de una sociedad fronteriza a la otra vecina como señala LEIVA (1984) para la década del 1850, se dio también en el tiempo de las luchas independentistas y la consiguiente posguerra.
[8] El término Casta es parte del vocabulario de la época, ARCOS (1852) así lo hacía ver pues la condición de rico no era sólo un distintivo social-económico sino también de tipo étnico, estos se autoafirmaban indistintamente como chilenos o españoles. En este orden socio racial se nombraban así mismo como amos como lo apuntaba el viajero LAFON (1839) y aparece en las memorias de organismos como la Sociedad Nacional De Agricultura (APEY, 1998).
[9] En la figura del lonko Mañil Wenu registrado por viajeros como SMITH, [1855] y DELAPORTE, [1854] su condición de líder en el relato no se lo daba la acumulación material de bienes, al contrario de lo que sucede con las mismas fuentes en relación a Lorenzo Kolipi en quien sí se destaca esta condición (tener) como parte de su liderazgo (RIED, 1847; GUEVARA Y MAÑKILEF, [1912] 2002).
[10] En el mundo mapuche sus ganados han sido activos participantes de sus ceremonias y de sus ritos, de sus sueños y sus visiones (CANIO Y POZO, 2013; RAMOS, 2008; CURIVIL, 2007; KURAMOCHI Y HUISCA; 2000).
[11] Al sujeto que tiene “situación” entre los mapuche se le denomina hasta el día de hoy como Kümeche, que literalmente se puede traducir como buena gente, pero que hace alusión a su buena condición de existencia.
[12] Las guardias cívicas de infantería y caballería tuvieron una acción constante en el frente que llamaban «ultra Bío Bío”. A medida que avanzaba la frontera esta fuerza compuesta de hacendados, labradores, inquilinos y comerciantes avecindados en los pueblos fronterizos iban convirtiéndose en “población colonizadora”. La política hacia ellos de parte de los mandos militares bajo el esquema de pueblo en armas (CLAUSEWITZ, 1998), era emplearlos como elementos de apoyo táctico al ejército regular beneficiándolos del botín, puntualmente ganado, que se obtenía de las acciones militares en contra del enemigo indígena. Si con las fuentes no podemos reconstituir aún la manera en que procedió la distribución del botín, podríamos suponer que esta diferenció entre cívicos a caballo y a pie, unos ganaderos y los otros provenientes de sectores menos acomodados (artesanos, herreros, etc.) marginales (gañanes, peones), reclutados también a la fuerza (PARVEX, 2016).
[13] Autores como Alioto (2011) relativizan la magnitud de este tráfico por tratarse de mercados mas bien pequeños o de dificil acceso, atribuyendo su denuncia a una justificación de la guerra por el botín y al ocultamiento de negocios del que sacaban provecho funcionarios de gobierno y particulares.
[14] El texto corresponde al extracto de las memorias y recuerdos de Ignacio Silva que aparecen en el texto 101 en CANÍO Y POZO (2013)
[15] La existencia de esta labor misional matiza al grupo conquistador, influyendo en el curso de las relaciones políticas interétnicas, al seguir una agenda de acciones cuyos contactos abarcaban un abanico de actores del mundo mapuche que no eran necesariamente aliados o interlocutores con los Estados, actuando en momentos como bisagras en la recomposición de relaciones que se veían entrampadas por los ciclos de violencia.
[16] Aprendí en el seno de mi familia nuclear en la diáspora santiaguina que éramos mapuche, era una identidad que se vivía intraparedes pues ser identificado como tal públicamente se podía prestar para burla y discriminación. A esto ayudaban los traumas históricos transgeneracionales de nuestros mayores y la dictadura militar chilenizante por la que atravesábamos lo cual sumaba para el silencio no así para el olvido; sin embargo, las generaciones nuevas y la necesidad de una identidad se abrieron camino haciendo sinergia con todas/os los demás que vivían idénticas situaciones volviéndose así temas transnacionales que hoy sacuden a los Estados.
[17] Asombra ver las medidas que tomó la asamblea de Mendoza respecto a declarar lo mapuche como un pueblo no originario del territorio argentino. Se agradecen las declaraciones que una vasta red de organismo s académicos han expresado en reacción contra esta medida racista hacia el pueblo mapuche que atribuye estereotipos con la misma vehemencia que lo hicieron aquellos supremacistas que justificaron los genocidios.
[18] Por lo visto, en la relación colonial en que nos hallamos los mapuche debemos cíclicamente darnos a explicar a Estados y sociedades, academias y medios de comunicación, pero nadie nos explica, ni repara o disculpa en porqué tomaron nuestros territorios y ejercieron genocidio en nuestra contra, sin embargo, hay quienes lo reconocen como muchas de las y los autores citados aquí y procesos que han puesto el tema que esperamos el día de mañana redunde en una mejor comprensión y relación.
[19] Si los crímenes de lesa humanidad no expiran en el contexto jurídico internacional y si así lo hacen ver los derechos humanos de los pueblos indígenas que los Estados han convenido y declarado, entonces se impone la búsqueda de la verdad de lo sucedido por sobre el olvido, la omisión, la negación y post verdad.

Información adicional

Para citar este artículo: QUEMENADO, PABLO MARIMÁN «Aspectos fundantes de las relaciones contemporáneas entre Wallmapu, Chile y Argentina», en: ESTUDIOS SOCIALES, revista universitaria semestral, año XXXIII, n° 64, Santa Fe, Argentina, Universidad Nacional del Litoral, enero-junio, 2023.

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