Revista +E 8, (9): Investigación y extensión universitaria / Perspectivas


 

Investigar desde la extensión: apuesta a una epistemología pasional y rebelde1

 

Dulcinea Cardozo

Universidad de la República, Uruguay.

dulcinea.cardozo@gmail.com

 

Recepción: 29/07/18

Aceptación final: 05/11/18

 

Resumen

En este artículo pretendemos abordar algunos aportes epistemológicos y teórico–metodológicos presentes en nuestra investigación de tesis de la Maestría en Psicología Social de la Universidad de la República. Se produce desde un entramado de prácticas de extensión y enseñanza que llevamos adelante junto a estudiantes y egresados de distintas disciplinas, así como actores sociales no universitarios, en el desafío de generar espacios y tiempos que habiliten experienciar y pensar juntos. Fue una apuesta a producir conocimiento desde la integralidad, desafiándonos a generar nuevos pensamientos desde nuestras afectaciones y superar las dicotomía académico–militante que fuertemente se hace carne en nuestras prácticas universitarias. Esta perspectiva la denominamos pasional y rebelde, ya que no nos consideramos ni académicos, ni militantes, sino sujetos de la experiencia y, por lo tanto, sujetos políticos y pasionales de nuestra vida, que incluye otra academia y otras relaciones que van siendo parte de una apuesta a una revolución molecular en el marco de una lucha por mundos vivibles para todas y todos.

Palabras clave: integralidad, etnografía, epistemología pasional y rebelde.

 

Investigate from the extension: bet on a passional and rebellious epistemology

 

Abstract

In this article we intend to address some epistemological and theoretical–methodological contributions present in our thesis research, within the framework of the Master’s Degree in Social Psychology at the University of the Republic. It is produced from a framework of extension and teaching practices that we carry out together with students and graduates of different disciplines as well as non–university social actors, in the challenge of generating spaces–times that enable experiencing and thinking together. It was a bet to produce knowledge from the integrality, challenging us to produce new thoughts from our affectations and overcome the academic–militant dichotomy that strongly becomes flesh in our university practices. This perspective we call passional and rebellious, since we do not consider ourselves neither academic, nor militant, but the subject of the experience, therefore political and passionate subject of our life, which include another academy and other life relationships that are part of a bet on a molecular revolution, in the framework of a struggle for worlds livable for all and all.

Keywords: Integrality, ethnography, passional and rebel epistemology.

 

Investigar a partir da extensão: apostar em uma epistemologia passional e rebelde

 

Resumo

Neste artigo pretendemos abordar algumas contribuições epistemológicas e teórico–metodológicas presentes em nossa pesquisa de tese, no âmbito do Mestrado em Psicologia Social da Universidade da República. É produzido a partir de uma trama de práticas de extensão e de ensino que realizamos em conjunto com alunos e formados de diferentes disciplinas, bem como atores sociais não universitários, no desafio de gerar espaços–tempos que possibilitem vivenciar e pensar juntos. Foi uma aposta para produzir conhecimento a partir da integralidade, desafiando–nos a produzir novos pensamentos a partir de nossas afetações e superar a dicotomia acadêmico–militante que se incorpora em nossas práticas universitárias. Chamamos essa perspectiva de passional e rebelde, já que não nos consideramos nem acadêmicos, nem militantes, mas sujeitos da experiência, portanto, sujeitos políticos e apaixonados pela nossa vida, que inclui outra academia e outras relações de vida que fazem parte de uma aposta numa revolução molecular, no âmbito de uma luta pelos mundos habitáveis para todas e todos.

Palavras-chave: integralidade, etnografia, epistemologia passional e rebelde.

 

Para citación de este artículo: Cardozo, D. (2018). Investigar desde la extensión: apuesta a una epistemología pasional y rebelde. +E: Revista de Extensión Universitaria, 8(9), julio-diciembre, 53-71. doi: 10.14409/extension.v8i9.Jul-Dic.7838.


 

 

Entramados que componen este artículo, a modo de presentación2

En el presente artículo quiero compartir una perspectiva epistemológica que he denominado pasional y rebelde, la cual fui elaborando en el marco de mis estudios de posgrado en la Maestría en Psicología Social de la Universidad de la República (UdelaR, Uruguay) y en mi tránsito como docente en la misma institución.

La Universidad, cada vez más, impulsa, orienta y propone que los posgrados sean un pasaje ligero pero obligatorio para permanecer como “actor universitario”. Pasaje ligero en tanto que no tiene por qué dejar huellas ni en el investigador ni en la academia, producir desconectados de nosotros mismos; de esta forma, se elaboran tesis homogéneas en contenidos y formas. Esto ví–sentí–viví desde que egresé y soy docente en la Universidad —hace siete años—, y quise resistir a esta forma de producción que inunda cada vez mas nuestras universidades.

Quizá este artículo de lo que hable sea de las armas que fui tomando y construyendo para desafiar estos modos vacíos, descarnados, generales, de “hacer” en la Universidad y en el mundo, que separan vida privada de vida pública, vida académica de vida militante, que (nos) fragmentan la vida.

Durante los primeros años como egresada opté por seguir formándome en la continuidad de los proyectos de extensión que había iniciado en mi formación de grado y en espacios de militancia social, e intenté iniciar mis estudios de posgrado cuando entendí que este tipo de producción de conocimiento no solo me serviría a mí como universitaria sino también a alguno de los colectivos de los que formaba parte. Ese tal vez fue el primer desafío, acompasar tiempos académicos (individuales e institucionales) con los tiempos de colectivos sociales e intentar que permanezcan así. Eso sin duda no fue sencillo y se mantuvo como una tensión durante la investigación, ya que los formatos universitarios de posgrado de nuestra Facultad de Psicología de la UdelaR no son abiertos y flexibles como para diagramar una investigación colaborativa y en clave de coproducción de conocimiento.

A su vez, una de las certezas con la que partía (quizá la única) era que en los años de desarrollo de los proyectos de extensión y de militancia social se había producido mucho conocimiento y que era necesario “rescatar”, visibilizar, poner en palabras lo que aún no lográbamos decir pero que estaba “en la punta de la lengua” de cada uno de nosotros. Los estudios de posgrado se fueron configurando como un puente para sistematizar esa acumulación de los colectivos y de la trayectoria personal que venía realizando. Es así que desde el inicio de la investigación insistí en la importancia de construir lineamientos ético–políticos que sostuvieran la producción de conocimiento anclada en proyectos de extensión universitaria, encarnada en prácticas de militancia social y tejida desde nuestra trama vital, ya que sostengo que en este entramado está la potencia para aportar en la construcción de mundos vivibles para todos y todas.

Como mencionamos, desde hace varios años venimos desarrollando proyectos de extensión universitaria en articulación con procesos de enseñanza y los hemos realizado junto con usuarios de salud mental en propuestas sustitutivas al manicomio, que denominamos de trabajo–acogida–vida. En particular, formamos parte en la gestación de un emprendimiento sociolaboral llamado Bibliobarrio (BB), a partir de un proyecto de extensión estudiantil3 en el año 2009. Cuando comencé la maestría nos estábamos preguntando sobre las condiciones de posibilidad de gestión colectiva de este tipo de emprendimientos y se tornó el eje sobre el cual construimos el problema de investigación y los objetivos de la misma.

“El campo para la Psicología Social, comienza cuando nos vinculamos a la temática... el resto es la trayectoria que sigue de esta opción inicial; los argumentos que la hacen disciplinariamente válida y los acontecimientos que pueden alterar la trayectoria y re–posicionar el campo tema.” (Spink, 2003:30, traducción propia)

 

Experiencias de vida en relación con la locura podría ser un comienzo posible. Desde ahí, una trayectoria que es múltiple en cuanto a determinados contextos que se hacen textos en nuestras prácticas (Fernández, 2008). No está de más señalar que producir conocimiento respecto de propuestas sustitutivas al manicomio insiste en mi cuerpo desde la adolescencia, porque los efectos del encierro, del electroshock, del vacío de respuestas sensibles frente al sufrimiento humano, lo he vivido muy de cerca y desde allí, desde esa afectación, insisto en construir formas de pensamiento y vida para un mundo distinto. Hace un tiempo (no hace tanto) entendí que esa afectación permite conexiones de pensamiento novedosos que es necesarios conectar, relacionar con la teoría, que son los que efectivamente crean algo nuevo y no son repeticiones vacías.

Tengamos presente que actualmente en Uruguay existen los hospitales psiquiátricos públicos —Hospital Vilardebó y 2 Colonias: Santín Carlos Rossi y Etechepare— y clínicas privadas por doquier; se aplica el electroshok diariamente como una “terapia”; se medica en un alto porcentaje a los niños y adolescentes con psicofármacos (Míguez Passada, 2012 en Morteo, 2015:16); tenemos más de 80 escuelas especiales (29 en Montevideo y 54 en el resto del país);4 y la diferencia y el sufrimiento siguen siendo etiquetados como trastornos mentales.5

En este contexto, desde hace varios años se viene apostando a pensar en “un Uruguay sin manicomios”, lo que implica la apertura de otros servicios sanitarios pero principalmente abrir otras posibilidades de vida: de vivienda, de trabajo, culturales, de convivencia, etc. Los emprendimientos colectivos y cooperativos se tornaron una de las opciones más importantes en varios países de referencia en procesos de desmanicomialización y reformas psiquiátricas, como son Italia, Brasil y Argentina. En Uruguay, la Universidad ha sido una de las impulsoras de emprendimientos de este tipo y la que ha promovido experiencias desprendidas del ámbito sanitario y de la rehabilitación psicosocial. Es por este motivo que definimos realizar la investigación junto con dos colectivos que fueron impulsados desde la UdelaR por proyectos de extensión y que siguen siendo acompañados desde la misma con prácticas de enseñanza, extensión e investigación. Uno de ellos es el mencionado colectivo BB, del que formo parte, y otro es una cooperativa social que se llama Riquísimo Artesanal (RA).

Por lo tanto, la extensión se relaciona directamente con la investigación en dos niveles. Por un lado, en cuanto a la definición del problema de investigación y, por otro, porque los sujetos con los que realizamos la investigación son dos colectivos que son impulsados y acompañados por proyectos de extensión universitaria. Ahora bien, lo que más nos interesa trabajar en este artículo es la estrecha relación de la investigadora con el sujeto de la investigación, la superposición de los mismos, no solo porque se es parte de uno de los colectivos sino por la trama afectiva con el campo–tema, por lo que nos proponemos reflexionar sobre la potencia de dicha composición e implicación.

Dividimos el artículo en cuatro apartados: los dos primeros dan cuenta de los sustentos teóricos y políticos de la epistemología pasional y rebelde respecto de la Universidad y los modos de producción de conocimiento, el tercero aborda lo teórico–metodológico de dicha perspectiva en lo referente a nuestras elecciones y decisiones metodológicas, métodos y herramientas, en particular de esta investigación que realizamos, y en el último apartado expresamos algunas reflexiones finales.

 

La integralidad en disputa: textos, contextos y texturas universitarias

Escribir sobre la articulación entre investigación–extensión para nosotros implica reflexionar sobre los modelos de universidad, sobre la figura del intelectual–académico y por ende problematizar sobre qué tipo de sociedad vamos a construir desde nuestras prácticas universitarias.

En el período de 2006–2014, la UdelaR realizó una transformación institucional que se denominó como II Reforma Universitaria, apostando a una “reforma democrática y emancipadora de la universidad en el siglo XXI” (Sousa Santos, 2010:7), donde la extensión ha tenido un papel protagónico. A su vez, ha sido referencia en universidades de la región con relación a la revitalización del Modelo Latinoamericano de Universidad.6

Nuestra formación de grado y nuestra práctica docente han estado marcadas por esta etapa de transformación institucional ya que fuimos formados y de alguna forma somos “egresados” de este período. Esta formación puso el énfasis en el compromiso con las problemáticas sociales y el trabajo junto con las organizaciones sociales, tornándose central para algunos de nosotros como orientador político de nuestras prácticas.

A pesar de la relevancia de este proceso en nuestra Universidad, en 2014 se empezó a cuestionar la Reforma Universitaria. Debates que se encuentran atravesados por las discusiones a nivel mundial de la educación superior en cuanto a la mercantilización y privatización de la educación. Como señala Agustín Cano, la crisis de las universidades latinoamericanas abre paso a preguntarse sobre el compromiso social y por lo tanto se transforma en un campo de disputa por su resignificación:

“la pregunta por el compromiso social de la universidad como analizador de este conflicto, permite visualizar las tensiones entre los sentidos que las fuerzas en disputa pretenden imprimir a las significaciones sobre qué es una universidad comprometida: ¿con qué, con quienes, para qué? (Cano, 2015:319)

 

Por ello es necesario reafirmar y visibilizar que nosotros apostamos por una Universidad orientada a la “transformación de las actuales relaciones de poder producidas desde las lógicas del Capital (…) y cuyas alternativas se construyen desde espacios de formación de manera indisciplinada, hacia prácticas ético–políticas de libertad y autonomía” (Picos, 2014:122).

Es así que comenzamos nuestro estudio de posgrado en 2013, en el marco de la Maestría de Psicología Social de la UdelaR, lo cual se tornó un desafío para continuar con una apuesta integral de nuestras prácticas de docencia universitaria. Fue una apuesta a producir conocimiento desde la integralidad (FEUU, 1999; Carrasco, 1989; Tommasino, 2009, Tommasino et al., 2014), desafiándonos a producir nuevos pensamientos desde nuestras afectaciones (Teles, 2007) y a superar las dicotomía académico–militante que fuertemente se hace carne en nuestras prácticas universitarias. Su sentido político es en conexión con la vida, es una perspectiva micropolítica (Guattari y Rolnik, 2005):

“que permite investigar en los intersticios de las tramas sociales, esta (la perspectiva micropolítica)7 se presenta como herramienta de análisis capaz de captar y visibilizar los mínimos gestos (Deligny, 2015), y los distintos tipos de líneas, incluidos aquellos microfascismos que se encargan de ahogar hasta el menor gesto de desvío presente en las calles, en los barrios y en los cines (Deleuze, Guattari, 2007).” (Grebert, 2017:103)

 

Guattari y Rolnik afirman que la principal producción del sistema capitalista es la producción de subjetividad y que la reestructuración del capitalismo es un proceso molecular, el que denomina Capitalismo Mundial Integrado (CMI). La alianza capital–razón nos produce en los intersticios de la vida, generando relaciones de desigualdad, injusticia, opresión, jerarquía y una destrucción continua de la vida y del planeta. Por lo que, “no es utópico considerar que una revolución, una transformación a nivel macropolítico y macrosocial, concierne también a la producción de subjetividad” (Guattari y Rolnik, 2005:39).

La perspectiva de los autores nos parece sustancial para dar visibilidad a una propuesta de revolución molecular para la cual es necesario transformar nuestras relaciones sociales, nuestras prácticas cotidianas, las que incluyen nuestras prácticas académicas. Compartimos con Picos que,

“desde la Universidad de la República, el desafío a partir de la misma es la construcción de una nueva sociedad, desde un espacio privilegiado como sin lugar a dudas lo es esta institución8. Renovar, potenciar y hacer crecer la posibilidad de construir una red de saberes sociales alternativa a la que se viene criticando desde hace ya más de cien años, desde la utopía de la construcción de hombres y mujeres libres”. (2014:126)

Porque, si de algo estamos convencidos, es de que otro mundo es posible.

En este sentido entendemos que investigar desde la extensión universitaria no se trata de un proceso lineal respecto de las funciones universitarias, es decir, desarrollar proyectos de extensión y luego investigar problemáticas identificadas junto a esos actores sociales, sino que es una perspectiva ético–política vinculada a nuestra mirada del mundo. Entendemos que se trata de algo mucho más profundo que también orienta nuestros proyectos de extensión y enseñanza y tiene que ver con el preguntarnos ¿para qué el conocimiento y para quiénes el conocimiento? (Fals Borda, 2014:32) y ¿cómo articular compromiso político con tarea académico–intelectual?” (Svampa, 2007:2).

Nuestras prácticas universitarias parten de la incomodidad en el mundo en el que vivimos, desde nuestra indignación, desde nuestra rabia, como dice Holloway (2011): “romper, queremos romper”. Porque este no es el mundo que soñamos. Porque estamos hartos, pero principalmente acongojados con los dolores del mundo. Porque no somos indiferentes y estamos convencidos de que otro mundo es posible, justo, solidario y libre. Porque lo imaginamos, lo soñamos día tras día y porque junto a otros luchamos, resistimos y vamos siendo parte de experiencias que intentan ya no solo resistir sino crear ese mundo otro. Desde este “movimiento de rechazo–y–creación, rechazo del mundo actual, creación de otro” (Holloway, 2011:6), se produjo la investigación y a su vez es desde donde nos preguntamos: ¿cómo estamos construyendo la otra política y la otra teoría como parte de nuestras luchas anticapitalistas? (Leyva, 2010:1), porque la lucha epistemológica es parte de nuestra lucha política.

Sostener estas preguntas es nuestra orientación mientras habitamos la Universidad, lo que implica una fuerte crítica a la racionalidad que subyace en las ciencias sociales, problematizar la figura del intelectual y su quehacer universitario, y un rechazo al sistema–mundo capitalista/patriarcal moderno/colonial y manicomial.

A continuación, pasaremos a profundizar sobre dos aportes conceptuales que componen la propuesta que hemos denominado “investigación pasional y rebelde”. Por un lado, aportes desde la investigación militante y, por otro, de la investigación como experiencia, o sea, producir conocimiento desde una necesaria mutación de nuestra sensibilidad.

 

Otra teoría, otra política y el conocimiento otro

 

Academia, militancia y conocimiento situado

Recientemente, América Latina ha vivido una etapa de hegemonía progresista que se encuentra en ruptura y amenazada por la vuelta de la derecha al poder estatal. Este contexto nos ubica en la necesidad de aprender de otro tipo de experiencias que vienen insistiendo en cambiar el mundo al trasformar sus relaciones y prácticas cotidianas de vida. Como ejemplos, citamos al zapatismo en México, el Movimiento Piquetero en Argentina, el Movimiento Sin Tierra en Brasil, el Movimiento Campesino en Bolivia. A su vez, estas luchas sociales han permitido desplegar nuevas formas de producir conocimiento en diálogo con movimientos sociales, entre otras cosas porque los intelectuales–investigadores formamos parte de estos movimientos, por lo que ponen nuevamente en debate la relación investigación–militancia (Svampa, 2007), la que no deja de estar en tensión (Leyva, 2010).

A partir de la bibliografía sobre la investigación–militante, identificamos que el desarrollo de esta perspectiva se despliega de distintas formas: i) aquellas que han sido desarrolladas por intelectuales pero fuera de la academia/universidad, ii) las que dentro de la academia proponen llevar adelante una investigación comprometida y devienen activistas, iii) las propias investigaciones que, en el marco de luchas y movimientos sociales, son consideradas una práctica activista por como se desarrollan, en tanto compromiso, actividades, procedimientos, tiempos dedicados, generalmente denominadas investigación en colabor.

Uno de los referentes de la investigación–militante es Fals Borda (2014),9 quien plantea que la influencia mutua de la investigación social y la acción política es lo que consolidaría un paradigma alternativo, siendo la praxis el criterio de validez del conocimiento. A esta perspectiva la denomina investigación–acción–participativa (IAP) y, junto con Camilo Torres, la plantea como una investigación–militante que se basa en una ciencia rebelde y subversiva, ya que cuando comienzan a desarrollarla la piensan “para cambios radicales de la sociedad, transformación a fondo de las cosas” (Fals Borda:41). De ahí la idea de una sociología comprometida y que “convierte a sus practicantes en sentipensantes” (274).

El autor plantea que, pasado el tiempo y largada “la semilla”, la IAP fue cooptada por distintas perspectivas e instituciones que no necesariamente llevan adelante una investigación radical. Para nosotros, una de estas perspectivas es la desarrollada por el “intelectual intérprete” que plantea Svampa (2007, 2008). Esta figura de intelectual, según la autora, surge de una mirada “modesta” del rol del mismo en la sociedad. Se caracteriza por privilegiar la mirada de los actores sociales, bien como traductor sofisticado o como militante, pero no “necesariamente” desde un pensamiento crítico y alternativo. Esta figura del intelectual y la mirada modesta de la ciencia es la que generalmente se desarrolla en los ámbitos académicos desde las IAP, ya que la perspectiva rebelde y subversiva de la ciencia que propone Fals Borda implicaría una perspectiva crítico–radical y un involucramiento del investigador en los procesos de transformación social.

A su vez, Svampa reflexiona sobre la articulación entre saber académico y compromiso político a partir de las distintas figuras de intelectuales que se han ido construyendo en el último tiempo. La autora identifica tres modelos académicos hegemónicos: intelectual experto, intelectual ironista, intelectual intérprete (este último ya lo hemos mencionado). Expresa que la figura del experto se caracteriza por ser neutral y desapasionado, y se sostiene en una disociación entre el mundo de la academia y la militancia. La figura del ironista (posmoderna) parte de un posicionamiento de imposibilidad de una articulación entre investigación académica y compromiso militante desde un escepticismo político. Plantea finalmente que, a partir de la gestación de los nuevos movimientos sociales en América Latina y nuevas prácticas de militancia social, comienzan a producirse nuevas subjetividades políticas desde donde se identifica un modelo académico alternativo, al cual ella denomina intelectual anfibio:

“Consiste en desarrollar esa capacidad de habitar y recorrer varios mundos, generando así vínculos múltiples, solidarios y cruces entre realidades diferentes. (...) contribuir a la construcción de nuevas alternativas políticas, en el vaivén que se establece entre el pensamiento y la acción, entre la teoría y la praxis transformadora”. (2007:5–6)

Propone que el intelectual anfibio sea una figura posible para los investigadores que se encuentran interrogando cómo articular compromiso político con tarea académica (Svampa:2) ya que la propuesta de investigación militante plantea algunas dificultades para esta articulación al convertirse en activista a tiempo completo y por lo tanto obstaculizando una reflexión crítica.

Si bien la perspectiva de Svampa nos posibilita dar visibilidad a “nuestros pies en los dos mundos”, nos parece importante advertir que la perspectiva mantiene una mirada dicotómica, la academia y la militancia. El mundo para nosotros es múltiple y este compromiso político es con la vida; en ese sentido, esta figura se desborda, aunque la metáfora de anfibio pueda aportarnos a evidenciar la tensión academia–militancia y otra posible forma de vivirla. Entendemos que no se trata de articular el mundo académico con el mundo militante sino habitar espacios fronterizos (Gandarias, 2014) o, como plantea Leyva (2010), intersticiales, ya que se dan en simultáneo, en una composición superpuesta de “prácticas abiertas y flexibles” (Leyva:17). Es necesario “reivindicar la ética de la incomodidad como una herramienta indispensable para habitar los espacios fronterizos entre investigación y activismo” (Gandarias, 2014:10).

Compartimos que la investigación militante es una práctica radical, por lo tanto hablamos de una investigación rebelde y subversiva, tal como lo propone Fals Borda. No nos consideramos ni académicos ni militantes en tanto identidades fijas, estáticas, únicas. La investigación para nosotros es multiplicidad como lo es la vida. La pregunta por nosotros mismos y por nuestro lugar es imprescindible, ya que desde esta mirada “la investigación es un diálogo lleno de desigualdades, complicidades y de resistencias” (Mora, 2011:82).

Por eso queremos incluir los aportes del Colectivo Situaciones10 (2003, 2004) a partir de sus prácticas de militancia social. El Colectivo afirma que la investigación militante “no es una práctica de intelectuales comprometidos o asesor de los movimientos sociales” (2003:2), ya que se trata de hacer política con y no por, no es estar adentro o lo suficientemente afuera, “es trabajar en la inmanencia”11 (4); se trata de partir de la potencia de lo que “está–siendo”. En esta forma de desplegar la investigación militante de este Colectivo identificamos dos características relevantes: i) una preocupación por “nosotros mismos ¿cómo ser con otros?”; ii) la pregunta sobre si es posible una investigación tal sin que a la vez se desate un proceso de enamoramiento (5). Por lo tanto se plantea que el amor es condición para que se desate una investigación militante. Sin duda, nos sitúa en otros modos y posiciones distintas para producir conocimiento. Hablamos de otro tipo de racionalidad.

Desde hace ya bastante tiempo que los aportes de posicionamientos feministas y decoloniales plantean la necesidad de una diversidad epistémica y una fuerte crítica a la epistemología positivista con su pretensión de neutralidad, objetividad y universalidad. Es una crítica a su racionalidad descarnada (Piazzini , 2014).

Haraway plantea que el conocimiento situado es una política y epistemología de localización, encarnación y perspectiva parcial. “No buscamos la parcialidad porque sí, sino por las conexiones y aperturas inesperadas que los conocimientos situados hacen posibles” (1995:339). Las preguntas de la autora nos cuestionan y son soporte para la investigación:

“¿Cómo ver? ¿Desde dónde ver? ¿Qué limita la visión? ¿Para qué mirar? ¿Con quién ver? ¿Quién logra tener más de un punto de vista? ¿A qué se ciega? ¿Quién se tapa los ojos? ¿Quién interpreta el campo visual? ¿Qué otros poderes sensoriales deseamos cultivar además de la visión? (Haraway:333)

 

Nos dice que siempre hablamos desde algún lugar, que la pretensión de universalidad no es neutral y nos oculta un posicionamiento. “La visión es siempre una cuestión del ‘poder ver’ y quizás de la violencia implícita en nuestras prácticas visualizadoras” (330). El conocimiento situado pretende hacer evidente el lugar desde el cual se produce ese conocimiento. Y al mismo sentido apunta la perspectiva de decolonizar el conocimiento:

“Si desde el siglo XVIII la ciencia occidental estableció que entre más lejos se coloque el observador de aquello que observa mayor será también la objetividad del conocimiento, el desafío que tenemos ahora es el de establecer una ruptura con este ‘pathos de la distancia’. Es decir que ya no es el alejamiento sino el acercamiento el ideal que debe guiar al investigador de los fenómenos sociales o naturales. Con otras palabras: si la primera ruptura epistemológica fue con la doxa en nombre de la episteme para subir al punto cero, el gran desafío que tienen ahora las ciencias humanas es realizar una segunda ruptura epistemológica, pero ahora ya no con la doxa sino frente a la episteme, para bajar del punto cero. El ideal ya no sería el de la pureza y el distanciamiento, sino el de la contaminación y el acercamiento. Descender del punto cero implica, entonces, reconocer que el observador es parte integral de aquello que observa y que no es posible ningún experimento social en el cual podamos actuar como simples experimentadores. Cualquier observación nos involucra ya como parte del experimento”. (Castro–Gómez, 2007:88)

 

La apuesta

La investigación que desarrollamos implicó “acercamiento y contaminación” y reconocer–nos en cómo miramos el mundo, cómo lo vivimos; en definitiva, sostener una pregunta ética y política: ¿qué realidad vamos a estar construyendo desde nuestra producción de conocimiento? (Ibáñez, 2001). Pero, “la razón crítica no puede ser la misma que piensa, construye y legitima lo que es criticable. Necesitamos otro tipo de racionalidad” (Sousa Santos, 2006:44), un nuevo modo de producción de conocimiento, y es aquí donde el qué, con quiénes y cómo que se torna fundamental.

Entendemos que llevar adelante una investigación desde esta perspectiva implica otra sensibilidad en cuanto a cómo producir conocimiento, otra conexión con nosotros mismos y con los otros, por lo tanto una disposición diferente con relación al tiempo–espacio; de esta forma creemos que los planteos de Larrosa (2009) y Teles (2007) pueden aportar en esta construcción de otras formas de pensamiento.

Larrosa plantea la experiencia como una categoría existencial que tiene que ver con una manera de habitar el mundo y nos propone una “epistemología pasional”.12

“La experiencia es lo que nos pasa”, afirma el autor. Pero no todo lo que nos pasa es experiencia. Es más, no es tan fácil tener experiencias en los tiempos que corren, en la sociedad de fluidez, diría Lewkowicz (2004). Por lo tanto, el autor plantea un desafío con respecto a cómo estamos–siendo en el sistema–mundo, cómo lo habitamos, cómo lo vivimos, cómo lo construimos día a día.

Larrosa desarrolla lo que denomina los

“principios de la experiencia: 1) exterioridad, alteridad y alienación; 2) subjetividad, reflexividad y transformación; 3) singularidad, irrepetibilidad y pluralidad; 4) pasaje y pasión; 5) incertidumbre y libertad; 6) finitud, cuerpo y vida”. (Larrosa, 2009:10)

 

Ante todo, nos dice que la experiencia sucede ante un acontecimiento que “me” transforma, que es un pasaje de multiplicidad de sentidos y sinsentidos, porque cuando sucede en realidad da paso a la incertidumbre, a lo inesperado.

Señala que es: exterioridad, alteridad y alienación, porque el acontecimiento es “algo otro, algo completamente otro, radicalmente otro” (15). Algo extranjero, extraño a mí. Pero “la experiencia no se reduce al acontecimiento sino que lo sostiene como irreductible” (15). La experiencia es abrirse a procesos de singularización ya que, “el acontecimiento se expresa en las almas, en el sentido de que produce cambio en la sensibilidad (transformación incorpórea)” (Lazzarato, 2006:51). Por lo tanto produce una mutación de la subjetividad, “es decir, de la manera de sentir: no se soporta más lo que se soportaba anteriormente” (Lazzarato:43). La experiencia nos forma y nos transforma nuestro decir, nuestra sensibilidad, nuestro pensamiento. Algo de lo que venía siendo ya no es igual, cambia inesperadamente.

A su vez, Larrosa nos dice que la experiencia es para cada cual la propia, y que eso la hace única, singular, particular, irrepetible y a su vez plural, porque en un acontecimiento hay una pluralidad de experiencias. Por lo tanto, insiste en diferenciarla del experimento, la des–empiriza. Plantea que si el experimento es en general homogéneo, repetible, anticipable, la experiencia es singular, es inidentificable, es una apertura a lo impredecible y a la incertidumbre. La experiencia es una apertura a lo posible que parecía imposible:

“Abrirse a lo posible es recibir, como cuando uno se enamora, la emergencia de una discontinuidad (...) y construir, a partir de la mutación de la sensibilidad que el encuentro con el otro ha creado, una nueva relación, un nuevo agenciamiento”. (Lazzarato, 2006:49)

 

Larrosa también intenta despragmatizar la palabra experiencia. La diferencia de lo relativo a práctica y acción, aunque (la práctica y la acción) pueden ser lugares de la experiencia. La experiencia es irrupción, es atención, escucha, apertura, disponibilidad, sensibilidad, es algo (acontecimiento) que pasa dejando huella, en tanto se padece y está del “lado” de la pasión, o, como dice Lazzarato, se expresa en las almas.

En este sentido, para que la experiencia acontezca, el sujeto de la experiencia tendrá que estar dispuesto, abierto, sensible, vulnerable y expuesto a su propia transformación. Disponerse a la experiencia es una apertura a dejarnos afectar, incomodar con aquello que aún no podemos decir, pensar, sentir.

“La experiencia suena también a cuerpo, es decir, a sensibilidad, a tacto, piel, a voz y a oído, a mirada, a sabor y olor, a placer y a sufrimiento, a caricia y a herida, a mortalidad. Y suena, sobre todo, a vida, a una vida que no es otra cosa que su mismo vivir, a una esencia que su propia existencia finita, corporal, de carne y hueso”. (Larrosa, 2009:41)

 

Nuestra investigación se compuso desde experiencias significativas, aquellas que hemos vivido, que “nos han movido” sensiblemente y cognitivamente, que nos han permitido habitar en esos límites porosos, en espacios donde tambaleamos. Experiencias que han sido pasajes, viajes y paisajes, pero que aún están en nuestras retinas, en nuestros corazones, en nuestro cuerpo, y que nos habitan incómodamente en los límites de nuestro saber, nuestro decir, nuestro sentir. Y este entramado de experiencias significativas es lo que compone la trayectoria en el campo–tema.

Como hemos mencionado, algunas de estas experiencias se han producido a partir de la inconformidad del mundo actual y la necesidad de crear otros mundos posibles, prácticas con las que junto–a–otros hemos intentado resistir pero también soñar e inventar formas posibles de vida digna. También experiencias que nos han dejado huella por el dolor inmenso, la impregnación de sus olores, sus no–colores. Producir desde este entramado experiencial implica resignificar los saberes propios, poner a jugar esos distintos saberes que nos componen. Encontrar, nombrar y recomponer a partir de nosotros mismos. Producir conocimiento desde la experiencia porque entendemos que es la forma de crearlo, y esto implica una apertura, una disposición, es darnos esa pausa necesaria, ese detener el tiempo y dejarnos afectar, y se constituye como “una dimensión sensible de lo político, que nos permite estar al tanto de lo que estamos sintiendo y que vamos siendo y, por lo tanto, sabiendo” (Gutierrez, 2017:s/d).

Decíamos que la experiencia es incertidumbre, es abrirnos a lo nuevo. Pero, ¿cómo pensar lo nuevo? Sin recurrir a lo que ya sabemos, sin obturar otras sensibilidades, sin capturarlo en imágenes ya conocidas.

“Es preciso prestar atención, adquirir una larga preparación, lograr el silencio necesario para acallar el ruido de las cosas. Y de ese modo, asistir a la emergencia de lo singular, de las múltiples diferencias que se dan en la pura acción del brotar, en una génesis eterna y retornante”. (Teles, 2007:17)

 

Producir conocimiento desde la experiencia es transitar un camino de pensamiento, pensar en los bordes de lo impensado, y por eso el pensamiento será también un modo de experiencia (Fernández, 2008). Por lo tanto, esta perspectiva epistemológica implica interrogarnos sobre el pensar, ya que el conocimiento racional (occidental moderno) se apoderó del pensamiento (Teles, 2007).

Para ello, hacemos nuestra la propuesta de ontología del presente de Anabel Lee Teles, quien nos propone una modalidad filosófica del pensar donde la ontología, la ética y la política se encuentran en relación y “en su interacción anuncian un devenir, la emergencia de un espacio de resistencia, un espacio de aparición de nuevos gérmenes de vida comunitarios e individuales” (Teles:21). Un pensamiento ético, crítico y creativo, un pensar en acción. De este modo, la filósofa uruguaya nos dice que “pensar es arriesgar ideas, crear conceptos, plantear problemas, hacer visibles cosas que en otras condiciones no podrían verse: pensar es crear” (18).

Con los aportes aquí vertidos queremos contribuir a la construcción de una universidad comprometida en el despliegue de prácticas integrales sensibles, intensas y potentes que se producen en conexión con una disputa por la vida digna de todos y todas.

En síntesis, podemos decir que hablar de epistemología pasional y rebelde significa para nosotros: i) disputar una universidad latinoamericana y una perspectiva integral de sus prácticas (en sus tres dimensiones: disciplinas, saberes y funciones); ii) reivindicar los aportes de la investigación–militante como una práctica radical y rebelde en tanto apuesta a transformar la sociedad junto con movimientos sociales; iii) producir conocimiento situado, localizado, que tiene nombre propio y que es junto con colectivos concretos; iv) visibilizar que lo personal es político, por lo tanto en nuestro entramado vital, en nuestra vida privada, también es necesario conectar con teoría para producir conocimiento nuevo, creativo y sensible; v) producir conocimiento con nuestros sentidos, nuestras afectaciones, transformándonos, estando abiertos y dispuestos a una mutación de nuestra sensibilidad.

A continuación, queremos plantear algunas características metodológicas que nos han permitido desarrollar la investigación mencionada desde esta perspectiva.

 

Metodologías cualitativas y métodos encarnados

Hasta ahora hemos venido desarrollando nuestra perspectiva epistemológica sobre la producción de conocimiento con relación a una investigación que tuvo como desafío ser parte de un entramado de prácticas de extensión y enseñanza. Pero entendemos necesario también presentar algunos soportes teóricos–metodológicos acerca de cómo llevamos adelante esta perspectiva.

Estamos hablando de una metodología que es cualitativa, que se define por investigar los sentidos que la gente da al mundo y a sus prácticas sociales, se orienta a la calidad y textura (Sisto, 2008), supone considerar a los sujetos en sus condiciones concretas de existencia, pensar la singularidad desde la producción social e histórica, partiendo de la noción de que las formas y modos de vida están en estrecha relación con la manera en que los sujetos producen y reproducen su condiciones de vida.

La coherencia entre las referencias conceptuales y el abordaje metodológico es uno de los primeros desafíos al diseñar una investigación. Fue en esa construcción de sentido del hacer investigación que comenzamos con nuestras búsquedas, donde se pudiera armar una investigación en la cual el sujeto con el que vamos a investigar sea sujeto y no objeto, sea partícipe activo y sea su voz junto con la nuestra la que construya el proceso. Pero también se trató de la búsqueda de un método que permitiera realizar un trabajo “de rescate” (Colectivo Situaciones, 2004) de nuestros propios saberes, esos saberes invisibilizados para las producciones científicas, rescatar y generar otros procesos para crear otra relación con nuestros propios pensamientos y afectaciones.

Por otra parte, como hemos mencionado, definimos trabajar con dos colectivos. En primer lugar, con el espacio cultural BB, del cual formamos parte y es desde donde surgen nuestras preguntas de investigación, en tanto que la intención es que estas dos características la potencien. BB es un emprendimiento sociolaboral integrado por personas con padecimiento (de lo) psiquiátrico, actores universitarios y vecinos, que fue impulsado y acompañado desde proyectos de extensión universitaria. En segundo lugar, el otro colectivo que seleccionamos es la cooperativa social RA, ya que es el otro emprendimiento en nuestro país que mantiene la característica de ser impulsado y acompañado desde proyectos de extensión universitaria, una dimensión que nos interesa profundizar y que, a su vez, por tener el formato jurídico de cooperativa social, enriqueció nuestro estudio.

Por lo tanto, el método que definimos nos tenía que permitir trabajar con estas diferencias. En esas búsquedas nos encontramos con el abordaje etnográfico como estrategia cualitativa de investigación social (Ameigeiras, 2006) así como con las distintas formas de hacer etnografía y un amplio abanico de herramientas que esta perspectiva proporciona; hablamos de su triple acepción: enfoque, método y texto (Guber, 2014:12) y de la posibilidad de una articulación de un trabajo científico, filosófico y artístico (Álvarez, 2011).

Optamos por la etnografía porque es una perspectiva situada, que apunta a un proceso de aprendizaje que

“supone la explicación de una verdadera artesanía intelectual (Wright Mills, 1969) en cuanto se produce una profunda articulación entre la experiencia personal y los conocimientos adquiridos, entre los saberes del sentido común y los saberes profesionales”. (Ameigeiras, 2006:118)

 

A su vez, Esteban denomina a la perspectiva autoetnográfica como “antropología encarnada”, ya que implica exponerse, mostrarse, quedar al desnudo ante los otros, en una apuesta doble: partir de una misma para entender a los/as otros/as y articular analíticamente desde la tensión entre el cuerpo individual, social y político:

“Lo que las hace especiales a estas etnografías es sobre todo la capacidad reflexiva, de observación y autoobservación de sus autores/as, el detalle y finura de las interpretaciones, que no suele ir en contra de un análisis ponderado, autocrítico, relativista. Estas autoetnografías se alimentan y retroalimentan además de una dosis importante de pasión, de rebeldía”. (2004:17)

 

La autoetnografía se trata de “conexiones entre biografía, investigación y contexto social e histórico” (Esteban:2) y, al mismo tiempo, hablamos de un producto textual que siempre implica la utilización de distintos formatos narrativos.

Nuestra investigación se desarrolló desde una perspectiva autoetnográfica, a la que entendemos como una apuesta política. Este método nos brindó la posibilidad de ir construyendo un abordaje integral en el cual pudimos incorporar nuestras diversas vivencias a partir de nuestros sentidos (audición, visión, tacto, gusto, olfato), memoria, afectaciones y también desde la sensibilidad de un estar–ahí junto con los actores sociales vinculados con nuestro campo de problemas, el cual se teje en relación con una problemática actual en nuestro país. En este sentido, la complejidad de esta perspectiva nos auxilia y posiciona frente al estudio que nos propusimos.

Una vez pasada la etapa del “umbral de iniciación”, o sea las distintas tareas de preparación (nuestra) y de coordinación con quien se llevará adelante la investigación, se pasa a la etapa que Álvarez (2011) define como entre el campo y la mesa. Allí se plantea al trabajo de campo como las instancias de inmersión en los campos de experiencia y el trabajo de mesa a los distanciamientos y articulación con otros campos, que es el escenario propiamente analítico, dándose de forma simultánea. A su vez, el proceso de inmersión–distanciamiento se efectúa desde lo que se denomina en el método etnográfico como el extrañamiento. El método etnográfico se plantea como una herramienta fundamental la reflexividad que “viene a operar como vigilancia metodológica que hace posible el quehacer antropológico del extrañamiento (Alvarez, 2011:51).

“La clave del extrañamiento está en la capacidad para percibir diversidad, y no tanto en los sujetos que intervienen en la acción: observando con finura, uno puede extrañarse de modos de conducta y comprensión aparentemente próximos, o sea, puede ver como ajeno lo que es aparentemente propio”. (Velasco y Díaz de Rada, 2006:216)

 

La relación dialógica entre el campo y la mesa hace referencia a que esta etapa hace parte de un mismo flujo, lo que implica un “desplazamiento cognitivo del sujeto investigador, ‘un dejar el hogar y retornar’, el entrar y salir propio de la experiencia del extrañamiento” (Velasco y Díaz de Rada:274).

Para nosotros fue fundamental este concepto de desplazamiento cognitivo, ya que nuestro trabajo de campo tuvo distintos planos de composición, ya que implicó distintos tiempos, modos y herramientas en cada colectivo. La diferencia principal entre RA y BB, fue el despliegue del trabajo de inmersión. Mientras que en RA implicó compartir un espacio–tiempo común junto con el colectivo y la utilización de la observación–participante como herramienta principal, en BB el proceso de inmersión implicó una revisión profunda del material que el colectivo produjo durante sus años de funcionamiento, como también la creación de material a partir de la autoreflexión personal. En ambos casos el diario de campo fue una herramienta privilegiada para acompañar el proceso, constituyéndose tal como propone Álvarez (2011) en “el único anclaje de referencia” (203) y transformándose en “pliegues [que] pueden ser potencialmente infinitos (...) el diario es la mesa misma, en tanto producto y proceso cognoscente” (203–204).

Desde esta base, llevamos adelante un taller con cada colectivo y realizamos entrevistas grupales. El taller lo planteamos a partir de entenderlo como un dispositivo que crea condiciones de visibilidad y enunciación (Fernández, 2008), constituyéndose como espacio en el que promovimos que se desplegaran nuevos “vehículos conceptuales” para construcciones teóricas surgidas de la interpretación de los propios involucrados, “que facilitarán aproximaciones innovadoras para interpretar los materiales etnográficos” (Rappaport, 2007:217). Las entrevistas fueron encuentros abiertos y flexibles, e intentaron ser espacio cálido de conversación (Spink et al., 2004). Realizamos dos entrevistas en RA y una en BB.

Por lo tanto, llevamos adelante una triangulación metodológica (distintas técnicas) y una triangulación de datos, ya que utilizamos distintas fuentes de información (grupos y subgrupos de personas). Esto nos permite afirmar, que en nuestra investigación desarrollamos una triangulación múltiple (Arias, 2000). La cual si bien tiene una gran riqueza, también conlleva algunas dificultades, principalmente a la hora de realizar el análisis ya que no nos fue fácil trabajar con material tan diverso (fuentes secundarias y primarias de ambos colectivos y diferentes voces: de las observaciones, entrevistas y talleres), lo cual desbordó por momentos el trabajo y obstaculizo mayor profundidad en el análisis transversal (siempre en relación con los tiempos formales de entrega).

Una vez finalizado el trabajo de campo, la atención se dirigió a la instancia de escritura, es decir, se fue hilvanando la información de tal modo que se construye un texto polifónico que pudiera dar cuenta de todo lo acontecido en la investigación. La escritura que en una perspectiva etnográfica permite incorporar distintos tiempos verbales, formas de escribir, letras, tamaños, propio de un texto etnográfico. En ese sentido, para el despliegue de composición de este texto, partimos de algunas certezas y algunos desafíos:

“No tenemos más remedio que trabajar entre la certeza de que las palabras siempre serán insuficientes, entre la certeza de que hay algo en la experiencia que parece estar siempre más allá del lenguaje, y una fe casi irracional en el poder del lenguaje para elaborar el sentido o el sinsentido de lo que nos pasa, para hacerlo inteligible incluso en su ininteligibilidad, para hacerlo comprensible incluso en su incomprensibilidad, para hacer en definitiva, escribible y legible”. (Larrosa, 2009:198)

 

De esta forma nos interesa resaltar que la tesis incluyó un capítulo de descripción densa de los colectivos que se produce principalmente de los talleres realizados, y que optamos por un capítulo donde los apartados comienzan con escenas etnográficas (Fernández Álvarez, 2016). Las escenas etnográficas son el material en crudo, sin codificaciones, sin programas de análisis, solo historias, narraciones de una experiencia. Las narramos en primera persona del singular ya que fueron momentos de intensidad durante nuestro hacer–etnográfica, momentos donde me pasó algo, por tanto al decir de Larrosa, y se transformaron en experiencias significativas.

Pasaron a ser ordenadoras del análisis, ya que se transformaron en vehiculizadores del ejercicio inmersión–distanciamiento propio de la etnografía. Y en nuestro proceso autoetnográfico las escenas se transformaron en herramientas, ya que nos indican puntos de insistencias de nuestras afectaciones a partir de la propia interconexión que íbamos realizando con relación a BB.

Dejamos a continuación el Cuadro 1 con los nombres de las escenas y la temática que dispara y luego, en el Cuadro 2, una escena completa para dar cuenta de cómo nos ponemos en juego, cómo narramos, cómo disparamos el análisis.

  

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Disputar la integralidad desde la sensibilidad

En el presente artículo hemos querido aportar a pensar la investigación como una producción artesanal y no industrial, a partir una política afectiva y rebelde. Una producción artesanal nos permite visualizar distintos planos de composición:

i) La materia prima situada: la investigación se realizó junto a colectivos sociales vinculados a procesos de desmanicomialización en nuestro país y a su vez relacionados con proyectos de extensión universitaria, en particular. El problema de investigación fue delimitado a partir de proyectos de extensión, en conexión con antecedentes internacionales y regionales de reformas psiquiátricas, pero también en conexión con nuestra historia.

ii) La propia singularidad del artesano–investigador para la composición: se dio visibilidad, se reflexionó y problematizó en como el campo–tema es parte del tejido de nuestra vida “privada–militante–académica”. Se apostó por integrar dichos aspectos a partir de una política de los afectos, del rescate de nuestros propios saberes y nuestro compromiso social, para lo cual se utilizaron métodos y herramientas que nos permitieron revalorizar esa articulación.

iii) La relación con la circulación y distribución de la producción: situar la investigación en diversos tiempos en relación al vínculo con las organizaciones sociales con las que investigamos. No solo en cómo construimos los problemas de investigación, sino cómo realizamos la investigación y qué hacemos con ese conocimiento producido. En particular, nos interesa destacar la realización de talleres que permitieron un espacio–tiempo de intercambio de saberes y un producto particular de los mismos. A su vez, incluimos la realización de una publicación con los resultados de la investigación dirigido a organizaciones sociales. Sin duda nos habla de la necesidad de otros tiempos y modos de producir conocimiento.

iv) La articulación del trabajo manual e intelectual que implicó la elaboración de la investigación y los productos escritos: el proceso de investigación y la elección metodológica permitieron un estar–ahí que implicó hacer–con, es decir no solo ir a observar para luego analizar, sino compartir tiempos, espacios y haceres: hacer empandas, hacer libros, sacar un acta, ir a una marcha. Como también una tarea artesanal con el material del colectivo del que somos parte, que nos desafió, a su vez, creativamente. Esto se hizo paralelamente mientras se desarrollaban entrevistas y se analizaba el material, el proceso que hemos consignado como “campo–mesa”.

v) El proceso de creación artística: creemos que todo proceso de escritura es un proceso de creación, por lo tanto, los productos de la investigación son artísticos en la medida en que hayamos podido producir desde la inseguridad, la inconformidad, la rebeldía y una mirada sensible del mundo.

 

Entendemos que estos distintos planos de composición se han puesto a jugar en la investigación que desarrollamos, que, como hemos expresado, parte de poner a jugar aportes de la investigación–militante, por lo tanto, es una perspectiva rebelde de investigación que considera la producción de conocimiento como una mutación de nuestra sensibilidad al desplegar una investigación pasional.

Esta forma de hacer–investigación, sostenemos, es una manera de disputar la integralidad desde una otra sensibilidad política y afectiva que potencia el tipo de universidad/sociedad/mundo al que aspiramos.

 

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1 El artículo se desprende de la tesis de la autora, denominada: Desmanicomializaciónen el Uruguay: gestión colectiva en dosexperiencias de trabajo-acogida-vida (2018) realizada en el marco de la Maestría en Psicología Social de la Universidad de la República, Uruguay.

2) Este apartado está escrito en primera persona del singular, el resto del artículo en general lo está en primera persona del plural ya que entendemos que esta producción es a partir del encuentro, debate e intercambio con compañeros y compañeras.

3) Desde 2008, en la UdelaR se realizan llamados a proyectos estudiantiles de extensión, investigación y enseñanza, donde un equipo de estudiantes elabora un proyecto a partir de sus inquietudes y lo lleva adelante. Para más información, consultar http://www.extension.udelar.edu.uy/

4) Para mayor información, consultar: http://www.ceip.edu.uy/escuelas–especiales

5) En agosto de 2017 se aprobó una nueva Ley de Salud Mental en nuestro país que implica algunos cambios del modelo de atención pero que no garantiza una transformación de la lógica manicomial. Entre otras cosas, en varios artículos de la ley se hace referencia a los “sujetos” de la misma como personas con trastornos mentales.

6) El Modelo Latinoamericano de Universidad es inicialmente una propuesta del Prof. Darcy Ribeiro, que luego es ampliamente difundido en los estudios sobre la Universidad como institución. En este caso, caracteriza a una Universidad cuyos principios se basan en la Autonomía, la Gratuidad, y el Cogobierno universitario, y sus funciones se sintetizan en la enseñanza, la investigación y la extensión, tomando como como referencias los postulados del movimiento estudiantil latinoamericano que hace síntesis en 1918 en la Universidad de Córdoba.

7) Agregado nuestro.

8) En este sentido, podemos mencionar que la UdelaR es: i) universidad pública, ii) la institución más importante en cuanto a la producción de conocimiento y educación superior; y iii) una universidad que apuesta a disputar un modelo latinoamericano de universidad.

9) Vamos a desarrollar perspectivas de autores de América Latina, pero no podemos desconocer la trayectoria italiana vinculada a la investigación obrera. Por más información se puede ver, por ejemplo: Negri (2003) y Tronti (2001).

10) Colectivo surgido a partir de experiencias de agrupamientos estudiantiles de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires a finales de los ‘90, que propone una mayor articulación de la producción de conocimiento a partir de la investigación, con un accionar militante en organizaciones sociales que la sostenga. De allí que se apropie y revitalice el concepto de investigación militante planteado por Orlando Fals Borda, como ya profundizaremos. Se puede conocer más sobre el mismo en http://www.grupotortuga.com/Colectivo–Situaciones–Entrevista

11) La inmanencia refiere una modalidad de habitar la situación y trabaja a partir de la composición —el amor o la amistad— para dar lugar a nuevos posibles materiales de dicha situación. La inmanencia es, pues, una copertenencia constituyente que atraviesa transversal o diagonalmente las representaciones del “adentro” y el “afuera”. Como tal no se deriva del estar, sino que requiere una operación del habitar, del componer (Colectivo Situaciones, 2003).

12) Es de destacar que esta perspectiva ha sido desarrollada desde la filosofía por Spinoza y que, a su vez, es retomada por Deleuze.