Revista +E 8, (9): Investigación y extensión universitaria / Intervenciones
Extensión y etnografía: una travesía por la integralidad y la comprensión de prácticas de comunicación comunitaria
Gretel Schneider
Universidad Nacional de Entre Ríos, Argentina.
Recepción:29/06/18
Aceptación final: 05/10/18
Resumen
En este artículo proponemos destacar la importancia del registro etnográfico como herramienta para documentar los recorridos de la intervención desde la universidad en diversos entramados sociales y facilitar procesos de producción de conocimiento.
En el Área de Comunicación Comunitaria de la Facultad de Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), consideramos que llevar registros etnográficos durante el desarrollo de los proyectos de extensión entre los años 2004 a 2017 nos permitió establecer definiciones sobre cómo pensamos y hacemos la extensión, reconocer las condiciones en las que se despliega la intervención, pensar y repensar la práctica, reconocer modos de significación del mundo y encaminarnos en un proceso reflexivo que nos lleva a ser sujetos de la integralidad de las funciones universitarias, lo que pone en discusión la noción cristalizada de “investigadores puros”. Por ello es que nos interesa aquí recuperar y compartir el valor de la tarea de documentar los recorridos extensionistas desde nuestra experiencia de talleres en la cárcel, en los que llevamos registros etnográficos a modo de notas de campo.
Palabras clave: extensión, registro etnográfico, reflexividad, integralidad, comunicación comunitaria.
Extension and ethnography: a journey through the integrality and understanding of community communication practices
Abstract
In this article we propose to highlight the importance of the ethnographic registry as a tool to document the routes of the intervention from the university in various social networks and facilitate processes of knowledge production.
In Área de Comunicación Comunitaria from Facultad de Ciencias de la Educación (UNER) we believe that keeping ethnographic records during the development of extension projects between 2004 and 2017 allowed us to establish definitions of how we think and do extension, recognize the conditions in which the intervention unfolds, thinking and rethinking the practice, recognizing ways of meaning of the world and leading us in a reflexive process that leads us to be subjects of the integrality of the university functions, which puts into discussion the crystallized notion of “Pure researchers”. That is why we are interested here, recover and share the value of the task of documenting the extension routes, from our experience of workshops in prison in which we carry ethnographic records as field notes.
Keywords: extension, ethnographic record, reflexivity, integrality, community communication.
Extensão e etnografia: um percurso pela integralidade e compreensão das práticas de comunicação comunitária
Resumo
Neste artigo propomos ressaltar a importância do registro etnográfico como ferramenta para documentar os rumos da intervenção da universidade em diversos tecidos sociais e facilitar processos de produção de conhecimento.
Na Área de Comunicação Comunitária da Faculdade de Ciências da Educação (UNER) consideramos que manter registros etnográficos durante o desenvolvimento dos projetos de extensão entre os anos de 2004 a 2017 nos permitiu estabelecer definições de como pensamos e fazemos a extensão, reconhecer condições em que a intervenção se desenvolve, pensar e repensar a prática, reconhecendo modos de significação do mundo e avançar em um processo reflexivo que nos leva a ser sujeitos da integralidade das funções da universidade, evidenciando a noção cristalizada de "pesquisadores puros". É por isso que estamos interessados aqui, em recuperar e compartilhar o valor da tarefa de documentar os percursos extensionistas, a partir de nossa experiência de oficinas no cárcere, mantendo registros etnográficos como notas de campo.
Palavras-chave: extensão, registro etnográfico, reflexividade, integralidade, comunicação comunitária.
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Para citación de este artículo: Schneider, G. (2018). Extensión y etnografía: una travesía por la integralidad y la comprensión de prácticas de comunicación comunitaria. +E: Revista de Extensión Universitaria, 8(9), julio-diciembre, 157-166. doi: 10.14409/extension.v8i9.Jul-Dic.7853.
Introducción
Afirmar que los itinerarios —la planificación y ejecución de proyectos y actividades— que hacemos como extensionistas nos permiten producir conocimiento debería ser una obviedad a 100 años de la Reforma Universitaria. No lo es. En los ámbitos universitarios, las acciones de extensión suelen tener menos prestigio que el trabajo de los “investigadores puros”. Esto, al menos, es lo que indica nuestra experiencia.
En el Área de Comunicación Comunitaria (ACC) de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), desarrollamos el proyecto de investigación “¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación comunitaria?” —dirigido por Patricia Fasano— en el que nos propusimos realizar una sistematización conceptual acerca de los sentidos otorgados a la comunicación comunitaria en el recorrido basado en la tarea extensionista que, desde esta institución, venimos haciendo desde el año 2004 (Fasano, 2016). Si bien las prácticas se llevaron a cabo con distintos grupos, organizaciones sociales y territorios, uno de los contextos donde el trabajo ha sido más sostenido es en las cárceles de Paraná, la Unidad Penal de varones N° 1 Juan José O’Connor, y la Unidad Penal N° 6 de mujeres Concepción Arenal.
Una de las preguntas que nos hicimos es: ¿de qué manera significan a la comunicación comunitaria los ciudadanos de los distintos territorios que participan de los proyectos de extensión que desarrolla el ACC? Haber documentado mediante notas de campo cada uno de los encuentros no solo nos llevó a dar respuesta a esta pregunta sino a comprender los intercambios producidos y los dilemas y conflictos que se nos presentaron. A su vez, contar con registros nos permitió reconocer cuál es el sentido que le damos a la extensión y en qué condiciones la desarrollamos para poder repensarla y comenzar un proceso reflexivo que nos invita a ser sujetos de la integralidad de las funciones universitarias y desafiar la clásica figura de “investigadores puros”.
El día en que, como estudiantes, llegamos por primera vez a la cárcel de varones —a fines de 2005—, como integrantes un equipo de extensión que comenzaba a ejecutar un proyecto en un lugar que nos resultaba desconocido, observamos que aquello que estaba pasando allí merecía ser escrito, debía ser documentado. No nos interesaba ya hacer un informe periodístico o una crónica cultural sino escribir encontrándonos en una relación que comenzaba: quienes veníamos de la Universidad con esos otros —hombres, en su mayoría jóvenes y pobres, en situación de privación de la libertad ambulatoria— y lo que pasaba con eso que llamábamos comunicación comunitaria en ese contexto. Sospechamos que allí había conocimiento (novedoso) por construir en la certeza de que había mucho trabajo, como comunicadores, por hacer. Las vivencias del año 2006 nos sirvieron para hacer la tesis de Licenciatura y para seguir en un camino por explorar, el de la extensión acompañado de producción reflexiva.
Por esos años, mediados de los 2000, en la UNER, tener un proyecto de extensión, más que un recurso para desarrollar una función universitaria era una llave para obtener un mínimo financiamiento y sostener un vínculo, una intervención. Nuestra Universidad institucionalizó la extensión en ese momento y a partir de allí se desprendió un amplio crecimiento de acciones e instancias, como ocurrió en muchas universidades argentinas (Oyarbide, 2015). La convocatoria del Sistema de Extensión Universitaria nos permitió contar con un presupuesto para ejecutar una propuesta —para hacer comunicación comunitaria en un determinado territorio—, trazar vínculos institucionales y, sobre todo, para construir un compromiso con personas en situación de cárcel que valoraban un taller de comunicación al que llamaron “La hora libre”.
Qué es la extensión no es una pregunta que nos hacíamos en un contexto institucional sin tradición en la materia, sino que nos interrogábamos respecto de hasta dónde se podía hacer algo con las condiciones que nos posibilitaba el hecho de ser universitarios (docentes y estudiantes voluntarios) con un presupuesto que suponía austeridad pero que nos motivaba a crear, a reciclar, a inventar: eso que magistralmente hacen los habitantes de la cárcel.
El taller surgió así, entregado a los deseos de sus participantes y atado a esas condiciones: sin manuales ni recetas; comenzó siendo producto de la relación que se establecía allí entre ellos (esos otros) y nosotros, entre sus palabras sueltas y nuestra escucha. Esa relación nos atrapó como un pulpo e hizo que encontráramos un lugar —como quien encuentra un sitio para sentarse (o para sentirse) a gusto— que por su lógica y demanda permitía inventar estrategias de acción de forma colectiva y jamás repetir la dinámica, por los desafíos del contexto, que son una invitación constante a la reflexión, y por la crudeza de la realidad que —a la vez que descompone— nos hace creer que con nuestro trabajo estamos aportando algo a la justicia social. Más aún porque en un ámbito cambiante, abrumador, complejo y a simple vista desalentador, había muchas personas que encontraban alegría en el taller de comunicación, y no era solo algo que decían sino algo que vivían, que experimentaban, como lo hacíamos nosotros.
El registro etnográfico apareció como herramienta reflexiva antes que como técnica de recolección de datos, ya que en el equipo necesitamos llevar una especie de cuaderno de campo para comprender aquello que nos estaba pasando. Tal como se refiere Jeanne Fabret–Saada al reflexionar sobre los procesos de conocimiento en el trabajo de campo cuando nos sentimos afectados por la experiencia que estamos viviendo: “cuando se la narra, no es posible comprenderla. El tiempo para el análisis viene después” (2014:66).
Nuestra formación en Comunicación Social nos llevó, casi por usanza, a registrar a través de distintos formatos pero sobre todo mediante la escritura. Al principio no podíamos dimensionar el valor de aquel saber que alimentábamos con cada encuentro, con cada registro, puesto que, al volver de un lugar tan singular como lo es una unidad penal, nos veíamos obligados a recordar y a recobrar lo vivido.
La extensión y la práctica etnográfica tienen en común que están basadas en un vínculo histórico, y al combinar estos dos ejercicios reflexivos hacemos posible la producción de conocimiento. El registro etnográfico, como descripción de lo particular, es en sí mismo una primera elaboración teórica que admite nuevos y diversos itinerarios conceptuales y de revisión de la intervención.
A la vez que extensionábamos —lo que para nosotros era hacer algo con otros—, hacíamos reuniones en las que discutíamos, leíamos, problematizábamos, y lo hacíamos casi naturalmente, porque nuestro lugar inicial era la Universidad, de allí proveníamos y allí nos habíamos conocido. Eso que nos preocupaba, nos hacía pensar y revisar la tarea, quedaba grabado en los registros que con los que documentamos procesos. De esta manera, con un recorrido que puede ser visto en su diacronía, nos detendremos en dimensiones que el registro etnográfico en el camino de la extensión nos posibilitó reconocer.
Nunca había pensado que lo que más nos gustaba hacer, que era esa inserción extensionista y docente en la cárcel, podía transformarse o acercarse a ser parte de un sustento económico, hasta que más tarde ingresé como becaria del CONICET en un intento de proyección de mi carrera en la investigación pero continuando el recorrido iniciado en los temas carcelarios, la educación y la etnografía. Pero nos dimos cuenta que haber sido extensionistas (y seguir siéndolo) era una condición que, hacia los demás, nos encasillaba, y que era difícil salirse de ella. Haber logrado una trayectoria y reconocimiento en tareas de extensión no podía mezclarse con otras funciones universitarias. Esta condición nos pesó hasta el año 2014, cuando en una actividad sobre el día del investigador de nuestra facultad (donde mi trabajo como becaria estaba radicado) se convocó a todos los investigadores en formación para que compartieran las preguntas y avances de sus estudios. Con excepción de quienes siempre jugaron de extensionistas porque quizás distorsionaban un panel integrado por “investigadores puros”.
¿Qué nos diferenciaba del resto de los investigadores en formación? Quizás haber dimensionado el valor de aquel saber que se generaba en el vínculo entre la universidad y esos otros. ¿Es posible pensar que los saberes de quien transita todas las semanas un territorio ubicado en la periferia —del sentido común académico— no es tan importante como el de quien encuentra saberes en la letra de pedagogos, sociólogos y filósofos?
Cada registro al volver del penal nos permitía poner en palabras lo que había pasado, las relaciones que allí se trazaban, las preguntas que resonaban, los gestos, las otras formas de comunicación que circulaban en el ámbito carcelario y los signos del encierro —algunos evidentes y otros no— que marcaban, como todas las condiciones materiales de existencia, a esas personas que buscaban alguna forma de salirse. Por ello es que nos interesa rescatar esta técnica propia de la observación participante en la práctica antropológica, como herramienta para producir saber desde la universidad.
A continuación, reivindicaremos el registro etnográfico como un recurso que da lugar a establecer definiciones sobre cómo pensamos y hacemos la extensión, que hace factible el reconocimiento de las condiciones en las que se despliega la intervención y da lugar a pensar y repensar la práctica, así como a reconocer modos de significación del mundo y encaminarnos en un proceso reflexivo que nos lleva a ser sujetos de la integralidad de las funciones universitarias.
Definiciones acerca de cómo pensamos/ hacemos la extensión
Las técnicas que utilizamos para “realizar” la extensión, así como aquellas que empleamos para documentar los procesos, devienen de la noción de extensión a través de la cual concebimos la tarea. No solo es una cuestión de coherencia y acción sino que es epistemológica y, por ende, política.
No podemos obviar que la extensión ha sido pensada históricamente como “transferencia” del saber que se gesta en la universidad hacia aquellos sectores que no tienen acceso a este y que, como ciudadanos, tienen derecho a ello. A su vez, ha servido para que docentes y estudiantes “pongan en práctica” la teoría académica o los conocimientos provenientes exclusivamente de este ámbito.
Desde nuestro itinerario, como ya hemos dicho, entendemos a la extensión como una de las funciones sociales de la universidad que nos permite poner los saberes académicos en diálogo con otros saberes, los cuales en ese encuentro se enriquecen mutuamente, lo que se ha denominado “extensión crítica” (Tomassino et al., 2006) y que deviene de esta función universitaria desde la mirada humanista y pedagógica de extensión que nos propone Paulo Freire (2010). Esto implica postular y defender la posición que sugiere Ranciere (2003): que algunos saberes —si bien provenientes de la educación formal— no son más importantes o necesarios que otros. En la extensión, justamente, diversos saberes se encuentran (y entran en conflicto) para potenciarse.
En el año 2012 surgió en el espacio de taller de la cárcel la demanda de producir una obra de teatro de títeres, desde la creación de los personajes y sus historias, la construcción de los títeres, la escritura de la obra, el diseño y construcción del teatrillo hasta su presentación pública. Como cada año, se trató de un desafío diferente que pudo concretarse al complementarse la creatividad y el arte del reciclaje, que es una práctica habitual para quienes están privados de la libertad ambulatoria y con los conocimientos técnicos de quienes venimos de la facultad. Los personajes surgieron de historias que armamos entre todos y fueron fabricados con retazos de tela, botellas plásticas, tapitas y otros materiales que en general se consideran en desuso, más la composición de textos y el guionado que, por oficio, es un saber que llevamos los universitarios. La fusión de todos los saberes estuvo al servicio de la propuesta compartida para hacer algo nuevo y distinto, lo que transformó la experiencia de todos.
¿Qué implicancias tiene esta forma de considerar la extensión? Una experiencia de transformación de nuestra perspectiva como comunicadores, educadores, universitarios, como seres humanos y, sobre todo, una apertura hacia la comprensión (Schutz, 1993) de otros puntos de vista.
Nos referimos a un proceso de comprensión cuya realización inicia al mismo tiempo en que se realiza la reproducción de la vida cotidiana de los actores sociales con quienes nos encontramos, sus formas de socialidad, las posiciones de los actores en el campo, las condiciones de la ejecución de una propuesta comunitaria, la planificación, gestión, viabilidad y producción de ideas, etcétera.
Abrirnos hacia otros puntos de vista, hacia otros territorios extraños al ámbito académico, nos permite, además, ampliar el campo de estudios, los espacios sociales de intervención y, con esto, los horizontes (del mundo real) que suelen encerrar a la universidad.
Registrar en términos etnográficos
El extensionista, como también el etnógrafo, llega a un ámbito que le es ajeno —o no— y tiene un objetivo: ejecutar un proyecto, sea un proceso de extensión o una pregunta de investigación.
La tarea extensionista puede ser considerada un trabajo de campo, ya que nos encontramos estableciendo un vínculo por fuera de nuestras coordenadas a mano; hay dimensiones que podemos conocer previamente pero otras que desconocemos completamente. En la Antropología, el trabajo de campo (TC) surge del empirismo (Guber, 2009) para recolectar “lo real”. Implica una relación reflexiva con el conocimiento, recíproca entre investigador e informantes, y a partir del registro se recobra y recupera lo vivido a través de la construcción de una imagen, de un relato de ello. Mediante la producción de registros, de representaciones de “lo real”, podemos reconocer las condiciones en las que se desarrolla la intervención, las posiciones de los actores en el campo (identificar liderazgos, conflictos), entre otras dimensiones que conocemos de una institución, de un grupo, un territorio.
La observación participante es el método que tiene al registro etnográfico como técnica. Ahora bien, en la tarea extensionista podemos decir que hacemos participación observante (Guber, 2011) porque la extensión —como intervención en lo social mediante el diálogo de saberes— es lo que permea la producción documental que el registro aporta. La extensión garantiza el vínculo y el registro su inteligibilidad.
¿Cómo registramos lo que vivimos? El registro es la expresión de cómo se concibe al campo y lo que en él sucede, es la imagen especular del proceso de conocimiento (Guber, 2009). Nos posibilita: preservar información y compartirla, visualizar el proceso y abrir la mirada para encontrar dimensiones que no se ven a simple vista.
Registrar siempre implica hacerlo desde una perspectiva, como un fotógrafo que focaliza lo relevante, lo significativo y lo que le admite su percepción. El registro siempre se realiza en términos subjetivos, porque registramos sujetados a aquello que estamos buscando o deseando ver, a lo que nos inquieta, a las preguntas que nos hacemos y también al estado de ánimo que portamos.
Es a partir del vínculo que se establece con esos otros —los participantes de la tarea extensionista—, que se toman decisiones sobre la forma en que realizará la acción de registrar. Podemos hacerlo a través de notas —lo que se supone llevar un cuaderno de campo— en el momento (in situ) o apelando a la memoria si registramos al volver a casa. Si establecemos acuerdos y las circunstancias lo ameritan, podemos considerar utilizar la grabación (medios audiovisuales) que es factible de optimizar para difundir y contar a través de los medios de comunicación universitarios algunas de las acciones de extensión.
¿Qué es lo que se registra? Lo que tiene que ver con nuestro objetivo, todo lo que aparezca o surja, ambiente, actitudes, sospechas, relaciones, percepciones, emociones ajenas y propias (estados de ánimo), detalles, ruidos (lo que no llegamos a entender claramente, lo que nos confunde, extraña), lo que consideramos que forma parte de los significados compartidos, etc. Pero, especialmente, eso que percibimos y que puede aportar a la mirada del resto de nuestros compañeros del equipo extensionista.
En vísperas de la Copa Mundial 2006 de fútbol, en el taller surgió la propuesta de hablar de la historia más o menos cercana que tenía cada uno con el fútbol como deporte o como espectáculo. Todos, algunos más tímidos que otros, tuvimos un relato para compartir: aparecieron los recuerdos, la pasión y los rituales que hacen al momento de disfrutar de un partido esperado. Al tiempo de atravesar esta vivencia, en la relectura de los registros de aquella tarde advertimos la potencia de haber encontrado un zócalo común para la continuidad del proyecto. ¿Qué pasa en ese momento de apelar a lo común? Las anécdotas, eso que pasa en la vida de casi todos y que se vincula a los afectos, diluye las diferencias de trayectorias, de clase, de género, culturales, etc. Somos iguales en ese aquí y ahora, momento crucial para identificarnos como grupo y, por ende, en un proyecto que nos une y al que apostamos.
En este sentido, la etnografía no solo es una metodología sino también un enfoque porque nos aporta los interjuegos de reflexividad (Guber, 2011). ¿Qué reflexividades aparecen? La del investigador sobre las situaciones que vive en comunidad, lo atraviesan y que de allí registra, la de la comunidad acerca de las mismas situaciones y ante la presencia del investigador, y la de los grupos a los que llega ese proceso de investigación/reflexión: compañeros de clase, de equipo, lectores externos, evaluadores, etcétera.
Al detenernos en el vínculo, podemos inteligir los sentidos que este despierta. Cuando los presos nos dijeron a los universitarios: “ustedes son como la visita”; y por haber reconocido el lugar significativo de la visita para quien se encuentra detenido, pudimos reconocer esa posición de cercanía y afecto que habíamos construido y que la confianza circulaba al mismo tiempo que se diluían los prejuicios de unos y de otros. Estos procesos de reflexividad —los que, para Freire (2010), son de concientización— son dinámicos en cuanto al diálogo entre sí, al encuentro de lecturas, de miradas, de registros cruzados, etcétera.
Pensar y repensar la práctica
El registro etnográfico, en las prácticas extensionistas del Área de Comunicación Comunitaria, ha sido una herramienta para pensar y repensar la práctica. Pero sobre todo para la escucha, para estar atentos a las demandas, los intereses, las inquietudes, y con esto los rumbos que iban cobrando los procesos. A este respecto, el registro como sistematización de la participación observante ha hecho posible permitido generar instancias para la producción de conocimiento en la perspectiva que nos interesa así como saberes inéditos sobre los grupos con los que trabajamos y acerca de nosotros mismos.
¿Qué nos permiten los registros de nuestras prácticas? Los procesos de extensión tienen una planificación y un tiempo de ejecución que no es lineal ni de acuerdo con lo pautado en la escritura del proyecto, ya que los tiempos de “lo social” no pueden ser previstos y, mucho menos, controlados. Es por ello que esta condición no puede ser considerada un problema ya que es inherente a todos los procesos que se desarrollan entre sujetos.
Por eso al día las notas entre los integrantes de un proyecto puede echar luz a situaciones que están ocurriendo en un grupo, en una institución, y que demandan cambios de rumbo del plan comenzado o trazado inicialmente.
Una tarde de taller, un extensionista con su escucha atenta registró cuando uno de los participantes sugirió la posibilidad de conseguir permiso de las autoridades del penal para pintar un mural en alguna pared, para que cuando vinieran los hijos de visita no vieran siempre solo paredes blancas y rejas.
Un fragmento de un registro disparó un proceso que se centró en transformar una idea–deseo individual en un proyecto colectivo, el cual tuvo su punto cúlmine con una fiesta de inauguración del mural que irrumpió en las paredes pintadas a la cal en la cárcel de varones de Paraná.
Reconocer modos de significación del mundo
Con relación a “los otros”, el registro etnográfico nos permite el reconocimiento del universo vocabular (Huergo, 2001), esto es, de qué manera esos actores significan, dan sentido a la vida social y la cotidianeidad que a diario producen y reproducen, qué lugar ocupan los vínculos, la participación, la forma de hacer colectiva, y cómo estos y otros procesos son nombrados.
Quizás la cárcel es un ejemplo paradigmático de ello; en el taller de comunicación se conversa y se habla un poco “tumbero” y también se habla bien, como en la calle. Como un espacio donde se encuentran el adentro y el afuera, podemos decir que es una zona de frontera donde distintos códigos comunicacionales que cotidianamente organizan las formas de relacionarse —los modos de agenciamiento— confluyen.
Hablar tumbero con alguien significa que se comparte el código y no solo se genera comunicación en el intercambio, se comparte la situación, están presos. Propio del yompa, el tumbero es un argot conformado con palabras cortas y metáforas que originalmente trataban de confundir o desorientar a los guardiacárceles o, mejor dicho, dejar afuera a quien no participaba de la tumba, a modo de reforzar la división, la diferencia. Hablar tumbero es parte de la condición de estar preso y no solo se trata de cómo se habla, sino de qué se dice, a quién se dice y en qué momento se dice. Es quizás el pabellón, cuando está cerrado —cuando no está la visita— el lugar y el momento más propicio en que se habla el tumbero puro. Pero con quienes no comparten el código o solo lo hacen parcialmente, la conversación no puede tener más de dos o tres interlocutores y no debe haber otras personas cerca escuchando.
El reconocimiento de los modos de significación como proceso de aprendizaje en el equipo extensionista se facilita cuando registramos e intercambiamos esos registros, ya que —como ya dijimos— permitimos discusiones de aquello que se observó, cambios de rumbos, ajustes en los roles y, sobre todo, vamos visualizando la viabilidad, la continuidad del proyecto, en qué términos se está dando o de qué manera hay que revisarlo y se pueden analizar aspectos como la relación institucional, la convocatoria o la participación. Es decir, documentar el proceso mientras se está gestando da lugar a hacer ajustes constantes de diagnóstico y de lo proyectado.
Es importante aclarar, en este sentido, que el registro puede circular en el equipo pero no es una pieza publicable en sí misma ya que inicialmente le estamos hablando a alguien, a nuestros compañeros de equipo como un texto cuyo contexto vamos a comprender unos pocos, y es con quienes establecemos el contrato de lectura (Verón, 1985). Puede luego convertirse en un material de circulación cuando haya acuerdos y no se encuentre expuesta o amenazada la privacidad de ninguna persona, cuando advirtamos el aporte de cierta mirada en profundidad que no va a reforzar estereotipos que no deseamos sean alimentados. ¿Por qué? Porque las personas nos dan información que suponen un compromiso de nuestra parte.
Lo que nos ocurre cuando registramos también tiene implicancias en uno mismo que, quizás, son las más desafiantes. Registrar es poner en palabras nuestro punto de vista, por lo tanto, lo que pensamos, lo que nos preocupa, lo que nos preguntamos, sentimos, y con ello todo lo que nos constituye individual y culturalmente. El proceso de reflexividad que requiere la escritura a partir de un vínculo con otros nos desnuda pero también nos permite problematizar eso mismo que consideramos fijo, inamovible o incuestionable. A su vez, escribir es una forma de alejar, de extrañar lo que nos atraviesa. En el territorio en el que intervenimos nos preguntamos muchas veces: ¿qué pasa con todo eso que nos cuentan? Cuando lo escribimos deja de estar exclusivamente dentro nuestro, recordándonos quizás la crudeza con la que el mundo se presenta a algunas personas y cómo es posible sobrevivir, a veces, a todo.
En cuanto a los informes de extensión que debemos presentar durante y al finalizar el proyecto, el registro etnográfico nos posibilita no perder nada de vista y con ello reconocer los procesos, ponerlos de relieve. De esta manera, se advierte cómo una idea inicial se convierte en algo probablemente muy diferente, pero no menos genuino, de los actores, quienes se hicieron parte de algo que comenzó siendo exclusivamente de los universitarios.
Finalmente, registrar nos permite documentar la práctica, generar producción reflexiva (que es a lo que venimos a la Universidad) como picaportes que pueden abrir puertas a nuevas experiencias, a sentar precedentes para otras líneas de trabajo con similares cruces temáticos, para poder compartir con otros sujetos en formación sobre las preguntas, los conflictos, las condiciones en las que hacemos extensión, etc. De forma paralela, nos facilitará documentar sobre los grupos barriales, institucionales, etc., en un determinado momento histórico que tal vez no nos resulta tan interesante mientras transcurre el presente pero va a seducirnos más con la perspectiva del paso del tiempo.
Conclusión: un proceso de reflexividad y comprensión
En esos registros donde describimos etnográficamente para entre nosotros, unos nos detenemos en determinadas cosas que pasan y otros en otras. En el juego de escribirnos y leernos estamos conociéndonos como equipo, al nosotros que nos refugia y a esos otros que muchas veces se transforman en un nosotros más amplio. De esta manera, se nos aparecen múltiples dimensiones que nos aportan un cuadro más grande, esa imagen más profunda y multidimensional que no encontramos a simple vista o solo viéndola desde ese lugar cómodo en el que solemos posarnos.
Los sentidos y las prácticas que podemos conocer a través de la participación observante y del registro, debemos saber que —como todo en el terreno de lo social—, están en movimiento, pero esto no significa que no podamos dimensionar su relevancia política y tomar decisiones como universitarios y como ciudadanos sobre ello. Reconocer los sentidos que traíamos cristalizados en diálogo con otros sentidos, además de abonar a una nueva forma de hacer en las ciencias sociales, nos permite reconocer procesos más generales que afectan a esta y a muchas poblaciones.
En nuestra experiencia, hacer registros de forma sistemática y disfrutar de la escritura sobre la inserción extensionista y docente en la cárcel, se transformó en una incipiente carrera también en la investigación. Y si bien no es fácil encarar ese recorrido sin ser “investigadores puros”, también es momento de comenzar a poner en crisis los sentidos que persisten en la academia y a celebrar que podemos ser actrices y actores híbridos y sujetos de la integralidad universitaria.
Quizás, de lo que se trata es de no darle primacía —pero tampoco perder de vista— a las categorías que nos llegan de otras latitudes a través de editoriales —muchas veces monopólicas— y ejercitar la escucha y el registro para generar saber mediante esas nociones que dan sentido a las prácticas que nos rodean y configuran la cultura cercana al lugar donde habitamos. Pero, sobre todo, de difundir para potenciar una de las virtudes de la universidad actual: la posibilidad de construir puentes que integran las funciones universitarias. Que —como el Área de Comunicación Comunitaria— es posible investigar los procesos socioculturales que se desatan durante la ejecución de nuestros proyectos y acciones de intervención y que esa producción de conocimiento es legítima y, en especial, inédita.
La etnografía como enfoque, como método y como texto (Guber, 2011), nos permite profundizar la comprensión de los procesos de extensión universitaria al considerar la importancia de reconocer la perspectiva de esos otros con los que trabajamos para entender las formas de sociabilidad (y el lugar de las instituciones en ese entramado) en esta época.
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