Uno, pasión intacta (un lugar para la teoría). Dossier Hilos y tramas del comparatismo actual

Comparatismo e historiografía literaria en América Latina

Eduardo F. Coutinho Sobre el autor
Universidade Federal de Rio de Janeiro, Brasil

El hilo de la fábula

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 1667-7900

ISSN-e: 2362-5651

Periodicidad: Anual

vol. 19, núm. 21, 2021

revistaelhilodelafabula@fhuc.unl.edu.ar

Recepción: 07 Mayo 2021

Aprobación: 26 Julio 2021



DOI: https://doi.org/10.14409/hf.v0i21.10559

El Comparatismo y la Historiografía Literaria, aunque hayan sido practicados desde tiempos muy remotos, solo se configuran y consolidan como disciplinas académicas en el siglo XIX, cuando las teorías evolucionistas de Darwin y Spencer, con su énfasis sobre la noción de «progresión lineal» dan origen al Historicismo, y la visión de mundo cientificista hace surgir una preocupación muy fuerte con el registro documental de la historia y con una metodología de carácter comparatista, que llevó a la creación de disciplinas como la Anatomía Comparada y la Lingüística Comparada. Surgidas de este modo en una misma época y vueltas hacia el estudio de la producción literaria, la Literatura Comparada y la Historiografía Literaria se encuentran asociadas desde el inicio. La última siempre se ha instituido como una de las principales áreas de investigación de los estudios comparatistas, habiendo incluso en sus primordios sido frecuentemente confundida con la primera, a causa del predominio del método historicista en la ocasión de la configuración y consolidación de esta disciplina.

Más tarde, sin embargo, con la reacción despertada por las corrientes inmanentistas, que pasaron a dominar los estudios literarios en mediados del siglo XX, la Historiografía, así como la propria dimensión histórica de esos estudios han sido relegadas a un nivel secundario, y esta última llegó, en casos extremos, a ser considerada irrelevante o dispensable en la aprehensión del fenómeno literario. Esta reacción, hoy reconocida como una gran falacia por su pretensión de aislar al texto en una especie de torre de marfil, no llegó, con todo, a tener mucha vigencia en el ámbito del comparatismo, pues, mismo la llamada «Escuela Americana de Literatura Comparada», con su énfasis claramente formalista, nunca ha dejado de señalar la importancia de la relación de la obra estudiada con su contexto histórico-cultural, al llamar atención hacia la necesidad de complementarse el abordaje de los elementos intrínsecos de la obra por un abordaje de sus elementos extrínsecos. La importancia del contexto, aunque nunca haya sido totalmente descartada, ha vuelto, empero, a un primer plano otra vez en el periodo posestructuralista, sólo que ahora por una perspectiva distinta, que tiene en cuenta no solo el locus histórico-cultural de la producción de la obra como también el de su recepción, y la relación establecida entre ambos.

Dejando de lado la cuestión de la dimensión histórica de los estudios literarios, que requiere una discusión más amplia, y concentrando nuestra atención en la historiografía literaria, vale recordar que esta también ha sufrido una considerable trasformación en las últimas décadas, gracias, en gran parte, al abandono de nociones como la de «progresión» o «evolucionismo», en favor, por ejemplo, de otras como la de «simultaneidad» o de «confluencia de líneas», que pueden correr paralelas o en secuencia, pero sin recorrer a un curso uniforme. La noción de progresión histórica o evolucionismo sobre la cual se ha erigido el Historicismo positivista constituyó uno de los principales puntos de la trasformación operada en el seno de la Historiografía, y consecuentemente en el campo que nos interesa más de cerca – el de la Historiografía Literaria. Conscientes de que la Historia de la Literatura no es el simple registro acumulativo de todo lo que se ha producido, ni la simple compilación de temas o formas, sino la reescritura constante de textos anteriores con la visión del presente, los historiadores de la Literatura adoptaron lo que Fernand Braudel ha llamado de «una verdadera dialéctica entre pasado y presente» (Braudel, 1981:25), y pasaron a orientar sus obras con criterios basados en esa dialéctica. Los hechos, fenómenos y acontecimientos relatados por el historiador literario ocurrieron en el pasado, pero como su relator también es un individuo situado en la Historia, él construye su narración a la luz de una visión comprometida con su tiempo y local de enunciación. Como construcción discursiva, la historia literaria es la narrativización de ocurrencias literarias, y como tal ella no puede huir al movimiento hermenéutico señalado (Valdés & Hutcheon, 1994).

Como consecuencia de la ruptura de la linealidad cronológica en la que se había basado la Historiografía tradicional, y sobre todo de la conciencia, desarrollada por esa nueva historiografía, de su propia condición de discurso, la elaboración de historias literarias adquiere una otra dimensión, que ensancha significativamente su esfera. Ahora, la materia que constituía la historia oficial, que en el caso de la literatura se hace representar por el canon, no es más la única fuente de interés, y la investigación histórica está menos interesada en registrar la ocurrencia de ciertos hechos o acontecimientos que en determinar el significado que ellos han tenido para un determinado grupo o sociedad. Además, como el discurso se halla siempre comprometido con intereses del emisor, y como es en el presente que el historiador organiza y da forma a su obra, atribuyendo significado a las ocurrencias pasadas, tanto la selección como la lectura que él hace de esas ocurrencias pasan a constituir elementos fundamentales. La Historia Literaria es, así, la historia de la producción y de la recepción de textos, y para el historiador esos textos constituyen al mismo tiempo documentos del pasado y experiencias del presente.

Así como la noción de progresión histórica, el concepto de «literaridad» ha sido también objeto de críticas contundentes en las últimas décadas, y ha sufrido una ampliación semántica tan significativa, que ha pasado a abarcar al mismo tiempo categorías variadas del discurso, como la referencial y la poética, la oral y la escrita, la popular y la erudita, extendiendo, consecuentemente, el rayo de actuación de la historiografía literaria para el ámbito de la cultura en general. Esta ampliación del objeto de estudio no solo aumentó considerablemente el número de textos a ser estudiados por los historiadores literarios, sino también expandió los contextos históricos en los que estos textos eran abordados, enfatizando el carácter interdisciplinario de la materia. Así como los estudios de historia tout court han dejado de restringirse a los acontecimientos políticos y diplomáticos, pasando a incluir las circunstancias más amplias que los han condicionado, las investigaciones de Historia Literaria han invadido espacios antes reservados a otros tipos de conocimiento, como la geografía, la gociología, la antropología, la política y la propia filosofía. Ahora, además del examen del texto, así como de los géneros, estilos y topos, que por tanto tiempo han constituido los pilares de las obras de Historia de la Literatura, se vuelve relevante también el análisis del campo en el que se ha producido la experiencia literaria, y al contexto de recepción de la obra se le da la misma importancia que al de su producción.

Esa dialéctica entre el pasado y el presente, que lleva el historiador a oscilar de la observación concreta a la conciencia de la heterogeneidad de la vida, sumada a la ampliación del ámbito de esos estudios, que pasan a abarcar otras esferas del conocimiento, son aspectos de lo que podríamos llamar de carácter comparatista de la historiografía literaria contemporánea. En esa red compleja de relaciones, dos instancias temporales y espaciales distintas son confrontadas, y es en la dialéctica establecida entre estas dos instancias de producción y de recepción de textos que se teje el discurso de la historiografía literaria, no más como un relato supuestamente objetivo de hechos, sino como historia, creación. La narración emprendida por el historiador literario es una selección de textos y acontecimientos, que traduce siempre la óptica de su portavoz y las marcas de la comunidad a la que él pertenece. Y como estos rasgos son siempre fluidos y con múltiples facetas, es sobre las variantes que incide el interés del relato. Recuérdense aquí, como ejemplos, las diferentes lecturas de un mismo episodio histórico hechas en momentos o locales distintos, o el interés mayor o menor despertado por un cierto texto en momentos diversos de la historia literaria. Recuérdese aún el caso, bastante ilustrativo, de las historias no oficiales, que conquistan espacios cada vez mayores hoy día, narradas por grupos minoritarios hasta poco tiempo mantenidos a la orilla.

Esta ampliación del ámbito de la historiografía literaria, que pasó a incluir varias otras formas de discurso antes excluidos de la llamada «arteria principal» fue altamente facilitada por el cuestionamiento desarrollado también en las décadas de 1980 y 1990 sobre las nociones de «nación» e «idioma», dos elementos que han servido frecuentemente como referencia en los estudios de Literatura Comparada. Al acatar la idea de Benedict Anderson (Anderson, 1983) de que el concepto de «nación» es una construcción del siglo XVIII, asociada a intereses políticos y económicos específicos, y por tanto pasible de desconstrucción, la historiografía literaria contemporánea ha dejado de considerar la relación entre literatura y nación como dominante en la constitución de sus historias, pasando a admitir variantes con la misma fuerza de expresión. Así como la nación, había otras “comunidades imaginadas” basadas en referenciales de tipo diferente, como lengua, etnia y religión, que disponían de una producción vigorosa, y los historiadores contemporáneos pasaron a dar oído a sus voces, relativizando la autoridad de la primera.

Así como en el caso del concepto de «nación», la problematización que se ha verificado respecto al concepto de «idioma» fue altamente benéfica para la historiografía literaria, que pasó a cuestionar el idioma canónico como única forma de expresión de una determinada comunidad, y a aceptar otros lenguajes, dejando de lado toda suerte de visión monolítica de lo real. Estos lenguajes, que van desde idiomas realmente distintos, como las lenguas autóctonas, hasta registros considerados marginales, como el llamado «popular», pasan ahora a ser parte de las historias literarias, enriqueciendo enormemente su ámbito y clamando por una reformulación del corpus hasta entonces identificado como la «producción literaria nacional» y organizado por la historiografía tradicional en una serie coherente y unánime. Si no se puede más pensar la historia en términos de un esquema lineal y unicultural, sino solamente como la articulación de sistemas que se imbrican, superponen y trasforman constantemente; si no se puede más restringir la producción de un pueblo a un espacio arbitrariamente construido por razones de hegemonía político-económica, sino, al contrario, encarar ese espacio como un locus móvil y plural; si finalmente no se puede más limitar el ámbito de la literatura a la producción ficticia o poética, los corpora que han servido de base a las historias literarias tradicionales pierden su fijeza, volviéndose múltiples y dinámicos, y dan margen a la coexistencia de cánones distintos dentro de un mismo contexto.

En América Latina, donde los estudios literarios han sido siempre moldeados a la manera europea, la preocupación por la construcción de una historiografía literaria es un hecho constante desde la independencia política de la mayor parte de las naciones, pero la referencia en la constitución de las historias literarias ha sido siempre la literatura europea. Basta recordar como ejemplo la constitución de los cánones nacionales, forjados enteramente por un proceso de internalización de la mirada metropolitana, y los criterios de periodización, que tomaban siempre como parámetro los movimientos o escuelas surgidos en Europa y encaraban a las manifestaciones latinoamericanas como meras extensiones de los primeros. Hoy día, sin embargo, la cuestión ha cambiado, gracias, sin duda, a la episteme postmoderna, y ha dado origen al surgimiento de historias literarias de tono altamente innovador.1 Aunque no sea posible examinar con detalles estos cambios que se han verificado en la historiografía literaria de América Latina, no podemos dejar tampoco de tejer unos pocos comentarios sobre algunos de sus principales aspectos y sobre la manera como ellos reflejan las trasformaciones ocurridas en el propio seno de los estudios literarios en el continente.

De este modo, empecemos por recordar el propio concepto de «América Latina», que, por su pluralidad, requiere constantemente un abordaje también plural, que reconozca las diferencias de orden geográfico, lingüístico, etnográfico, cultural, económico, etc., del continente, y busque dar cuenta de esta diversidad de manera no jerarquizada. En términos históricos, América Latina es una construcción, primero europea, y posteriormente de sus propios habitantes; así, ella debe ser abordada por una perspectiva que lleve en consideración el proceso mismo de esta construcción a través del examen de la producción y recepción de su literatura. Originariamente creado en la Francia del siglo XIX con el fin de designar un subcontinente distinto de la América Anglosajona, el término se ha identificado inicialmente con la América de lengua española, pero desde mediados del siglo XX su área semántica se amplía, pasando a incluir al Brasil, y, más tarde, al Caribe francés y a la provincia del Québec, en Canadá. Sin embargo, la gran trasformación que vino a sufrir se ha dado con la inclusión de países y pueblos del Caribe no colonizados por neolatinos, como las antiguas colonias inglesas y holandesas de la región, y de universos transculturales dentro de las naciones anglosajonas del continente, como las minorías hispánicas en el interior de los Estados Unidos. De este modo, una historia de la literatura latinoamericana tiene ahora que incluir a la producción de todos esos locales, y, cualquiera que sea el abordaje adoptado, es necesario que sea siempre problematizador.

Desde el punto de vista temporal, vale recordar el abandono, en esa nueva historiografía literaria, de cualquier sentido de progresión o evolucionismo en favor de la noción de simultaneidad o de confluencia de líneas, que pueden correr paralelas o en secuencia, pero sin recorrer a un curso uniforme. La noción de progresión, que se hallaba antes en la base de cualquier historia literaria del continente, tenía como referencia la producción de los grupos social o económicamente privilegiados, siempre de origen europeo, y dejaba de lado cualquier otro tipo de manifestación que no estuviera de acuerdo con sus patrones. El resultado era la exclusión de una amplia producción, de gran relevancia, proveniente de las comunidades indígenas, de los ex-esclavos africanos o de cualquier otro grupo desfavorecido. Al dejar de lado la noción de progresión lineal y sustituirla por la idea de simultaneidad o de confluencia de líneas, la producción de esos grupos pasa a ser tenida en cuenta y el carácter monolítico de las historias anteriores da lugar a un cuadro heterogéneo de la producción literaria del continente.

Desde el punto de vista espacial, la opción es por una noción de cartografía que se aleja de cualquier frontera instituida arbitrariamente o con un carácter hegemónico, sustituyéndose, de ser necesario, conceptos como el de «nación» por otros más flexibles, como el de «regiones culturales». El modelo que tomaba la nación como referencial básico no llevaba en cuenta ni las diferencias regionales dentro de una misma nación ni la existencia, tan común en el continente, de una región cultural que trasciende las fronteras de diversas naciones, como es el caso de la región amazónica o de la andina, o de una región como la constituida por un pueblo como el Aymara, que ocupaba un territorio más tarde distribuido por razones políticas en cuatro países distintos. En ese caso, es necesario que se tengan en cuenta todos los procesos de interpenetración, sincretismo o apropiación por que pasan las formas estudiadas y las variaciones verificadas en cada contexto, como también la oscilación de los polos de atracción centrípetos y centrífugos en escala local o continental.

Finalmente, respecto al estudio de las formas mismas, es necesario llamar atención hacia la importancia del abandono de cualquier visión monolítica en favor de una mirada que contemple siempre la heterogeneidad del continente. De este modo, pasan a integrar la historiografía literaria latinoamericana no solo la producción de grupos étnicos hasta entonces excluidos por la vertiente canónica, entre los cuales indígenas con idioma aún vivos y un repertorio de textos tanto escritos como orales, como también otros registros, como el «popular», siempre contrapuesto al «erudito», y presente en expresiones como el corrido mexicano o la literatura de cordel brasileña. Obsérvese aún que, con la ampliación, si así se puede decir, del concepto de «literaridad», pasan también a hacer parte de esas nuevas historias otros tipos de discurso que trascienden la llamada «escritura artística» o «imaginativa» y se sitúan en la esfera de la cultura en general, y el canon pierde su sentido unívoco y autoritario, volviéndose, si esto es posible, una estructura abierta, pasible de constante reformulación.

Todas esas cuestiones solo se vuelven viables si se adopta, sin embargo, en la elaboración de esas historias literarias, una perspectiva realmente comparatista, que examina lado a lado hechos, fenómenos y acaecimientos sin restricciones apriorísticas, o, mejor, por una óptica transcultural. Una Historia Literaria Comparada encara a las obras literarias como elementos históricos en un contexto cultural dinámico de transmisión y recepción, y, en este contexto, el «diálogo» constituye tal vez el factor central, porque es algo que ocurre, como afirma Wolfgang Iser, en diversos niveles: «entre pasado y presente, entre voces que expresan preocupaciones comunes, entre conceptualizaciones teóricas, entre padrones de valoración» (Iser, 1994:736). Es en este diálogo, en última instancia, llevado a cabo en todos los planos de la construcción de la historia literaria, que reside el dato fundamental de esa nueva historiografía, la única capaz, al menos en el contexto histórico actual, de dar cuenta de la multiplicidad de visiones de un universo como América Latina.

Referencias

ANDERSON, Benedict (1983). Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso.

BRAUDEL, Fernand (1981). Civilisation and Capitalism 15-18 Century, Vol. I, The Structures of Everyday Life: the Limits of the Possible. (Trad. Sian Reynolds). Collins.

COUTINHO, Eduardo F. (2015). Literatura Comparada: reflexiones. (Trad. Al español: Jorgelina Arreola, Sandra Andrade Barbosa y María Emilia Vico). Universidad Industrial de Santander.

ISER, Wolfgang (1994). Twenty-Five Years New Literary History: a Tribute to Ralph Cohen. New Literary History, 25(4), 736.

PIZARRO, Ana, org. (1993). América Latina: palavra, literatura e cultura. 3 vols. Memorial/ Campinas: UNICAMP.

VALDÉS, Mario J. & Djelal Kadir, orgs. (2004). Literary Cultures of Latin America: A Comparative History. 3 vols. Oxford University Press.

VALDÉS, Mario J. & Linda Hutcheon. (1994). Rethinking Literary History—Comparatively. American Council of Learned Societies Occasional Paper, no. 27.

Notas

1 Son ejemplos de esas historias literarias la serie, en tres tomos, organizada por Ana Pizarro, bajo el título América Latina: palavra, literatura e cultura ( Memorial/Campinas: UNICAMP, 1993), y la serie, también en tres tomos, bajo el título Literary Cultures of Latin America: A Comparative History, coordinada por Mario Valdés y Djelal Kadir (Oxford University Press, 2004).

Notas de autor

Sobre el autor PhD.UCBerkeley, EUA. Profesor Titular Emérito de Literatura Comparada de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Fue miembro fundador y Presidente de ABRALIC y Vice-Presidente de la AILC/ICLA. Entre sus libros se incluyen: The Synthesis Novel in Latin America, Em busca da terceira margem, Literatura Comparada en América Latina, Literatura Comparada: reflexiones, Rompendo barreiras: ensayos.
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