Cinco, testimonios tangibles (un lugar para el convivio)

La vida, esa larga despedida. Convivio para Rolando Costa Picazo

Elisa María Salzmann *
Universidad de Buenos Aires, Argentina

El hilo de la fábula

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 1667-7900

ISSN-e: 2362-5651

Periodicidad: Semestral

vol. 21, núm. 25, e0033, 2023

revistaelhilodelafabula@fhuc.unl.edu.ar

Recepción: 27 Junio 2023

Aprobación: 29 Junio 2023



DOI: https://doi.org/10.14409/hf.2023.25.e0033

Querido Rolando:

Estamos aquí para despedirlo con Felicidad, como usted nos enseñó. Esa palabra, concepto, estado de Gracia que ya aparece en la Declaración de la Independencia y Constitución de los Estados Unidos y usted nos enseñó en sus mágicas clases de Literatura Estadounidense, a lo largo de más de 30 años.

Decía usted en esos primeros teóricos leyendo el Prefacio de la Constitución: “que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad.”

Tanta cosa decía usted. De esas clases magistrales cada uno de nosotros guarda su propio tesoro compilado.

Leo ahora, como parte de este homenaje, las palabras de un alumno, porque los alumnos fueron para él los receptores primeros. La magia de Facebook me permite recuperar este posteo del 7 de marzo de 2022. Allí Emiliano de Bin, uno de sus alumnos, recuerda con sentimiento:

Mi primer año en Letras fue todo zozobra. Me perdía entre gente que desde el humo del cigarrillo enumeraba nombres extraños o que no dudaba en citar los laberintos borgeanos para calificar los pasillos de la Facultad y los cambios de aula. La inclinación por la literatura que me había acercado, inocente, hedonista, había quedado herida después de cursar Teoría y análisis literario.

De ese pozo me rescató la Literatura Norteamericana de Rolando Costa Picazo. Sus clases no tenían sobreentendidos, articulaban con la cultura de masas, no excluían el disfrute de la lectura. En esa materia aprendí de verdad a escribir una monografía, y, por primera vez, a exponer un trabajo en unas jornadas. Incluso, a publicarlo. Fue una enorme experiencia formativa. Pero de lo que nunca me voy a olvidar es de un teórico particular, el de la tarde del día en que Rolando enviudó. Quienes cursábamos práctico antes del teórico nos enteramos en la Facultad. Suponíamos que no habría clase, pero no estaba dicho en ningún lado, así que esperamos. Costa Picazo llegó a la hora de siempre. Estaba visiblemente conmovido; sin embargo, no hizo mención al tema y trató estoicamente durante las dos horas correspondientes el tópico que correspondía a esa semana, tras lo cual se despidió y se fue. Parecía la impersonalización de un personaje del Hemingway que tanto leímos ese cuatrimestre.

Planificando para el secundario, me encuentro volviendo a los autores que leí por primera vez en Literatura Norteamericana. Creo que el legado de los mejores profesores es ese: que sus estudiantes no dejamos de volver a sus clases.

Para todos Usted sigue y seguirá siendo el Presidente de la querida Asociación Argentina de Estudios Americanos, sigue siendo su ‘alma mater’ o ‘pater’ de este grupo de entrañables compañeros, dedicados como nadie a la enseñanza y el estudio profundo de la literatura, el arte y la cultura estadounidense.

Sería largo recorrer los más de 50 años, 52 años de Jornadas y trabajos, ponencias plenarias inolvidables que usted organizó, como las de Hemingway y Faulkner, esos dos titanes que de su mano diestra se volvieron nuestros parientes cercanos, junto a Pound, Rita Dove, Dianne di Prima, Melville, Poe, Henry James, los modernistas, los postmodernistas, los y las poetas, los trágicos Tennessee Williams, Eugene O´Neill, etc. Sería largo recorrer sus más de cien traducciones y usted sabe, Rolando, hay que ajustarse al tiempo. Hay que seleccionar lo que una dice, como hacía usted en sus clases y ponencias: ni una palabra de más, ni una palabra sin sentido.

Laura Wittner, otra alumna, afirma en Se vive y se traduce (2021):

El profesor Costa Picazo entra al aula y, en lugar de pasar lista como de costumbre, apoya su maletín en el escritorio, agarra una tiza, se pone a escribir en el pizarrón. A sus espaldas el murmullo sigue. Lo observo: tengo la impresión de que está haciendo algo sagrado. Por fin deja la tiza, se limpia el polvo de los dedos y nos mira. La clase queda en silencio. Al lado suyo, en el pizarrón, hay dos versiones de un poema breve: el original -en inglés- y su traducción al castellano “In a Station of the Metro”, de Ezra Pound

In a station of the Metro

The apparition of these faces in the crowd:

Petals on a wet, black bough.

En una estación del Metro

La aparición de estas caras en la multitud;

pétalos sobre una rama húmeda, negra.

Algunos sabemos que el último gato que acompañaba a Rolando se llamaba Ezra Pound. Yo lo conocí y escribí esto a modo de despedida también:

“Ezra Pound”

Nunca tuve un gato, ni soñé con tenerlo. Mi hermana me heredó su aprehensión a los gatos, su terror se filtró fraterno y siempre les tuve el máximo respeto y a distancia. Mis amigas algunas tienen gatos, yo las respeto. Pero a Ezra Pound, el gato de Rolando Costa Picazo, nunca le tuve miedo. Él andaba discreto por el patio y un día en la vereda me animé a sacarme una foto en plena caricia pandémica. Mis amigas me retaron, que no lo toque en plena pandemia me dijeron. El miércoles pasado visité a Rolando, era un mediodía Walt Whitman, luz y colores en el “patio encauzado”. Desde temprano, me había vestido de rojo y entre las ramas de una planta mediana encuentro kinotos. “Kumquat”, le digo y él - Rolando - despacio come dos o tres kinotos. No me reconoce hace tiempo, pero qué importancia tiene…sí recibe los kinotos y los come como cuando éramos chicos y arrancábamos la fruta a manotazos, resistentes y difíciles de arrancar los kinotos. Yo no quise comerlos, no necesitaba nada ácido en esa despedida a pleno sol y meta cantar canciones infantiles que empezaron como ‘nursery rhymes’ y terminaban en un idioma que no tiene traducción. Porque él, - Rolando - el gran traductor, al final de sus días encontró una lengua que no tiene traducción. Y así nos despedimos, cantando y riéndonos ajenos del mundanal ruido.

Muchas gracias. Elisa.

Rolando Costa Picazo:Il Miglior Fabbro
Rolando Costa Picazo:Il Miglior Fabbro

Ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires.
Ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires.

Rolando Costa Picazo y María Kodama
Rolando Costa Picazo y María Kodama

Nancy Viejo,
Elisa Salzmann, Armando Capalbo,
Rolando, Griselda Beacon. Su equipo de cátedra
Nancy Viejo, Elisa Salzmann, Armando Capalbo, Rolando, Griselda Beacon. Su equipo de cátedra

Poema de Ezra Pound
Poema de Ezra Pound

Con Ezra Pound, su gato
Con Ezra Pound, su gato

Notas

[1] Fragmento consultable en http://www.editorialentropia.com.ar/sevive.htm

Notas de autor

* Profesora y Licenciada en Letras, por la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires. Dictó cursos y seminarios en la Universidad de Buenos Aires y en el Instituto del Profesorado Joaquín V. González. Ha trabajado en la cátedra de Literatura Norteamericana con el Profesor Rolando Costa Picazo durante más de tres décadas. Es poeta. Sus libros son: La Pendiente Ediciones del Dock 1994, El Balneario y otros poemas editado por C.E.F.Y.L 2003, Hoy por ti ediciones del Dock 2010, y Un argumento sentido Ediciones del Dock 2011. Fin del paseo es su último libro de próxima publicación. Ahora da clases en el Bachillerato Popular Independencia, escribe podcasts para la radio y dicta anualmente el curso: “Textos puestos en escena”, entre otros.
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