Tres, saberes migrantes (circulación del saber, disciplinas, sujetos, bibliotecas e instituciones)
¿Qué nos depara el futuro?[1]
What de future holds (for us)
El hilo de la fábula
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN: 1667-7900
ISSN-e: 2362-5651
Periodicidad: Semestral
vol. 21, núm. 26, e0043, 2023
Recepción: 19 Octubre 2023
Aprobación: 06 Noviembre 2023
Resumen: El momento actual podría ser comparado a una película policial, pero esta vez los criminales somos nosotros, los seres humanos. La autora se pregunta qué tipo de planeta dejaremos en herencia a los niños. El ser humano debería ser menos egocéntrico e indiferente y más consciente de los problemas éticos y ecológicos del planeta. Se necesitaría una perspectiva colectiva, más allá de las distintas culturas.
Palabras clave: emergencia climática, tecnología, conciencia.
Abstract: The current moment could only be compared to a crime movie, but this time we are the criminals, the humans. The author wonders what kind of planet we will leave as a legacy to our children. Humans should be less self-centered and indifferent and more aware of the ethical and ecological problems of the planet. A collective perspective would be necessary, regardless of the different cultures.
Keywords: climate emergency, technology, awareness.
Hola
La pregunta que he elegido como título de esta charla se ha vuelto pregunta obligada para cada uno de nosotros, en un momento tan dramático como el actual. Años atrás, cuando me invitaron a dar una charla -siempre en el mismo Ateneo- sobre la situación mundial de esos meses -en plena pandemia Covid-19 - pensé que no se iba a volver a dar una situación tan crítica como la que estábamos viviendo, pero lamentablemente me equivocaba porque hoy, a los problemas del poscovid con nuevas variantes, se agregan los conflictos mundiales que todos conocemos. Quisiera iniciar esta charla tomando prestado el enfoque inicial que hace un conocido escritor alemán, Frank Schätzing, en su último libro intitulado Nelle nostre mani (“En nuestras manos”).
Schätzing empieza preguntándose y preguntando al lector por qué, actualmente, los libros y las películas policiales de ‘suspense’ tienen un gran éxito de público (en Italia se utiliza a menudo el anglicismo ‘thriller’ para este tipo de historias). A dicha pregunta es fácil responder: Porque, sentados en un confortable sillón, es divertido seguir las andanzas de un detective que trata de descubrir quién es el criminal que ha asesinado a una serie de personas, ponerse en el lugar del detective y estudiar las estrategias que ha utilizado para llegar al final, o sea al momento culminante en el que el criminal es descubierto y capturado. Terminada la lectura, el lector cierra satisfecho el libro o, si es una película, se va del cine muy contento y con la satisfacción de haber pasado un momento agradable. El mundo criminal (y el policial) está lejos de nuestra realidad de lectores, así que podemos volver tranquilos a casa, a nuestro vivir cotidiano, ir a un bar, salir con amigos, continuar con nuestra vida de siempre. Pero la “película policial” de la realidad actual, que en este momento nos ve como protagonistas principales, es algo mucho más serio: en primer lugar, porque no termina o, mejor dicho, esperemos que termine sin conflicto mundial porque, de lo contrario, no podremos contarlo; en segundo lugar, porque en esta película hay muchos ‘killers’ y hay muchísimos asesinados sin que se logre capturar al o a los criminales que están cometiendo crímenes tremendos contra la humanidad. Estos criminales parecieran estar lejos del lector, pero están muy, muy cerca, y en este relato o filmación no vamos a tener a un Dustin Hoffman o a un Indiana Jones que, con gran coraje y varias peripecias, nos salven de la catástrofe. Es bueno tener presente que, a lo largo de la historia, hemos tenido muchas historias catastróficas para contar, con títulos variados: entre las más cercanas estarían la primera y la segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la del Vietnam, pestes y epidemias varias, para hablar de algunos de los fenómenos más importantes a nivel planetario. Hoy tenemos otros títulos, no menos importantes y muy visibles, que llenan los espacios de la prensa y la televisión: el poscovid, la guerra Ucrania-Rusia, las inmigraciones ucraniana y africana, el conflicto Palestina-Israel, el exceso de digitalización, fenómenos que van ‘in crescendo’ porque, como son tan importantes, la prensa internacional ha ido dejando en segundo o tercer plano algo que pareciera menos relevante y que, en cambio, es fundamental: me refiero al cambio climático.
La vez pasada mencioné, en forma más o menos detallada, algunos de estos temas: hablé de cómo fue evolucionando la pandemia del Covid-19 y los estados de ánimo de la gente, comenté la polarización extrema que hubo en Europa entre los vacunados y los llamados ‘no vax’ (los que no querían vacunarse), el fenómeno de las multitudes reunidas en las plazas de numerosas ciudades europeas para protestar por el derecho a la opción y contra la falta de libertad (porque quien no se vacunaba no podia ir a trabajar). En Italia ese debate fue muy intenso y ocupó las primeras planas de periódicos y talk shows televisivos por mucho tiempo. Comenté también los problemas con el ‘Green pass’, elemento discriminatorio porque el que no lo tenía no podía entrar a ningún lugar público, tanto cerrado como al aire libre. El ‘Green pass’ dejó de ser relevante cuando se vio que con tres vacunas el Covid-19 contagiaba igual, aunque con menos agresividad, y cuando, además, empezó la guerra en Ucrania que disminuyó la importancia de los otros problemas. Dicha guerra tuvo también distintas etapas:
Primero se trató de hacer conocer los estragos que provocó. A través de la televisión, el tele-espectador pudo seguir día a día las atrocidades producidas por la invasión rusa (cantidad de gente inocente asesinada y diseminada por las calles de las ciudades bombardeadas). Todo esto suscitó, lógicamente, un gran clamor e indignación en todos los sectores. El conocido lingüista Noam Chomsky (americano con raíces ucranianas) comentó, el 20 de abril de 2022 en el Corriere della Sera, que “la invasión rusa es un ejemplo de lo que el Tribunal de Nüremberg ha definido ‘crimen internacional supremo’ (que se diferencia de los otros crímenes de guerra porque contiene ‘la suma de todos los males’”. Esa primera fase fue acompañada por el pedido de ropa y víveres para enviar a Ucrania y, poco después, por el problema de la entrada de la inmigración ucraniana a los países límitrofes y cercanos (a Italia, por ejemplo, llegaron miles de madres con niños provenientes de Ucrania, que fueron alojadas gratuitamente en hoteles y en casas de familia). Después se empezó a hablar del peligro de una catástrofe nuclear (peligro que, por desgracia, sigue siendo siempre actual), y cada nivel dejaba ‘en sordina’ el nivel anterior. Todo esto hizo caer en el más completo olvido el problema del cambio climático, a pesar de que en el norte de Italia la falta de lluvias, por ejemplo, que se prolongó durante muchos meses, según las regiones, fue realmente dramática. Con el pasar del tiempo, ahora se debería hablar ya no de cambio sino de ‘emergencia climática’. Resumo los tres fenómenos más macroscópicos del cambio climático:
El comportamiento acostumbrado de gran parte de la gente ante estos fenómenos planetarios es, en general, el de lamentarse por lo que sucede, pero después cada uno continúa con su vida cotidiana, indiferente a la progresiva destrucción de la naturaleza, ya que aparentemente dicha destrucción no interfiere con la vida de cada uno y es más fácil cerrar los ojos. Pero esta vez no es como ir al cine o leer un libro. Recordemos que hace 65 millones de años un asteroide destruyó el 75% de la vida en la tierra. Hoy sucede algo parecido y nos encontramos viviendo la sexta extinción de masa del planeta, pero esta vez el asteroide somos nosotros, los seres humanos (para tener presente: se han destruido hasta ahora dos tercios de las selvas pluviales del mundo, más de la mitad de las barreras coralinas y el 87% de las zonas húmedas; un millón de especies animales se están extinguiendo y el IPBES -organización científica intergubernamental sobre la diversidad biológica- advierte que una cantidad de virus anómalos, que oscila entre 540.000 y 850.000 elementos, podrían infectar a los seres humanos debido a los desajustes ecológicos que se están produciendo).[2]
Ante este trágico panorama, que será cada vez peor en un futuro muy cercano, y ante la degradación ambiental que está llevando a la desertificación de vastas regiones de la Tierra, es urgente que cada uno de nosotros se haga responsable de su habitat, aunque aparentemente sea muy circunscripto, porque debemos adquirir una inmediata toma de conciencia en relación ya no con un único país o con varios países: el problema ahora es planetario. Cuando escucho a muchos periodistas mencionar en forma superficial la problemática climática, como también la guerra y los conflictos que nos rodean, me pregunto si nosotros, los seres humanos, nos damos cuenta de que las raíces de la guerra están dentro de nosotros, en la región más oscura de nuestra psique, en nuestro modo de fragmentar las distintas problemáticas para abordarlas con mayor facilidad y no ver el desastre en su crudeza total. Esta actitud revela poca toma de conciencia.
Si vamos atrás en el tiempo, ya en la época de Sófocles, siglos antes de Cristo, los pensadores se preguntaban qué iba a suceder con la especie humana y la pregunta tenía sentido porque, como sabemos, siempre se han dado catástrofes a lo largo de la historia. Pero esta vez la diferencia es abrumadora; veamos por qué, analizando primero los tres tipos de catástrofes posibles (Schätzing, 2022):
Lo que para los dinosaurios pertenecía a la primera categoría, para nosotros pertenece a la segunda, a la catástrofe anunciada, porque es sabido que antes o después nos va a caer un asteroide o algo semejante proveniente del espacio, que provocará grandes desastres. La pandemia de Coronavirus se coloca entre la primera y la segunda categoría porque es verdad que fue inesperada, pero también es verdad que, ya en el 2015, Bill Gates fue preanunciando que - dada la situación del planeta - seguramente se iba a desencadenar, en algún momento, una pandemia de algún tipo de virus que iba a difundirse por todo el planeta. De todos modos, creo que la peor catástrofe es la tercera, la catástrofe evocada, porque como no la vemos, no la encaramos con la seriedad que ella requiere. El cambio climático pertenece a este tercer tipo de catástrofes.
El problema con el cambio, o mejor dicho, con la “emergencia climática”, es que -como bien dice Schätzing- nuestra falta de imaginación hace que el problema se vuelva invisible porque ¿qué significa “emergencia climática”? Problemas con huracanes y ciclones o calor asfixiante o granizo con piedras de un kilogramo ya se han ido dando en el tiempo, y están siempre en relación con el cambio climático, aunque la intensidad de todos ellos ha empeorado notablemente - por ejemplo, el huracán Harvey, en el 2017, se estableció en Houston durante una semana entera y destruyó por completo cuarenta mil edificios: fue la tormenta más costosa en la historia de los Estados Unidos (Schätzing, 2022). Pero entonces, respecto a las catástrofes del pasado ¿cuál es la diferencia que hace la diferencia en este período y en el que lo va a seguir muy pronto? El problema es que la emergencia climática está llegando a lo que se denomina “punto crítico” (y en algunos casos ya lo ha superado). Veamos lo que esto significa.
En física se habla de “punto crítico” cuando el desarrollo conocido de un sistema se desequilibra hasta tal punto que de repente toma una nueva dirección, a menudo sin poder ser recanalizado y llevado a las condiciones precedentes (Schätzing, 2022). Es el clásico punto de no regreso como, por ejemplo, la excesiva pesca de determinados peces que lleva a la extinción total de esa especie animal. En estos momentos, los puntos críticos de sistemas vulnerables son múltiples, no es uno solo: por ejemplo, las corrientes oceánicas, la foresta amazónica, la parte occidental de los glaciares antárticos, la desertificación de enormes regiones causadas por incendios gigantescos como los de Australia, Siberia y California (en el norte de Italia, la sequía ha cuadriplicado los incendios de bosques, respecto al año pasado). Voy a tomar un ejemplo concreto de punto crítico y elijo una zona que está conectada con Argentina: la Antártida.
¿Por qué la Antártida es considerata un punto crítico? Es sabido que la Antártida posee la mayor reserva de hielo del mundo. Ahora bien, ¿qué sucedería si, o mejor dicho, qué sucederá cuando la plataforma de hielo, o sea de agua congelada, conectada a la masa de hielo terrestre, aumente el deshielo? Me pregunto qué sucederá porque las masas heladas de la parte occidental se están ya derritiendo a paso agigantado, provocando efectos encadenados al tipo de una cascada. Un efecto semejante a lo que sucede con las valangas, que empiezan a partir de una pelota de nieve que va rodando y arrastrando más nieve y termina por volverse un monstruo devastador que destruye flora, fauna, seres humanos y centros habitados (para los datos sobre la Antártida me baso casi siempre en el libro de Schätzing). En la Antártida se encuentra el 90% de todo el hielo terrestre y el 70% de toda el agua dulce congelada. Vista desde nuestra posición, el problema parece muy alejado de nuestra vida cotidiana, pero en cambio está bien cerca y dentro de pocos años lo veremos en acción en forma dramática. Ya se han despegado trozos enormes del glaciar antártico que se van desplazando hacia el océano. Bastaría que el océano se levante de un metro y 150.000 kilómetros cuadrados de tierra firme se volverian inhabitables, además de los 180 millones de personas que quedarian sin casa, con daños por trillones de dólares (Schätzing, 2022).
Parece algo invisible y lejano, algo que toca la catástrofe evocada y no se ve, pero no podemos decir “¿qué pasaría si sucediera...?” y quedarnos tranquilos, porque ¿cuál es el problema? El problema es que el punto crítico de la Antártida occidental ya ha sido superado, y no podemos volver para atrás. Como el planeta tiende a un aumento del calentamiento global de casi tres grados, a mitad del siglo o tal vez antes, el nivel del océano se alzará de más de un metro, lo cual significa inundaciones de una dimensión nunca vista antes y calles de ciudades como Miami completamente sumergidas, además de regiones enteras de Egipto, Tailandia e Indonesia, entre otras, que desaparecerán para siempre. El problema es imparable. Lo último que ha salido publicado sobre la Antártida oriental, en una nota muy breve del periódico italiano Il Venerdí di Repubblica (24/12/ 2021), informa que la situación es alarmante porque la plataforma al pie del glaciar Thwaites, grande como la mitad de Italia, cuya fusión es ya responsable del 4% de aumento del nivel del mar, ha empezado a dividirse. Dicha plataforma podría romperse en los próximos cinco años; esto se deduce a través de una serie de fracturas diagonales que atraviesan casi toda la plataforma. Si ésta se rompe, es muy probable que las grandes masas de hielo aceleren su descenso hacia el océano; si se colapsa sólo una parte, el nivel del mar se alzaría de 65 centímetros; lo grave es que si se colapsa la plataforma entera, el nivel subirá de 3,30 metros. El artículo también informa que se registró una temperatura de 38 grados en el polo Artico, en junio del 2020, y en la actualidad sigue aumentando, y que si los polos continuarán tan altos de temperatura, traerá consecuencias serias a todo el planeta. Podríamos agregar que, si además de incrementarse el deshielo en la parte occidental de la Antártida, se agrega parte de la zona oriental, donde el hielo se está también calentando porque entra en contacto con el agua del océano que ha aumentado su temperatura, el nivel del agua podría subir a 19 o 20 metros, como un edificio de cinco pisos; en ese caso, ciudades enteras serían sumergidas por las aguas, un verdadero infierno de agua (Schätzing, 2022).
Entonces, ya un primer punto crítico ha sido superado, y no se puede volver atrás. Pero la tendencia prosigue y se están activando otros puntos críticos de la Antártida; para algunos de ellos ya no hay posibilidad de regreso, y si a eso sumamos todos los otros puntos críticos, ya mencionados, en distintas partes del mundo, la catástrofe dejará de ser evocada (tercera categoría) y se transformará en una catástrofe anunciada de la segunda categoría (como la conocida novela de Garcia Márquez). A todo esto, ¿qué se hace a nivel político? La última publicación oficial, publicada antes de la Conferencia Internacional de las Naciones en el 2015, en París, subrayaba cinco problemas enormes:
Los gobiernos están negociando actualmente un nuevo acuerdo político para tratar de salvar el planeta y contener el aumento de la temperatura terrestre en dos grados, porque el 1,5 estipulado en el Acuerdo de París del 2015, es ya pura fantasía (con el próximo acuerdo se intentará calmar la protesta de movimientos green como el de ‘Friday for the future’, inspirado en la activista sueca Greta Thunberg). El problema es que, a nivel político, la hipocresía de muchos gobiernos es impresionante: se reúnen para tratar el problema, pero todo queda en palabras, e incluso muchos difunden noticias falsas y minimizan lo del cambio climático para que la gente se quede tranquila. Hay demasiados intereses en juego. Por ejemplo, la comunidad europea habla del ‘Green deal’ y ha elegido como energía de transición el gas (como sabrán, es Rusia la principal abastecedora de gas para Europa). Pero el gas contamina muchísimo, influencia en un 40% el cambio climático, y mientras se habla de energía renovable, se siguen construyendo gasoductos inútiles aconsejados por la lobby del gas, que es super potente y esconde en su sigla una cantidad de firmas interesadas en que el gas sea utilizado, porque hay invertidos miles de millones de euros por año a los que nadie quiere renunciar.
El problema además es plural porque, si por un lado tenemos la avidez humana que es ciega, no razona y piensa sólo en el propio interés, por el otro la ciencia no logra controlar lo que sucede; esta incertidumbre, para gran parte de los seres humanos, acostumbrada a razonar en términos de control y de poder, es difícil de digerir.
Comenté la vez pasada que la ciencia, con el avance de la tecnología digital y de la inteligencia artificial, trata de buscar soluciones a los varios desequilibrios que se están produciendo en muchos niveles. Uno de ellos es la carencia de contactos sociales y los problemas de inmovilidad temporal y geográfica provocados por el poscovid. A través de la comunicación por internet, la gente se ha acostumbrado a las conferencias y encuentros virtuales vía zoom. Y cuando no es posible encontrarse en presencia, como en nuestro caso, estos medios son útiles. Pero por desgracia, en este campo también hay muchos excesos: la utilización exagerada de internet y de los smartphones provoca una cantidad impresionante de emisiones de gas de invernadero. Debido a tal exceso, ya en noviembre de 2021 se realizó en Milán un ‘Summit’ de dos días dedicado al impacto tecnológico, intitulado “Back to Humans” (regreso a un nuevo humanismo) para debatir sobre lo ‘phygital’, palabra híbrida entre físico y digital (Corriere della Sera, 16/11/2021). Se trató de analizar, entre otras cosas, cómo lograr permanecer humanos en el Metaverso (para quien no lo supiera, el Metaverso es un espacio virtual de tres dimensiones en el cual una persona, representada por un avatar, puede desplazarse y tener experiencias sensoriales similares a las del cuerpo físico; de allí que el Metaverso sea una dimensión donde lo digital y lo real tienen fronteras cada vez más indefinidas). Desgraciadamente, no vamos a poder evitar el uso del Metaverso, que ya se está utilizando en varios sectores (y en algunos de ellos, como la medicina quirúrgica, resulta muy útil), pero varios especialistas han advertido que será muy negativo para la interacción social porque, no sólo el Metaverso manipulará nuestra percepción de la realidad filtrando los contenidos que podremos ver o no, sino que, además, no tendremos más contacto visual ya que, con el Metaverso, todos utilizaremos visores para movernos en esa dimensión y, en lugar de mirar a nuestro interlocutor, estaremos mirando los datos que aparecen en el propio visor. Como consecuencia, viviremos en una especie de burbuja que reducirá la empatía y el intercambio de ideas y contextos diferentes (Aluffi, 2021).
En realidad, a lo digital ya no se puede renunciar y el Metaverso ya ha llegado, nos guste o no, pero habría que limitar el uso de todos estos instrumentos porque la gente no se da cuenta del costo energético de lo digital. Y no sólo energético: un celular pesa 150 gramos, pero se necesitan 182 kgs. de material durante el proceso de producción para hacerlo funcionar (Colonna, 2023). Comentaba tiempo atrás una conocida y muy seria periodista italiana, Milena Gabanelli, en un ‘talk show’ de la televisión, que un video en ‘streaming’ de 10 minutos consume 1500 veces más que cargar la batería del smartphone, así que los videos y encuentros digitales que se hacen virtualmente se agregan a todos los otros daños que la Tierra está sufriendo por culpa de los seres humanos. Para empeorar las cosas, la inteligencia artificial ha obtenido tales logros que se teme la posibilidad que se presenta al ser humano de modificar nuestra especie con estos últimos avances técnicos (a la naturaleza, por desgracia, ya la están modificando). Sin contar los daños que la técnica está produciendo en la literatura universal (si el smartphone hubiera existido en el pasado, no tendríamos la mayor parte de los cuentos para niños ni literatura como la Odisea, o la obra de Shakespeare, de Cervantes y de todos los grandes autores que conocemos). Y ni hablemos de los algorritmos que controlan nuestros comportamientos sin que nos demos cuenta. Como bien ha dicho Heidegger: “Lo verdaderamente inquietante, con todo, no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esta transformación universal; que aún no logremos enfrentar meditativamente lo que propiamente se avecina en esta época” (Heidegger, 1989: 25).
Esta cita ha sido escrita hace muchos años pero es tremendamente actual.
¿Qué hacer ante semejante situación? ¿Qué planeta dejaremos a nuestros jóvenes, a nuestros nietos y niños en general? Algunos autores contemporáneos ya están tratando de difundir la emergencia climática, llamada también por algunos “apocalipsis climática”, como el Premio Pulitzer Richard Powers, en su libro Il Sussurro del mondo (traducción al italiano por la editorial La Nave di Teseo en 2019), o como los americanos Jonathan Franzen y J. Safran Foer. Este último ha publicado el libro Possiamo salvare il mondo, prima di cena (traducción al italiano por Guanda, 2019), que explica muy bien la situación mundial.
Pero no es fácil hacer tomar conciencia a la gran mayoría de la gente. Como sabemos, la realidad es una ilusión óptica (lo ha mostrado muy bien la sugestiva exposición de instalaciones del artista argentino Leandro Elrich en Milán, que mostró, tiempo atrás, cómo la manipulación perceptiva falsea lo que observamos). Nuestra percepción está distorsionada por una serie de filtros neurológicos, socioculturales y experienciales que hacen que cada uno perciba el mundo de modo diferente. Filtros que sólo se pueden modificar con la experiencia o con el lenguaje terapéutico-metafórico (de allí la importancia de la literatura). Habría que ir más allá de estos filtros para poder percibir la realidad en forma más objetiva y comprender los alcances de la emergencia climática. Y esto porque la última física cuántica nos dice que vivimos en un mundo de interacciones, no en un mundo de objetos, por lo cual la realidad, que existe y se concretiza cuando la focalizamos, se fragmenta en una pluralidad de puntos de vista. En su libro Helgoland, Carlo Rovelli (un físico italiano muy conocido que enseña en Princeton y en Toronto) afirma que, según los últimos descubrimientos, no existe descripción del mundo desde una perspectiva exterior, sólo se puede describir la realidad en primera persona, y es la intersubjetividad la que funda la objetividad de la visión del mundo colectiva (Rovelli, 2021).
Asi que es fácil entender que, a partir de una serie de convicciones (que son de por sí filtros muy potentes), convicciones influenciadas por la información mediática, por la guerra y por la pospandemia, la gente adopta modos de pensar y de vivir que a menudo son egocéntricos y están reñidos con la ética y la ecología; olvida, de este modo, la urgencia de la emergencia climática. Especialmente a nivel macroscópico, dos de las causas principales de lo que sucede se deben a la indiferencia humana y a la falta de ética de los gobiernos, pero también a nivel individual muchos se descargan de responsabilidades pensando que la culpa es de los otros, que no se puede hacer nada. Y no es así, cada uno tiene en parte una cierta responsabilidad ante el mundo, principalmente en lo que se refiere a la ecología.
Se necesitaría una perspectiva colectiva basada en la condivisión, pero para eso la mente humana tendría que dar un salto cognitivo y emocional radical, porque ya nos queda poco tiempo para impedir la catástrofe global que se nos viene encima. Sólo modificando nuestra conciencia, lograremos modificar el mundo, y si cada uno de nosotros diera un paso, aunque sea pequeño, para mejorar la ecología del planeta, la suma de pequeños pasos puede ayudar a que la situación crítica mundial se transforme. En Italia, por ejemplo, todo lo que ha sucedido en el planeta durante y después de la pandemia, ha provocado grandes cambios en la gente de treinta a cuarenta años, que tuvo que reinventarse el trabajo y que ha buscado soluciones muy creativas para promover empresas basadas en la ecología. Por ejemplo, una start up circular ha utilizado los desechos del cultivo de arroz para producir materiales de construcción: ladrillos, pintura, pavimentos y revestimientos externos de edificios. Otra empresa compensa la contaminación producida por la producción de aceite con proyectos de reforestación; además, no utiliza plástico y es productora de vino con más del 90 % de productos reciclados; usa también el aire caliente de las heladeras del vino para producir energía eléctrica. La conclusión es que el alimento hace bien si además nutre al planeta. Aunque hay algunas soluciones que son falsas soluciones; por ejemplo, en Milán se restringen las calles para dar lugar al uso de senderos laterales para bicicletas, pero eso provoca una enorme congestión del tráfico, y la consecuencia es mayor contaminación. Otro ejemplo: muchas veces se habla de productos ‘green’, como el packaging en papel reciclado, que en realidad es responsable de una seria contaminación de cromo hexavalente, y éste es tóxico y cancerógeno para la salud; por eso habría que buscar el producto que lleve impreso un certificado oficial de eco-producto.
En general, los ejemplos mencionados se basan en una perspectiva colectiva basada en la condivisión. Y resulta lógico deducir que habría que aumentar el grado de toma de conciencia, tanto individual como colectiva, para enfrentar lo que nos depara el futuro. Por suerte, una cantidad de personas, muchos de ellos jóvenes con mentalidad ecológica, ya han adoptado algunas reglas éticas básicas: la primera y principal es la moderación general en el consumo; pero también evitar las botellas de plástico, preferir la fruta y verdura no embalada, reducir en general el consumo de agua doméstica porque dentro de pocos años habrá gran escasez, recoger la basura diferenciada, comprar vestidos fabricados con fibras naturales, comer menos carne roja que es tóxica y -como ya se ha mencionado- derrocha miles de litros de agua para criar los animales, etc.
Hay una palabra japonesa que me gusta citar porque resume un concepto fundamental. La palabra es ‘Ikigai’ y significa “descubrir la pasión o dirección que da sentido a la propia vida”. Dicha pasión es la brújula que permite orientar la existencia y puede provocar una metánoia, una conversión psicológica que permite iniciar un recorrido de búsqueda sobre quiénes somos, cuál es el sentido de estar en el mundo, y qué podemos hacer por el planeta, cada uno emplazado en su pequeño universo. Si analizamos estos últimos años de Covid-19 y poscovid, notamos que se ha pasado de una emergencia aguda a una fase definida de ‘Covid Fatigue’ (cansancio de Covid); además, en muchas personas, el Covid ha provocado depresión y problemas psíquicos conectados al ‘trauma de pandemia’ (Io Donna, 1/5/2021). Pero el concepto de ‘Ikigai’ enseña que es importante ir más allá de los conflictos y descubrir los recursos profundos que yacen en las profundidades de nuestra psique.
El místico alemán Jakob Boheme (1575-1624), que estaba interesado en descubrir las profundidades del ánima humana, hablaba del “hambre de anhelos” (De Pascalis, 1995:138), metáfora alquímica definida también como “fuego frío, fuego que no quema”, para explicar aquello que los alquimistas llamaban “solvente universal” y que está en la base del concepto de ‘Ikigai’. Este proceso, más bien complejo, se vuelve menos arduo si se realiza junto con otros, en un sueño o visión compartida de la vida, porque una visión condividida es mucho más intensa, sobre todo si es sistémica. Justamente la palabra “realización” significa “hacer real lo que llevamos dentro como aspiración”, es decir, ser canales de creatividad y armonía para poder ayudar a los otros, además de a nosotros mismos. Hay que tener el coraje (la palabra proviene del latín ‘cuor’, corazón) de trabajar seriamente sobre uno mismo y no sólo con la mente, para poder ir más allá de la superficie y provocar una transformación profunda de la conciencia.
Cuando se habla de conocerse a sí mismo, este conocimiento debe ir más allá del aspecto superficial de la personalidad, con sus tradiciones culturales, creencias y prejuicios acumulados en el tiempo. Este condicionamiento, que forma parte de lo conocido y muchas veces es poco analizado, nos impide ir más allá, hacia lo no conocido. Por desgracia, lo que hoy se denomina ‘multitasking’, o sea la evolución tecno-biológica de la humanidad, hace que nuestra atención sea deficitaria; acostumbrados a la pantalla de la computadora y del smartphone, tendemos inconscientemente a recortar la realidad como si fuera una pantalla, y ello hace que se haya debilitado mucho el poder de nuestra mirada de captar el sentido sistémico del significado: nos perdemos en el detalle. Si pensamos que la etimología antigua de la palabra ‘schermo’ (pantalla, en italiano), está conectada al concepto de “defensa”, y que “pantalla”, en castellano, es, en sentido figurado, algo que oculta o hace sombra (también una mampara que protege del calor), entonces una pantalla se vuelve un escudo o un muro detrás del cual nos protegemos o escondemos, en sentido real y figurado. Y actualmente con los smartphones y las computadoras, nos la pasamos viviendo detrás de pantallas.
Creo oportuno recordar que el campo unificado de la física cuántica, que Jung llamaba “Unus Mundus”, conduce al Homo totus o Rebis de las disciplinas herméticas. Por ellas, y por la física cuántica, sabemos que el espacio que separa una persona de la otra no está vacío, es un vórtice de energía que conecta y modifica a ambos. Teniendo en cuenta esto, las palabras clave de la relación humana serían entonces “empatía”, “condivisión” y “Amor” (con mayúscula), sentimientos que permiten romper la cáscara egocéntrica y reconocerse en el otro para renovarse juntos. Bien decía Jung que la individuación no excluye al individuo del mundo, mas bien es el mundo que está incluido en el individuo (Jung, 1983). Estamos en un momento de la historia en que ya no hay tiempo para perder en cosas efímeras, hay que modificar la conciencia y actuar creativamente todos juntos para no hundirnos con el planeta. En modo especial, habría que adquirir una nueva ética planetaria, más allá de las diferentes culturas. Como hemos llegado al final, quisiera terminar con dos citas: una es de Krishnamurti, filósofo siempre actual por sus agudas reflexiones (tuve ocasión de conocerlo personalmente muchos años atrás en Suiza, y me impactó por su sabiduría y la coherencia y calidad humana de sus discursos): “Para crear un mundo nuevo, una nueva estructura que se despegue de la vieja, tiene que haber libertad para descubrir; y para ser libres, tiene que haber virtud, porque sin virtud no puede haber libertad” (Ricci, 2012:319). La otra es de Max Planck y dice así: “Cuando se cambia el modo de mirar las cosas, las cosas que se miran cambian.” (Peirce, 2011: 284).
Referencias
Aluffi, Giuliano (Diciembre 24, 2021). “Prendiamo il Metaverso giusto”. Il Venerdì di Repubblica.
Colonna, Federica (Octubre 1, 2023). “Il tuo telefonino pesa 182 chili”. La Lettura, Corriere della Sera.
De Pascalis, Andrea (1995). L’artedorata. Storia illustrata dell’Alchimia, Roma: L’Airone.
Heidegger, Martin (1989). Serenidad (trad. esp.), Barcelona: ediciones del Serbal.
Jung, Carl. G. (1983). L’alberofilosofico (trad. it.), Torino: Boringhieri.
Peirce, Penney (2011). Frequency, il potere delle vibrazioni personali, Milano: Tea.
Ricci, Graciela N (2012). Il Viaggio infinito. Acireale-Roma: Bonanno editore.
Rovelli, Carlo (2021). Helgoland,Milano: Adelphi.
Schätzing, Frank (2022). Nelle nostre mani. Perché il futuro della Terra dipende da ognuno di noi Milano: Nord.
Notas
Notas de autor