Ecosofía del sonido y desafíos de la escucha
Ecosophy of sound and challenges of listening
Revista del Instituto Superior de Música
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN: 1666-7603
ISSN-e: 2362-3322
Periodicidad: Semestral
núm. 23, Esp., e0029, 2023
Recepción: 04 Noviembre 2022
Resumen: Ante el proceso sistémico de colapso de los ecosistemas, necesitamos poner en marcha nuevas estrategias epistémicas, estéticas y éticas. Tras haber observado y analizado el mundo, ahora tenemos que «escucharlo». La dimensión de la escucha se ha convertido en la cuestión clave de nuestra civilización planetaria. En efecto, el capitalismo actual es un sistema de producción basado esencialmente en una nueva forma de escucha instrumental que produce y pretende subyugar. Por tanto, es preciso concebir y practicar una auténtica capacidad de escucha, a la cual yo denomino «ecosofía sonora», para transformar el actual deseo de audiencia en un proceso de emancipación. La noción de sentipensar, introducida por el sociólogo Orlando Fals Borda en 1986 y retomada por Arturo Escobar en el título de su bello libro publicado en 2014 Sentipensar con la tierra, es tematizada para la enunciación de una nueva estética destinada a actualizar una aisthesis de la escucha del mundo.
Palabras clave: Aisthesis, Ecosofía sonora, escucha.
Abstract: Faced with the systemic process of ecosystem collapse, we need to implement new epistemic, aesthetic and ethical strategies. After having observed and analyzed the world, we now have to "listen to it." The dimension of listening has become the key issue of our planetary civilization. Indeed, current capitalism is a production system essentially based on a new form of instrumental listening that produces and seeks to subjugate. Therefore, it is necessary to conceive and practice an authentic listening capacity, which I call "sound ecosophy", to transform the current desire for audience into a process of emancipation. The notion of sentipensar, introduced by the sociologist Orlando Fals Borda in 1986 and taken up by Arturo Escobar in the title of his beautiful book published in 2014 Sentipensar con la tierra, is thematized for the enunciation of a new aesthetic aimed at updating an aisthesis of the listen to the world.
Keywords: Aisthesis, Sound ecosophy, listening.
Este ensayo se centra en una cuestión fundamental: el desafío de la escucha en la actualidad y la necesidad de una ecosofía sonora.
Antes de entrar en el meollo de la cuestión, me gustaría empezar con una observación obvia: los habitantes de la Tierra se enfrentan a una crisis estructural. Este desastre está a la vista de todos: los ecosistemas se están deteriorando muy rápidamente y las especies animales y vegetales también están desapareciendo a un ritmo muy elevado. El cambio climático, la desertificación, la deforestación, la fertilidad del suelo y la artificialización se combinan con la contaminación, los monocultivos, la ganadería intensiva, la sobrepesca, el extractivismo, la escasez de materias primas, la falta de agua, etc.
La Tierra está enferma y con ella las sociedades: conflictos y desplazamientos de poblaciones, el borrado de culturas enteras, migraciones forzadas, pandemias, desaparición de lenguas, sexismos, discriminaciones, aumento de la pobreza, explotación de los más frágiles y abandono de los más débiles.
Las mentes también sufren: soledad, malestar de los individuos y de las colectividades, egocentrismo enfermizo, atomización individualista, miedo al otro, dificultad para prever el futuro, dependencia del control atencional y sensitivo permanente, imaginarios condicionados.
Ante esta situación, que no es el producto fatal de una voluntad divina sino el resultado de un sistema insostenible, inexcusable e indeseable, se impone una transformación radical, ya que, por desgracia, este mundo ya no es reformable, y dejar que continúe por el camino actual significaría correr el riesgo de un suicidio colectivo.
Se trata, entonces, de enfrentarse a esta realidad compleja que requiere respuestas complejas capaces de tener en cuenta las relaciones y los equilibrios, es decir las ecologías, tanto a nivel natural como social y psíquico. En otras palabras, debemos tener un enfoque ecosófico, entendiendo la ecosofía con Félix Guattari: como una forma compleja de concebir las cosas que une la ecología natural y social con la de la mente.
Este mundo catastrófico del que acabo de hacer una descripción resumida, aunque equilibrada y veraz, es el resultado de un largo proceso histórico del que solo en las últimas décadas hemos empezado a tomar conciencia masiva del peligro y la violencia que lo caracterizan. Una violencia que se manifiesta tanto en el plano físico y material como en el simbólico. Los orígenes de este proceso son muy lejanos.
No voy a entrar en un análisis histórico de las razones que llevaron a este proceso sistémico de colapso. Lo cierto es que en este proceso nuestras relaciones cognitivas con el mundo han jugado un rol decisivo. Respecto a esto, creo que es necesario recordar que el conocimiento no solo está determinado históricamente por las culturas, las estructuras simbólicas –tradiciones, valores, logros intelectuales y conocimientos específicos de una sociedad humana– y las relaciones de producción y de poder, sino también por las herencias sensibles que subyacen a las diferentes formaciones sociales. En otras palabras, la cuestión estética, como aisthesis, el universo del sentir, es una cuestión fundamental que debemos considerar en toda su amplitud. Sobre todo porque la aisthesis encuentra hoy en la escucha un momento fundamental. De hecho, como me propongo demostrar en este ensayo, la escucha se ha convertido en la cuestión clave del sentir y el sentir, a su vez, es la cuestión clave del actual sistema de producción social y material.
Esta problemática de la relación entre la dimensión cognitiva –la episteme– y la aisthesis, la había planteado durante mi intervención online del 14 de octubre de 2021, en el marco de las primeras Jornadas de Estudio sobre Música y Ecología.[1]
La hipótesis de trabajo que había planteado consideraba las modalidades de conocimiento como deudoras en gran medida de los regímenes estéticos propios de las distintas civilizaciones, es decir, había afirmado que también son una cuestión de sentir. Nuestra forma de hacer ciencia no escapa a este condicionamiento. En otras palabras, la ciencia europea, en su tradición griega y en sus desarrollos desde la Modernidad hasta nuestros días, ha estado fuertemente orientada por procesos históricos específicos de la organización de nuestro sensorium colectivo.
En particular, había subrayado que estas modalidades fundadas en Occidente son «anestésicas», en el sentido de que son monosensoriales y abstractas, es decir –esta es la tesis fundamental que mantuve y sigo manteniendo– que son retinianas. Utilizo el término «retininana» para indicar, con Marcel Duchamp, una dimensión reductora de la facultad de ver. De hecho, al tomar prestado el término retiniano de Marcel Duchamp, pretendo dar fe no solo de la prioridad del ojo en el desarrollo de nuestra civilización, sino también de una connotación específica, propia de la mirada y la visión occidentales. Es esta dimensión particular la que concierne a la postura del espectador –theorôs, en griego antiguo– en su oculocentrismo simplificador y reductor.[2]
En este sentido, pues, las modalidades retinianas de conocimiento plantean y presuponen una relación con el mundo de carácter determinista, atemporal, esencialista, separadora y descontextualizadora, focalizada en los objetos. Una relación que induce al olvido del universo vibratorio y de sus modalidades de relación con la realidad, que son complejas, temporales, dinámicas, interrelacionadas y contextualizadoras, propias de una impregnación vivida.
La pregunta era entonces: ¿es posible concebir otra forma de desarrollar nuestros conceptos y nuestra ciencia?
Lo que pedía era la superación de nuestra visión del mundo, es decir, imaginar e instituir otra forma de estar en relación y atentos, otra capacidad de fundamentar nuestros conocimientos y habilidades, otro proyecto de construcción social.
En resumen, he dicho que se trata de descolonizar nuestro imaginario: cambiar la base psicosocial común que orienta y reproduce nuestros modos de funcionamiento social. Un cambio que no puede producirse si no transformamos nuestra forma de sentir y percibir el mundo, nuestra relación estética con él, es decir, el paradigma sensible dominante.
En este proceso de re-visión de lo sensible, había llegado a la conclusión de que la verdadera cuestión es la de escuchar y «entender» de otra manera, es decir, según la etimología española del verbo «entender» –del latín intendere, tender hacia; del latín intendere: dirigir la atención;[3] y de la hermosa polisemia francesa e italiana de este verbo entendre en francés e intendere en italiano–, se trata de entender, escuchar y querer de manera diferente.
A este respecto dije: «Siempre que entramos en un proceso dinámico de interacción y movimiento, siempre que hay complejidad en la acción, las metáforas y modalidades de existencia sonora son las más destacadas y apropiadas para interpretar, describir y hacer comprender lo que está pasando».
En otras palabras, la escucha es una puerta de entrada a la realidad que establece inmediatamente una aproximación multisensorial y temporal a la misma, es decir, compleja.
Pero, ¿qué significa escuchar hoy en día?
Aquí, en este seminario de investigación, todos y todas somos conscientes de que escuchar el mundo, en el sentido de establecer una relación ecológica con los sonidos para entender [oír] —percibir con la mente— este mundo correctamente, no solo significa oponerse al ruido. En otras palabras, no se trata simplemente de las molestias o la contaminación acústica que invaden los espacios exteriores y los interiores.
De hecho, es una propuesta mucho más compleja y general. Se trata de un pasaje epistémico primordial. Es en este nivel, me parece, donde se puede entender en cierto modo el paso del logos occidental, la racionalidad del hablar-pensar que concierne y pertenece a la theoria, es decir a la mirada del theorôs, del espectador, al sentir-pensar de la ecosofía sonora que se envuelve en la escucha del mundo —lo que podríamos llamar, en oposición al concepto de theoria, acousia—.
La noción de sentipensar, introducida por el sociólogo Orlando Fals Borda en 1986, y retomada por Arturo Escobar en el título de su bello libro publicado en 2014, Sentipensarcon la tierra,[4] me parece que aporta interesantes y nuevos elementos para la enunciación de una nueva estética, es decir, una reactualización de la aisthesis.
En efecto, con el sentipensarnos enfrentamos tanto a una nueva propuesta epistémica, es decir, a un nuevo régimen de producción–jerarquización del conocimiento, como a una nueva ontología, es decir, a las interrelaciones esenciales que establecemos con el conjunto de los demás seres, animados y los inanimados, con los que convivimos.
En su significado más profundo y tomado en su contexto, el del giro epistemológico decolonial, el sentipensar lleva a una crítica de la noción de universo, proponiendo en su lugar la de pluriverso (un mundo «que puede contener muchos mundos»).[5] En este sentido, se refiere a las «ontologías relacionales»[6] que ponen en juego las nociones de complejidad y autoorganización en procesos de «coemergencia dependiente».[7] Y es precisamente de esta coemergencia de la que hablamos. En otras palabras, estamos inscritos en la materialidad del mundo en su devenir coevolutivo, y la razón no puede evacuar esta condición ontológica. A diferencia del pensamiento, que puede reclamar erróneamente una especie de idealidad abstracta, el sentipensar se refiere a la corporeidad del sentir, es decir, a una experiencia encarnada del mundo. Una experiencia que, por lo tanto, está siempre situada y, por lo tanto, compuesta en un común, compuesta de común, y que, por lo tanto, ancla el pensamiento en un devenir experiencial cuya naturaleza es intrínsecamente estética, es decir, sensible.
Esta nueva exigencia del sentir no significa, sin embargo, que el sueño de la razón deba completarse con el insomnio de los impulsos. Como revolución del sentir-pensar, la ecosofía sonora moviliza un conjunto de cuestiones problemáticas de considerable amplitud con las que tendremos que lidiar. Sentir-pensar en la Tierra y con la Tierra nos expone primero a una capacidad crítica para escuchar sus problemas y contradicciones.
Entre estas dificultades y como condición previa para abrirse a la escucha, está la conciencia del papel estructural y estructurante que, desde hace casi un siglo,[8] ha desempeñado la dimensión del sentir, y en particular la escucha, en el desarrollo industrial.
En efecto, no es casualidad que la aisthesis se haya convertido en la cuestión central y generalizada del proceso de acumulación y valorización del capitalismo planetario integrado. Es un hecho que el actual modo de producción se basa esencialmente en un nuevo diseño social cuyas características fundamentales se refieren a la captación estético–atencional de los individuos.[9] Este proceso de captación de subjetividades es deliberado, programado, tecnologizado y asumido.[10] Su particularidad no es solo la de organizar formas de «control incesante»[11] –las sociedades de control deleuzianas ya son plenamente operativas, aunque todavía estén en sus comienzos– sino también la de inducir formas de implicación emotivas voluntarias de los sujetos controlados. Se trata de solicitar y activar relaciones de adhesión a los modelos propuestos, provocando una aceptación pasiva, una especie de modesta resignación, o un sometimiento deliberado. En otras palabras, la voluntad de control está dada y opera sin aparente restricción externa. Esto recuerda al embrujo y la brujería y ya ha sido descrito como tal.[12] Por lo tanto, estamos en sociedades de co–acción. Un régimen que se impone tanto por la coerción como por la activación voluntaria de los individuos a través de formas de agencia participativa y de participación. Uno alimenta al otro.
Las modalidades de contención son múltiples y varían metódicamente según la situación. A las capacidades disciplinarias tradicionales —el confinamiento y el uso directo de la fuerza— se han asociado otros medios entre los que las tecnologías digitales han asumido el papel decisivo. En efecto, la informatización generalizada induce a la vez un control individual y social sigiloso permanente y un conjunto de procedimientos y protocolos que, bajo la apariencia de neutralidad técnica, imponen sus propias reglas arbitrarias y rígidas. En un proceso de frecuentación, adaptación y habituación ininterrumpidas, interiorizamos una dependencia estructural a las lógicas de las máquinas, así como una obediencia real a las relaciones psicosociales que estas establecen.
Sin embargo, a un medio cada vez más homogéneo y restrictivo de facto le corresponde una articulación de la oferta y el mercado individualizada e individualizante, a la vez dirigida y masificada, singular y normalizada. Al alcance de un clic, todos los bienes parecen pertenecernos en su totalidad. Envueltos en un packaging, es decir, literalmente, un envoltorio, apremiante, fugaz, atractivo y exclusivo, los objetos nos condicionan integralmente, perdidos como estamos en su exigente universo en perpetua prefiguración y obsolescencia.
Una vez más, repito, la realidad soft no excluye, en todo caso, cuando las contradicciones son demasiado flagrantes, la realidad hard. En general, debemos esperar formas de captación estético–atmosférica cada vez más atractivas, complementarias y tan «convincentes» como las de represión directa, que también aumentarán considerablemente.
En este sistema de gobernanza,[13] es decir, en esta forma de ejercer el poder, la cuestión de la escucha juega el papel fundamental: es absolutamente necesario escuchar y ser escuchado. Completamente vaciada de su contenido y perfectamente invertida en su sentido propio, la escucha se convierte así en el elemento constitutivo de un dispositivo de control. De facto, se reduce a una oscilación constante entre la audimetría –medición de la audiencia, ratings– y el condicionamiento duro –influencia, persuasión, control psicológico–.
Capitalismo estético, artístico, creativo, emocional, atencional, del gusto, de lo sensible, del espectáculo, de la moda, etc. son las fórmulas atribuidas a esta formación social a la que contribuyen ejércitos de psicólogos, sociólogos, antropólogos, filósofos, periodistas, estrellas de los medios de comunicación, expertos en comunicación, estadistas, publicistas, ingenieros, vendedores, abogados, informáticos, encuestadores, políticos, líderes de opinión, columnistas de redes sociales, empresarios, científicos, académicos, diseñadores, artistas, etc. Sin exagerar, toda la sociedad planetaria se moviliza para movilizar a toda la sociedad. El medio en el que evoluciona el ser humano se ha convertido en un entorno de influenciadores–influenciadores. Ya sea como voluntario o como participante involuntario, todo el mundo se beneficia.
El objetivo buscado y subyacente es siempre el mismo. Es la misma, compartida y cuidadosamente perseguida por los neoliberales europeos, así como por los cuadros comunistas chinos, los hombres fuertes presidenciales y otros dictadores que envenenan el mundo. Se puede resumir en tres lemas complementarios: explotar, mantener el poder, obtener beneficios. Esta afirmación puede parecer excesiva, pero la conclusión es: escuchar nada, entender nada. Hacer todo lo posible para no cambiar las relaciones de depredación y dominación existentes, para no dejar una escucha instrumental.
No solo eso, debemos esperar algo peor. Estas existencias, vigiladas y controladas a distancia por una megamáquina de formación y organización de un imaginario social construido e inspeccionado por una pedagogía preventiva masiva y un control continuo, estarán sometidas a una presión aún mayor. La escucha será más eficiente, reactiva, «visionaria» y cada vez más incapaz de escuchar, literalmente sin sentido. De hecho, podemos esperar que la situación actual se agrave. La escasez de recursos naturales pone en peligro la ganancia capitalista ya que «la explotación de estos recursos que parecían ser gratuitos, agua, petróleo, etc.» y que hicieron posible «la acumulación de gigantescos beneficios» está llegando a su fin[14]. Así, ante la escasez e intoxicación planetaria generalizada, la valorización capitalista busca nuevas economías y nuevas narrativas. El proyecto que se persigue ahora parece emerger con claridad: un enrolamiento forzado que –de forma solo aparentemente paradójica– quiere incorporar a todo el mundo para el cambio, la transición o incluso la revolución –según la terminología utilizada por ciertos representantes políticos no necesariamente ajenos a los mercados financieros, como el presidente francés Emmanuel Macron–[15] en una movilización generalizada imparable, rigurosa y drásticamente organizada detrás de los objetivos dictados por la producción de dividendos y la supervivencia de su sistema criminal.
En realidad, en esta estrategia de control generalizado, debemos esperar dos movimientos coactivos complementarios.
Por un lado, más negación de la crisis estructural y el colapso en el que ya nos movemos. Una estrategia suicida y patógena –una mezcla de inconsciencia, estupidez y arrogancia egoísta– apoyada en un aumento voluntario de la confusión y el desenfoque informativo, tanto conceptual como emocional. Este desorden organizado irá acompañado de una legitimación de los verdaderos poderes en su exigencia de ser cada vez más fuertes y en su ideología mistificadora que promueve la idea de una vuelta al orden. Por supuesto, el orden en cuestión es el orden mental, social y material de los privilegios y las relaciones de explotación que estuvieron en el origen mismo de la crisis estructural.
Una forma de hipoacusia total
Por otro lado y en paralelo, asistiremos a un aumento de la manipulación orquestada por una parte consistente de los dirigentes de todos los bandos, dirigidos por las multinacionales y los gobiernos. Ante la evidencia del desastre y sin poder persistir en la negación, los que hasta ayer pontificaban sobre el extremismo de los ayatolás verdes se erigirán en dadores de lecciones. Se erigirán en profetas, probablemente incluso de la austeridad, o incluso del decrecimiento, sin cuestionar nunca su visión rapaz e instrumental del mundo, sin negar nunca el statu quo real de los poderes económicos y políticos vigentes, de los que seguirán siendo, como empresarios de corazón, no solo los fieles apologistas y cortesanos, sino también los principales disfrutadores.
En ambos casos, la falta de comprensión de la complejidad, una visión simplista e interesada y la falta de escucha real empujarán a ambos movimientos hacia soluciones parciales, ineficaces y peligrosas. La tecnociencia, la nueva cara de lo sagrado, se supone que nos sacará de la situación, y se le dará cada vez más confianza en sus aspectos más reductores y milagrosos. La feria del aprendiz de brujo se generalizará. Geoingeniería para hacer llover en los desiertos resplandecientes, bioingeniería para hacer crecer las plantas casi sin agua, ingeniería espacial para hacer aparecer la idea de una quimérica migración marciana. Etcétera. Esta falta de comprensión del complejo solo aumentará el caos, concentrará el poder, confundirá a la gran mayoría de los ciudadanos y alejará a todos de los verdaderos problemas, que serán cada vez más urgentes.
De hecho, ya está surgiendo un conjunto de medidas coactivas. Se trata de «poco»: la cautivadora preservación de la solvente minoría de la humanidad y el abandono del resto a su suerte. Las nuevas economías se basarán en nuevas narrativas de exclusión. Los medios de tal proyecto son tan lapidarios como concertados: el refuerzo y la generalización del control sensible a través de una escucha profunda, abusiva e intrusiva en todas partes. Una auscultación intrínsecamente instrumental que examina, comprueba y explora. Una forma de oír que recoge, agarra y controla para explotar la molecularización social de los afectos, los deseos y los imaginarios.
Esta escucha omnipresente tendrá como contrapartida una sordera total para los que se queden atrás. En cualquier caso, la escucha será más total, es decir, totalitaria. Se constituirá como una totalidad de pertenencia, es decir, hará el mundo. Se trata de una novedad sustancial porque la escucha a la que se someterá todo el mundo no será fragmentada y parcial, sino integral e integrada. No se tratará de escuchar para la guerra económica, sino de una economía de la guerra de la escucha. A través de unos oídos siempre alerta y omnipresentes, los objetivos económicos se unifican finalmente con los militares, policiales y políticos. No se tolerará el silencio: todo el mundo estará encantado o convocado, pero de facto obligado a producir constantemente material para esta búsqueda vibratoria constante. De hecho, para decirlo mejor, incluso el silencio será investigado meticulosa y sistemáticamente para «hacerlo hablar».
En efecto, el capitalismo estético, con sus dispositivos de captación estético–atencional generados y promovidos por la necesidad de sostener e imponer el consumo en un mercado demasiado saturado como para ser abandonado a su suerte, está llegando a su momento culminante. Su historia es bien conocida. Al principio, el proyecto enfermizo e irreal de crecimiento ininterrumpido se topó con «un aparato estructuralmente en sobreproducción»[16] cuyos límites había que sortear –un concepto, el de límite, por una vez bastante claro–. Ha sido necesario afinar los criterios e índices de focalización de los objetivos previstos. El género, la edad y la clase social, y el nivel cultural ya no son categorías suficientemente precisas. Demasiado genérico. La propaganda tenía que ser capaz de llegar a todos los individuos.
Primero fue la pequeña radio de transistores, portátil e individual, y luego la generalización del enorme dispositivo monomedia digital, reticular, sistémico, molecular y omnipresente. Al final, todos escuchan, todos son escuchados. El proyecto era y sigue siendo: no solo controlar a cada persona, sino orientarla e individualizarla en la determinación de su carácter, configurar su propia personalidad ilusoria, producir sus deseos. El capitalismo estético se proyecta así como una inmensa máquina capaz de forjar imaginarios consensuados, dibujados y singularizados precisamente en el perfil que cada individuo contribuye a crear de sí mismo. Un proceso establecido porque se construye objetivamente sobre la base de las elecciones y acciones efectivamente realizadas por cada uno de nosotros a través de los terminales conectados de la inmensa red comunicacional de geolocalización, memorización y transmisión de datos. «Google te conoce mejor de lo que te conoces a ti mismo»[17] afirmó Viktor Mayer–Schönberger, profesor de «gobernanza y regulación de Internet» en la Universidad de Oxford, en 2009. Desde entonces, la explotación de la información transmitida y recopilada por este ultrainstrumento que es el «teléfono móvil–ordenador–navegador–asistente personal–tableta táctil–consola de videojuegos–televisión–cámara de vigilancia–cámara inteligente–software de reconocimiento de movimientos–objeto conectado, etc.» no ha dejado de crecer y mejorar. A pesar de algunos tímidos intentos de regulación, el sistema no ha cambiado. El proceso que condujo a este estado de cosas se activó en las primeras décadas del siglo XX. y, en su vocación esencialmente comercial, puede considerarse genéricamente realizado.
Paralelamente a este sistema de propaganda a bombo y platillo, a partir de la segunda posguerra y de forma decisiva desde los años 70, se estableció otro sistema. Esta vez no se trataba de una guerra comercial, sino de una guerra a secas. Con el objetivo de «vigilar globalmente a poblaciones enteras, más allá de las fronteras nacionales», los militares pusieron en marcha una estrategia de vigilancia global para crear una escucha global y globalizada. Poco a poco, se estableció una sinergia entre los intereses estratégicos del mercado y los del mundo político– militar. La red Echelon[18] fue el prototipo de esta alianza y desde entonces se ha convertido en el modelo compartido por todos los actores económicos, políticos y militares que compiten en el mundo. Imponer condiciones co– activas de escucha instrumental era y sigue siendo el objetivo común. Y es sobre esta base que los dos sistemas se han hibridado. Pero es sobre todo con esta escucha totalmente intrusiva, que produce un verdadero desenfoque de la escucha, con la que tenemos que hacer las cuentas hoy.
Todo esto es bien conocido y lo ha sido durante mucho tiempo, pero la sinrazón y el extremismo casual de los estratos sociales dominantes no han escuchado. De hecho, nunca han escuchado y seguirán sin hacerlo. A pesar de que el despilfarro de los ricos, los beneficios, la competitividad y la guerra son lujos que ya no nos podemos permitir, asistiremos a la acentuación de estas derivas patógenas.
Este es nuestro destino, si una fuerza colectiva de cambio radical no encuentra los medios para expresarse.
Este futuro insostenible ya es una realidad, ya que en la actualidad gobierna. La pandemia hace estragos y las multinacionales farmacéuticas obtienen 93,5 millones de dólares diarios de beneficios antes de impuestos solo en 2021[19] y nueve nuevos multimillonarios en la industria. La contaminación de los combustibles fósiles está destruyendo el planeta: las multinacionales petroleras[20] y mineras obtienen beneficios récord en el primer trimestre de 2022 convirtiéndose en la primera industria en reparto de dividendos y beneficios.[21] A pesar de la clara manifestación de una crisis estructural y paradigmática, las pruebas de una verdadera voluntad de cambio siguen siendo muy insuficientes.
Ante la innegable manifestación del colapso en acción, hay motivos para el desánimo. Pero si no somos capaces de establecer modos de relación colectivos, directos, sensibles, críticos y libres, verdaderamente decididos a escuchar al Otro, es decir, capaces de asumir juntos los comunes, las producciones, los equilibrios vitales y la reconstrucción socioplanetaria que se requiere, estaremos perdidos. Una «revolución política, poética y filosófica»[22] que escuche la complejidad es el resultado necesario y esperemos que alcanzable. En realidad, todo es posible, el futuro está siempre abierto, aunque los márgenes que tenemos son ciertamente muy estrechos y frágiles.
Se trata, pues, de un nuevo materialismo estético. Un materialismo del sentimiento y de la escucha, que reconoce a la estética –aisthesis– como una fuerza material y una apuesta decisiva en todos los procesos en curso, ya sean los de continuidad y confirmación de los poderes o, por el contrario, los de transformación radical.
La verdadera cuestión es, pues, escuchar y entender de otra manera. Entender como la voluntad de un sujeto activo, dispuesto y capaz de escuchar.
La escucha implica, pues, una apertura ontológica sin concesiones: abrirse al Otro, acogerlo con agrado, prestarle atención, sentirlo en el poder de su fuerza y agentividad vivas. Estos diferentes aspectos, que podrían resumirse como estéticos, epistémicos y éticos, son las complejas vibraciones que componen la ecosofía sonora y que separan la escucha instrumental del sometimiento y la escucha liberadora de la emancipación.
Una escucha que se supone que lo recibe todo y siente, por tanto, especialmente el silencio de los que no tienen derecho a hablar entre los humanos y terrícolas. Los hombres y mujeres sin voz y los demás seres cuyas lenguas no se escuchan por el momento. Es precisamente este horizonte silencioso el que nos da la medida de la tarea de la sana ecosofía. Solo podemos escuchar, con la conciencia de que está siempre abierta e inacabada: una obra imposible, por tanto, pero que hay que realizar en cada momento con perseverancia, irreductibilidad, simpatía y placer.
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Notas