Ensayos

Transmisión y subjetividades alteradas. Notas acerca del dispositivo escolar en tiempos de dispersión y repliegues narcisistas

Transmission and altered subjectivities. Notes about the school device in times of dispersion and narcissistic withdrawal

Vanesa Collet *
Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), Argentina

Itinerarios educativos

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 1850-3853

ISSN-e: 2362-5554

Periodicidad: Semestral

núm. 17, e0035, 2022

revistadelindi@fhuc.unl.edu.ar

Recepción: 08 Abril 2022

Aprobación: 15 Septiembre 2022



DOI: https://doi.org/10.14409/ie.2022.17.e0035

Resumen: La preocupación por librarnos de modelos autoritarios y opresores nos ha llevado al borde de extinguir la posibilidad misma de la transmisión, la palabra, la escucha y la atención. La inscripción en la cultura, a través de la introducción de las limitaciones necesarias para abrirnos al mundo y protegernos de la pulsión de muerte, comienza a desmoronarse ante el mandato de las sendas cortas y el abandono de todo aquello que se nos resiste. La búsqueda del goce inmediato y sin restricciones simbólicas, socaba la posibilidad de sostener procesos de sublimación, poniendo en cuestión el dispositivo de escolarización y las maneras creadas para transmitir una relación con la cultura. Los imperativos mercantilistas de flexibilidad, hiperactividad y rendimiento se articulan con el cuestionamiento generalizado a la Ley de la castración e impulsan repliegues narcisistas que impactan en las relaciones intergeneracionales, conduciendo hacia la búsqueda de relaciones más horizontales entre padres e hijos. La escuela queda como una de las pocas instituciones capaz de salvaguardar lo humano, protegiendo la asimetría en el vínculo intergeneracional y la relación con la cultura. El asunto es vislumbrar algunas maneras que pongan a resguardo los procesos formativos, estableciendo una relación vital con los saberes, el pasado y aquello necesario para que el mundo no se deshaga.

Palabras clave: transmisión, narcisismo, dispersión, dispositivo escolar.

Abstract: Our concern for becoming free from authoritarian and oppressive models has brought us to the brink of extinguishing the very possibility of transmission, speech, listening, and attention. The inscription in culture through the introduction of the necessary limitations to open us to the world and protect us from the death drive begins to crumble before the mandate of short paths and the abandonment of everything that resists us. The search for immediate and unrestricted symbolic enjoyment undermines the possibility of sustaining processes of sublimation, calling into question the device of schooling and the ways created to transmit a relationship with culture. The mercantilist imperatives of flexibility, hyperactivity, and performance are articulated with the generalized questioning of the Law of Castration and drive narcissistic withdrawals that impact on intergenerational relationships, leading to the search for more horizontal relationships between parents and children. The school remains as one of the few institutions capable of safeguarding the human, protecting the asymmetry in the intergenerational bond and the relationship with culture. The issue is to glimpse some ways to safeguard formative processes, establishing a vital relationship with knowledge, the past, and what is necessary for the world not to fall apart.

Keywords: transmission, narcissism, dispersion, school device.

Introducción

La Escuela ha dejado de ser una institución disciplinaria, para convertirse en una institución de resistencia a la indisciplina del hiperhedonismo acéfalo que rige en nuestra sociedad. La resistencia de la Escuela consiste hoy en sustentar el valor traumático de la Ley de la palabra en una época en la que la única obligación que parece existir es la del goce en sí mismo (Recalcati, 2017:79).

Introduzco este trabajo recuperando las palabras del psicoanalista italiano, Massimo Recalcati, que nos ponen ante uno de los problemas que atravesamos como colectivo social y, particularmente, quienes nos abocamos al ámbito educativo. La preocupación por librarnos de ciertos modelos autoritarios y opresores, que nos sometían a regímenes de disciplinamiento en las sociedades panópticas descriptas por Foucault, nos ha llevado al borde de extinguir la posibilidad misma de la transmisión, la palabra, la escucha y la atención.

Con la crisis de los ideales modernos, el desplazamiento de la primacía de la lógica estatal y la pérdida del poder instituyente de sus instituciones, se desmorona toda una estructura de leyes, rituales, valores que ordenaban los vínculos, el tiempo, los espacios. Se trata de una transformación que ha significado un profundo golpe a los relatos que se constituían en pilares fundantes y que dotaban de sentido al devenir cotidiano.

El derrumbe fue abriendo paso a una sociedad que, sin dejar de estar regulada por el Estado, comienza a regirse cada vez más según las reglas y valores del mercado y su énfasis en el consumo. La penetración de esta lógica ha significado un repliegue narcisista que, en búsqueda de seguridades, pretende mantenerse alejado del caos que significa el mundo exterior.

La escuela (primaria y secundaria pero también en alguna medida la universidad), como dispositivo por excelencia abocado a la transmisión de saberes y a la inserción cultural, diariamente se enfrenta al desafío de poner en marcha procesos de formación, en una sociedad hedonista en la que prima la pulsión del goce inmediato. Este devenir pone en jaque el corazón de todo proceso formativo y nos lleva a interrogar el sentido mismo de la escolarización y sus posibilidades de persistir —como dispositivo institucional— en el tiempo. No se trata de un escrito a favor de conservar lo instituido. Se trata de indagar en qué direcciones podríamos vislumbrar algunas alternativas que nos permitan poner a resguardo los procesos formativos. Es decir, la transmisión de la cultura y el cuidado de un mundo para que no se deshaga.

Aportes de la cultura

En las primeras décadas del siglo XX, Sigmund Freud planteaba abiertamente: «La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles» (2017:75). Nos vemos envueltos en una lucha por contrarrestar un malestar constitutivo de nuestro aparato psíquico. El principio de placer, más que propender a la obtención de un estado de felicidad, viene justamente a poner en evidencia la necesidad de evitar el displacer. Esto nos introduce en la búsqueda de calmantes, incluyendo aquellos que nos prometen una satisfacción inmediata. Sin embargo, como sabemos, el malestar persiste.

Según Freud, gracias a la creación de la cultura la vida pudo ir más allá y no quedar limitada a la satisfacción de necesidades primarias. El Eros hizo posible la unión del hombre en comunidad, inhibiendo una de las pulsiones constitutivas del ser humano: el impulso de agresión, de destrucción y autodestrucción.

Conformar una cultura, hacer primar el Eros, lejos de ser una tarea sencilla, implica una serie de represiones, puesto que la pulsión de destrucción ni los impulsos primarios desaparecen. «La cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos (…) De ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida» (Freud, 2017:109).

El movimiento de canalización libidinal, que supone la conservación y transmisión de la cultura, atraviesa serias dificultades para consolidarse y se ve impelido a batallar contra distintos frentes. Además de encontrarse con una conformación familiar que atenta en contra de la inserción de sus miembros en la cultura, las relaciones amorosas, sexuales, generan un vínculo donde no parecería quedar resto pulsional. Por otro lado, los costos subjetivos que implica el acceso sistemático a la comprensión y conocimiento de los objetos culturales, requieren de la canalización de la pulsión libidinal sin mayores garantías respecto de sus resultados o aportes en términos de placer. Se trata de un trabajo que implica renunciar a goces más inmediatos y sostener un esfuerzo a lo largo de un tiempo indeterminado.

Mediante la sublimación de las pulsiones primitivas no solo los vínculos humanos se fortalecen y refinan, alejados de la pulsión agresiva, sino que se nos abre el acceso a las «actividades psíquicas superiores», como las que aquí más nos interesan: las relacionadas al conocimiento artístico, científico, intelectual.

A través de la cultura y las limitaciones a las posibilidades individuales que esta impone, nos abrimos al mundo. Interrumpimos lo familiar, incestuoso, lo que nos mantiene ligados a lo mismo, para darle lugar a lo otro, lo que amplia nuestros horizontes y nos muestra otros caminos como oportunidades de enriquecimiento personal y social.

La instauración de la Ley del ¿por qué no? (Recalcati, 2017) parece sumarse como otro obstáculo que acecha el camino de la sublimación. Una Ley que nos impulsa constantemente hacia el goce inmediato, hacia un goce mortífero en tanto se mueve explorando todos los límites, incluso los que ponen en riesgo la propia vida.

¿Qué sucede cuando el acceso a los saberes hay que tramitarlo no por deseo sino por obligación? ¿Cómo mantener la renuncia al goce inmediato cuando nos encontramos en una sociedad que todo el tiempo nos interpela para que tomemos por los caminos más cortos y sin mayores esfuerzos, cuando insistentemente se nos pregunta: por qué no?

El devenir de la transferencia en tiempos de sendas cortas

Hablar de transferencia en tiempos de sendas cortas parecería encerrar una contradicción en sí misma. ¿Qué posibilidades tenemos de mantener procesos transferenciales en estos tiempos fugaces? ¿Cómo construir espacios transferenciales en tiempos que atentan en contra de la constitución de sujetos involucrados subjetivamente?

Massimo Recalcati (2017) hace referencia a «la ilusión de una “senda corta”», señalando con preocupación la construcción de modelos peligrosos que parecerían encarnar el éxito personal descuidando la disciplina paciente de la formación y alimentando obstinadamente una negativa a todo aplazamiento del goce.

El tiempo requerido de la transferencia es un tiempo sin apuros ni atajos, que permite que algo del orden del deseo del sujeto en formación pueda emerger, en relación a un Otro que moviliza ese deseo. Estamos hablando de un Otro que también pone en juego sus deseos en esa vinculación. Es necesario entonces que el sujeto pueda salir de su narcisismo para conectar su deseo en relación a determinados objetos de la cultura. «Para que haya deseo de saber es necesario un contagio, un encuentro con un testimonio de ese deseo» (Recalcati, 2017:71).

En el año 2003 Silvia Bleichmar sostiene que «hay una suerte de desmantelamiento de los sistemas de transferencia. Nadie cree en nadie que tenga algún lugar de poder. Fractura total de los modos tradicionales de transferencia. Las formas de conocimiento están articuladas desde la computadora al televisor» (2010:61).

En 2022, diecinueve años después, aquellos signos que la psicoanalista avizora no solo no se han revertido sino que parecen haberse agravado. Vivimos en una sociedad que pareciera querer cortar los lazos que la unen con la tradición y el pasado, como sinónimo de trasto viejo, en un intento desesperado por lograr la juventud perpetua. De manera cada vez más masiva los niños y jóvenes crecen iluminados por la luz de las pantallas y la conexión ininterrumpida a las redes y flujos de información, sometidos a mensajes exitistas, estéticos, de consumos y prácticas que escasamente los adultos se detienen a interpelar. De esa manera, quedan expuestos a un abandono que los acerca peligrosamente hacia la Ley del ¿por qué no?

Crisis de la tradición, de las palabras que nos ligan a ella, crisis del adulto como figura de transmisión. Las instituciones encargadas de la transmisión, donde la transferencia es posible gracias al vínculo que establecen docentes y estudiantes, están cada vez más asediadas y venidas a menos. Con menores recursos, mayores demandas y un reconocimiento social en franca decadencia. Resistiendo con sus últimas fuerzas a los discursos economicistas que pretenden subsumirlas a las lógicas del mercado, donde todo parecería transformarse en mercancía y adquirir un valor de acuerdo al juego de la oferta y la demanda.

Para Recalcati se trata de una mutación sin precedentes que evaporó la institución disciplinaria, para dar lugar a un espacio indiferenciado donde cada uno busca, al igual que en cualquier otro ámbito, un goce incestuoso. No es casual que recurra al mito de Narciso para trazar los rasgos de la escuela actual. Narciso es quien no puede dejar de mirar su propio reflejo así como no puede evitar enamorarse de sí mismo. Narciso representa la figura de la desconexión, del ensimismamiento. En la búsqueda por evitar las fuentes de dolor, como Freud decía: «nace la tendencia a segregar del yo todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arrojarlo hacia afuera, a formar un puro yo–placer, al que se contrapone un ahí–afuera ajeno, amenazador» (2017:68).

Una aproximación al concepto de sublimación

Recalcati sostiene que la escuela debe refundarse en «la promesa de la sublimación». La escuela debe izar la bandera que encarne la figura de lo imposible. Lejos de querer reponer con ello las figuras autoritarias de otros tiempos, que solo habilitaban la palabra para la reiteración de lo mismo, su discurso apunta a promover el encuentro traumático con el límite.

Lo imposible es un nombre del encuentro traumático con el límite que la experiencia lenguaje hace posible. La existencia del lenguaje separa al ser humano de un goce sin fronteras y sin pérdida, imponiendo a quienes habitan en su horizonte el luto por la Cosa del goce, el luto del goce mortífero e incestuoso. (Recalcati, 2017:27).

Laplanche y Pontalis sostienen que es a través de la sublimación como somos capaces de llegar a lo más sublime, a lo considerado más valioso por nuestra sociedad. Esa sublimación es posible gracias a la canalización de energía pulsional sexual hacia metas no sexuales, como las vinculadas fundamentalmente al trabajo artístico e intelectual.

Por un camino menos directo pero también menos mortífero, podemos obtener ciertas satisfacciones que no se producen al modo de una relación de causa y efecto ni traen certificados que las garanticen. La promesa de la sublimación implica hacerse cargo de generar los tiempos, los espacios y los encuentros necesarios para provocar un goce ligado a la relación pasional, erótica, que podemos establecer con aquello que queremos conocer, hacia aquello en lo cual nos queremos adentrar.

Solo así estamos a salvo del goce mortífero, de la pulsión de muerte, y podemos elevarnos en metas sublimes. Se trataría de «abandonar el goce mortífero, el goce encerrado en uno mismo, el goce inmediato y su alucinación, para encontrar otro goce, capaz de hacer la vida más rica, más dichosa, capaz de amar y desear» (Recalcati, 2017:45).

Esto no sería posible si redujéramos la transmisión de la cultura a aquello que se requiere desde el mercado, que se reclama en nombre de las necesidades de la sociedad o que se define como lo útil.

Entre críticas y demandas: el dispositivo escolar en tiempos de dispersión y repliegues narcisistas

En un escrito reciente Simons y Masschelein (2014) recogen diferentes voces que pretenden demostrar la caducidad de la institución escolar. El reclamo por su falta de eficacia y utilidad, con resultados de aprendizaje que no responden a las necesidades de la sociedad; o la acusación por su carácter artificial, que aísla a los niños y jóvenes de la vida real, son discursos que insisten erosionando su debilitado reconocimiento social.

No se trata de negar que las instituciones tengan aspectos que revisar. Sin embargo, el problema está lejos de haberse configurado debido al centramiento en el currículum o a la desatención de las experiencias cercanas al mundo de los estudiantes. El problema de nuestro tiempo, como señalamos al comienzo, radica en el profundo rechazo a la Ley en favor de la liberación del deseo. Una búsqueda típica de un comportamiento que desconoce que «sin el deseo, la Ley se vuelve estéril y se convierte en una momia en defensa de un saber muerto, pero sin la Ley el deseo se fragmenta y se convierte en puro caos» (2017:33).

Como uno de los rasgos más sobresalientes del rechazo a la castración, podemos señalar la evaporación de la asimetría constitutiva de la relación entre padres e hijos. «Las aristas (…) de la diferencia generacional quedan suavizadas en el nombre de un derecho a la igualdad que en realidad supone la abolición de la responsabilidad de los adultos para representar su papel en el proceso educativo de sus hijos» (2017:37). Los padres son aliados de sus hijos al punto de salir en defensa de sus hijos cuando desde la escuela se intenta introducir algo del orden de la Ley de la palabra.

Desaparecida la asimetría intergeneracional, se avanza hacia la disolución del conflicto. La dificultad que atraviesan los adultos para constituirse en sostén de niños y jóvenes, introduciendo la figura de lo imposible, del límite, de la Ley, conduce a la conformación de subjetividades hedonistas, únicamente preocupadas por la satisfacción de su goce inmediato.

Según Bleichmar, solo «hay una familia en la medida en que hay alguien de una generación que se hace cargo de alguien de otra, o incluso cuando los vínculos generan una asimetría en la cual alguien toma a cargo las necesidades de otro para establecer sus cuidados autoconservativos y su subjetivación» (2010:46).

¿Quién se hace cargo de las necesidades de otro en tiempos de padres sin tiempos, padres cansados, estresados? ¿Quién podrá resguardar los cuidados autoconservativos cuando contamos con padres extraviados detrás de pantallas, en consumos problemáticos? ¿Quién se hace cargo de cuidar la asimetría en una sociedad de padres que buscan abolir la Ley para vivir de acuerdo a su propio deseo sin asumir las consecuencias éticas de esa decisión?

Niños y jóvenes que no tienen con quiénes discutir, de quiénes diferir, figuras contra las cuales estructurar el conflicto. Las palabras se instrumentalizan, se comercializan, se vuelven funcionales a la lógica del mercado. «Las palabras (…) se convierten en meras palabras que han perdido el nexo ético que las une con sus consecuencias» (Recalcati, 2017:38). ¿Quién se ocupará de invertir tiempo, energía pulsional, en pronunciar palabras y ser consecuente con ellas? ¿Quién podrá ser capaz de escuchar? ¿Quién podrá callar y atender para poder disentir y salir en busca de sus propias palabras?

En La sociedad del cansancio el filósofo surcoreano, Byung Chul Han, analiza el devenir de la condición humana en esta sociedad del rendimiento y del multitasking. La falta de sosiego, el exceso de estímulos, informaciones, impulsos, modifican radicalmente la estructura y economía de la atención. Vamos hacia una nueva forma de salvajismo donde el don de la escucha va camino a su desaparición. «“El don de la escucha” se basa justo en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual al ego hiperactivo ya no tiene acceso» (Han, 2018:35–36).

La transmisión y sus interferencias

En el escrito ya citado, Bleichmar plantea que «lo que se llama producción de subjetividad es del orden político e histórico. Tiene que ver con el modo con el cual cada sociedad define aquellos criterios que hacen a la posibilidad de construcción de sujetos capaces de ser integrados a su cultura de pertenencia» (Bleichmar, 2010:33).

En aquel entonces, recién salidos de la crisis del 2001, señala con preocupación cómo la transformación en la percepción del tiempo, en articulación con las condiciones materiales de existencia, afectan notablemente la terapia psicoanalítica. La inmediatez había ganado la vida cotidiana y eso constituía una dificultad para analizarse, teniendo en cuenta que el análisis es una inversión a futuro. «El análisis implica tener conciencia que hay tiempo por delante» (Bleichmar, 2010:54–55). En ese contexto, la autora vincula los problemas que transitábamos para proyectarnos en el tiempo con las condiciones económicamente desfavorables que estábamos atravesando como país.

En un escrito contemporáneo, Richard Sennett (2012) sostiene que la imposibilidad de construir proyectos a largo plazo se encuentra directamente ligada a las recientes reconfiguraciones del sistema capitalista. La supremacía de la lógica empresarial (costo–beneficio) se instala sin reparar en los efectos que acarrea en la producción de subjetividades. Según el autor estamos frente a un sistema organizado para afrontar su constante caducidad. Las empresas están preparadas para mudar constantemente su geo–localización y su capital invertido de acuerdo a los costos de producción y las demandas del mercado. Este giro no solo genera una profunda inestabilidad en lo referido a los puestos laborales, sino que además produce trabajadores cada vez más descomprometidos y desatentos con la tarea asumida.

El principio estructurante del mundo laboral «nada a largo plazo», en articulación con una tecnología que avanza procurando simplificar los procesos productivos, provoca una serie de alteraciones en el carácter y los valores que los trabajadores ponen en juego. «La dificultad es contraproducente en un régimen flexible. Por una terrible paradoja, cuando reducimos la dificultad y la resistencia, creamos las condiciones para una actividad acrítica e indiferente por parte de los usuarios» (Sennett, 2012:75). El desapego, la superficialidad y la indiferencia son los valores configuradores de estas subjetividades.

Las preguntas que se sobrevienen inmediatamente tienen que ver con la pérdida del sentido del esfuerzo. ¿Para qué esforzarse? ¿Para qué esforzarse si todo ya viene listo para usar y consumir? ¿Para qué comprometerse y estrechar vínculos de lealtad en un mundo organizado fugazmente? ¿Para qué forzar la atención y la concentración si las tareas a realizar son cada vez más sencillas dada la tecnificación y tecnologización de los procesos productivos? Interrogantes que parecerían desprenderse de un razonamiento lógico, dada la organización laboral presente.

El problema se presenta cuando estos modos de subjetivación van más allá del ámbito laboral y atraviesan todo el tejido social, estableciendo los criterios desde los cuales se definen los sujetos integrados a la cultura. Cuando la producción de subjetividad queda configurada según los criterios de eficacia, rendimiento y competitividad, propios de las lógicas del mercado. ¿Qué pasa cuando esos modos de configuración subjetiva, funcionales al mundo laboral, pretenden erguirse en los parámetros a seguir en el terreno de la escolaridad?

El multitasking, la conexión a distintos dispositivos de manera simultánea, la sobrecarga de actividades (tanto en adultos como en niños), o su contracara: la conexión sedentaria e ininterrumpida a la red. Fragmentos de un escenario actual que socavan la posibilidad de la palabra, de la transmisión, de la concentración, de la atención.

Los índices de intolerancia al fracaso o el límite hacen sospechar que la figura de lo imposible está en retirada. Cada vez nos encontramos con mayores dificultades para soportar que algo se resista a la comprensión, que implique esfuerzo, que requiera de un tiempo y atención. El aprendizaje se vuelve una búsqueda de adquisición sin esfuerzo que lleva a una anorexia mental ampliamente favorecida por el uso masivo de la tecnología, que en ese sentido se vuelve cómplice de la senda corta de la antisublimación. De allí la propagación de otro tipo de pandemia menos difundida por la prensa: el plagio (Recalcati, 2017). La repetición de lo mismo, el intento por reducir el aprendizaje escolar a una reiteración que evite la implicación de una enunciación subjetiva. ¿Para qué esforzarse si todo puede resolverse con el simple procedimiento del «corte y pegue»?

En un movimiento libertario que desconoce de diques simbólicos, el sujeto enfrenta cada vez mayores dificultades para escuchar la palabra del Otro y la escuela se transforma en una institución rechazada por querer imponer sus reglas y condiciones. El problema es que «no hay proceso educativo que pueda prescindir de las condiciones dictadas por el Otro» (Recalcati, 2017:74).

Concluyendo

A pesar de todas sus falencias y dificultades, la escuela es una de las pocas instituciones que puede sostener prácticas y construir sentidos que alejen la fantasía del goce inmediato e ilimitado. Al acercarnos a objetos culturales, tutela la experiencia del límite y de lo imposible, reponiendo el lugar del conflicto en la relación con lo transmitido.

La escuela abre vacíos allí donde todo parecería querer cerrarse, volverse transparente y comercializable. A través de las preguntas, el reconocimiento de diferentes significaciones y tensiones dilemáticas, proyecta una opacidad donde todo parecería querer convertirse en objetos listos para ser consumidos. Produce ausencias, rodeos, muestra caminos trazados por otros para que cada quien se lance a andar en busca de sus propios pasos. Introduce los cortes traumáticos necesarios para poner el deseo en movimiento. Un deseo por conocer lo que se ignora, consciente de sus limitaciones.

Contagiar el deseo por conocer no es un método ni puede ofrecer garantías por los resultados. Sin embargo, es el amor por lo que se enseña lo que puede dar vida a los saberes, haciéndolos latir en los encuentros renovados con cada nueva generación. Sabiendo siempre que se trata de saberes precarios, a los cuales nos acercamos con comprensiones provisorias.

Para ello la transmisión requerirá de tiempos y espacios que impliquen la presencia atenta de sus interlocutores, dispuestos a la escucha y a suspender momentáneamente el yo. Solo así será posible ser parte de asuntos que vayan más allá de las preferencias individuales y nos involucren en el cuidado del mundo y de las nuevas generaciones que lo habitan. Tiempos y espacios que habiliten la transmisión de un deseo desplegado pacientemente, con las pausas y los desvíos necesarios a pesar de las urgencias generadas por las demandas de la productividad y el rendimiento. Un deseo que sabe de la imposibilidad de abarcarlo todo a la vez que puede mantener la avidez por explorar y conocer. Que movilice la búsqueda de las propias palabras, reconociendo las palabras pronunciadas por otros, en medio de una sociedad hablada por el lenguaje del mercado.

Referencias bibliográficas

Bleichmar, S. (2010).El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del yo. Buenos Aires: Topia.

Freud, S. (2017). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores.

Han, B. (2018).La sociedad del cansancio. Buenos Aires: Herder.

Laplanche, J; Pontalis, J. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Recalcati, M. (2017).La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza. Barcelona: Anagrama.

Sennett, R. (2012).La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Buenos Aires: Anagrama.

Simons, M.; Masschelien, J. (2014).Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Buenos Aires: Miño y Dávila.

Notas de autor

* Vanesa Collet es Doctoranda en el Doctorado en Ciencias Sociales (UNER). Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación (FCEDU. UNER). Profesora adjunta de la cátedra Didáctica II correspondiente a las carreras Licenciatura y Profesorado en Ciencias de la Educación de la FCEDU. UNER. Coordinadora de la cátedra Didáctica, Trayecto Pedagógico, de la FHAYCS. UADER. Directora del PID Novel «El interés y la relación con el conocimiento en las escuelas secundarias de la ciudad de Paraná». Aprobado con dictamen favorable en febrero 2022.
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