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Hacia la consolidación de un campo filosófico argentino: un recorrido por el Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949
The consolidation of a philosophical field in Argentina: a reconstruction of the First National Congress of Philosophy of 1949
Hacia la consolidación de un campo filosófico argentino: un recorrido por el Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949
Tópicos, núm. 44, e0011, 2022
Asociación Revista de Filosofía de Santa Fe
Recepción: 01 Marzo 2021
Aprobación: 05 Mayo 2021
Resumen: El presente trabajo se propone abordar el Primer Congreso Nacional de Filosofía llevado a cabo en la Universidad Nacional de Cuyo en 1949 con el objetivo de interrogarse respecto de su impacto y relevancia en el proceso de consolidación de un campo filosófico argentino. Se procederá a analizar la coyuntura de su realización, su vínculo, en tanto evento nacional, con el primer gobierno peronista pero también las diversas tensiones que lo recorren, inherentes al propio campo filosófico y a las disputas especulativo-académicas que habitaban en el seno de las universidades nacionales. Nos interesa comprender de qué forma emerge y se explicita en este Congreso la relación dialéctica que existe entre la filosofía argentina y la universidad como espacio fundamental en que aquella es desplegada, a la vez que preguntarnos por la institucionalización de la disciplina filosófica durante el primer peronismo, período en el cual se desarrolla una política de financiamiento y fomento de la actividad científica. La hipótesis que sostenemos es que el Congreso representa un punto de inflexión decisivo en la configuración de la práctica filosófica como campo especulativo y científico oficializado, que inevitablemente supuso disputas y exclusiones, viéndose entramado en una vinculación con la gestión del gobierno peronista.
Palabras clave: Primer Congreso Nacional de Filosofía, filosofía argentina, institucionalización, peronismo.
Abstract: The following paper attempts to address the First National Congress of Philosophy held at the National University of Cuyo in 1949 with the aim of analyzing its impact and relevance in the process of consolidation of an Argentine philosophical field. We will proceed to study the context of its realization, its relation, as a national event, with the Peronist government but also the various speculative disputes that run through it, inherent to the philosophical field itself. We are interested in understanding how the relationship between Argentine philosophy and the university as a fundamental space in which the first one is deployed emerges in this Congress. We are also interested in analyzing the institutionalization of the philosophical discipline during the government of Perón, a period in which a policy of financing and promotion of scientific activity is instrumented. The hypothesis we will defend is that the Congress represents a decisive turning point in the configuration of philosophical practice as a speculative and scientific field, which inevitably entailed disputes and exclusions, and was linked to the scientific policy of the Peronist government.
Keywords: First National Congress of Philosophy, Argentine Philosophy, Institutionalization, Peronism.
Introducción
Reflexionar sobre el devenir histórico de la filosofía argentina y, específicamente, sobre su institucionalización, supone detenerse en un evento fundamental: el Primer Congreso Nacional de Filosofía, llevado a cabo en la Universidad Nacional de Cuyo en 1949. Este acontecimiento académico –el primero dedicado a la filosofía en nuestro país y también en Latinoamérica– tiene profundas implicancias políticas, a la vez que representa un hecho histórico y cultural trascendente que fue analizado desde múltiples perspectivas.[1] En el presente trabajo quisiéramos volver sobre él, quisiéramos detenernos nuevamente a analizar la coyuntura de su realización, su vínculo, en tanto evento nacional, con el primer gobierno peronista pero también las diversas tensiones que lo recorren, inherentes al propio campo filosófico y a las disputas especulativo-académicas que habitaban en el seno de las universidades nacionales. En ese sentido, nos interesa analizar de qué forma emerge y se explicita en este Congreso la relación dialéctica que, según nuestra lectura, existe entre la filosofía argentina y la universidad como espacio fundamental en que aquella es desplegada. Pues, si bien la práctica filosófica excede las fronteras de la vida académica desde sus orígenes y fundamentos, pero también desde sus impactos y consecuencias, la filosofía encuentra en el espacio universitario un horizonte privilegiado de legitimación, de trabajo y expansión. A su vez, nos importa interrogarnos respecto de la institucionalización de la disciplina filosófica durante el primer peronismo, período en el cual se despliega una política de financiamiento y fomento de la actividad científica argentina y en el que, a partir del Congreso Nacional de Filosofía, la disciplina ocupa un espacio relevante reconocido por el Estado mismo, por la comunidad internacional, e incluso, por la sociedad.
La tarea que nos proponemos al abordar este evento tiene, entonces, un doble carácter. Nos interesa pensar, por un lado, el lugar preponderante que han ocupado (y ocupan) las universidades nacionales en el desarrollo de la filosofía argentina como espacios de legitimación y producción, instituciones en donde se dirimen las orientaciones y los ejes teóricos que guían la práctica académica, que han sido habitadas, nutridas, por grandes referentes de la filosofía nacional y en donde han sido elaborados y difundidos muchos de sus aportes. Pero también nos importa reflexionar sobre la constitución de un campo filosófico institucionalizado que toma fuerza a partir de la realización de este Congreso, que se consolida en sus intercambios con la filosofía internacional y en el diálogo que se establece al interior de la filosofía argentina, acompañado de un reconocimiento por parte del Estado en el contexto del primer gobierno de Juan D. Perón. En ese sentido, la hipótesis que sostenemos es que el Congreso representa un punto de inflexión decisivo en la configuración de la práctica filosófica como campo especulativo y científico oficializado, sistematizado, que inevitablemente supuso disputas y exclusiones y se vio entramado en una vinculación con la gestión del primer peronismo.[2]
Breve panorama histórico-político de un encuentro académico
La coyuntura tanto internacional como nacional en la que se gesta y desarrolla el Congreso es un primer elemento a tener en cuenta a la hora de abordar su análisis. En un mundo devastado por la guerra,[3] atravesado también por las crecientes tensiones y disputas entre los mismos países vencedores, el peronismo se afianzaba en el gobierno de nuestro país y se encontraba en un “año de efervescencia y apogeo del proyecto de reformas políticas, sociales y económicas”[4] que había comenzado en 1945. La aprobación por parte del Congreso Nacional de la Reforma de la Constitución Nacional en marzo de 1949 es un ejemplo de este proceso de consolidación, que implicaba a la vez un enfrentamiento, una polarización cada vez más encarnizada entre los sectores opositores y los afines al gobierno. En ese contexto profundamente complejo nos interesa dirigir la mirada específicamente a la situación que atravesaban las universidades, cuyos diversos actores se habían convertido en agentes centrales de la vida política argentina y en cuyo seno se organiza y se lleva a cabo el Congreso de Filosofía. Creemos que a partir del análisis de esta coyuntura sinuosa que atravesaba la institución y sus actores en aquel período es posible proyectar diversos sentidos para comprender el marco de gestación de este evento académico, el respaldo oficial hacia él y el interés del mismo presidente que incluso lo acompaña con su participación.
Nos concentraremos, en principio, en la disputa latente entre el peronismo y ciertos sectores intelectuales, entre los que se destaca una parte del movimiento estudiantil universitario y del claustro de profesores. Esa enemistad, esa oposición férrea de buena parte de la intelectualidad argentina –especialmente universitaria– con el gobierno de Perón es un signo clave de aquel contexto político, que determina el panorama intelectual de la época. La intervención generalizada de todas las universidades el 30 de abril de 1946 (decidida por Perón, pero ejecutada por el saliente gobierno de Farrell) fue el hecho inaugural de la política universitaria del peronismo, que signa su relación con dicha institución. Esta medida era justificada aludiendo a una necesidad de reencauzar la vida universitaria a sus fines científicos y educativos, procurando un proceso de “despolitización” que revirtiera la participación política directa de estudiantes y profesores que se había dado durante 1945.[5] Así, para Perón, las casas de altos estudios debían tener como fin ser ámbitos de enseñanza, de producción e investigación científica y de formación profesional, pero suprimiéndose en ellas cualquier tipo de participación política o de actividad gremial tanto de sus docentes como de sus estudiantes.[6] Estas medidas cosecharon un fuerte repudio en la comunidad universitaria y generaron un movimiento de resistencia, expresado sobre todo a través de la Federación Universitaria Argentina y la Federación Universitaria de Buenos Aires. “Los estudiantes rechazaron la intervención, y entre fines de 1946 y principios de 1947 la resistencia se hizo sentir en forma prácticamente inmediata a través de distintos tipos de huelgas y movilizaciones, pero fue rápidamente desarticulada”.[7] Junto con las intervenciones se impulsó el ascenso y la participación en la vida universitaria –específicamente al interior de las organizaciones gremiales– de sectores estudiantiles que no suscribían plenamente a las ideas reformistas y eran cercanos al gobierno de Perón.[8] Por otro lado, también se digitó un proceso de cambio en la composición del profesorado que se desplegó a través de cesantías, jubilaciones anticipadas y presiones. En el término de dos años, 423 profesores fueron apartados de sus cargos y 823 renunciaron.[9]
En ese sentido, es indudable que hubo un enfrentamiento directo del gobierno peronista con parte del estudiantado y de los profesores universitarios, que se convirtieron en un sector abiertamente opositor. Desde ese lugar denunciaban persecuciones y presiones, acusaban al gobierno de cercenar la autonomía, la libertad de cátedra y lo señalaban como un régimen autoritario, despótico. El cuestionamiento esgrimido por parte de la intelectualidad argentina hacia Perón proyectaba en él una figura opuesta al libre pensamiento, al saber especulativo, al desarrollo pleno de las disciplinas científicas. Así, “el clivaje que marcará los debates para la oposición será el de la democracia resistiendo los embates del totalitarismo”.[10] En el marco de este conflicto se vuelve posible pensar el aval oficial hacia el Primer Congreso Nacional de Filosofía como una forma de convalidar el compromiso que el peronismo declaraba con el mundo intelectual, como una forma de mostrar un interés del presidente en priorizar la producción científica nacional de calidad. La necesidad del gobierno de disputar en el terreno especulativo, de dar batalla en el mismo ámbito de la intelectualidad para revertir las imputaciones de censura y autoritarismo representa un punto a tener en cuenta a la hora de sopesar el apoyo financiero contundente que se le dio al Congreso y la participación del propio presidente en una jornada académica de esa índole. Un evento de estas características resultaba una manera de mostrar la producción filosófica nacional ante el mundo, de presentar la capacidad de organización y gestión de la academia argentina, con el respaldo y la participación activa del gobierno. Era, entonces, una oportunidad para poner en cuestión las acusaciones de la oposición, para exponer que el peronismo defendía y promulgaba el desarrollo científico y, así, consolidar una reputación favorable en el mundo académico. De hecho, la imagen de Perón “dando cátedra frente a un auditorio calificado de intelectuales internacionales y estableciendo los pilares de su Comunidad organizada a pocos días de aprobada una nueva Constitución Nacional”[11] es un símbolo contundente hacia la comunidad intelectual nacional e internacional que pretende establecer una presencia indiscutible y distinguida del peronismo en dicho ámbito.
Por otro lado, sin embargo, la política universitaria peronista involucró también la materialización de reivindicaciones centrales, como la gratuidad, y se entramó con un proceso de democratización de los saberes y los espacios académicos, a través de la puesta en práctica de un intento de apertura de estas instituciones hacia otros sectores sociales. Además, la dotación presupuestaria destinada a las universidades se mantuvo en alza desde 1946 y estuvo acompañada de disposiciones para la creación de nuevas unidades académicas, junto con el despliegue de nuevos sistemas de becas para estudiantes.[12] En términos de matrícula, la cantidad de estudiantes aumentó significativamente en todas las universidades nacionales: se elevó de 51.272 estudiantes en 1947 a 143.542 en 1955.[13] De hecho, en el año 1956 Argentina se ubicaba como el país con mayor cantidad de estudiantes universitarios en toda América Latina.[14] En septiembre de 1947 se aprueba la ley 13.031, que propone un nuevo régimen universitario, en la cual se estipula la creación del Consejo Nacional Universitario (art. 111), “constituido por los rectores de todas las universidades nacionales y presidido por el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, para (art. 112) coordinar la obra docente, cultural y científica de las universidades”.[15] En el año 1948 se despliega un Plan de Política Cultural a través de la Comisión Nacional de Cultura dependiente de la Secretaría de Educación y se aprueba el Plan Analítico de Construcciones Universitarias que asigna una partida específica para el desarrollo edilicio, beneficiando específicamente a las universidades de Buenos Aires, La Plata, Litoral, Córdoba, Tucumán y Cuyo.[16] En el mismo año, el 20 de abril, el Poder Ejecutivo dicta el decreto que eleva a evento Nacional al Primer Congreso de Filosofía, asumiendo la responsabilidad de solventar los gastos del mismo.[17] Dicha disposición resulta, entonces, parte de un proyecto de estimulación a la producción intelectual argentina; se inscribe en un conjunto de medidas e iniciativas orientadas expresamente a propiciar el desarrollo de disciplinas académicas, junto con la divulgación de sus resultados y alcances. La consideración de la política científica y universitaria del primer peronismo es, de este modo, otro elemento importante para comprender la gestación y realización del Congreso de Filosofía, enmarcado en una lógica de financiamiento e incentivación a la actividad intelectual. En esta misma línea, sin ir más lejos, en 1949 se eleva al rango de Ministerio la Secretaría de Asuntos Técnicos con el fin de implementar la modernización técnica del país mediante el fomento de áreas de investigación científica.
En ese sentido es posible afirmar que la universidad fue considerada por el peronismo como un enclave primordial para el desarrollo nacional, para la producción de pensamiento y de un quehacer científico situado, vinculado a un proyecto de país. Contra la opinión ampliamente difundida de que existió un desprecio y un olvido del universo académico e intelectual durante los primeros gobiernos peronistas es posible encontrar aspectos en el que éste, por el contrario, se vio favorecido y acompañado. Por eso puede sostenerse no sin fundamento, como lo hace Guillermo David, que durante la gestión peronista “se favoreció una política de desarrollo y modernización de los saberes llevada a cabo a través de uno de los más serios esfuerzos intelectuales que conociera la Universidad argentina en su historia”.[18] Y este proceso se despliega con el apoyo y la participación de otro sector de la intelectualidad y la academia que respaldaba al peronismo, que acompañaba su despliegue político, considerándose incluso parte orgánica del movimiento. La existencia dentro del mismo campo intelectual argentino de estos sectores opuestos –uno de los cuales se presentaba como abiertamente opositor al peronismo y otro que manifestaba su adhesión a él– revelan las escisiones y enfrentamientos que despertó en su seno este movimiento político. Figuras como la de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche o Carlos Astrada (director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, que forjó un “personal enlazamiento al Estado, cuya voz asume”),[19] son un ejemplo de esa otra relación –esta vez de afinidad o aún de organicidad– que el gobierno de Perón guardaba con pensadores y científicos nacionales. Dichas figuras, que ocuparon muchas veces espacios o cargos en las universidades, contaban con un respaldo institucional y político fuerte. Ello hace comprensible, también, que iniciativas académicas como un Congreso de Filosofía lograran una llegada y una respuesta oficial contundente, especialmente respecto del aval y del financiamiento, por estar motorizadas desde personalidades cercanas al peronismo, por sectores simpatizantes o partidarios.
La confluencia de estas múltiples aristas, la conjugación de factores de diversas índoles que son inescindibles del desarrollo del Primer Congreso Nacional de Filosofía, vuelven necesario detenerse en la coyuntura de su realización, aunque más no sea para iluminar y proyectar posibles lecturas sobre él. El breve recorrido a través de este panorama que hemos realizado nos permite esbozar unas primeras reflexiones. En principio, hay que remarcar que el Congreso se inscribe en una coyuntura en la que la universidad era un espacio protagonista indiscutible y en la que sus diversos agentes se encontraban atravesados por debates políticos, convocados a tomar posición. La realización de este evento tiene lugar en una realidad plagada de tensiones, en un contexto convulso en el que se estaba poniendo en juego, además, dentro de los múltiples espacios científico-académicos nacionales, una decisión respecto de las modalidades, las orientaciones y los métodos que determinan la producción científica de un país. Dichos conflictos y oposiciones, que surcaban también las universidades, impactaron de manera contundente en la realización del Congreso de Filosofía y se reprodujeron en él. Así, entender la coyuntura en la que este evento se lleva a cabo permite comprender, consecuentemente, los entretelones que recorrieron el Congreso, las particularidades y tensiones que éste envuelve. Como abordaremos a continuación, su organización se encontraba en manos de figuras afines al peronismo, quienes asumieron las decisiones centrales que imprimían la impronta del Congreso. Las figuras opositoras, por otro lado, prácticamente no participaron del mismo y, en algunos casos, convocaron de forma explícita a no formar parte, disuadiendo inclusive a personalidades internacionales. En segundo lugar, estas consideraciones permiten adelantar que la consolidación de un campo filosófico diferenciado, oficializado, sistematizado en nuestro país va inevitablemente de la mano del recorrido histórico-político de las universidades nacionales en tanto ellas son agentes fundamentales que atraviesan, determinan y configuran el desarrollo de la praxis filosófica. La realización de esta jornada académica es un punto importante de dicho recorrido que supone, como hemos visto, una disputa política, una pugna que implica enfrentamientos y exclusiones al interior del campo mismo. Finalmente, es menester destacar que el apoyo oficial y el aval del gobierno al Congreso, que tienen su expresión más concreta en la presencia efectiva de Perón en él, dan cuenta de que el evento fue también, en parte, el escenario político donde se presentaron los fundamentos filosóficos del proyecto peronista.[20]
Disputas filosóficas
Además de los enfrentamientos políticos, existían al interior del campo filosófico tensiones especulativas, polémicas teóricas que surcaron y determinaron el Congreso. Entre los profesores activos en las universidades durante el primer peronismo (es decir, incluso entre figuras cercanas al gobierno) se diferenciaban dos grupos en oposición –laicos y católicos– “que disputaron hasta el final de ese período la legitimidad de sus posturas y posiciones en las cátedras e institutos de filosofía”.[21] Dentro de estos polos en tensión se destacaba, por un lado, una corriente existencialista de impronta heideggeriana y, por otro, un pilar católico y medieval neo-tomista.[22] Esta lucha en la que se ponían en juego diferentes orientaciones posibles para los estudios filosóficos, en la que se trenzaban distintas maneras de practicar y entender el ejercicio de la filosofía, impactó con fuerza en la organización del Congreso. En el momento inicial de su gestación el evento fue pensado como una forma de conmemorar la primera década de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuyo y el primer lustro de su Instituto de Filosofía. La fecha estipulada para su desarrollo era el mes de octubre de 1948, año que coincidía con el cuarto centenario del nacimiento del filósofo español Francisco Suárez. Quien estaba detrás de esta iniciativa era el presbítero Juan Ramón Sepich, profesor titular de Metafísica y Gnoseología e Introducción a la Filosofía y director del Instituto de Filosofía en Cuyo. Sepich contaba, además, con el aval del Rector interventor Irineo Fernando Cruz. Con esta impronta de marcado corte católico e hispanista comenzaba a circular la convocatoria y empezaban a enviarse las primeras invitaciones. Frente a la proyección internacional del encuentro y al apoyo oficial contundente que éste había suscitado, los profesores antagónicos a la posición católica deciden litigar la hegemonía y el control del Congreso.
El 23 de diciembre de 1947 el profesor de Cuyo, Luis Felipe García de Onrubia, le escribe desde Mendoza a Carlos Astrada, quien había sido su profesor en la UBA:
Le envío el primer boletín informativo del famoso Congreso Argentino de Filosofía. Verá Ud. que hasta por la fecha de iniciación –12 de octubre– habrá bastante hispanidad. Me dicen que de España vienen Zubiri y Laín Entralgo. Según sospecho, Cruz no quiere que el Congreso resulte demasiado teñido y por eso me parece conveniente que Ud., conforme a la sugerencia que le hizo en Buenos Aires, indique algunos nombres de pensadores latinoamericanos de orientación heterodoxa. Nos guste o no, el Congreso es una realidad de importancia dentro de nuestra historia cultural. Lo mejor será crear las condiciones más favorables para que en él esté representado el pensamiento libre y no confesional. Dejar que los elementos ultramontanos colonicen este Congreso que necesariamente tendrá resonancias continentales, me parece una actitud equivocada y que redundaría en desprestigio del país. Lo que usted ha significado y significa en nuestra Facultad debe estar –de una u otra forma– representado en el Congreso. La iniciativa ha tomado tal volumen –me dicen que se han enviado seiscientas comunicaciones al exterior– y ha obtenido tan decidido apoyo oficial, que hay que aceptar la lucha y entablar la polémica.[23]
El enfrentamiento académico entre las dos posiciones se refleja claramente en este testimonio, en el que se ratifica, además, que las orientaciones según las cuales se hacía filosofía desde las universidades eran las que atravesaban el Congreso y las que determinaban el panorama nacional. Así, el ejercicio de la filosofía estaba ineludiblemente ligado a la práctica académica universitaria y muchos de sus referentes eran figuras que pertenecían o habían pertenecido a dicha institución. Por otro lado, la oposición entre pensadores de las dos tradiciones mencionadas se da, en este caso, en el marco de una cercanía política de las figuras de ambas posturas con el peronismo. Tanto Sepich como Astrada tenían respaldo oficial y eran partidarios del gobierno,[24] lo que hace comprensible que la disputa era también para determinar el rumbo “oficial” de la filosofía nacional, para establecer la orientación de la producción filosófica argentina en el seno del proyecto político de país que se estaba consolidando.
Y es necesario remarcar que en el devenir de estas polémicas sus propios agentes, sus protagonistas, eran ya plenamente conscientes de la importancia que entrañaba el Congreso, de la relevancia que dicho evento implicaba para el fortalecimiento del campo filosófico nacional. Por un lado, Sepich y el rector Cruz avizoraban el impacto de su iniciativa, que había logrado la atención oficial y contaba con el aval del gobierno, a partir de lo cual la proyectaban como una reunión internacional donde iba a ser posible socializar y exponer la calidad de la filosofía argentina. Por otro lado, García de Onrubia y Astrada anticipaban la trascendencia que el evento suponía y, debido a eso, se deciden a disputar su hegemonía. “Nos guste o no –enfatizaba Onrubia en su carta– el Congreso es una realidad de importancia dentro de nuestra historia cultural”,[25] reconociendo en esta jornada académica una instancia de consolidación y también de determinación de la práctica filosófica nacional. En esta línea, aseguraba que el Congreso iba a tener “resonancias continentales” en función del “volumen” y la centralidad que había adquirido. Así, estas disputas filosóficas de largo aliento cobran una envergadura mayor en la coyuntura de la realización del Congreso por la consciencia de que éste implicaba (1) un reconocimiento del Estado a la disciplina filosófica como uno de los pilares de la intelectualidad de un país; (2) una posibilidad para el pensamiento argentino de ser reconocido por los centros filosóficos mundiales más importantes;[26] (3) un momento fundacional para definir las orientaciones de la filosofía nacional. El Congreso, en tanto institución académica que aspiraba a nuclear “la más alta y actualizada manifestación de un saber”,[27] se proyectaba como una experiencia inédita tendiente a la consolidación del pensamiento argentino.[28] La incidencia de este evento en la afirmación del campo filosófico era reconocida, entonces, por los mismos actores que intervinieron en su organización y desarrollo, por sus mismos protagonistas.
Las presiones ejercidas por el sector laico sobre Sepich lograron que, tres meses después de que se decretara la nacionalización del Congreso, éste renunciara a su organización. Para nombrar un nuevo comité ejecutivo se llevó a cabo una reunión en San Juan bajo la presidencia del Ministro de Educación Oscar Ivanissevich (Presidente del Comité de Honor).[29] Los nuevos miembros de la Secretaría Técnica del evento allí designados reflejaron la hegemonía del sector de profesores laicos: en el lugar que había ocupado Sepich fue nombrado el célebre Coriolano Alberini (Secretario Técnico y Vicepresidente del Comité de Honor); también fueron nombrados Luis Felipe García de Onrubia (Pro-secretario); Luis Juan Guerrero (Secretario de Actas) y como asesores Héctor Llambías y Miguel Ángel Virasoro. Este viraje en la dirección y orientación del Congreso se manifestó en nuevas temáticas y ejes teóricos respecto del programa, a la vez que impactó en las invitaciones a otras figuras internacionales. Si bien se mantuvieron las convocatorias extendidas previamente a colegas españoles de orientación tomista, los contactos de los nuevos organizadores (en especial de Alberini y de Astrada, que formaba parte de la comisión asesora)[30] permitieron ampliar la participación extranjera, consiguiendo la intervención de representantes importantes de la filosofía europea y americana. Sin embargo, el vínculo inescindible del evento con el gobierno peronista generó también dificultades y conflictos que se tradujeron en la ausencia de otras figuras nacionales e internacionales, quienes declinaron la invitación.
Pensadores argentinos relevantes como Francisco Romero, Rizieri Frondizi, León Dujovne y Vicente Fatone no participaron del Congreso por su oposición al peronismo y a las intervenciones universitarias dispuestas por el gobierno. Su rechazo influyó también en la negativa a participar de otros filósofos extranjeros. La ausencia de Ortega y Gasset, por ejemplo, la de José Gaos y Leopoldo Zea, se vincula con esta oposición política que surca el evento y con la campaña en su contra asumida por muchos intelectuales, en busca de disminuir la convocatoria. La imagen del gobierno de Perón como un régimen autoritario, filo-fascista, que perseguía docentes y estudiantes, resultaba una sombra difícil de borrar y una razón sólida para mantener distancia de cualquiera de sus iniciativas. En consecuencia, “para muchos de los intelectuales no era conveniente aceptar la invitación al congreso argentino, donde además la problemática figura de Heidegger gozaba de abrumadora centralidad”.[31] Otros invitados no asisten presencialmente al Congreso pero envían sus comunicaciones, que son leídas por colegas y publicadas en las Actas. Es el caso de Benedetto Croce, Gabriel Marcel, Karl Jaspers, Nicolai Hartmann, Bertrand Russell, Jean Hyppolite, entre otros. El propio Heidegger participa a la distancia –luego de un intento fallido de negociar su salida de Alemania en pleno proceso de desnazificación– haciendo llegar un saludo formal a Mendoza. Este entramado de presencias y ausencias explicita, por un lado, el carácter político del evento, su vinculación inescindible con el gobierno peronista, pero también expone las diferentes tradiciones en disputa de cara a la definición de una orientación para la filosofía nacional. Así, evidencia las tensiones y luchas propias del campo filosófico argentino, ligadas especialmente al ámbito universitario, que fueron las principales protagonistas en esta instancia de consolidación en el panorama internacional.
Luego de este derrotero sinuoso, el 30 de marzo de 1949 comienza el Primer Congreso Nacional de Filosofía en Argentina, el “congreso de filosofía más grande de la posguerra en el cono sur”.[32] Si bien se ve atravesado, como hemos enfatizado, por la coyuntura política insoslayable que lo recorre –desde su inauguración por parte del Ministro Ivanissevich hasta su finalización con las palabras del presidente Perón– el evento se caracteriza por un ejercicio filosófico de alto vuelto, reconocido y subrayado por sus participantes y cronistas. Con una fuerte hegemonía de las figuras de Aristóteles, Tomás de Aquino y Suárez por un lado, y Kant, Hegel y Heidegger por el otro,[33] las posiciones dominantes de la academia argentina se ven fielmente representadas en las distintas mesas y paneles, donde pensadores europeos y americanos debaten como iguales. En ese sentido, es posible afirmar que este evento representa un acontecimiento cultural verdaderamente trascendente en nuestro país, por la jerarquía de sus expositores a la vez que por la significación filosófica y política de sus debates.[34] El intercambio que en él se despliega representa para la filosofía nacional una legitimación de la práctica académica y un afianzamiento de los cánones europeos, tendencia que continúa hasta nuestros días. Pero, además, la posibilidad de ese intercambio internacional y de ese espacio de debate al interior de las dualidades y tradiciones opuestas del universo filosófico nacional de la época, constituye un hito fundamental que entraña un punto de inflexión en el campo de esta disciplina. Supone un escenario privilegiado en el que, con el reconocimiento del Estado y de la comunidad mundial, la filosofía argentina emerge con fuerza, mostrándose en toda su fecundidad y plenitud.
Es importante destacar en este punto la convivencia o multivocidad que, según nuestra lectura, habitaba en el concepto de filosofía argentina que estaba en juego en la coyuntura intelectual del Congreso. Creemos que, por un lado, hay una intención de los organizadores y de muchos de sus participantes de mostrar el nivel académico, el vuelo especulativo, pero también el rigor científico con el que trabajaban los filósofos nacionales, nivel que consideraban comparable al europeo. En ese sentido, hacer filosofía argentina implicaba abordar las grandes obras de los grandes pensadores occidentales y poder trabajar sobre ellas, desde ellas, con las lógicas propias de los centros filosóficos hegemónicos. Creemos que esto era considerado un paso necesario, un momento central en el proceso de legitimación de la disciplina.[35] Y de hecho, a partir de allí puede comprenderse, por ejemplo, que Carlos Astrada, quien había publicado El mito gaucho un año atrás, se atenga en su artículo del Congreso a un análisis conceptual académico riguroso, alejándose de su prosa poético-ensayística. Es posible suponer que este gesto implica “el borramiento de ciertas prácticas escriturarias y textuales del espacio académico”, afianzando cánones y métodos de trabajo “al modelo de las producciones del norte”,[36] tendencia que se mantiene hasta nuestros días. Sin embargo, a pesar de ello, creemos que había también una consciencia de que nuestra experiencia latinoamericana, nuestra historia, conllevaban otra manera de comprender esos mismos textos. Así, desde esta perspectiva, hacer filosofía argentina era también llevar adelante una recepción o interpretación propia, singular, de dichas matrices de pensamiento, algo que era visto como un elemento valioso, como un potencial aporte o contribución de nuestra práctica filosófica. Y ello va en línea con otra forma de concebir la filosofía argentina, vinculada a una intención de producir una reflexión propiamente nuestra, diferente, situada. Muchas de las ponencias presentadas al Congreso estaban dedicadas a pensadores nacionales y apuntaban a ir tejiendo una historia de nuestro derrotero intelectual, dirigida a alumbrar su especificidad y relevancia, su carácter singular. Entonces, desde nuestra lectura, aquello que era llamado filosofía argentina abarca y comprende, estos distintos sentidos. Se bifurca y multiplica en espectros diversos, en significantes plurívocos que atravesaban el trabajo filosófico de nuestro país y, específicamente, este Congreso Nacional de Filosofía.
Repercusiones y balances
La recepción de este evento filosófico –que dio lugar a diversas crónicas, reseñas y también a notas periodísticas– es otro elemento central que evidencia una instancia clave de configuración de un campo institucionalizado. La producción que se generó en torno al Congreso (además de los trabajos leídos y debatidos en su seno, que fueron nucleados en la publicación de las Actas)[37] da cuenta de un momento de fuerte auge de la filosofía argentina, disciplina que pasa a tener centralidad y reconocimiento tanto en el mundo científico-académico nacional como en la sociedad civil. En esta línea, es posible afirmar que la edición de un evento de estas características “reviste una singular importancia para la producción científica de un país en el ámbito de conocimiento en el cual se inscribe el mismo, en tanto crea lineamientos y establece direcciones en la investigación, impulsa propuestas científicas e institucionales”.[38] En este caso, el Congreso contribuyó, sin dudas, a nutrir el corpus filosófico nacional, posibilitó nuevas iniciativas[39] y permitió la proyección internacional de la filosofía argentina, pero también implicó una visibilización de la actividad filosófica que trascendió las fronteras de la academia e impactó en la sociedad, siendo incluso tema de los diarios.[40] Las repercusiones que este evento conlleva reflejan, entonces, un punto de inflexión que es a la vez simbólico y a la vez material. Nos dedicaremos a continuación a recorrer distintas producciones que se encargaron de cubrir el desarrollo del Congreso y evidencian el movimiento y el caudal de producción que se generó en torno a él, elementos que hablan de la consolidación de un campo disciplinar.
Tan solo unos meses después del evento, el filósofo tomista Octavio Derisi publica una crónica del mismo en la revista Sapientia. Allí reconoce las “enormes dificultades de todo orden que la organización de una asamblea de esta índole encierra, sobre todo tratándose de la primera en su género, que se realiza en nuestro país y Latinoamérica”,[41] a pesar de las cuales destaca el éxito rotundo del Congreso “tanto en lo intrínseco espiritual, como en su organización material”.[42] La intención del autor es dejar en claro que no se trató de una jornada “cualquiera”, de una simple reunión de filósofos, sino de un evento fundacional en el que el país “ha tomado conciencia de su realidad espiritual en materia filosófica”.[43] Desde esta perspectiva, el Congreso es pensado como una oportunidad privilegiada para sopesar el valor de la filosofía argentina, para reconocerla en su especificidad, en su profundidad y, también, para que sea reconocida por otros como tal. Derisi enfatiza la presencia internacional en el evento, afirmando que “las principales naciones han estado representadas por filósofos de significación, y en algunos casos por verdaderas eminencias mundiales”.[44] Y destaca que el intercambio entre pensadores nacionales y extranjeros “ha permitido un contacto personal entre ellos mucho más fecundo que el impersonal establecido a través de sus publicaciones”,[45] generando diálogos fructíferos entre iguales de gran seriedad y mérito filosófico. Este testimonio evidencia la importancia del Congreso y su trascendencia para muchos de los que participaron en él, relevando asimismo que este hito se vuelve una referencia insoslayable en el despliegue de la filosofía argentina. Por otro lado, se pondera también la capacidad de gestión y organización de la comunidad académica y universitaria que, con los medios materiales e institucionales facilitados por el Gobierno, logró articular una experiencia intelectual y cultural de primera calidad.
En esta línea, Astrada señala en su reseña publicada en los Cuadernos de Filosofía de 1949:
En las dos semanas escasas transcurridas desde el 29 de marzo al 9 de abril del corriente año, pensadores de Europa y América, reunidos en amistoso convivio intelectual, discurrieron sobre problemas y tareas de la filosofía de nuestros días, en sesiones que, según la espontánea opinión de varios ilustres visitantes, pueden rivalizar en jerarquía y homogeneidad con las de los recientes congresos europeos.[46]
Nuevamente reaparece el significante de una igualdad de la filosofía argentina, de su nivel académico, con la europea y se pondera la capacidad de llevar a cabo un evento institucional con los parámetros de calidad característicos del viejo continente. Dicha posibilidad de visibilizar la jerarquía del trabajo argentino, de evidenciar el valor de la filosofía nacional, se vincula de manera reiterada con el Congreso. Es una instancia en donde se vuelve posible mostrar el despliegue intelectual del país, poner en práctica su capacidad de organización. Y ese mismo acto permite reafirmar la conciencia de los pensadores nacionales respecto de la altura e importancia de su propia labor. En palabras de Astrada:
La cultura filosófica nacional, que se sabía a sí misma, en la labor de sus más destacados pensadores, a tono con las inquietudes y esfuerzos de la filosofía europea, ha podido así poner de manifiesto ante nuestros amigos y maestros del viejo continente, satisfechos por su parte de poder reconocerlo, la realidad y autenticidad de su presencia[47].
Además, este momento de inflexión para la filosofía argentina, de reconocimiento y validación, es entendido como una instancia más amplia en la que la cultura nacional puede desplegar su singularidad, su aporte, su posición. No es simplemente un suceso relevante, trascendental, para la comunidad filosófica sino, también, para toda la cultura de nuestro país.
El pensamiento filosófico argentino –prosigue Astrada– ha puesto de manifiesto, en Mendoza, la madurez de su desarrollo, índice cierto de que va en camino de dar a la cultura argentina su voz propia dentro del ámbito universal del pensamiento, y de aclarar a la nacionalidad misma su razón de ser y mostrarle su norte en el acontecer histórico.[48]
Esta lectura se ve reforzada por el contundente respaldo oficial del Gobierno al evento. La presencia del Presidente en el Congreso hacía pensar que no era sólo una reunión de filósofos sino una “cuestión de Estado”, un hecho cultural destacable para toda la nación. Así lo enfatizaban algunos diarios de la época. Democracia, por ejemplo, resaltaba:
El Primer Magistrado, presente en todas las manifestaciones sobresalientes de nuestra cultura, ha aportado su colaboración y estímulo a la celebración de tan extraordinario certamen, interesándose muy especialmente en que éste alcance el brillo que corresponde al rango intelectual de los integrantes.[49]
Y el diario El Mundo reforzaba el vínculo entre el Congreso y el despliegue de la cultura intelectual argentina afirmando:
La importancia grande de los estudios filosóficos en la Argentina, justifica plenamente el éxito del Primer Congreso Nacional de Filosofía, que, con figuras de singular relieve en esta rama del pensamiento, acaba de inaugurarse en Mendoza. Nuestra tradición cultural se continúa y afirma en hechos presentes, demostrativos de cómo las disciplinas del intelecto se manifiestan a través de obras, ensayos, una inquietud espiritual constante y un permanente intercambio con los centros científicos del extranjero.[50]
Así, la producción que se genera en el país en torno al Congreso da cuenta de una instancia de consolidación de un campo filosófico, de un momento de fortalecimiento y visibilización de la disciplina de la mano de diversas figuras y actores sociales, quienes además destacan la calidad y jerarquía del evento. La comunidad filosófica académica, especialmente universitaria, se ve reconocida y reafirma una identidad propia, una conciencia de su valor y su singularidad.
Por otro lado, las repercusiones internacionales ofrecen generalmente una visión más desapasionada del evento, pero reconocen la calidad y el buen desempeño del mismo, a la vez que constituyen un acervo que da cuenta del despliegue de la filosofía argentina, de una llegada del trabajo que aquí se hacía a nuevos horizontes. El hecho de que pensadores europeos se detengan a considerar la producción nacional no era frecuente e, incluso, invierte la lógica establecida. En ese sentido, la mera existencia de estas apreciaciones sobre la filosofía argentina es relevante y confirma que el Congreso tuvo un impacto decisivo en la visión internacional de nuestro derrotero filosófico. En su mayoría, estas crónicas no pasan por alto el carácter político del encuentro y lo destacan como un elemento inescindible de él. Ferrater Mora, por ejemplo, comienza su referencia al Congreso (publicada en la revista Philosophyand Phenomenological Researchen 1951) afirmando que éste es, a la vez, un evento tanto político como filosófico.[51] Muestra que dicho carácter impacta en las invitaciones y en la concurrencia, atravesando la jornada de forma determinante. En cuanto a la jerarquía académica, Ferrater Mora distingue la calidad del Congreso de otros que contaban con un financiamiento y una convocatoria similares (como el de Harvard de 1926, y el Congreso Descartes de París de 1937) señalando cierta falta de vuelo filosófico, de acalorado debate, causada quizás por la ausencia de algunas orientaciones (por ejemplo, el marxismo). Eso lo lleva a caracterizar el evento argentino como un espacio calmo, tranquilo, pero tal vez un tanto carente de interés.[52] También el pensador Jacob Taubes –quien, pese a no haber asistido, escribe una breve reseña de las Actas en la revista The Journal of Religion– refiere al conflicto del gobierno peronista con los intelectuales y los docentes universitarios, para señalarlo como un elemento que determina el cariz del Congreso e impacta en la presencia internacional.[53] La crónica de Ramón Ceñal Lorente publicada en la revista española Pensamiento, quizás una de las más elogiosas, tampoco elude la controversia política que surca el evento pero sostiene que ella no fue determinante en los debates y las temáticas propiamente especulativas, afirmando que no existieron “trabas extrafilosóficas de ningún género”[54] durante el desarrollo del mismo. Destaca la “gran riqueza y vitalidad”[55] del pensamiento filosófico argentino y concluye reconociendo la labor del país como una promesa, como evidencia de un potencial que proyecta mayores grandezas.[56] Hay que destacar que, si bien Ceñal Lorente se propone una crónica laudatoria, celebratoria, sus elogios no comparten la misma intensidad que aquellas impresiones propias de las reseñas argentinas.
En ese sentido, resulta elocuente la diferencia que existe entre las apreciaciones de filósofos argentinos y de filósofos extranjeros respecto del Congreso. Las lecturas divergentes que de él se hicieron expresan, por una parte, el valor simbólico, propio, que el encuentro tuvo para la intelectualidad argentina y, por otra parte, el valor intrínseco en tanto evento académico que en él encuentran los pensadores extranjeros. A los ojos de muchos filósofos europeos el encuentro de Mendoza tal vez no entrañó una calidad distintiva, un gran vuelo teórico, no representó un hito notable para la disciplina. Pero para los pensadores nacionales resulta crucial (y así lo expresan) por tratarse de un evento fundacional, de una instancia de quiebre en el ejercicio de la filosofía en el país. Su estimación del Congreso está atravesada, así, por la conciencia del logro que representaba el despliegue de una empresa de esta envergadura. La verdadera trascendencia del evento es, entonces, profundamente local. Sin embargo, si bien las apreciaciones internacionales resultan más moderadas, la mera existencia de dichas crónicas en revistas especializadas de alto nivel coloca al pensamiento argentino en la perspectiva internacional, le da una entidad. Y ese espejo que nos devuelve una imagen de nosotros mismos, que nos reconoce, es un elemento fundamental para la configuración de un campo disciplinar diferenciado; ese gesto de reconocimiento hacia nuestros profesores y nuestras universidades representa una instancia de legitimación y reafirmación de la actividad filosófica del país.
En este marco, el apoyo complejo y controvertido del gobierno peronista hacia el Congreso constituye una pieza medular en dicho camino de institucionalización. La decisión del Estado de invertir en este encuentro académico, de hacerse cargo del mismo por considerarlo una iniciativa intelectual necesaria para el despliegue científico-cultural del país, es la condición de posibilidad de su realización y trascendencia. Entonces, esta instancia de consolidación de la filosofía argentina se entrama necesariamente con el gobierno de Perón, con su política universitaria y científica. Sin dudas la filiación del Congreso con el peronismo determinó la participación de ciertas figuras, implicó la exclusión de otros intelectuales por motivos políticos e imprimió en el evento las contradicciones y tensiones propias de este movimiento político-social. Pero dicha decisión de acompañar desde el Estado, de nacionalizar, un congreso de filosofía (con las profundas complejidades que entraña y que, en parte, hemos recorrido) tiene un impacto decisivo en la historia de la disciplina en el país y en el derrotero de su institucionalización. Esta decisión es, también, una muestra de que, con los recursos suficientes, con las facilidades habilitadas por el aval estatal, el crecimiento y alcance de las disciplinas especulativas se ve sustancialmente materializado. En ese sentido, el despliegue y el apogeo de todo saber especializado se vincula con iniciativas políticas, con una voluntad material de acompañar, de financiar, de sostener que nunca es fortuita ni inocente. Lo que nos permite reflexionar respecto del carácter político intrínseco del propio desarrollo intelectual, entendido como manifestación de la acción humana colectiva y situada, que siempre se da en relación con las luchas de poder, con las fuerzas materiales que determinan y atraviesan cada época histórica.
Para concluir
Este recorrido por el Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949 permite sostener que el evento fue un logro decisivo para la comunidad filosófica argentina, fue un hecho fundacional, reconocido como tal por los protagonistas de su gestación, por sus participantes y cronistas. Así, es posible afirmar que representó un punto de inflexión en la consolidación de un campo filosófico diferenciado en nuestro país, proceso que es inescindible del derrotero histórico-político de las universidades entendidas como un espacio privilegiado en donde se cultiva y despliega esta disciplina. De hecho, el Congreso estuvo atravesado y determinado de forma más contundente por aquellas disputas teóricas que recorrían las universidades y sus figuras más importantes pertenecían, de alguna u otra forma, al ámbito universitario. Sin duda, existió un énfasis explícito en adoptar las lógicas de trabajo, de producción y escritura, de organización, propias de los encuentros académicos de Europa. Los cánones y corpus bibliográficos que primaron en el Congreso son los europeos, cánones que continúan predominando en muchas de las instituciones científicas argentinas. Frente a ello, cabe la pregunta –desde nuestro presente– respecto de si aquellos métodos y cánones resultan un territorio fértil a partir del cual producir y pensar, o si hay otras maneras, otras lecturas, otros puntos de partida en función de los cuales ejercer la práctica filosófica. Sin embargo, esta preponderancia de los parámetros europeos no menoscaba el aporte que el Congreso entrañó en el camino de construcción del ejercicio situado y singular de hacer filosofía argentina. La posibilidad de asumir la gestión de un acontecimiento filosófico importante, con resonancias continentales, que permitió ratificar y proyectar el valor del pensamiento argentino, es una instancia clave en el camino de desarrollo de una filosofía propia. Es un hecho central en la construcción de una actividad filosófica regional, nacional, local. Desde esta perspectiva, no es casual que el gobierno de Perón haya participado activamente del Congreso, en tanto su política científica promulgaba un horizonte de estimulación y acompañamiento de la producción nacional con la intención de lograr soberanía, de hacer ciencia argentina. Dicha impronta impactó también en las universidades,[57] atravesadas por los conflictos y las luchas que aquí hemos mencionado, en un contexto de fuertes enfrentamientos políticos en el que los intelectuales tomaron un rol activo.
Creemos que esta búsqueda es el verdadero desafío que nos lega el Congreso: el desafío de continuar profundizando en el ejercicio de un pensar filosófico situado, nuestro, singular. Tarea que involucra una invitación a pensar por nosotros mismos y también a pensar sobre nosotros, sobre nuestra historia, para construir una filosofía diferente que exprese e incluya esa identidad múltiple, multívoca. La existencia de este Congreso en la historia de la filosofía argentina es un hito en el camino por alumbrar un pensar propio. Por eso, su estudio es fructífero no sólo para reconstruir el derrotero de la institucionalización de esta disciplina sino también para proyectar su potencialidad y riqueza, respondiendo al desafío de pensarnos, de cultivar nuestra filosofía.
Referencias Bibliográficas: Primaria
- Decreto Presidencial 11.196 del 20 de Abril de 1948, disponible en: http://www.filosofia.org/mfb/1949a102.htm
Crónicas
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- Ceñal Lorente, Ramón, “El 1° Congreso Argentino de Filosofía”, Pensamiento, 5, 19 (1950), pp. 333-347.
- Derisi, Octavio, “Primer Congreso Nacional de Filosofía”, Sapientia, 12 (1949), pp. 168-179.
- Ferrater Mora, José, “Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía”, Philosophy and Phenomenological Research, 12, 2 (1951), pp. 311-313.
- Taubes, Jacob, “Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza”, The Journal of Religion, 34, 3 (1954), pp. 225-226.
Prensa
- Democracia, 17/03/1949
- El Mundo, 01/04/1949
Secundaria
- Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía. Tomos I, II y III (Publicación al cuidado de Luis Juan Guerrero, Secretario de Actas del Congreso), Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1950. Disponibles online en: http://www.filosofia.org/mfb/1949arg.htm
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Notas
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