Dossier
Cognición corporal y movimiento: una fenomenología de la experticia
Bodily cognition and movement: a phenomenology of expertise
Cognición corporal y movimiento: una fenomenología de la experticia
Tópicos, núm. 44, 2022
Asociación Revista de Filosofía de Santa Fe
Recepción: 01 Marzo 2021
Aprobación: 01 Mayo 2021
Resumen: El interés de este trabajo está orientado a un problema escasamente considerado por los estudiosos de la fenomenología, la agencia experta de sujetos encarnados. Una explicación plausible de esta falta de atención sería que los fenomenólogos se han concentrado en la agencia de sujetos normales y de personas enfermas, y se han dedicado menos a las performances expertas de bailarines y deportistas. En este artículo intentaré complementar las investigaciones fenomenológicas precedentes con descripciones de la agencia corporal de sujetos entrenados para ofrecer una visión integrada de la acción humana. Mi hipótesis es que los agentes expertos desarrollan un tipo de cognición corporal, diferente de la que se da en la experiencia ordinaria. La cognición corporal implicada en la experticia se caracteriza por actuar en el campo de lo posible. Con el objetivo de dar una descripción de la cognición corporal en la experticia, realizo una revisión de la definición intencional del movimiento, propongo una distinción entre movimiento reflejo, habitual y mecánico y caracterizo el movimiento experto. Para una mejor comprensión del fenómeno, considero, además, ejemplos y descripciones de performances ofrecidas por los verdaderos protagonistas del comportamiento experto en escenarios competitivos.
Palabras clave: experticia, fenomenología de la corporeidad, cognición, movimiento, intencionalidad.
Abstract: The interest of this work is oriented to a problem scarcely considered by scholars of phenomenology, the expert agency of embodied subjects. A plausible explanation for this lack of attention would be that phenomenologists have concentrated on the agency of normal subjects and sick people, and have been less concerned with the expert performances of dancers and athletes. In this article I will try to complement the preceding phenomenological investigations with descriptions of the bodily agency of trained subjects to offer an integrated view of human action. My hypothesis is that expert agents develop a type of bodily cognition, different from that which occurs in ordinary experience. The bodily cognition involved in expertise is characterized by acting in the field of the possible. In order to provide a description of body cognition in expertise, I review the intentional definition of movement, propose a distinction between reflex, habitual, and mechanical movement, and characterize expert movement. For a better understanding of the phenomenon, I also consider examples and descriptions of performances offered by the true protagonists of expert behavior in competitive scenarios.
Keywords: expertise, phenomenology of the body, cognition, movement, intentionality.
Presentación
El interés que motiva este trabajo consiste en determinar las condiciones de posibilidad de la cognición corporal y responder a la pregunta ¿cómo conocemos desde nuestros cuerpos? Lo cual implica asumir desde el comienzo que efectivamente hay un conocimiento, es decir, que hay un conocimiento corporal con características distintivas, pero del cual sólo podemos dar cuenta, al parecer, apelando al vocabulario de la conciencia.
La reflexión que intentaré desarrollar, valiéndome del propio testimonio de los protagonistas (bailarines, performers, deportistas), se coloca así en el ámbito mismo de la cognición corporal. Aunque con la atención dirigida no tanto hacia sus objetos, o hacia los componentes subjetivos implicados en esta forma de la cognición (ya sean facultades, conceptos y representaciones, habilidades y disposiciones), sino, más bien orientada a su modo de darse cuando el cuerpo es el agente cognitivo. Me interesa considerar aquí, con independencia de la intervención de la voluntad o de la conciencia tética o de acto como variables explicativas últimas, ciertos fenómenos de cognición corporal en los que el dominio técnico garantiza la acción experta[1]. Estos fenómenos a los que me referiré son comportamientos perceptivo-motrices que no se limitan a la acción puntual y discreta (tal como acertar en el blanco, conducir una bicicleta o copiar un paso de baile), sino más bien a la compleja relación intencional que un sujeto o agente entabla con el mundo y con los otros desde el cuerpo en el contexto de lo que podríamos llamar actividades de alto rendimiento o de gran destreza física y expresiva (como es el caso de bailarines, performers y deportistas). Se trata de acciones en las cuales la correlación intencional sujeto-mundo se cristaliza en un comportamiento diestro y efectivo (asestar un golpe al oponente, marcar un gol, realizar una pirouette), es decir, en una acción con sentido (o acción motivada o dirigida intencionalmente) que se distingue del movimiento habitual (ordinario), también del movimiento reflejo (involuntario) y de la acción automática y, que es tal (es decir, diestro y efectivo), en tanto y en cuanto, es producto del desarrollo de habilidades específicas como consecuencia de un entrenamiento prolongado[2].
Antes de presentar los fenómenos de la agencia experta y comenzar con su análisis es necesario un breve rodeo o introducción teórica en la cual intentaré sentar el punto de vista sobre la cognición corporal que anima y motiva estas reflexiones. Para ello caracterizaré lo que llamo la Tesis del a priori corporal o tesis de la encarnación y distinguiré tres usos de la misma. A continuación precisaré en qué consiste el movimiento experto y en qué aspectos se distingue (y también se relaciona) con otras manifestaciones del fenómeno de la motricidad. Luego, me ocuparé de la relación entre movimiento experto y cognición. En estos dos apartados será necesario insistir en algunas clasificaciones y precisiones conceptuales, relativas a (i) la relación entre cognición y acción, movimiento o comportamiento[3], (ii) la distinción y precisión respecto del tipo de movimiento aludido en las performances de alto rendimiento que contribuyan a superar el modelo cognitivista de comprensión de la acción y la cognición corporal.
Cabe señalar también que estas reflexiones se hacen a la luz de la filosofía de M. Merleau-Ponty con la cual la Fenomenología de la Corporeidad tiene una enorme deuda conceptual y metodológica (Sheets-Johnstone, Leder, Zarrilli, Kelly[4]).
La Tesis del a priori corporal
Partimos del hecho de que somos seres encarnados y, como señala M. Dufrenne[5], podemos considerarnos algo más que cuerpos, pero seguramente no algo que pueda existir sin el cuerpo. Esta condición de facto de la existencia puede ser, también, formulada en términos filosóficos como una tesis a la que llamaré la Tesis del a priori corporal o de la Encarnación. Se trata de una tesis extendida y de aparición frecuente en estudios y trabajos de filosofía continental como también de la tradición analítica en las últimas tres décadas. De la tesis es posible reconocer al menos tres usos y versiones que caracterizaré de manera sumaria a continuación con el objetivo, como mencioné, de fundamentar la perspectiva de esta investigación. La primera versión de la tesis, en la que se observa un uso trivial del a priori corporal, postula una estrecha dependencia de la agencia y la cognición humanas respecto de nuestro cuerpo físico, aludiendo con ello a la determinación cerebral, nerviosa o músculo-esquelético de la existencia[6]. Considero que hay allí un uso trivial, en sentido lógico a pesar de tratarse de un campo empírico y no formal de investigación, porque se apela a la neurología, la biología o la fisiología para dar cuenta en términos neurológicos, biológicos o fisiológicos de lo que sucede en relación con las emociones o la agencia de los sujetos. Las conclusiones son inobjetables, no obstante no tematizan el concepto de cuerpo bajo el cual se construyen y se rigen por el principio de causalidad natural.
Un segundo uso[7] es el que encontramos, por caso, en algunas críticas al cognitivismo en el ámbito de las Ciencias Cognitivas de segunda generación. A este le llamo uso dogmático porque si bien asume el punto de partida de la encarnación, lo hace como si este fuera una petición de principio. Es decir, una vez aceptadas la inherencia carnal del sujeto como fundamento de su experiencia y de sus facultades intelectuales y establecido, además, que por cuerpo debe entenderse una entidad más compleja que simplemente el cerebro o el sistema nervioso, la tesis se convierte en un dogma. Así postulado, el a priori corporal, funciona como un principio del cual es posible extraer conclusiones, pero sobre el cual no se vuelve, ni se revisa de manera crítica para indagar sus condiciones de posibilidad[8].
Con relación al tema que aquí nos interesa es posible señalar que esta versión de la tesis, claramente, privilegia la inherencia corporal del organismo y su relación con el medio y aborda, desde este presupuesto, el tema de la cognición. Sin embargo, también se debe señalar que limita la comprensión de la interacción corporal de los agentes con el mundo al círculo que vincula habilidades y acciones. En consecuencia, relativiza el valor epistémico de ese intercambio y lo relega a un saber cómo . pragmático, es decir, a una forma segunda de cognición definida bajo el ejemplo modélico de la cognición intelectual[9].
Por último, identificamos una tercera versión de la tesis de la encarnación en la que es posible encontrar un uso crítico del a priori corporal. Entiendo que la Fenomenología de la Corporeidad constituiría un ejemplo de esta última en la medida que la tesis de la encarnación antes bien que una premisa de un razonamiento, se presenta como su conclusión. En este caso se trata de una conclusión a la que se arriba luego de haber descripto la experiencia de la inherencia corporal de los agentes. En consecuencia, primero está la experiencia y luego se formula la tesis, pero, la postulación de la tesis es una invitación a la vuelta reflexiva sobre las condiciones de posibilidad de esa misma experiencia. Una presentación interesante de esta tesis ha sido formulada por C. Taylor en los siguientes términos, “nuestro pensamiento, nuestra experiencia y, en general, nuestra función como sujetos han de ser descriptos esencialmente como el pensamiento o la experiencia de agentes encarnados”[10]. Hay en esta afirmación una aparente circularidad que se disipa al comprender que la encarnación de los agentes es la condición de la descripción, no una consecuencia de ella o una hipótesis ad hoc.
El hecho de que se considere la tesis de la encarnación como una conclusión obliga a buscar las premisas sobre las cuales esta se asienta. Este procedimiento (al que Taylor llamará trascendental) es, precisamente, el que pone esta tesis a salvo de los compromisos ontológicos[11]. De lo que se trata es de determinar sus condiciones de posibilidad, antes bien que buscar los casos o ejemplos que la verifican haciendo uso de ella como un presupuesto aceptado de manera acrítica o trivial. Entre las premisas de esta conclusión aparecen necesariamente precisiones acerca de la experiencia de los agentes (dimensión fenomenológica) y del modo de darse del cuerpo en la experiencia[12]. Esas premisas conforman el a priori corporal de la cognición, el cual propongo asumir en sentido merleau-pontyano[13], antes bien que kantiano, como la contingente necesidad de la facticidad, pues, como sostiene L. Angelino, este “a priori no proviene del entendimiento, sino más bien de la relación corporal que el hombre tiene con el mundo”[14].
Este apartado tenía por objetivo, además de explicitar el punto de partida de esta investigación, circunscribir la dirección de interés a la pregunta acerca del a priori corporal de la cognición. Esta es, en mi opinión, una pregunta vacante cuya respuesta ha quedado subordinada a la respuesta de otros interrogantes tales como ¿qué (y qué no) conocemos desde nuestros cuerpos?, ¿qué clase de sujeto cognoscente es el cuerpo?, ¿qué sabemos del mundo al reconocer al cuerpo y sus cinestesias un estatuto cognitivo?, ¿qué entendemos por cognición corporal?, entre otras. Lo relevante es que las respuestas de estos interrogantes no satisfacen la pregunta acerca de ¿cómo conocemos desde nuestros cuerpos? Pues, conocemos desde nuestros cuerpos al efectuar acciones, comportamientos y movimientos mediante los cuales accedemos al mundo y a los otros y nos relacionamos con ellos. La motricidad humana en general es el modo de darse de la cognición corporal. Recorrer un espacio, transitar un camino, tantear un objeto son ejemplos de la cognición corporal, los cuales se hacen extensivos incluso a otras formas de conocimiento no pragmático o instrumental, pues como afirma Merleau-Ponty en Fenomenología de la Percepción, el sujeto de la geometría es un sujeto motor. Por este motivo resulta imperioso comprender cómo se da esta forma de la cognición y evitar convertirla en una simple afirmación retórica.
En síntesis, la cognición corporal encuentra en el movimiento intencional y significativo de los agentes su concreción. Esto significa que en toda agencia humana está implicado el contacto cognitivo corporal con el entorno, sin embargo, por un lado, no todo movimiento es intencional y, por otro lado, sólo el movimiento experto posee un componente diferencial en lo relativo a la cognición corporal que lo distingue de otras formas de la motricidad humana. Esto justifica, entonces, la necesidad de avanzar en la clasificación del movimiento.
Clasificación del movimiento intencional
El fenómeno particular de la acción experta y refinada del deportista entrenado o del bailarín profesional[15] es una conjunción de dominio técnico desarrollado y comprensión de la situación operada desde el cuerpo. En este sentido decimos que con el movimiento diestro se da esta peculiar forma de la cognición en la cual el cuerpo propio se revela como sujeto cognoscente.
Con el objetivo de comprender el darse motriz de la cognición y aislar el movimiento experto, en su peculiaridad, propondré a continuación algunas distinciones respecto de otras formas de la agencia humana a las cuales se asemeja, pero también de las cuales se distancia. Las agencias o comportamientos motrices de las cuales es preciso diferenciar la experticia son: (i) el movimiento reflejo, (ii) el movimiento habitual (ordinario o cotidiano, ya sea concreto o abstracto) y (iii) el movimiento automático o maquinal. Cabe señalar que, en cuanto constitutivos de la agencia humana, los tres son movimientos intencionales[16], es decir, acciones voluntarias dotadas de sentido (en las cuales se halla implicada alguna forma de la cognición). Quedan excluidos así de esta clasificación los movimientos involuntarios de los órganos o aquellos relacionados con afecciones del sistema nervioso[17].
En primer lugar, entiendo por movimiento reflejo una respuesta del organismo a su medio, la cual, tal como nos ha enseñado Merleau-Ponty, no podría consistir en una mera reacción a estímulos objetivos, pues el reflejo no es nunca un “proceso ciego”, sino que se ajusta a la situación. El movimiento reflejo es espontáneo e incluso, podría decirse, no ha sido sedimentado por el hábito. Se da más bien de modo inesperado, sin preámbulos y, en ese sentido, no está asentado en una práctica. Pensemos por caso en acciones como vomitar o estornudar, también pueden incluirse aquí los movimientos de prensión o los movimientos reflejos de los brazos al caer o míclonos (movimientos musculares rápidos) como el hipo o los que se producen al comienzo del sueño al dormir. El movimiento reflejo se caracteriza, además, por ser limitado en la medida en que está estrechamente vinculado a la dialéctica del organismo y su entorno y, por ello, es dependiente de la “acción del ‘medio geográfico sobre nosotros”[18]. Esto se ve, por ejemplo, en el respirar o en el movimiento de los ojos relativo a la distancia en el mirar a lo lejos. La comprensión de la situación se ve así concretada por estas manifestaciones del movimiento corporal reflejo.
En segundo lugar podemos caracterizar el movimiento habitual[19], este es sin lugar a dudas nuestro aliado cotidiano e incluye, tanto los movimientos ostensibles como caminar, escribir, abrazar, cuanto los micro-movimientos que conforman la “tácita coreografía de la vida diaria”[20], dirigir la mirada, mover la cabeza para asentir o negar, tamborilear con los dedos, hacer caras, pestañear, etc. Estos movimientos no tienen proyección más allá de la finalidad concreta para la cual se realizan y el grado de destreza que despliegan puede ser mayor o menor, no obstante, siempre encuentran cumplimiento en la simple realización o cumplimiento de la meta. Con independencia de cuantas veces al día me tropiece al caminar, logro llegar con éxito a mi destino, el gesto de la mano al saludar es correspondido, y puedo seguir el ritmo de una melodía con el movimiento de mi pie. Pero, una vez realizada la acción y cumplida la tarea, el movimiento se extingue.
Dice Merleau-Ponty en uno de los tantos pasajes de su obra que servirían para caracterizar el movimiento habitual, ordinario, de nuestra vida cotidiana, “En el gesto de la mano que se levanta hacia un objeto se encierra una referencia al objeto, no como objeto representado, sino como esta cosa muy determinada hacia la que nos proyectamos, con la que estamos por anticipado (auprèsde laquelle nous sommes par anticipaction), a la que nosotros acosamos”[21]. El sujeto que realiza estos movimientos es el denominado por D. Leder “cuerpo extático”,[22] en la medida que su desempeño perceptivo y motriz se da bajo la estructura “from-to”,[23] desde el cuerpo hacia el mundo. Además de estar “dirigidas por una intención”,[24] nuestras acciones ordinarias están garantizadas por el hábito, el cual, como sabemos, es un medio para extender nuestro dominio perceptivo y motriz. El agente encarnado se mueve en su ordinario estar en el mundo en una dialéctica de lo adquirido y lo solicitado, de habitualidad y responsividad y la “atención” es la bisagra entre estos dos polos que tensionan la existencia humana y la que hace posible ese vaivén[25]. Zuwendung es el término que usa B. Waldenfels para referirse al movimiento de prestar atención, de volverse hacia algo que “está sometido a la atracción que produce aquello que vemos y oímos, y cae una y otra vez en su esfera de atracción”[26]. Esta consideración de la atención como disposición primeramente motriz hacia algo será de gran importancia para la comprensión de la cognición corporal.
El tercer tipo de movimiento aludido es aquel que, contando también en su origen con una intención motriz y habiendo sido sedimentado por el hábito, se realiza de manera automática o maquinal[27]. Se trata de un movimiento que, en su ejecución, va perdiendo de manera gradual el sentido que lo animaba, sin dejar de ser por ello intencional. Es por esta razón que los comportamientos y acciones asociados al movimiento maquinal son los más difíciles de reconocer como tales, pues se confunden fácilmente con la rutina o incluso con el dominio técnico en una actividad. Esto es consecuencia de que en el movimiento maquinal, se produce una automatización de los medios, mientras la finalidad permanece intacta. Este tipo de movimiento se observa, en particular, en dos casos o situaciones, como efecto de la repetición de una determinada acción que la vuelve vacía de contenido[28] o en aquellas acciones que para su realización no requieren más que un mínimo grado de atención, es decir, que no exigen la atención activa y comprometida del agente.
La mediación de la atención juega aquí también un papel importante pues permite distinguir el movimiento habitual del movimiento maquinal. Resulta interesante subrayar que, si la repetición y la atención marcan la diferencia que nos permite identificar, por ejemplo el movimiento rutinario y maquinal, se debe a que es una línea delgada la que separa la habitualidad del automatismo[29]. En el caso del movimiento maquinal o el accionar automatizado del agente, la repetición colabora para que la necesidad de la atención disminuya. Por el contrario, el movimiento rutinario necesita de la participación conjunta de repetición y atención, es justamente la plena atención en la repetición lo que garantiza esa expansión del mundo de la que habla Merleau-Ponty en la adquisición de la habitualidad.
La distinción esbozada hasta aquí nos sirve para poder avanzar en la caracterización del movimiento experto. Cabe aclarar, no obstante, que se trata de una descripción incompleta y susceptible de ser complejizada, pero que ha aportado los elementos necesarios para presentar el movimiento experto, sus límites e identidad. Este paso previo resulta imprescindible pues se trata de una clase de movimiento complejo en el cual están implicados, por un lado, la espontaneidad de los reflejos, y, por otro lado, la sedimentación del hábito mediante el entrenamiento. Además, el hecho de que la acción se instancie en un ceñido contexto técnico y normativo, en el cual también están presentes el sentido del esfuerzo y la conciencia del error, hace del movimiento experto un fenómeno diferencial respecto de los antes descriptos[30].
El acceso fenomenológico al movimiento experto nos conduce a una experiencia que, en principio, supera el registro testimonial de (esta particular) primera persona, autora de estas líneas. Sin embargo, precisamente, por la ya mencionada vecindad entre los distintos movimientos caracterizados y el hecho de que (en mayor o menor medida) todos se encuentran en nuestro horizonte de experiencia compartido, podemos describir el movimiento experto en su peculiaridad y comprender el testimonio de agentes que lo han desarrollado con fines, ya sean, competitivos o artísticos. Procederemos, entonces, de lo común a lo peculiar, para aislar luego eso que es común en lo peculiar, es decir, aquello que bailarines, performers y deportistas identifican como estructural en sus prácticas. Adelanto que, entre otros aspectos que mencionaré luego, el elemento común en el movimiento experto lo constituye la clase de cognición corporal implicada en el comportamiento diestro.
Decíamos entonces que en el movimiento experto es posible identificar elementos propios del movimiento reflejo, del ordinario y habitual e incluso del automático, descontando el hecho de que también se ubicaría dentro de la más amplia calificación como movimiento intencional. Esto es puesto de manifiesto por F. Wallace hablando del tenis profesional y, también, por L. Wacquant respecto de su práctica de boxeo profesional, en la que se sumergió para realizar la investigación que tuvo por resultado Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador.
Como señala Wallace, el saque de un tenista profesional suele alcanzar 210 km por hora y tarda 0,41 segundos en recorrer la distancia de veinticuatro metros que hay entre la línea de fondo y la posición del otro jugador. El intervalo temporal indicado es, entonces, afirma Wallace, menor al “tiempo del que se tarda en parpadear rápidamente dos veces”, lo cual le permite concluir que “los intervalos de tiempo que da el tenis profesional son demasiado breves para emprender acciones deliberadas”[31]. La velocidad del juego coloca al movimiento experto del tenista “en la gama operativa de los reflejos, las reacciones puramente físicas[32] que pasan por encima del pensamiento consciente”, sin embargo, reconoce Wallace, “la devolución eficaz de un servicio depende de un amplio conjunto de decisiones y ajustes físicos que son mucho más complejos e intencionados que el acto de parpadear, de dar un brinco cuando te sobresaltan, etc.”[33].
Así, para la descripción del movimiento experto del tenista, es posible recurrir al movimiento reflejo, pero bajo la condición de saber que hay un componente diferencial que queda fuera de la gama operativa de las reacciones físicas y eso es, precisamente, la capacidad deliberativa del deportista en acción[34].
La capacidad deliberativa, la toma de decisiones y la acción intencional del movimiento experto se da siempre en un contexto técnico y normativo, esto es, no se halla librado a la improvisación espontánea o al azar. Y, además, como señala Wacquant con relación al boxeo, pero es generalizable a otras manifestaciones del movimiento experto, no se trata de un contexto de normas y consignas verbales sino de prácticas. “La ‘cultura’ del boxeador no está formada por una suma finita de informaciones discretas, por nociones transmisibles mediante la palabra ni por modelos normativos que existirían independientemente de su puesta en práctica, sino por una serie de posturas y gestos que (re)producidos continuamente por y en el funcionamiento mismo del gym, sólo existen (…) en los actos”[35]. El movimiento experto toma en préstamo recursos y estrategias motrices del movimiento ordinario (hábito, repetición, atención, la estructura from-to, etc.) y los dota de un nuevo significado al punto que “el capital específico que posee [el agente experto] está completamente incorporado y, una vez utilizado, carece de valor en otro campo”[36].
Así es posible deducir dos aspectos estructurales que caracterizan el movimiento experto en el marco de la clasificación antes presentada. El movimiento experto requiere de una espontaneidad y temporalidad más cercana a la del movimiento reflejo, sin embargo, el hecho de que se realice en un contexto determinado por prácticas que apuntan a una genuina educación del cuerpo, determina que se recurra a la habitualidad y la repetición “pero con el objetivo de no repetir”[37]. Esto nos indica que hay una distancia, sino de principio al menos de hecho, entre lo que un cuerpo puede en la vida biológica y en la vida cotidiana y lo que un cuerpo puede en el contexto de las prácticas extra-cotidianas del movimiento experto. Pues, como intentaré mostrar en el apartado siguiente, lo que está en juego en la dinámica motriz de estos agentes no es sólo una habilidad corporal o una destreza física, sino más bien, un peculiar modo de comprensión del mundo, una particular forma de la cognición corporal.
Movimiento experto y cognición corporal
Contando con el horizonte de las anteriores consideraciones, voy a reproducir tres testimonios en los que encontramos interesantes precisiones sobre la relación entre el comportamiento experto, al que denominaré extra-ordinario[38], y el modo de la cognición corporal que allí se da.
El dominio teórico sirve de poco mientras el gesto no haya quedado grabado en el esquema corporal; y sólo una vez asimilado el golpe con y por el ejercicio físico repetido hasta la náusea, queda completamente claro para el intelecto. Existe de hecho una comprehensión del cuerpo que supera –y precede– la plena comprensión visual y mental. Sólo la experimentación carnal permanente que supone el entrenamiento como complejo coherente de “prácticas de incorporación” permite adquirir este control práctico de las reglas del pugilismo que, justamente, dispensa de constituirlas como tales en la conciencia[39].
Golpear miles de veces la pelota, día tras día, desarrolla la capacidad de hacer “con el tacto” lo que no se puede hacer con el pensamiento consciente normal[40].
El bailarín durante una improvisación piensa en movimiento. En esa clase de pensamiento, el movimiento no es un medio por el cual los pensamientos emergen, sino que los pensamientos mismos, en cuanto significaciones en la carne, hablan[41].
Tres elementos cobran relieve en los párrafos citados, (i) la prescindencia de la conciencia en el entrenamiento físico del boxeador, (ii) el reemplazo del pensamiento consciente por el tacto que se verifica en la práctica del tenista y (iii) la relación (no meramente retórica) entre pensamiento, movimiento y expresión de la bailarina. Cada uno de ellos es testimonio del despliegue de un conocimiento del cuerpo, de una cognición corporal, que no se limita a ser una disposición pragmática para la acción, ni la respuesta refleja y automática del instinto sino, más bien, una modalidad de la cognición en la que se pone en juego el poder intencional de la corporeidad.
Ahora bien, ¿es la cognición corporal un atributo exclusivo del comportamiento experto?, ¿acaso no hay comprensión del espacio a través del movimiento en la agencia cotidiana?, ¿el cuerpo cognoscente sólo aparece en la experticia? Claramente la respuesta a estos interrogantes es negativa en todos los casos y por ello, una vez más, deberemos encontrar el elemento diferencial del movimiento experto en lo relativo a la cognición.
En el ordinario y cotidiano estar en el mundo, la agencia motriz de los sujetos está en constante actitud cognitiva, ponderamos la altura de un escalón al dar el paso para subirlo, establecemos distancias al estirar el brazo para tomar un objeto, reconocemos al otro en los gestos motores de la caricia o el abrazo, sin contar, por supuesto, la concreta actividad exploratoria que se realiza al atravesar una superficie habitada o deshabitada. El contexto de habitualidades en que se desarrollan estas agencias está, en consecuencia, dominado por una forma de la cognición peculiar, sobre la que descansa el hecho mismo de la encarnación, a la que llamaré un saber, para distinguirlo de la propia cognición corporal, nombre que reservo para el movimiento experto. A continuación caracterizaré las dos direcciones en las cuales se da este saber, para luego proceder a la comprensión de la cognición corporal como acción motriz experta.
Como señalaba antes, la encarnación del sujeto descansa en un saber corporal que funciona como disposición y garantía, pero también como proyección. En la medida que dispongo de la inherencia corporal no tengo dudas acerca de mi cuerpo, ni accedo a esa dimensión de mi existencia mediante operación intelectual alguna. Esto es consecuencia de un saber de sí básico y primario que se da en la experiencia o, en otros términos, una certeza primera de mi cuerpo. El conocimiento provisto por ese saber de sí del cuerpo opera en dos direcciones, las cuales se complementan entre ellas: una a la que podríamos llamar somatognosia y otra a la que podemos denominar, usando la terminología merleau-pontyana, practognosia, una gnosis de sentido pragmático, es decir, “fundada sobre una praxis”, proyectada desde el cuerpo hacia el mundo. En el cotidiano desempeño motriz del sujeto encarnado es la practognosia la que predomina, somos solicitados por el mundo, requeridos por los objetos y los demás sujetos (el vaso está a mi alcance o no lo está, la parte baja de la piscina o el cordón de la vereda son lugares donde estoy a salvo, la montaña o cierto obstáculo ante el que me enfrento es algo accesible, traspasable, rodeable para mi proyección cinética y mis posibilidades motrices). En el contexto de estas acciones aquello que parece predominar es el esquema corporal entendido como un sistema práxico, como disposición para la acción, responsable de la ampliación y extensión del campo fenomenal mediante el hábito perceptivo y motriz. La somatognosia sería, entonces, un saber que subyace a ese desempeño pragmático. A diferencia de la practognosia que amplía su horizonte de acción mediante el hábito, requiere para ser desarrollada, del entrenamiento entendido como el trabajo del cuerpo sobre sí, la educación corporal[42]. La somatognosia resulta por ello fundamental en los procesos de aprendizaje y perfeccionamiento de todas las formas del movimiento experto.
Ahora bien, la otra dimensión corporal del conocer que no es puro saber de sí, tampoco saber pragmático del cuerpo, es, precisamente, aquella que encuentra concreción en la acción motriz efectiva y diestra del movimiento experto. La cognición corporal entendida en estos términos es vehiculizada por la acción puramente intencional[43] cuya peculiaridad reside en el hecho de que se abre paso de lo habitual a lo posible, es la acción que descubre un sentido que no estaba disponible con anterioridad al movimiento conducido y regulado por la experticia. Traducido a un ejemplo motriz es la diferencia que existe entre el tanteo y el acto, entre la exploración y la efectuación. Esta forma de la cognición corporal precisa para su desarrollo tanto de la somatognosia como de la practognosia, pero su significación no se agota en ellas.
Esto se ve puesto de manifiesto, por ejemplo, en la siguiente descripción:
Devolver con éxito una pelota de tenis que te han servido con fuerza requiere eso que a veces se ha denominado “sentido cinestésico”, que no es otra cosa que controlar el cuerpo y sus extensiones artificiales por medio de sistemas complejos y muy rápidos de tareas. El idioma cuenta con toda una nube de términos para designar las diversas partes de esta capacidad: sensación, tacto, forma, propiocepción, coordinación, coordinación mano-ojo, cinestesia, gracia, control, reflejos y otros por el estilo[44].
Como puede verse en este fragmento, el control del cuerpo y de las extensiones, los cuales descansan en la somatognosia y en la practognosia, resultan aspectos importantes, pues, sin este saber del cuerpo y sin la posibilidad de relación pragmática con los instrumentos del juego no sería posible un buen desempeño deportivo. Sin embargo, esos saberes implicados en la preparación cinética, tienen sentido en la medida que se encuentran subordinados (u ordenados) a la intención (proyección motriz) del deportista, cual es, devolver con éxito la pelota. Esa acción particular, ese comportamiento motriz, requiere de herramientas de análisis apropiadas en la medida que no es posible reducirla a la dialéctica pragmática del sujeto y su medio, pero tampoco es susceptible de ser comprendida en los términos de un vocabulario cognitivista que la interprete como la traducción motriz de una consigna intelectual. Como señala muy atinadamente S. Kelly[45], en la proyección motriz del agente, en la acción intencional, no cabe la distinción lógica entre “contenido proposicional” y “actitud proposicional” (que sí sería atribuible a nuestros estados mentales intencionales según los entiende la filosofía analítica). Así como es posible sostener con claridad la diferencia lógica entre el contenido proposicional de “Messi juega en el Barça” o “Messi juega bien al futbol”, de la correspondiente actitud que un fanático del Barça tiene respecto de ese contenido (esto es, la creencia acerca de si “juega bien” o el deseo de que “reciba el Balón de Oro este año”), en la acción intencional (o en la actividad motora intencional como la denomina S. Kelly) resulta imposible distinguir entre contenido de la actividad y actitud respecto de ese contenido[46]. En el caso de la acción intencional del futbolista, no hay distancia, no hay diferencia “lógica” en la performance motriz que realiza Messi (llevar la pelota pegada a su pie) entre el contenido y la actitud, es decir, entre “llevar la esfera blanca a los tres palos todo el tiempo” o “desear la pelota adentro del arco contrario”, como señala el escritor H. Casciari en su texto titulado “Messi es un perro”[47].
Podemos entonces caracterizar la acción motriz experta como el movimiento, comportamiento o serie cinética en la cual no es posible establecer una distinción, un hiato representacional, entre la actitud que orienta la acción y la acción misma, y en ello reside la particular forma de la cognición implicada. El movimiento experto es una síntesis de cognición y acción por virtud de la cual el cuerpo va más allá del hábito, del comportamiento reflejo y del automatismo del movimiento maquinal. Esta característica se suma, entonces, a las otras que han sido identificadas en las páginas precedentes: el movimiento experto es (i) extra-ordinario, en el sentido de que marca un tránsito de lo real a lo posible, de lo habitual a lo virtual y esto es consecuencia y efecto del (ii) entrenamiento prolongado en un (iii) contexto técnico y normativo preciso y determinado.
Por último y con el objetivo de completar la caracterización de la experticia, me interesa introducir la noción de “existencia completa” proveniente del acervo conceptual de Fenomenología de la Percepción. Entiendo que ella nos ayudará a terminar de comprender el sentido de la afirmación acerca del carácter diferencial del movimiento experto.
Existencia completa y dominio técnico
La noción de “existencia completa” paradójicamente permite subsanar la falta de atención del comportamiento experto en los estudios de fenomenología. Lo paradójico del asunto reside en el hecho de que, bajo esta denominación, Merleau-Ponty considera el fenómeno de la enfermedad. La noción de existencia completa permite comprender la enfermedad como una unidad autónoma de sentido que no es reductible a la dicotomía normalidad-patología, ni subordinada a la alternativa carencia-plenitud. Merleau-Ponty llama “existencia completa” a la peculiar conformación de la experiencia que tiene lugar en contextos determinados, como pueden ser la vida de un hombre “primitivo”, la infancia o la enfermedad. Cada una de estas situaciones, en la medida en que constituyen existencias completas no pueden ser comprendidas en términos de falta o carencia por comparación con la vida civilizada, la vida adulta o el estado de normalidad. La noción de existencia completa aplicada a aquellos modos, por llamarlos de algún modo, “regionales” de la experiencia no alude, sin embargo, a un estado deficitario que exija ser restablecido o desarrollado hacia su grado de plenitud, sino más bien a la autonomía e independencia de estados y/o situaciones diferenciadas. ¿En qué aspecto del movimiento experto, tal como ha sido presentado, se funda entonces la autonomía de la situación que nos permitiría caracterizarlo como existencia completa?
Recurramos una vez más al testimonio de los protagonistas, afirma Wacquant,
la inculcación de las cualidades que conforman al boxeador se reduce esencialmente a un proceso de educación del cuerpo, a una socialización determinada de la fisiología, en la que el ‘trabajo pedagógico’ tiene por función sustituir el cuerpo ‘primitivo’ (…) por un cuerpo ‘habituado’, es decir, temporalmente estructurado, y físicamente remodelado según las exigencias propias del oficio”[48].
La coreógrafa y bailarina S. L. Foster explica en una dirección semejante a la del pugilista en formación que
cada técnica de danza construye un cuerpo especializado y específico que representa la idea estética que tiene de la danza un determinado coreógrafo o tradición. Cada técnica crea un cuerpo cuyo aspecto y forma de actuar son únicos. (…) El entrenamiento no sólo construye un cuerpo, sino que contribuye también a formar una personalidad expresiva que, en su relación con el cuerpo, ejecuta la danza[49].
En los fragmentos citados se encuentra la respuesta a la pregunta planteada. Aquello que funda la autonomía de la experticia es, precisamente, la técnica entendida como medio de educación corporal. Estos testimonios ponen de relieve, además, el profundo sentido existencial que está implicado en la noción de técnica. El contexto normativo en el que esos agentes se forman no parece ofrecer sólo elementos discretos y formas de aplicación, sino más bien una suerte de conversión que trastoca los esquemas de la habitualidad. Así, como sostiene Wacquant, el ring modaliza la percepción del púgil al punto que “[e]l perímetro de visión se reduce y satura al extremo (…)”, e incluso la del adversario, pues, afirma, “me parece que sus guantes son enormes hasta el punto de cubrir todo el ring; entre su cintura y sus grandes patas amarillas no distingo dónde golpear cuando me acerco a él. Mi propio cuerpo me parece distinto y no me obedece tan rápido como querría”[50].
La noción merleau-pontyana de “existencia completa” permite dar cuenta de la inconmensurabilidad que introducen la técnica y el entrenamiento entre la dimensión ordinaria y la extra-ordinaria de la existencia. El comportamiento motriz del agente experto, y más precisamente, del agente entrenado, se diferencia del que realiza un sujeto normal en su vida ordinaria, no por una simple cuestión de grado, sino más bien, porque en cada uno se cristalizan formas originales de la existencia. Esto explica, según Wacquant, “la tragedia de la imposible reconversión del boxeador cuando termina su carrera: el capital específico que posee está completamente incorporado y, una vez utilizado, carece de valor en otro campo”[51]. Deportistas, bailarinas y performers “aprenden” a moverse, percibir, comportarse y, en definitiva, relacionarse cognitivamente con el mundo de una manera completamente nueva, sin precedente en su vida ordinaria. Su experiencia ofrece “modalidades y variaciones del ser total del sujeto”[52] que no son aspectos fragmentarios, sino más bien consumaciones monádicas y totales de la experiencia. En consecuencia, así como lo normal no puede ni reducirse ni deducirse de lo patológico, el comportamiento experto tampoco puede hacerlo del normal, dado que se trata de una estructura de sentido original.
El entrenamiento, es decir, el medio por el cual la técnica es incorporada, es lo que garantiza el desarrollo y refinamiento de la intencionalidad motriz del agente[53]. Así como en la enfermedad la agencia corporal se ve muchas veces retrotraída al hábito y al automatismo de la acción sedimentada[54], en virtud del entrenamiento el cuerpo desarrolla capacidades proyectivas y disposicionales con las que no contaba, sale así del “ostracismo” de la costumbre para aventurarse en el movimiento virtual, simbólico o abstracto[55]. El agente experto es aquel que mediante el manejo de lo imponderable habita lo posible, hace de lo virtual su medio, dando así origen a la expresión creadora en el artista y al prodigio en el deportista.
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Notas
Información adicional
Sobre el artículo: Este artículo fue elaborado en el marco de los proyectos “Fenomenología del cuerpo y análisis del dolor II”, REF- FFI 2017-82272-P, Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, España y “Experiencia y Lenguaje”, SECYT-Universidad Nacional de Córdoba. Versiones previas de este trabajo fueron presentadas en reuniones con miembros de estos grupos y del Proyecto de Investigación en Fenomenología y Hermenéutica, Facultad de Humanidades, Universidad de Mar del Plata. A los y las colegas agradezco sus comentarios y aportes. Un agradecimiento especial al Dr. Francesc Pereña Blasi (Universidad de Barcelona), generoso lector y agudo crítico.