Dossier
Cuidados, tactilidad e intersubjetividad desde una perspectiva fenomenológica
Care, touch and intersubjectivity from a phenomenological perspective
Cuidados, tactilidad e intersubjetividad desde una perspectiva fenomenológica
Tópicos, núm. 44, e0005, 2022
Asociación Revista de Filosofía de Santa Fe
Recepción: 01 Agosto 2021
Aprobación: 01 Septiembre 2021
Resumen: La solicitud y la procuración de cuidados encuentran desde la perspectiva fenomenológica la posibilidad de descripción tanto de su estructura ontológica como de la estructura óntica de sus prácticas en el mundo de la vida. Benner propone cuatro características fundamentales de esta estructura: la situacionalidad, la encarnación, la finitud y el estado de yecto. La tactilidad y la intersubjetividad ocupan un rol relevante en el despliegue de cada uno de estos conceptos. Merleau-Ponty ha desarrollado estos tópicos en distintos momentos y pasajes de su obra proporcionando herramientas valiosas para el abordaje de su despliegue. En este trabajo se presenta un posible desarrollo de una estructura del comportamiento táctil a partir de los conceptos presentados por el autor francés en su primera obra, la importancia de una fenomenología de la tactilidad –desde la descripción de las sensaciones dobles hasta la de los gestos táctiles de cuidado (sostener, abrazar, acariciar, etc.)– para dar cuenta del fenómeno del cuidado, y, por último, se presenta el concepto de “atmósferas de cuidado” desde una perspectiva merleaupontiana como un aporte para la descripción de la estructura del fenómeno del cuidado. Se concluye planteando posibles diálogos y continuidades con otros campos y otras líneas de investigación.
Palabras clave: cuidado, tactilidad, fenomenología, atmósfera, Merleau-Ponty.
Abstract: The request and giving of care find from the phenomenological perspective the possibility of description of his ontological structure and of his practice ontic structure in the lifeworld. Benner propose four fundamental characteristics about this structure: situatedness, embodiment, finitude and thrownness. Touch and intersubjectivity plays a relevant role in the development of each of these concepts. Merleau-Ponty has provided valuable tools in different moments and passages of his work in relation with this concepts and his development. In this article we introduce a possible touch behavior’s structure from the concepts that the french author present in his first work, the relevance of a phenomenology of touch –from a description of double sensations to the touch gestures of care (hold, hug, caress, etc.)– to clarify de phenomenon of care, and, finally, we introduce de idea of “care atmospheres” from a merlaupontinian perspective as a contribution for the description of the phenomenon of care’s structure. It ends with the introduction of the possibility of dialogue and continuities with others fields and research lines.
Keywords: care, touch, phenomenology, atmosphere, Merleau-Ponty.
1. Introducción
Desde el comienzo de este trabajo nos encontramos ante la presencia de cierta primacía de las relaciones: las relaciones de un organismo con su medio, de un existente con su mundo, de un ser en el mundo con otro ser en el mundo. Todas estas relaciones ponen de manifiesto la necesidad originaria de contacto, de roce de límites, de presiones, y también, la posibilidad de transgresiones, que encuentran en la tactilidad un anclaje persistente, en el que desde distintas perspectivas y con diferentes énfasis, despliegan aspectos relevantes de la piel y del contacto para la subsistencia del organismo[1] y la apertura de la posibilidad de los vínculos con otros y otras.[2] Pensar en el cuidado, en las prácticas de cuidado que un ser en el mundo le proporciona a otro, en el cuidado requerido o solicitado, nos conduce a la necesidad de contemplar la tactilidad como una de sus dimensiones fundamentales. La fenomenología de Maurice Merleau-Ponty ha recorrido a lo largo de toda su obra el abordaje de estos tópicos, algunos de ellos con antecedentes en Husserl, otros, iniciados por el propio autor francés, y continúa transitando aún derivas actuales que nos siguen interpelando.
Desde La estructura del comportamiento aparece la piel ocupando un lugar relevante como soporte en el que lo propio y lo extraño se contactan, se tocan, se entremezclan; siguiendo el análisis de la noción de “comportamiento” presentada en esa obra se llevará a cabo una descripción de la estructura del campo táctil en los seres humanos contemplando sus dimensiones físicas, vitales y humanas. Allí se presenta la posibilidad de espacializar y temporalizar las múltiples dialécticas que se entrelazan en el cuerpo: la piel como lugar donde la masa de compuestos químicos en interacción se equilibran, la piel como tensión entre el ser viviente y su medio biológico, la piel como el lugar de contacto entre el cuerpo social y su grupo,[3] atendiendo a cuestiones relevantes para pensar el fenómeno del cuidado, considerando fundamentalmente a las relaciones del existente con su medio. En Fenomenología de la percepción, la tactilidad ocupa un rol destacado en el tratamiento de la constitución del cuerpo propio[4] (siempre inclausurable)[5] como sujeto, a partir de uno de los caracteres fundamentales que exhibe: las “sensaciones dobles”, donde encontramos que la piel habilita la experiencia señalada de tocar y de ser tocada, de que las manos puedan llevar adelante un tacto explorador, cognoscente, con una mano ágil y viva, o que sea tocada en un tacto pasivo que apenas aporta alguna experiencia de nuestro cuerpo como un amasijo de tejidos y huesos.[6] Las sensaciones dobles son presentadas por Husserl[7] en distintos textos y retomadas por Merleau-Ponty. De esta manera, la tactilidad en Fenomenología de la percepción nos permite abordar no solamente el contorno, los límites del cuerpo, poniendo en diálogo el cuerpo propio, el cuerpo orgánico y el cuerpo actual con sus límites y transgresiones, sino también la expresión y la comunicación con otros a través de la postura, de los gestos, de la manera o del estilo de moverse en el mundo. Este diálogo que trazamos entre la tactilidad y el cuidado en el autor francés continúa en Lo Visible y lo invisible, donde se pregunta si existe una diferencia radical entre tocar la propia mano o tocar la mano de otro.[8] Cuando en un saludo estrecho la mano de otro, también allí, se manifiesta la reversibilidad del tocar; y con esa reversibilidad se abre una nueva experiencia de la intercorporalidad como intertangibilidad.
En este trabajo comenzaremos por describir la estructura del fenómeno del cuidado y su privilegio ontológico[9] tal como lo presenta Patricia Benner. Esta tarea requiere aclarar la noción de “cuidado” así como también explicitar aspectos fundamentales del fenómeno del cuidado de otros y otras, el procurar por otros y otras, el acudir a la solicitud de otros y otras como un modo originario y fundamental de ser en el mundo. Esa estructura caracterizada por la situacionalidad, la encarnación [embodiment], el estado de yecto y la finitud, se verá desarrollada desde la perspectiva merleaupontiana en torno a la tactilidad y la intersubjetividad, proponiendo la noción de “atmósferas de cuidado” como un elemento relevante a considerar en la estructura del fenómeno.
2. El fenómeno del cuidado
Pensar en el cuidado implica pensar en el significado del cuidado, el cuidado de sí, el cuidado de otros y otras, el brindar y el recibir cuidados, el solicitar o el procurar cuidados, tanto en su dimensión ontológica como en sus maneras de estructurarse en la práctica. Benner otorga al cuidado un privilegio ontológico, como ya se ha señalado más arriba, enfocando en primer lugar el cuidado desde la necesidad de su recepción al padecer una enfermedad y la consecuente desintegración o desarticulación del mundo vivido[10] que conlleva. Pero, el cuidado en este sentido de urgencia requerida por el cuerpo para poder habitar el mundo, no hace más que exhibir el sentido originario y fundamental de la solicitud y requerimientos de cuidado, en tanto que abre la posibilidad de toda posibilidad de ser en el mundo, de habitarlo, de inscribir en él las posibilidades que tenemos en cada caso. En este punto se tocan, se pliegan, se encuentran las dimensiones ontológicas, gnoseológicas y éticas del cuidado, la apertura de todas las posibilidades del ser en el mundo que habilita. Benner afirma que “el ‘cuidado ontológico’ se refiere a las maneras en que toda existencia humana depende de su morada encarnada en mundos de la vida, las estructuras ontológicas de cuidado configuran los comportamientos y aprendizajes, permitiendo a la persona insertarse en un mundo de la vida particular”.[11] Pero, para insertarse y habitar cada mundo de la vida particular, Merleau-Ponty señala que cada vida, cada existente, comporta unos ritmos que no tienen su razón de ser en sí mismo, sino que encuentra sus condiciones en el medio que lo rodea dando lugar a lo que el autor francés denomina “cuerpo orgánico”: “Así aparece, alrededor de nuestra existencia personal, un margen de existencia casi impersonal que, por así decir, se da por sentado, y al que confío el cuidado de mantenerme en vida –alrededor del mundo humano que cada uno de nosotros se ha hecho (…)”.[12] Ese cuerpo orgánico, de existencia anónima y general, se encuentra de un modo pre-personal adherido a la forma general del mundo, desplegando el movimiento de la existencia por debajo de la vida personal,[13] sin poder reducirse una a la otra, exhibiendo cierta ambigüedad de la existencia. Resulta relevante la espacialización de estas dimensiones personales y pre-personales, incluso orientadas y/o jerarquizadas, y que Leder[14] le otorgará diferentes niveles de opacidad o “dys-aparición” sea que el cuerpo se encuentre saludable (y por lo tanto nos resulta transparente) o enfermo (con un mayor grado de opacidad y presencia en la experiencia), señalando distintos grados entre el yo-puedo y el yo-no-puedo. Esta espacialización también encontrará en el campo táctil, en la piel, un lugar donde desplegarse y entramarse en la descripción fenomenológica. Leder describe distintos niveles de profundidad del poder y no poder del cuerpo, recuperando y continuando desarrollos merleaupontianos en torno al cuerpo propio y el yo puedo, ubicados en la superficie corporal y ligados al dominio del yo y su voluntad,[15] pero adentrándose en la profundidad del cuerpo, su visceralidad, proponiendo una dimensión del cuerpo “él-puede” con un grado intermedio de voluntariedad ligado a lo orgánico automático, (por ejemplo en la respiración) y un grado aún más profundo “él-debe”, ya vinculado a los aspectos vegetativos[16] llegando al “yo-no-puedo”.[17] Esta gradación y complejización pone de manifiesto aún más la primacía ontológica del cuidado y comienza a delinearse como apertura de la posibilidad de todos los “yo-puedo” de cada existente, de la necesidad de cuidado para ser y aparecer en el mundo,[18] en el modo de la solicitud, del requerimiento, de la necesidad de ocupación y del procurar por.
Así también parece entenderlo Merleau-Ponty cuando afirma: “Antes de la toma de consciencia, lo social existe sordamente y como solicitación”.[19] Ser en el mundo es co-originariamente ser con otros y otras, y la solicitación, de cuidado, de ocupación, de procuración, se presenta como fundamental. Aquí nos encontramos con aquel pliegue ontológico, gnoseológico y ético que adelantábamos más arriba, que en palabras de Ricoeur se da al “volver al ‘yo-puedo’ de Merleau-Ponty y extenderlo desde el plano físico al ético”,[20] vinculando ese discurso del poder hacer del yo con la solicitud, y la asimetría de poder que parece encarnar la misma poniendo en cuestión la más originaria estructura de lo social: “Quizás ahí reside la prueba suprema de la solicitud: que la desigualdad de poder venga a ser compensada por una auténtica reciprocidad en el intercambio, la cual, en la hora de agonía, se refugia en el murmullo compartido de las voces o en el suave apretón de manos”.[21] De esta manera, llegamos a desplegar los tres sentidos en que la estructura ontológica del cuidado es primaria para el ser en el mundo: 1) el cuidado habilita la intencionalidad encarnada que le permite dirigirse al mundo, crea la posibilidad; 2) en tanto que habitando un mundo y ocupado en cuestiones que le conciernen el cuidado permite el recorte del mundo, la conexión afectiva y cognitiva con la situación vivida; por último, 3) el cuidado permite brindar y recibir ayuda, imprescindibles para habilitar cualquier hacer en el mundo.[22]
Benner completa la descripción de la estructura de la dimensión ontológica del cuidado con las prácticas ónticas de cuidado, aludidas ya a mundos de la vida determinados y a estilos y maneras específicas de practicar cuidados, los cuales exhiben cuatro características destacadas comunes a toda práctica de cuidado: situacionalidad, estado de yecto, finitud, encarnación.[23] La “situacionalidad” es presentada en un párrafo aludiendo a que todos los seres humanos tenemos en común que nuestra experiencia se encuentra situada, en mundos locales, pero siempre en situación, pasible de acercar diferencias y resistencias a través del diálogo; y su manifestación se encuentra ejemplificada con los terremotos y catástrofes, como ejemplo de experiencia de tener una situación en común.[24] El “estado de yecto” o “arrojamiento” [thrownness] se encuentra en el modo de habitar esas situaciones experimentando el futuro en relación con nuestro pasado y nuestro presente, en mundos de la vida que habitamos y configuran nuestra existencia y que son la base de la posibilidad de habitar otros nuevos.[25] La “finitud” se expresa no solamente en el conocimiento señalado de que nuestra existencia tendrá un fin, sino también en la clausura de capacidades y posibilidades de prácticas corporales y sociales que a lo largo del tiempo nos van ocurriendo.[26] La última característica, la “encarnación” [embodiment], contempla y condensa aspectos de las tres características anteriores y presenta ejemplos dispares y heterogéneos en los que se ve implicada, explicitando la relevancia de la encarnación en la percepción, en las capacidades corporales, en la orientación del espacio: al sentir dolor, al experimentar corporalmente una emoción o ver el impacto de una emoción en la postura corporal, o incluso, sentirse discriminado o marginalizado.[27]
Estas cuatro características que se muestran en la estructura óntica de las prácticas de cuidado –apenas presentadas en el artículo ya citado– encuentran en el recorrido merleaupontiano trazado en la introducción, la posibilidad de una articulación en relación al comportamiento táctil y la tactilidad, permitiendo, de esta manera, un mayor desarrollo de algunas dimensiones de la estructura de las prácticas del cuidado y proporcionando una mayor cantidad de herramientas para utilizar en la descripción de los fenómenos particulares y específicos de cuidado.
3. Tactilidad y cuidado en Merleau-Ponty
3.1. La estructura del comportamiento táctil, la situacionalidad y el sentido del cuidado
El tránsito por las relaciones entre el ‘tacto’ y el cuidado en Merleau-Ponty, pone de manifiesto una densidad semántica y ambigüedades propias del término ‘tacto’ que le son intrínsecas y que irán desplegándose en el devenir del escrito, también del desarrollo conceptual del autor francés. “Tacto” refiere tanto al órgano de los sentidos, como a la acción que se realiza en vistas de tener una percepción intencionada a través del mismo;[28] y también, como señala Aristóteles, el mismo órgano de percepción guarda la ambigüedad de ser uno y múltiple[29] (ser un mismo órgano de percepción distribuido principalmente en la piel de todo el cuerpo, pero poder recibir percepciones de distintos puntos de la misma en un mismo momento, cuestión que será relevante para el abordaje de la descripción de las sensaciones dobles). Esta ambigüedad se complejiza al ponerla en diálogo con la cuestión del “sentido del tacto”,[30] la superficie táctil, pero también la captación del significado del tocar en sus múltiples posibilidades. Tales ambigüedades, apenas esbozadas, encuentran en el abordaje que Merleau-Ponty realiza en su primera obra de la noción “comportamiento” y su estructura, la posibilidad de desplegar una descripción del comportamiento táctil y sus implicancias en la estructura del fenómeno del cuidado.
La piel y la tactilidad, la percepción táctil, ocupan en el desarrollo conceptual de los primeros dos capítulos de La Estructura del comportamiento un lugar relevante. Si bien no es el tema en cuestión que se trata allí, distintos ejemplos, casos, experimentos, donde se ve involucrada la tactilidad –de manera más o menos explícita–[31] son utilizados por Merleau-Ponty para realizar su análisis crítico de la teoría clásica del reflejo y también de la reflexología de Pavlov; para luego llegar en el tercer capítulo a su despliegue de los órdenes físicos, vital y humano en su propia concepción del “comportamiento”. Se abren aquí distintas líneas de investigación y desarrollo: por un lado se podría hacer un relevamiento de las distintas apariciones y sus implicancias filosóficas de la tactilidad en el texto referido, por otro lado, se habilita la posibilidad de desarrollar la descripción de la estructura del comportamiento táctil a partir del enfoque y marco propuestos por el autor francés describiendo aspectos destacados de la piel en los tres órdenes nombrados, articulados dialécticamente; sin embargo, en este trabajo, lo que interesa es poder identificar de qué manera y/o en qué sentidos ello es relevante o aporta herramientas para describir la estructura de las prácticas de cuidado. Por ello, los aspectos de las primeras dos líneas de trabajo abiertas no serán desarrolladas sino que estarán a disposición de profundizar el tema de nuestro interés principal.
Tal como he señalado anteriormente, Merleau-Ponty comienza en su primera obra a desarrollar la crítica de la teoría clásica del reflejo. En esta teoría hay una relevancia de la topografía del cuerpo,[32] de la superficie en la que se realiza el estímulo,[33] donde comenzará el proceso terminado en la respuesta. La piel, la superficie que envuelve al organismo, se torna en un espacio que aloja distintos tipos de receptores, de presión, de temperatura, de dolor, y se constituye –en la concepción clásica– en una suerte de teclado del cual cada tecla pulsada desencadena un proceso. La piel en los seres humanos encarna una exposición radical a la tactilidad de sus cuerpos,[34] sin poder negarse a recibir el estímulo –como se puede hacer con la vista al cerrar los ojos, por ejemplo–. Esta tactilidad radical, esta superficie táctil de nuestro cuerpo, punto en que se tocan, se ponen en contacto –al menos inicialmente y en una primera aproximación– el organismo y el medio;[35] en palabras de Leder “es a través de la superficie corporal como en primer lugar me encastro en el mundo”.[36] Este encastre, esta conexión, este contacto que se da en la piel, a través de la piel, empieza a darle cuerpo a las características de las dimensiones ónticas de las prácticas de cuidado explicitadas en el apartado anterior trazando la posibilidad de describir una situacionalidad táctil, encontrando en la piel la envoltura de la encarnación, y un lugar en el cual poder percibir aspectos de nuestra finitud. Tal situacionalidad táctil se presenta como uno de los ejes sobre los que se desarrolla la crítica merleaupontiana a la teoría clásica del reflejo, articulando los conceptos de “estímulo” y “respuesta” en las primeras páginas de su primera obra ya citada:
La adaptación de la respuesta a la situación se explicaría por las correlaciones preestablecidas (concebidas frecuentemente como dispositivos anatómicos) entre ciertos órganos o aparatos receptores y ciertos músculos efectores. (…) La operación de un agente físico o químico definido sobre un receptor localmente definido es la que provoca, en un trayecto definido una respuesta definida.[37]
Esta crítica, que pone en diálogo el campo científico, incluyendo su dimensión experimental, con el filosófico, introduce en el análisis de Merleau-Ponty algunas nociones relevantes para aportar a las dimensiones atendidas en la descripción de la estructura del fenómeno del cuidado. Podemos comenzar por señalar, que los estímulos no se dan de forma aislada, ni independientemente de aquellos que lo precedieron, sino que lo que ocurre es una “constelación” de estímulos:
(…) el excitante –lo que pone en movimiento el aparato y determina la naturaleza de sus respuestas– no es una suma de estímulos parciales, pues una suma es indiferente al orden de sus sumandos, sino una constelación, un orden, un conjunto, que da su sentido momentáneo a cada una de las excitaciones locales.[38]
Esta constelación, como se puede observar en la cita, no es una mera suma de partes, así como tampoco se concibe estática y aisladamente y comienza a exhibir su dimensión significativa ya anticipada, donde el sentido de cada estímulo o excitación local se encuentra en su relación con el resto de la constelación. Así, se desestima la causalidad lineal, propia de la teoría clásica reconstruida por el autor francés, y queda de manifiesto la circularidad de la misma:
Con anterioridad a toda interpretación sistemática, la descripción de los hechos conocidos muestra que la suerte de una excitación está determinada por su relación con el conjunto del estado orgánico y con las excitaciones simultáneas o precedentes, y que entre el organismo y su medio las relaciones no son de causalidad lineal, sino de causalidad circular.[39]
Esta causalidad circular entre el organismo y el medio[40] encuentra en la piel, en la situacionalidad táctil, la posibilidad de su encarnación. La piel, con su espesor, entre su superficie en contacto con el medio (aire, agua) y su contraparte de cara al interior del organismo, se ofrece como un lugar de contacto, de pasaje, de límite, pero también de contención, de resguardo, a la vez que de exposición. La radicalidad táctil en la que nos encontramos, tal como se expresó anteriormente, nos permite pensar en la situacionalidad táctil como una dimensión siempre presente en la vida de un organismo, pasible de ser descripta, tanto sincrónicamente –con la multiplicidad de estímulos táctiles constelados en un instante– como diacrónicamente –atendiendo a los estímulos anteriores y sus relaciones– entramando los antecedentes que también forman parte de la circularidad que opera entre la situación y la respuesta. Esta circularidad, esta permanente dialéctica que se da entre el organismo y el medio, encuentra ciertos equilibrios privilegiados,[41] en los que se sostiene la supervivencia y el desarrollo del organismo.[42] Un ejemplo de esta dialéctica, dinámica y circular, entre el organismo y el medio, la podemos observar en una de las funciones biológicas de la piel: la regulación de la temperatura. La piel, en su forma física, tiene como una de sus características fundamentales –además de su flexibilidad y resistencia– su permeabilidad. Esta dimensión física es resignificada en su forma vital al operar como frontera térmica entre el interior del organismo y el medio: a través de su porosidad puede dejar salir agua del organismo en la transpiración generando un descenso de la temperatura corporal, o bien no hacerlo, y retener y conservar la temperatura del mismo. En el orden humano, esa transpiración se podrá vincular con significados tales como esfuerzo, trabajo, actividad, entre otros. Estas dialécticas de la piel, en la piel, pueden desarrollarse como parte del despliegue del comportamiento táctil presentado como una de las posibles líneas de investigación pasibles de abordar, pero que no realizaremos en este trabajo por no contar con el espacio suficiente. Sin embargo, sí hay que analizar el modo en que esta situacionalidad táctil es un elemento a considerar en el fenómeno del cuidado, tanto en los equilibrios privilegiados que se van encontrando en el organismo como en las constelaciones de estímulos que los favorecen o los desequilibran, en todas sus gradientes. Merleau-Ponty llega incluso a plantear las situaciones donde esta dialéctica es interrumpida por “comportamientos catastróficos” en los que el organismo llega a ser reducido momentáneamente a la condición de sistema físico.[43] Podemos entender que este equilibrio privilegiado que encuentra una expresión posible en las dialécticas de la piel, es un aspecto también relevante a la hora de abordar el fenómeno del cuidado, tanto en la autorregulación llevada a cabo por el propio cuerpo orgánico como por las constelaciones de estímulos que se pueden imprimir en la piel a través del contacto, favoreciendo o desfavoreciendo, organizando o desorganizando ese equilibrio, tanto en los órdenes físico y vital, como en la significación humana del contacto.
De esta manera, una de las cuatro características de la estructura óntica de las prácticas de cuidado propuestas por Benner, la “situacionalidad”, encuentra a partir del despliegue conceptual realizado en torno al comportamiento táctil en la primera obra de Merleau-Ponty elementos que permiten explicitar dimensiones relevantes para la descripción del fenómeno de cuidado: la “situacionalidad táctil” del organismo, la dialéctica dinámica y circular que se da entre el mismo y su medio instanciada en la piel, las propiedades cualitativas de las “constelaciones” de estímulos y su implicancia en el equilibrio privilegiado que va encontrando el organismo, así como también la posibilidad de su interrupción drástica en comportamientos catastróficos. Estos elementos de la situación, son elementos considerados desde la tercera persona, desde una perspectiva externa al mismo organismo, en consonancia con la obra merleaupontiana en cuestión. Sin embargo, el desarrollo concebido desde la perspectiva de un espectador extraño, puede ser continuada –paralelamente al desarrollo conceptual del autor francés– en una fenomenología de la tactilidad que atienda a la experiencia táctil, desde una perspectiva vivida, para seguir profundizando la dimensión de la situación en el fenómeno del cuidado, pero también el resto de las características presentadas por Benner.
3.2. El “ser-del-mundo” y el cuidado en Fenomenología de la percepción: estado de yecto, encarnación, finitud
En Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty retoma en la primera parte titulada “El cuerpo”, en su primer capítulo,[44] las relaciones entre la tactilidad y la teoría del reflejo, volviendo a poner de manifiesto la organización de los estímulos[45] que en el apartado anterior la encontramos en la noción de “constelación” y dándole un lugar preponderante a la percepción táctil. Los estímulos táctiles aparecen de manera destacada a lo largo del capítulo, desde las lesiones corticales de la sensibilidad táctil, la percepción de las temperaturas, de lo áspero, el acceso al objeto, incluso en el fenómeno del miembro fantasma. Estos estímulos locales y puntuales, cobran su sentido en el marco de la situación y como afirma el autor francés, es ella lo que “hace que cuenten, valgan o existan para el organismo”.[46] Pero, como señalábamos más arriba, se presenta en esta segunda obra un cambio de enfoque, de perspectiva, el cuerpo inmerso en la situación deja de ser concebido como una estructura de procesos desde la tercera persona, de un conocimiento distante, para dar lugar a la experiencia del cuerpo: “No puedo comprender la función del cuerpo viviente más que llevándola yo mismo a cabo y en la medida en que yo sea un cuerpo que se eleva al mundo”.[47] De esta manera, se incorpora la explicitación de la visión preobjetiva del “ser-del-mundo”, distinguiéndose de todo proceso de tercera persona y de todo conocimiento en primera persona: “Más acá de los estímulos y los contenidos sensibles, hay que reconocer una especie de diafragma interior que, más que a esos, determina a aquello que nuestros reflejos y nuestras percepciones podrán apuntar en el mundo, la zona de nuestras operaciones posibles, la amplitud de nuestra vida”.[48] El ser-del-mundo se da en un cuerpo, “poseer un cuerpo es para un viviente conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos”.[49] Esta encarnación, pone de manifiesto el estado de yecto, así como también la finitud, dimensiones y características centrales de las estructuras de las prácticas de cuidado planteadas por Benner y que recuperamos más arriba. Ser-del-mundo, la posibilidad de desplegar la existencia en un proyecto, no sólo es ser-con, sino que resulta posible gracias a ese ser-con. El cuidado, el procurar por, es lo que habilita toda posibilidad de despliegue del ser-del-mundo, resulta del cuidado recibido, la posibilidad de existir. Allí radica la primacía ontológica del cuidado, en la apertura de la posibilidad de todas las posibilidades, en dar lugar a la expansión de la amplitud de nuestra vida, y el cuidado primordial, es brindado en y por la tactilidad. Así como ya fuera señalado por Aristóteles, el contacto es condición de posibilidad de la vida; también Montagu manifiesta la necesidad biológica de la estimulación cutánea externa[50] tal como se puede observar en el fenómeno del marasmo –la muerte súbita– por falta de contacto en los bebés,[51] y es señalado por Husserl primero[52] y luego por Merleau-Ponty como lo que posibilita una característica singular de nuestro cuerpo: las “sensaciones dobles”.
Estas sensaciones dobles son presentadas por Merleau-Ponty como una de las características fundamentales que hacen que el cuerpo propio deje de ser concebido como objeto[53] –incluso como un objeto especial o señalado– para ser sujeto del espacio y del tiempo. La encarnación, la situación táctil en la que nos encontramos siempre y en cada caso, nos permite experienciar esta “especie de reflexión” que lleva a cabo el cuerpo propio:[54] “cuando toco mi mano derecha con mi mano izquierda, el objeto mano derecha tiene esta singular propiedad de también sentir (…), nunca son al mismo tiempo una respecto de la otra, tocadas y tocantes”.[55] Esta doble dimensión de la tactilidad del cuerpo propio, de tocar, en un tacto explorador, activo, en su rol de sujeto, o la de ser tocado, tocando, resulta distintiva respecto de la singularidad del cuerpo propio:
Lo que se quería decir al hablar de “sensaciones dobles”, es que, en el paso de una función a otra, puedo reconocer la mano tocada como la misma que seguidamente será tocante –en este amasijo de huesos y músculos que es mi mano derecha para mi mano izquierda, adivino por un instante, la envoltura o la encarnación de esta otra mano derecha que arrojo a los objetos para explorarlos.[56]
Esta envoltura táctil en la que se dan las sensaciones dobles, exhibe la importancia de la tactilidad en las prácticas de cuidado, ya que como se presentó anteriormente con Sheets-Johnstone, la tactilidad radical de nuestra especie nos habilita tanto a una permanente y constante presencia del medio a través del contacto así como también a unas fragilidad y vulnerabilidad señaladas. Nuestra encarnación, y, con ella, nuestra finitud, quedan manifiestas en nuestra manera de ser y existir en el mundo. La tactilidad nos ex-pone, nos pone fuera, pero siempre en situación, siempre en intercambio permanente con el medio, con todo lo que nos rodea, encarnando esas dialécticas en la piel, en la necesidad de procurarnos cuidados, de la solicitud de abrigo, de contacto, de alimento, de ternura.[57] A través de la piel, en la piel, damos lugar a la experiencia del dolor. La piel explora, interroga, toca, y también es abrazada, envuelta, por el aire, la ropa, el agua, otra piel. El desarrollo de una fenomenología de la tactilidad nos permitirá poder describir y explorar fenómenos relacionados con el cuidado tales como la caricia,[58] el abrazo, el sostén, etc. Lo que queda de manifiesto en estos fenómenos, en palabras de Merleau-Ponty, es que en el contacto, “el interrogador y el interrogado están más próximos”.[59] Esta solicitud en forma de pregunta, este “procurar por” como una de las respuestas posibles, pone en la tactilidad el modo de expresión más primordial, el solicitar y brindar cuidado, los gestos táctiles de cuidado, y con ello, cierta comunicación, conexión de un cuerpo a otro. Se pregunta Merleau-Ponty en Lo visible y lo invisible: “Si mi mano izquierda puede tocar mi mano derecha mientras esta palpa los tangibles, tocarla mientras toca, volver sobre ella su palpación, ¿por qué, tocando la mano de otro, no tocaría yo en ella el mismo poder de asir las cosas que yo toqué en la mía?”.[60] Se da un círculo de lo tocado y lo tocante, una transitividad de un cuerpo al otro, una intercorporeidad[61] originaria desde el momento de devenir al mundo, y en su modalidad fundamental en los gestos de cuidado.
Merleau-Ponty, en el sexto capítulo de la Primera parte de Fenomenología de la percepción se ocupa de la cuestión de la expresión y la palabra, planteando que “el gesto está delante de mí como una pregunta, me indica ciertos puntos sensibles del mundo, en los que me invita a reunirme con él (…). Hay una confirmación del otro por mí y de mí por el otro”.[62] Podemos entender que esa interpelación de máxima proximidad entre interrogador e interrogado que se da en la tactilidad, es un gesto táctil, un gesto en el que el otro me confirma la solicitud de cuidado, o no lo hace, una situación de interpelación donde la respuesta es un procurar por quien solicita, o no lo es. En el gesto táctil, tal como lo entiende el autor francés, se da esa comunicación primera en la que se transgreden los límites ambiguos y borrosos de nuestro cuerpo, ya que
la comunicación o la comprensión de los gestos se logra con la reciprocidad de mis intenciones y de los gestos del otro, de mis gestos y de las intenciones legibles de la conducta del otro. Todo ocurre como si la intención del otro habitara mi cuerpo, o como si mis intenciones habitaran el suyo.[63]
De esta manera, el fenómeno de cuidado, con su primacía ontológica de apertura de todas las posibilidades del ser del mundo, se explicita como un gesto táctil, como una solicitud de contacto y comunicación entre los cuerpos, en una situación táctil, donde se manifiestan el estado de yecto de ese ser del mundo, su encarnación, y también, en su fragilidad, su finitud, inmerso en una atmósfera de cuidado.
3.3. “Atmósferas de cuidado” desde una perspectiva merleaupontiana
En este último punto, se presenta una noción de raigambre merleaupontiana para aportar una dimensión relevante en la descripción de los fenómenos de cuidado: “atmósferas de cuidado”. En este concepto confluyen los desarrollos antes desplegados, articulando, por un lado, las características de la estructura de las prácticas ónticas de cuidado presentadas por Benner y desarrolladas en el segundo apartado, y, por el otro, los elementos merleaupontianos elegidos y aportados en relación con la tactilidad y la intersubjetividad desplegados en los primeros dos puntos del tercer apartado. Cabe aclarar, en qué sentidos y de qué manera las atmósferas de cuidado son abordadas desde una perspectiva merleaupontiana: en primer lugar, por las múltiples referencias al concepto de “atmósfera” o de “existencia atmosférica”[64] en distintos textos y en distintos contextos tal como veremos, y, en segundo lugar, por la posibilidad de articular en él otros conceptos, también acuñados o utilizados por Merleau-Ponty y explicitados en este trabajo.
Comenzando a presentar los distintos sentidos del concepto de “atmósfera”, encontramos que en Fenomenología de la percepción aparece de modo relevante para el desarrollo de nuestro tema, enlazando y organizando conceptos fundamentales de la estructura de las prácticas ónticas de cuidado; por ejemplo, cuando Merleau-Ponty expresa:
esta misma naturaleza pensante, que me satura de ser, me abre el mundo a través de una perspectiva, recibo con ella el sentimiento de mi contingencia, la angustia de ser superado, de modo que, si no pienso en mi muerte, vivo en una atmósfera de muerte en general, hay como una esencia de la muerte que siempre está en el horizonte de mis pensamientos.[65]
En este pasaje, se explicita el carácter encarnado de la existencia tanto en el aspecto perspectivista de la percepción, como en la finitud a la que está sujeta la existencia. En algún sentido, esa “atmósfera de muerte en general” es la que nos interpela y solicita cuidados para contenerla, para contrarrestarla, para hacerla habitable. Allí, cobra sentido la noción de “atmósfera”, en la medida en que es condición de posibilidad de la vida, en la que estamos inmersos, con la que estamos permanentemente en contacto a través de nuestra piel. Como afirma Katz: “La atmósfera en movimiento nos aparece subjetivamente como quale táctil en el espacio”.[66] Pero también, como señalé antes, esa misma atmósfera de muerte en general está enlazada a la comunicación y solicitud de los otros: “(…) cada otro existe para mí a título de estilo o medio de coexistencia irrecusable, y mi vida tiene una atmósfera social como tiene un sabor mortal”.[67] Pero la atmósfera no es solamente el medio en el que estamos inmersos, en el que se posibilita nuestra vida y se abren todas las posibilidades del ser-del-mundo, sino que también es algo que emerge de uno, algo que cada cuerpo irradia: “Cada uno emite una atmósfera de humanidad que puede ser muy poco determinada, si solamente se trata de algunos vestigios de pasos en la arena, o, muy determinada, si visito de cabo a cabo una casa recientemente evacuada”.[68] Y esta atmósfera que uno emite puede irradiar distintos tonos, distintos climas: “atmósferas de protección”,[69] “atmósferas morales”,[70] “atmósferas autoritarias”,[71] que forman parte de los sentidos de las situaciones vividas y contribuyen a lo que Benner llama un “clima emocional”.[72]
De esta manera, atendiendo a lo desarrollado hasta aquí, se pueden concebir elementos mínimos que tendría que contemplar la descripción de distintas atmósferas de cuidado en relación a la tactilidad. En primer lugar, atender a que en virtud de la tactilidad extendida, propuesta por Sheets-Johnstone, y el carácter irradiante de atmósferas que muestra el cuerpo, en la piel, a través de la piel, y de los límites difusos y extendidos de la corporalidad vivida, permanentemente estamos expresándonos a través de gestos táctiles, permanentemente estamos comunicando y emitiendo distintas intenciones significativas a través de la tactilidad: contención o indiferencia, permeabilidad o infranqueabilidad, firmeza o flexibilidad, ternura o rudeza, solo por dar algunos ejemplos. Incluso Merleau-Ponty propone hasta una “impregnación postural”[73] de raíz visual, pero también táctil. Estas dialécticas de la piel y en la piel, configuran en una constelación de estímulos, con su ritmo e intensidad particular, con un determinado estilo de percibir y moverse. En segundo lugar se puede señalar que esa comunicación, esa solicitud y la respuesta permanente a la misma que es requerida en esa atmósfera puede efectivamente posibilitar la apertura de todas las posibilidades de quien solicita cuidado, promover la amplitud de su vida, inscribirse y consolidar los equilibrios privilegiados que se encuentran sedimentados, o puede desatender ese llamado e imposibilitar el despliegue de la existencia, llegando incluso a generar o no impedir comportamientos catastróficos que puedan acabar con la misma. Aquí, encontramos nuevamente las dimensiones éticas del fenómeno del cuidado que explicitamos y se trajeron al texto en la voz de Ricoeur.
Describir la estructura del fenómeno del cuidado, requiere pensar en las atmósferas en las que se inscriben y las atmósferas que los generan, con sus particularidades ónticas y culturales singulares y propias de cada mundo de la vida, sin embargo, se han presentado características y elementos comunes a esas estructuras a partir de los desarrollos merleaupontianos en relación a la tactilidad y la intersubjetividad.
4. Conclusiones y continuidades
En este trabajo se ha planteado la pertinencia de los desarrollos realizados por Merleau-Ponty en torno a la tactilidad y la intersubjetividad en distintos momentos de su obra como un aporte valioso para la descripción de la estructura del fenómeno del cuidado. Para ello se han dado algunas definiciones mínimas en relación al mismo recuperando los conceptos de Benner, tanto la primacía ontológica del fenómeno del cuidado, como las características de la estructura óntica del mismo, que fuera desarrollada a partir de las concepciones merleaupontianas. Por último se presenta el concepto de “atmósferas de cuidado” desde una perspectiva merleaupontiana como un aporte para la descripción de la estructura del fenómeno del cuidado.
Este fenómeno se encuentra apenas esbozado y se ha señalado en el cuerpo del texto que el despliegue de una fenomenología de la tactilidad se requiere para poder profundizar en la presentación y profundización de distintos gestos táctiles que puedan comunicar intenciones de cuidado: sostener, abrazar, acariciar, etc. Así también, se puede continuar esta investigación profundizando el abordaje de las prácticas de cuidado, analizando la relación entre tactilidad, cuidados y conocimiento práctico, pero también abriendo el diálogo con otros campos del conocimiento y evaluando la posibilidad de realizar aportes fenomenológicos para una teoría de las prácticas del cuidado (en relación con Bourdieu, Wacquant, Dukuen) y, por último, utilizar estas herramientas para la descripción fenomenológica de situaciones de cuidado en distintas profesiones: enfermería, educación, trabajo social.
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Notas
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