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Sobre la irreductibilidad del debate entre teorías somáticas y cognitivas de las emociones1

On the irreducibility of the debate between somatic and cognitive theories of emotion

Andrea F. Melamed *
Universidad de Buenos Aires, Argentina

Sobre la irreductibilidad del debate entre teorías somáticas y cognitivas de las emociones1

Tópicos, núm. 43, 2022

Asociación Revista de Filosofía de Santa Fe

Recepción: 01 Septiembre 2020

Aprobación: 01 Julio 2021

Resumen: Durante las últimas décadas, se ha desarrollado un intenso debate en torno a la caracterización de las emociones en el que se perfilaron dos enfoques que se presentaban como incompatibles entre sí: la perspectiva somática y la perspectiva cognitiva de las emociones. En este trabajo me propongo evaluar si estas son en efecto posiciones irreconciliables, a partir de la sistematización de las tesis que le han dado identidad a cada una de estas perspectivas. Habiendo desarticulado algunos puntos de divergencia, finalmente, advierto en qué sentido considero que el debate se mantiene irreducible.

Palabras clave: Cognición, emoción, incompatibilidad, valoración.

Abstract: During the last decades an intense debate has developed around the characterization of emotions, in which two approaches were presented as incompatible with each other: the somatic and the cognitive perspective of emotions. In this paper I propose to evaluate whether these are in fact irreconcilable positions, starting from the systematization of the theses that have identified each of these perspectives. Having disarticulated some points of divergence, I finally consider in what sense the debate remains irreducible.

Keywords: Appraisal, cognition, emotion, incompatibility.

1. Introducción

Durante las últimas décadas hemos sido testigos de un intenso debate en torno a la caracterización de las emociones. Desde la psicología y la filosofía nos preguntamos qué son las emociones, cómo funcionan, para qué están (qué función tienen), cómo se relacionan con otros sistemas (la cognición, el sistema nervioso autónomo, por mencionar algunos ejemplos). En la búsqueda de respuesta a estas preguntas se perfilaron dos géneros de respuestas, dando lugar a la conformación de dos espacios teóricos que se presentaban como incompatibles entre sí: la teoría somática y la teoría cognitiva de las emociones.

La “teoría cognitiva de las emociones” en rigor no es una teoría, sino una multiplicidad de teorías, filosóficas y psicológicas, con un espíritu en común. Por esa razón, me referiré a este complejo teórico como la corriente o la perspectiva cognitiva que, a su vez, recoge distintas posiciones emparentadas. Esta perspectiva reúne lo que en la literatura encontramos bajo los nombres de “teorías cognitivas”2 (Charland, 1997; Gazzaniga & LeDoux, 1978; Lyons, 1980; Power & Dalgleish, 2008; Prinz, 2004), “teorías valorativas” [appraisal theories] (Lazarus, 1991) y “la escuela de las actitudes proposicionales” (Griffiths, 1997). En líneas generales, y a modo preliminar, se puede decir que se entiende por “corriente cognitiva de las emociones” a aquella que le otorga a la cognición un lugar preponderante en el proceso emocional. En ese sentido, para las teorías cognitivas “los mecanismos neurales y fisiológicos que subyacen a la experiencia emocional sólo proveen un estado de excitación inespecífico, donde la dirección de la excitación es determinada por la aprehensión cognitiva de la situación externa que da lugar a la excitación” (Gazzaniga & LeDoux, 1978, p. 152). Por otra parte, encontramos a autores como William James (1884, 1890), Robert Zajonc (1980, 1984) y Jesse Prinz (2004, 2005) que rechazan aquella participación necesaria de la cognición en la producción emocional. Este enfoque somático se puede caracterizar, en principio y de modo general, por la negación de la tesis cognitiva. Así, la perspectiva cognitiva, por un lado, y la perspectiva somática, por otro, se han presentado como dos modos incompatibles e irreconciliables de concebir a las emociones y en gran medida han obstruido la posibilidad de ofrecer una exploración adecuada del fenómeno emocional. En este trabajo me propongo revisar el estatus de este antagonismo que hasta ahora la historia de la filosofía de las emociones nos presentó como la disputa típica de aquellas teorías que buscan describir el mismo fenómeno y lo hacen de modos incompatibles. A tal efecto, me propuse sistematizar las tesis que le han dado identidad a cada una de estas perspectivas con el objetivo específico de evaluar si son en efecto tesis incompatibles que de esto modo configuran posiciones irreconciliables, o si se trata de un error que la clarificación conceptual pueda subsanar. En las siguientes secciones me ocupo de sistematizar las tesis que han sido sostenidas por distintos autores para defender un enfoque somático (sección 2) o un enfoque cognitivo (sección 3). Esta sistematización tiene por objeto organizar las afirmaciones o demandas de cada uno de los enfoques, según sus coincidencias y disidencias, con el objetivo específico de poner de manifiesto el sustrato de la pretendida incompatibilidad. Finalmente, en la sección 4 evalúo la compatibilidad del enfoque somático con algunas versiones del cognitivismo para, por último, señalar en qué sentido habría que decir que el debate conserva un punto de desacuerdo que no puede ser reducido.

2. Enfoque somático de las emociones

William James (1884) nos invita a reflexionar acerca de lo que hace que una emoción sea tal cosa, desplegando su argumentación a partir del siguiente experimento mental: supongamos que a una emoción cualquiera se le sustrajera el calor sensorial que habitualmente la acompaña, ¿qué quedaría? La intuición es clara, sea lo que sea que quede, no cabría llamarle emoción en sentido propio. Más aún, si algo resta, como mucho será una cognición fría (James, 1884, p. 193). La imagen anterior revelaría cierta intuición que tenemos respecto de qué son las emociones. Al mismo tiempo, ilustra o circunscribe los casos que serán los ejemplos paradigmáticos del fenómeno a describir. Muchos teóricos, abocados a comprender qué son y cómo funcionan las emociones, han llegado a sugerir que la peligrosidad del mundo (determinado aspecto del mundo que es aprehendido como peligroso —valorado, evaluado, apreciado— para mí) debe formar parte de la descripción del episodio emocional propiamente dicho (como componente constitutivo) o bien del conjunto de causas externas pero necesarias para su existencia. Lo cual, a su vez, derivó en la escisión en dos modos muy diversos (y para algunos irreconciliables) de concebir a las emociones, organizadas en las denominadas corrientes cognitiva y perceptual (o simplemente no cognitiva).

¿Qué es una ‘teoría somática’ de las emociones? Lo primero y más fundamental que se puede decir de una teoría somática es que busca defender una perspectiva no cognitiva de las emociones. Ahora bien, una teoría somática es algo más que el mero rechazo de la intervención cognitiva en la producción de emociones. Entre sus tesis positivas encontraremos una defensa de la ‘centralidad’ del cuerpo para la producción emocional. Antes de poder reflexionar sobre el carácter de esta centralidad, nótese la problematicidad del concepto de cuerpo (Barlassina & Newen, 2014): si ‘cuerpo’ se entiende en sentido amplio, englobando también al cerebro, entonces, cualquier teoría acerca de las emociones se convertiría, vacuamente, en una teoría somática. Tomado en un sentido más estricto, la tesis general del enfoque somático involucra un sentido de ‘cuerpo’ más estrecho, que excluye al cerebro. Pero esto no quiere decir que las teorías somáticas excluyan al cerebro de la producción emocional (tesis que carecería completamente de sentido) sino más bien que el cuerpo además del cerebro (es decir, como algo diferente del cerebro) juega un papel central en la emoción. En síntesis, el espíritu del enfoque somático, a través de esta tesis ‘estrecha’ es impedir que se dé cuenta de las emociones apelando a la actividad cerebral por sí sola. Entonces, las teorías somáticas se oponen tajantemente a las teorías cognitivas puras, es decir, a las teorías que rechazan la participación del cuerpo en la producción de las emociones. Sin embargo, como veremos a continuación, las teorías somáticas3 pretenden defender algo más fuerte que el mero reconocimiento de la ‘participación’ del cuerpo, y se oponen en un sentido más estricto a las teorías cognitivas en general (tanto las puras, como las impuras).

Las teorías somáticas, como parte de la perspectiva no–cognitiva de las emociones, ofrecen su solución a lo que Jesse Prinz (2004) llama el “problema de las partes”,4 esto es, el problema que surge luego de asumir que las emociones están compuestas de una multiplicidad de elementos, que hace precisa la detección de algún elemento o característica esencial de la emoción. Dentro de este abordaje somático de las emociones, se circunscribe el ámbito emocional a aquellos episodios que presentan una tipología fisiológica característica, resolviendo el problema de las partes, precisamente haciendo hincapié u otorgándole cierta prioridad a lo fisiológico o corporal —mientras que, como veremos en la sección siguiente, la perspectiva cognitiva le dará preeminencia a lo mental o cognitivo y otras que buscan reivindicar la mixtura).

La perspectiva somática podría sintetizarse en la adopción de la siguiente tesis:

2.1.Tesis somática general [TS]: son los cambios corporales quienes desempeñan un rol fundamental en la generación de emociones (es falso que las emociones causen cambios corporales)

A su vez, esta tesis fundamental se especializa de dos modos diferentes o alternativos:

2.1.1.Tesis somática fuerte [TSF]: las emociones son sentires5 de cambios corporales (del sistema autónomo) que se siguen a partir de ciertos tipos de estímulos; i.e. los sentires de los cambios corporales son condición necesaria y suficiente de las emociones.

2.1.1.1.Corolario: cada tipo emocional se corresponde con un conjunto único y específico de cambios corporales.

2.1.2.Tesis somática débil [TSD]: las emociones están compuestas de sentires de cambios corporales, que se siguen a partir de ciertos tipos de estímulos; i.e., los sentires de los cambios corporales son condición necesaria, pero no suficiente del estado emocional.

William James insiste en que los cambios corporales deben ser siempre sentidos [felt] para que una emoción ocurra, lo que, a su vez, le sirve como criterio de demarcación entre emociones y ‘juicios a sangre fría’. La escisión entre los cambios corporales y el sentir de tales cambios, que para William James hacia fines del siglo XIX resultaba inconcebible, ha sido corregido o actualizado por versiones contemporáneas de la teoría somática (por ejemplo, Goldie, 2000; Prinz, 2004, 2005). Peter Goldie (2000), afirma que es posible tener una emoción sin tener el sentir correspondiente —es decir que, se puede tener miedo sin sentir miedo—.6 Para ilustrarlo propone el siguiente caso: usted está manejando en una ruta, cuando de pronto ve otro auto, fuera de control, aproximándose en su dirección; usted comprende lo que está sucediendo, ve el peligro para usted y sus pasajeros y con gran velocidad y destreza, reacciona eludiendo el peligro. Luego, cuando su auto finalmente se detiene, usted piensa horrorizado cuán cerca estuvo de la muerte, se da cuenta que está cubierto en sudor y siente su corazón latir. Al recordar, al volver su pensamiento sobre la situación, probablemente diría que tuvo miedo [were afraid] mientras esquivaba al otro vehículo, pero que no sintió miedo [feel fear] en ese momento (Goldie, 2000, p. 62). Sin embargo, si el protagonista de la historia no fuera un ser humano sino un animal no lingüístico, ¿cabría hacerse la misma pregunta? Es decir, si un perro que está por ser atacado muestra signos de miedo, uno infiere que el animal tiene miedo; ¿acaso cabe preguntarse adicionalmente si éste siente miedo? No parece haber instancias en que ese can tenga miedo pero no lo sienta, en un sentido relevante. En síntesis, se ha dicho que los seres humanos pueden tener emociones sin tener el sentir correspondiente, mientras que en los animales esa separación no es posible. Goldie bosqueja esta distinción con el fin de señalar que existe una ambigüedad en la aplicación del término inglés “feel”. Cuando se aplica a un animal no lingüístico, incapaz de tener conciencia reflexiva acerca de sus estados internos, el único sentido posible de “sentir” miedo es el sinónimo de “tener miedo” (la ambigüedad a la que referíamos en el párrafo anterior se desvanece). Sin embargo, cuando se trata de un ser humano, ese “sentir” suele tener una connotación adicional. El conductor del ejemplo anterior, que reporta no haber sentido miedo mientras evitaba ser embestido por otro vehículo, se refiriere a que no estaba siendo consciente de sus sentires, donde las razones que explican esa falta de percatación oscilan desde la desatención total a la atención suprema a otra cosa.7De modo que resulta imprescindible trazar una nueva distinción: que ‘Alguien sienta la emoción E’ puede indicar dos cosas:

La ambigüedad es todavía más sobresaliente cuando Goldie se pregunta (Goldie, 2000, p. 65):

(1) ¿es posible que A esté teniendo una E y sin embargo no sienta E? (para lo cual, se vale de la noción de sentir [feel]).

Por supuesto la respuesta es positiva, y hemos dado cuenta de casos como ése con el ejemplo del conductor. Pero si el sujeto de esta pregunta fuera mi gata, la pregunta carecería totalmente de sentido. El quid de la cuestión es que además de la vaguedad que existe entre ‘tener’ y ‘sentir una emoción’, existe una ambigüedad dentro de la noción de ‘sentir’, en la medida en que para Goldie admitiría ‘grados’: hay sentires inconscientes (sentires corporales y sentires hacia), hay sentires conscientes (cuando la conciencia reflexiva atiende a los sentires corporales y/o sentires hacia).9

(2) ¿Se sigue de responder afirmativamente a (1) que A no tiene sentires relacionados–a–E?

No. Lo único que se sigue es que carezco de conciencia reflexiva sobre los pensamientos y sentires irreflexivos que tenía. El conductor tiene miedo (tiene sentires corporales, si no los tuviera, no cabría decir ni siquiera que tuvo miedo). Son los sentires que resultan de la interacción con el entorno, los que explican la diferencia entre la actitud del conductor del ejemplo y un conductor profesional, entrenado para casos semejantes, que en esa situación no sólo no siente miedo, sino que no teme en ningún otro sentido relevante. Pero siente miedo, esto es, tiene la experiencia, en sentido propio, cuando reflexiona conscientemente sobre su estado previo.

Esto nos lleva a reconocer una segunda tesis característica de la perspectiva somática [TI]:

2.2.Tesis de la intencionalidad emocional [TI]:los sentires corporales no son suficientes para que el sujeto que los experimenta sepa qué emoción está atravesando. Sólo alcanza a revelarle que está teniendo una emoción (indefinida) acerca de algo, que tiene propiedades determinables.

Es decir, las emociones están presentes en los seres vivos (animales humanos y no humanos) aun cuando estos no tengan interés, o siquiera posibilidad, de volver su conciencia hacia ellas. Goldie reconoce que la intencionalidad es una característica fundamental de las emociones, pero impugna tanto que ésta sea la única nota esencial de las emociones como que esta intencionalidad sea equiparada con deseos y creencias. En ese sentido, su perspectiva combate la tendencia por la cual las emociones son caracterizadas intrínsecamente como estados intencionales (dirigidos a objetos en sentido amplio) con su consiguiente implicación de cognitividad.10 Asimismo da respuesta a una de las objeciones más recurrentes que recibiera la perspectiva somática, en especial en su formulación original (James, 1884), esto es, que una teoría que la caracterice a partir del sentir de los cambios corporales no puede acomodar la intuición de que las emociones son acerca de algo; es decir, no puede dar cuenta de la intencionalidad de las emociones. De modo que Goldie estaría dando una respuesta a la objeción, al mismo tiempo que consigue naturalizar el carácter intencional de las emociones, alternativamente al de las posiciones que define como sobreintelectualizadoras (atribuidas por él mismo a Anthony Kenny (1963, 1989) y William Lyons (1980, 1999), precisamente en virtud de que conciben a la intencionalidad exclusivamente en términos de creencias. Según Goldie sería erróneo pensar que estas creencias y deseos (que no están asociados necesariamente con sentires) agotan la intencionalidad de la experiencia emocional (2000, p. 19). En última instancia, la intencionalidad de las emociones no sería un fenómeno “propio” de las emociones, sino más bien derivado en virtud de la conciencia reflexiva propia de los seres humanos.

3. Enfoque cognitivo de las emociones

Se ha extendido la visión según la cual las creencias son elementos centrales de las emociones, ya sea como causas externas o como elementos constitutivos de la emoción, idea central para las teorías cognitivas de las emociones. En efecto, es común pensar que la teoría cognitiva o valorativa de las emociones entiende que “las emociones resultan de cómo el individuo cree que es el mundo, cómo se cree que los eventos han ocurrido y qué implicaciones se cree que los eventos tienen” (Frijda, Manstead, & Bem, 2000, p. 1).

Según Lyons (1980) el abordaje cognitivo de las emociones se caracteriza por situarlas del lado deliberativo, pensante y racional de los seres humanos, en franco antagonismo con la concepción de raíz platónica, que concibe a las emociones como enemigas de la razón. La oposición trazada nos remite directamente a los constreñimientos a los que Solomon se refería, al diseñar su propia posición, al proponerse librarle batalla al antiguo prejuicio de la irracionalidad de las emociones. Solomon (2003, Prefacio) subraya su interés por combatir la idea de que las emociones simplemente nos suceden, y que, en el mejor de los casos, lo único que podemos hacer es intentar controlarlas.

En suma, a pesar de algunas presentaciones —un tanto simplistas— que tienden a desfigurar la perspectiva cognitiva, no debe asumirse sin más que el modo cognitivo o mentalista de pensar acerca de las emociones equipara acríticamente o reduce la cognición a creencias. Por el contrario, existen muchos autores que desde diversos lugares han contribuido con la perspectiva, y cada uno de ellos lo hace con ciertas particularidades (Arnold, 1960; Kenny, 1963; Lazarus, 1982, 1984; Leventhal & Scherer, 1987; Lyons, 1980; Moors, Ellsworth, Scherer, & Frijda, 2013; Solomon, 1976). Así y todo, existe cierto conceso respecto de su pertenencia al enfoque cognitivo. En ese sentido, puede decirse que el vínculo que los une bajo el ala de la corriente cognitiva es más bien un parecido de familia y que, a pesar de sus diferencias, comparten cierto espíritu común, conformándose como distintas versiones de una misma corriente de investigación. Más específicamente, todas ellas pueden verse como resultando de distintas especificaciones de una misma tesis general, que admite como condición necesaria para la emoción algún elemento cognitivo (ya sean valoraciones, evaluaciones, creencias o juicios).

Desde mi punto de vista, el hecho de que los filósofos cognitivos de las emociones hayan centrado su análisis en torno al conjunto de pensamientos que constituyen la emoción ha obedecido a un genuino interés por satisfacer una de sus principales motivaciones teóricas: racionalizar a las emociones. En el contexto de la hegemonía de la ciencia cognitiva clásica u ortodoxa,11 la corriente cognitiva de las emociones está, sin lugar a duda, atravesada por lo que Pérez (2013) denomina “el imperialismo de la creencia”. Así, una parte considerable del estudio de las emociones verse como “cayendo bajo el paraguas de la psicología cognitiva” (Frijda et al., 2000). De modo tal que el debate en torno a las emociones se fue afianzando, como si se tratara de una discusión en torno a cuál es el nivel de análisis, esto es, si el proceso emocional propiamente dicho debe ser caracterizado en el nivel personal consciente, o, alternativamente, sus procesos pertenecen al procesamiento inconsciente. Mientras que la perspectiva cognitiva sostiene que nuestras emociones están esencialmente constituidas por algún tipo de creencia o juicio proposicional, y en efecto, quedan explicadas en referencia a tales creencias, la perspectiva somática hace foco en los patrones de cambios corporales: las emociones son respuestas más bien de tipo reflejas, subpersonales y no cognitivas (Hutchinson, 2009, p. 61).

Reconstruyo la posición cognitiva —aun con sus matices y divergencias— a partir de las siguientes tesis:

3.1.Tesis mentalista [TM]:un estado cognitivo12 es responsable de la producción de una emoción y de la diferenciación o especificación emocional. Sin estado cognitivo, no hay emoción (ni en sentido general, ni de tipo específico).13

Esta tesis mentalista general puede ser entendida o especificada de diversas maneras. La primera especialización surge de cómo concebir la relación entre los estados cognitivos y las emociones, dando lugar a las tesis [TME] y [TMC]. En segundo lugar, esta tesis fundamental adquirirá diversas formas de acuerdo con cómo se conciba la naturaleza del estado cognitivo involucrado en la emoción, que identifico más abajo como [TEC1], [TEC2 y [TEC3].

3.1.1. Tesis mentalista constitutivo–esencialista [TME]: las emociones son/están constituidas por estados cognitivos o valorativos.

3.1.2.Tesis mentalista causalista [TMC]: las emociones están causadas por estados cognitivos. El estado cognitivo no forma parte del estado emocional, sino que es un agente causal externo.

Nótese que aquí la noción de ‘constitución’ no comprometería a la tesis mentalista con una posición que implique la suficiencia de los estados cognitivo–valorativos. En principio, tomada aisladamente, considero que debería ser interpretada a la luz de la tesis de la necesidad de la intervención cognitiva: diferentes apreciaciones de la situación son condición necesaria (pero no suficiente) para que se den diferentes emociones (y análogamente, diferentes emociones implican la existencia de diferentes estados cognitivos como mediadores/disparadores).

Sin embargo, si por el contrario se adoptara adicionalmente una posición desencarnada, que descarte cualquier contribución de la corporalidad en la producción de emocionalidad, podría sostenerse entonces la idea de que perfiles valorativos diferentes sean condición suficiente para evocar diferentes reacciones emocionales en relación con una misma situación (Siemer, Mauss, & Gross, 2007).

Junto con la tesis más general, que señala la centralidad de un elemento mentalista para la generación emocional, se pueden subrayar otras dos tesis también ubicuas transversales a toda teoría cognitiva de las emociones [TD] y [TA].

3.2. Tesis desencarnada [TD]: las emociones no se definen por la corporalidad; la corporalidad de las emociones, a lo sumo, es accidental.

Colombetti (2010) se refiere a esta tesis como el ‘impersonalismo corpóreo’, puesto que para posiciones cognitivas —el blanco específico de su crítica son las teorías cognitivas impuras, como la de Schachter y Singer (1962— los cambios corporales, como máximo, serían contingentes. Que el sujeto experimente aquella excitación corporal como una experiencia emotiva en sentido propio, demanda la intervención de una capacidad interpretativa, no corporal. En ausencia de una interpretación de tales características, la excitación corporal es inespecífica, ininteligible y carente de sentido para el sujeto.

3.3. Tesis de la agencialilidad [TA]: el sujeto es agente y responsable de sus emociones, en tanto es agente y responsable de las valoraciones que realiza de su situación y el entorno.

Solomon es quien más explícitamente formula esta tesis cuando dice que “soy responsable de mis emociones como lo soy de los juicios que realizo” (Solomon, 1973, p. 10). Su perspectiva cognitiva representa un desafío a la tajante división entre emociones y racionalidad, rechazando la concepción ampliamente aceptada de que las emociones son involuntarias e irracionales (Solomon, 2001, p. 178). En particular, afirma que somos responsables de nuestras emociones, rechazando fundamentalmente la alternativa que utiliza a las emociones como excusas, como fenómenos que sufrimos, que simplemente nos suceden, que atravesamos con completa pasividad, haciendo imposible la atribución de responsabilidad. Y lo que es más importante, sobre esta idea de racionalidad y responsabilidad, se erigirá la noción de responsabilidad moral.

Nótese que cuando Solomon afirma que las emociones son juicios o juicios que hacemos, no quiere decir que simplemente podamos optar por juzgar una situación como ventajosa (o peligrosa) o no, es decir, no significa que podamos elegir en sentido fuerte qué emoción tendremos en cada momento. Por el contrario, significa que juzgar es algo que hacemos activamente, no algo que nos sucede, que padecemos.

De manera que, con respecto a la naturaleza de los estados cognitivos,14 existen disidencias:

Tesis acerca del Estado Cognitivo involucrado [TEC 1]. Los estados cognitivos son creencias (ocurrentes), con contenido proposicional, semánticamente evaluables (Kenny, 1963).

[TEC 2]. Los estados cognitivos son juicios evaluativos (no necesariamente conscientes) (Solomon, 1973, 1976).

[TEC 3]. Los estados cognitivos son valoraciones, tanto conscientes como inconscientes (Arnold, 1960; Lazarus, 1991; Moors, 2013).

El concepto de ‘valoración’ [appraisal] es una noción tan amplia como ambivalente. La principal fuente de confusión proviene del hecho de que ‘valoración’ se utilice tanto para referirse al estado final (lo valorado) como al acto o proceso a través del cual tiene se obtiene la valoración–estado (Lazarus, 2001, p. 42).15 Sin embargo, lo que constituye su verdadero carácter multivalente surge de la distinción que realiza Lazarus cuando afirma que existen dos modos de valorar: uno automático,16 no–reflexivo e inconsciente o preconsciente; el otro, consciente y deliberado. Y asimismo destaca que “no es posible decir con seguridad qué proporción de valoraciones y emociones están basadas en cada modo de actividad cognitiva, y quizás la mayoría de las valoraciones de los adultos involucra una mezcla de ambas” (Lazarus, 1991, p. 155). Cabe recalcar que, aunque esta distinción se encontraba ya presente en la introducción original que Magda Arnold realiza en 1960 y que fuera también asumida por algunos otros importantes teóricos de las emociones, como Paul Ekman, quien admite que “habitualmente la valoración no solamente es rápida sino que sucede sin percatación, de modo que debo postular que el mecanismo de valoración es capaz de operar automáticamente” (Ekman, 1977, p. 58).

La distinción que propongo trazar entre estas diferentes implementaciones del componente cognitivo recoge los distintos compromisos que los diversos autores han asumido en cada una de sus versiones cognitivas acerca de las emociones. Asimismo, hace patente que presentar el debate en términos de consciente (cognitivo) y no–consciente (somático), es inadecuado. A continuación, precisaré los puntos de divergencia (y también las zonas de acuerdo) entre las perspectivas, con el objetivo de mostrar que, aun superando algunas tergiversaciones que sufrió la discusión, a la luz de la sistematización que propuse, y tomando en cuenta el acuerdo que existe sobre muchos de los puntos, todavía se conserva un resquicio de divergencia, que a mi juicio es y será irreductible. Finalmente expondré lo que considero es la razón principal de tal irreductibilidad.

4. Sobre la irreductibilidad del debate

Como puntualicé más arriba, la defensa de una posición cognitivista de las emociones no implica en todas sus versiones la adopción de una tesis cognitivo–proposicional. De modo que la equivalencia que usualmente se realiza entre “cognición” o componente cognitivo y “creencia” no debe ser aceptada sin más. Tanto Solomon como Lazarus (y las versiones más actuales de las teorías valorativas como Moors et al. (2013) rechazan rotundamente la idea de que las creencias queden establecidas como los mediadores valorativos necesarios. Solomon prefiere referirse a los “juicios evaluativos”, mientras que Lazarus explícitamente aclara que las valoraciones involucradas no deben concebirse como procesos conscientes, racionales y deliberados, excluyendo por tanto a las creencias. De modo que, tanto Lazarus como Solomon buscan explícitamente apartarse de la idea —más bien ingenua— que caracteriza a las emociones a partir de creencias ocurrentes, y así conscientes, sin por ello renunciar al nivel personal como el nivel adecuado de explicación emocional.

Ahora que hemos desarticulado la identificación de emoción cognitivamente mediada de la idea de consciencia, cabe preguntarse ¿es posible que tengamos emociones inconscientes? Para algunos autores una emoción inconsciente es comparable a un círculo cuadrado, esto es, algo conceptualmente imposible (Clore, 1994). Pero esto es completamente independiente de cómo esos episodios emocionales llegaron a tener lugar: los procesos que disparan o subyacen a los eventos emocionales, son procesos que sí podrían ser inconscientes. Es decir, es compatible defender que las emociones son siempre conscientes (en especial, en virtud de su característico componente experiencial), y al mismo tiempo contemplar que puedan ser generadas a través de procesamientos inconscientes. En pocas palabras, “las emociones inconscientes deben ser distinguidas de los procesos emocionales inconscientes” (LeDoux, 1994, p. 291). De modo que, la afirmación de Clore debería ser entendida a la luz de la distinción de LeDoux: no habría emociones inconscientes en sentido propio, mientras que sí sería posible que éstas cuenten con procesos no conscientes durante su provocación, tanto como ser inconscientes de sus causas particulares.

Por otro lado, y en marcada oposición a Clore, Prinz (2005), reformula la teoría del sentir jamesiana, enfocándose en el aspecto perceptivo: puesto que la percepción puede ser inconsciente, las emociones, concebidas como la percepción de los estados internos, también pueden serlo. Este señalamiento implica desarticular la vieja implicación jamesiana de que las emociones son siempre sentidas, i.e., conscientes, para rearticularla en la siguiente alternativa: sólo cuando las emociones son conscientes hay sentir .experiencia en sentido propio, consciente). De este modo se explica por qué la idea de emociones inconscientes puede resultar en principio paradójica: puesto que en las emociones de James los conceptos de percepción y sentir se encuentran superpuestos. De manera que las emociones inconscientes son también posibles: “las emociones se vuelven conscientes del mismo modo en que otros estados perceptuales se vuelven conscientes. Las emociones son inconscientes cuando no atendemos a los cambios en nuestro cuerpo. Si no, las emociones son sentidas conscientemente” (Prinz, 2005, p. 23).

Las tres versiones de la tesis del componente cognitivo presentadas en la sección anterior se comprenden mejor a la luz de la distinción recién presentada entre la emoción y los procesos que le subyacen o le anteceden. Es sumamente importante llamar la atención sobre esta variabilidad (TEC1, TEC2 y TEC3) puesto que posiciones como la de Lazarus y Arnold, paradigmáticas dentro del campo de las teorías cognitivas de las emociones, así como también la más reciente de Moors (2013; Moors et al., 2013), explícitamente rechazan que sus perspectivas se encuentren constreñida proposicionalmente, admitiendo la posibilidad de que tales valoraciones operen inconscientemente.

Por otra parte, siguiendo a Peter Lang (1988, 2010) y la distinción que realiza entre tres sistemas de identificación de emociones (1) el lenguaje de las emociones (expresivo y evaluativo); (2) los cambios fisiológicos (somáticos y autonómicos); (3) la conducta (por ejemplo, acercamiento y evitación, etc.), cabe preguntarse en caso de incongruencia entre los sistemas ¿qué sistema tiene prioridad? Considérese la siguiente situación, Valentín es un muchacho muy seguro de sí mismo, muy responsable y estudioso. Se encuentra finalizando su carrera de grado, que hizo en tiempo récord y con excelentes calificaciones. Está por rendir su examen final, de él dependen los planes que ideó para sus próximos años (posgrado, mudanza al exterior, beca de estudios, y probablemente también su estado civil). Pero él es un muchacho muy seguro y sabe que todo lo que consiguió fue por su esfuerzo y mérito. Su novia le pregunta si está nervioso, él dice que no. Sin embargo, en las noches previas a su examen, no logra conciliar el sueño, siente palpitaciones, aun recostado en su cama. Su madre sugiere que se haga un control médico, su corazón podría estar enfermo. Pero los análisis indican que está bien. Su novia, sabiendo cuánto se encuentra en juego en este momento, afirma que luego del examen, todos los ‘síntomas’ cesarán. Así fue, días después, cuando aprobó su examen. En un caso como éste, una posición cognitiva fuerte, comprometida con tesis como TEC1 no puede explicar lo sucedido apelando al miedo o al nerviosismo: no puede tener miedo sin que exista algún tipo de percatación (aunque no necesariamente implique articulación proposicional) o valoración de la situación como peligrosa. Ahora bien, si atendemos a los sentidos de valoración menos comprometidos con la consciencia, que presentan tanto Arnold como Lazarus, esta caracterización de la perspectiva cognitiva a partir del reporte consciente se debilita. Lazarus (retomando a Arnold) distingue dos modos de valorar: uno, automático y no–consciente, aunque no por ello rudimentario, puesto que puede incluir significados complejos, sintetizados por la experiencia; además del consciente y deliberado. Remarcando, además, que no está claro el grado de participación de cada una de ellas en cada actividad cognitiva y que “quizás la mayoría de las valoraciones de los adultos involucra una mezcla de ambas” (Lazarus, 1991, p. 155).

Es en esa misma dirección que Prinz, explícito defensor de la corriente somática, parece concederle un punto a las teorías valorativas, cuando afirma que “las emociones son estados que valoran [appraise] registrando cambios corporales” (Prinz, 2004, p. 78).

Entonces, nótese aquí que una vez admitida la participación de procesos valorativos automáticos que dan lugar a los episodios emocionales, procesos que parecen ser admitidos tanto por los defensores de las teorías somáticas, como los autores detrás de algunas teorías cognitivas, el antagonismo entre las perspectivas como mínimo se ve atenuado, al mismo tiempo que el límite entre la cognición y la percepción se desdibuja.

No obstante, cabe apuntar también que otras versiones cognitivas, como la de Kenny, sí se mantienen enfrentadas a la perspectiva somática, aun cuando se ‘deflaciona’ la exigencia valorativa. Sin embargo, como hemos establecido arriba, hay muchas teorías que —con diferente origen disciplinar—, defendiendo la cognitividad de las emociones, rechazan su definición o articulación a partir de actitudes proposicionales (como son las creencias), es decir, defienden más bien posiciones como las expresadas en las TEC 2 o TEC 3.

De manera que nos encontramos frente a una situación interesante: el aparente antagonismo entre las corrientes somáticas y cognitivas, en rigor, ha quedado al menos parcialmente resuelto. No obstante, parece mantenerse cierta incompatibilidad entre la tesis somática y la TEC 1 (las emociones están constituidas por estados cognitivos, que son creencias con contenido proposicional, semánticamente evaluables).

Cuando nos referimos al miedo, por ejemplo, podemos atender a esa sensación que recorre nuestro cuerpo cada vez que sentimos que alguien se acerca en la oscuridad. Sin embargo, la vida mental de los seres humanos ha probado ser tan intensa y poderosa, tan compleja y profunda, que los mismos actores no descansamos luego de reconocer o “etiquetar” ese estado fisiológico como tal o cual, queremos conocer más: nos preguntamos por qué esa irrupción nos produjo ese conjunto de sentires corporales. Encontramos así correlaciones (o relaciones causales) que nos permiten establecer regularidades y entender cómo funcionamos en el ambiente que nos rodea. Es en esa búsqueda de comprensión que se establece que (habitualmente) le tememos a las cosas peligrosas. O, quizás, que algunas cosas se convierten en reconocidos peligros, en “peligrosas”, como consecuencia de las reiteradas correlaciones con estados emocionales.

La disputa entre las concepciones cognitivas y no cognitivas de las emociones, si bien puede ser compatibilizadas en gran medida (tal como surge de esta sistematización) debe ser entendida como una querella programática puesto que surge y se sostiene en un desacuerdo respecto del carácter de la investigación.17 En otras palabras, la pretendida disputa en rigor se basa en una comprensión heterogénea tanto del fenómeno como de la tarea a desarrollar: mientras algunos autores se proponen dar cuenta del fenómeno psicofísico (aquello que sucede cuando el sujeto tiene o siente miedo),18 otros quieren dar cuenta de cómo los seres humanos aplicamos los términos del lenguaje emocional, es decir, quieren dar cuenta de la gramática de los conceptos de emociones. Para lo último, naturalmente, es necesario incorporar un conjunto de dimensiones que está claramente ausente de la pregunta estricta por los estados psicofísicos.

El punto, entonces, es que las emociones han sido abordadas desde perspectivas diferentes, y con propósitos muy diversos. Y es esta es precisamente la razón por la que la incompatibilidad recién mencionada resulta irreductible. La teoría cognitiva que defiende una tesis como TEC 1, como la de Kenny, responde a objetivos específicos, recortando el mundo emocional de un modo peculiar: el universo de las racionalizaciones/explicaciones ex post factum de las emociones.

Considero que el cognitivismo que representa Kenny, y queda recogido en TEC 1, debe ser comprendido en el contexto de sus motivaciones y objetivos, esto es, se trata de un abordaje en el nivel personal (en franca oposición al abordaje impersonal de las ciencias). Mientras la teoría del sentir jamesiana concibe a las emociones como aquellos fenómenos psicofísicos, el enfoque de Kenny analiza las emociones por su valor en la explicación de la conducta. Es decir, Kenny en tanto filósofo del lenguaje ordinario, cuyo principal objeto es describir nuestros usos del lenguaje natural, hace foco en nuestro modo de hablar sobre las emociones, convirtiendo su examen en una búsqueda por criterios conductuales (es decir, la búsqueda de evidencia para la atribución de emociones). En este sentido, cabe resaltar que Kenny está defendiendo una posición marcadamente wittgensteniana, según la cual “una explicación en términos de razones no es una forma de, no es reducible a, y es ciertamente incompatible con, la explicación causal” (Wilson, 1972, p. 3).

5. Conclusiones

Afortunadamente las emociones han recibido gran atención durante las últimas décadas. Las preguntas en torno a ellas han sido variadas, sin embargo, en la literatura mainstream las respuestas que recibieron quedaron estructuradas a partir de dos grandes movimientos o corrientes teóricas, que guardaban un antagonismo aparentemente insuperable. En este trabajo me propuse puntualizar las tesis que caracterizan a cada una de estas dos perspectivas, tomando lo que la literatura sobre emociones nos provee como premisa esto es que, al dar cuenta de las emociones, por un lado, están los teóricos no–cognitivos y, por otro, los teóricos cognitivos. Cada uno de estos abordajes teóricos reúne el trabajo de diversos investigadores que no siempre acuerdan en todos los puntos. En ese sentido, aquí presenté lo que considero es el denominador común entre ellas, así como también los puntos donde se apartan. Esta sistematización permitió poner de manifiesto que, si bien el antagonismo entre estas corrientes no es tan profundo sí se conserva una fisura insuperable, como consecuencia de la diferencia de propósitos intrínsecos de cada proyecto. No obstante, consideré que aquella irreductibilidad no es casual ni mucho menos indeseable, sino que obedece a un cambio tanto de motivaciones como de los objetivos que moldean las diversas teorías de las emociones consideradas.

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Notas

1 Este trabajo fue realizado en el marco de los proyectos PIP CONICET 11220170100517CO y UBACyT 20020170100215BA.
2 Algunos autores que forman parte de las teorías cognitivas: Arnold (1960), Gordon (1987), Kenny, (1963, 1989); Lazarus, (1982, 1984, 1991); Lyons (1980); Solomon (1976, 2003).
3 Estas teorías no cognitivas también han sido llamadas ‘teorías perceptuales’ (Charland, 1997) haciendo foco en el aspecto o fase perceptiva de aquel conjunto de cambios corporales.
4 Se complementa con el “problema de la abundancia”, la cuestión de cómo estas partes se coordinan conformando un todo coherente (Prinz, 2004).
5 La traducción del término inglés feeling es problemática. Algunos han optado por traducirlo como “sentimiento” (por ejemplo, la traducción española de Kandel, Schwartz y Jessell (1997), elección que propicia la confusión con el sentiment, que es claramente una cosa distinta —Prinz (2004, pp. 189–190) se ocupa de ellos—. Otra traducción posible es “sensación”, pero esta traducción tampoco es completamente satisfactoria, puesto que como señala Hacker (2009) las sensaciones son sólo un subtipo o especie del género “feeling”, que también incluye percepciones, afecciones y apetitos como otras subclases. De modo que hablar de sensaciones podría llevar a desatender a las otras subclases de feelings. Es por ello, que opté por traducir “feelings” por ‘sentires’, buscando subrayar la raíz semántica “feel”, ‘sentir’, pero evitando su identificación estrictamente ni con sentimientos, ni con las sensaciones.
6 El autor nota que la respuesta posible de un jamesiano sería que, a pesar del relato del sujeto, debió haberlo sentido, socavando la autoridad de la primera persona.
7 Prinz (2005) también acude a la atención para explicar el pasaje de la inconciencia a la conciencia.
8 Aquí estaría la experiencia emocional en sentido propio.
9 Esto puede resultar polémico, Prinz por ejemplo reservará el término ‘sentir’ para designar la percepción consciente de los cambios corporales.
10 Varela, Thompson y Rosch (1991) señalan cómo la determinación del dominio de la cognición cruza explícitamente la frontera consciente/inconsciente. Según ellos, “para los cognitivistas, la pareja inseparable está constituida por la cognición y la intencionalidad (representación), no por la cognición y la conciencia” (Varela et al., 1991, p. 50).
11 En oposición a la “nueva ciencia de la mente” (Rowlands, 2010) o postcognitivismo (Calvo & Gomila, 2008).
12 Me refiero a “estado cognitivo” como género que engloba distintos tipos de elementos cognitivos: creencias, juicios, valoraciones automáticas y valoraciones conscientes. Estas diferencias quedarán expresadas en las tesis TEC1, TEC2 y TEC3.
13 Recojo en esta única tesis ‘mentalista’ lo que Frijda y Zeelenberg (2001) apuntan que todos los cognitivistas acuerdan, a saber: (1) la valoración es responsable de la provocación de una emoción: “sin valoración, no hay emoción”; (2) es la valoración la responsable de la diferenciación emocional.
14 Estas diferentes especificaciones aplican a tanto a la versión constitutiva como a la esencialista, i.e., las dos versiones de la tesis mentalista.
15 Esta situación peculiar, de dualidad estado/proceso, no es exclusiva de las valoraciones, lo mismo sucede con la noción de adaptación (West–Eberhard, 1992).
16 Advierte Lazarus que tal carácter automático no debe ser equiparado con una condición primitiva, puesto que el procesamiento automático admite “significados [significances] complejos, abstractos y simbólicos, que a través de la experiencia pueden ser condensados en significado instantáneo” (Lazarus, 1991, p. 155).
17 He desarrollado esta idea más extensamente en otro artículo (Melamed, 2018).
18 Tener miedo y sentir miedo no son sinónimos. Algunos autores hacen hincapié en que es posible tener miedo, sin tener consciencia de estar en ese estado, es decir, sin sentir miedo (entre ellos, Damasio, (1994); Lewis (2008); Prinz, (2005)).

Notas de autor

* Andrea F. Melamed es Licenciada y doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Fue becaria doctoral CONICET (2012–2017). Actualmente es becaria posdoctoral en el IIF (SADAF/CONICET) y docente en la Universidad de Buenos Aires. Entre sus áreas de interés están la filosofía de la mente y la filosofía de la ciencia, más específicamente, la filosofía de la psicología. Sus investigaciones se han publicado en capítulos de libros y en revistas científicas como Ludus Vitalis y Disputatio.
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